Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 60 … ECONOMÍA Desmembrando la democracia, el estado de bienestar y los mercados… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
Link de Origen: AQUÍ
La cooperación social es nuestra clave para la supervivencia
(Yuval Harari)
En «La carta robada» de Edgar Allan
Poe, el prefecto de la policía de París es contratado para recuperar una carta
sustraída que contiene información comprometedora sobre una dama de la alta
sociedad. Lo atractivo del relato es el ingenio que Poe deposita en el ladrón.
La carta no está oculta en un lugar inverosímil; de hecho, se halla a la vista
de todo el mundo en la residencia del ladrón, es decir, está escondida a plena
luz del sol.
Quizás las sociedades, por estar al
descubierto, creen que la democracia mundial está sana y trabajando. Que sigue
vigente, aunque un poco golpeado, pero no en estado de coma. El estado del
bienestar por su parte, ese concepto antagónico a la austeridad, que engloba un
conjunto de políticas y programas gubernamentales diseñados para garantizar una
adecuada condición económica y social de la población. Y, por último, se
imaginan que el libre mercado, esa invención del capitalismo, no sólo existe,
sino que asigna recursos y lo hace de manera eficiente.
En la cuarta edición del informe “El estado de la democracia en el
mundo, del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral”,
llega a la conclusión que la democracia se encuentra amenazada —tanto en sentido
literal como figurado— en todo el mundo, y los peligros, por cierto, son
reales. Aparte de la persistente pandemia, las guerras y las eternas e
inminentes recesiones económicas, la desigualdad del ingreso, el cambio
climático culpable de fenómenos meteorológicos extremos y dramáticos, todos
ellas enemistadas con incrementos del gasto en asistencia, se ensamblan de
manera perfecta en un hilo conductor común, el malestar económico que afecta a
la democracia.
A favor de los pesimistas
democráticos debe decirse que los países autoritarios y los sistemas de
gobierno alternativos han superado a sus homólogos democráticos en bondades y
beneficios económicos. Solo poner a China y sus 800 millones de pobres menos
marca la diferencia en un mundo dividido. Esta idea está comenzado a plantear
el interrogante, de si el capitalismo de vigilancia con presuntas libertades,
concentrador de ingreso y generador de miseria, es mejor que un sistema estatal
dirigista, con carencia de libertades, menos hambrientos y más desarrollo. Las
sustituciones no son simples, pero al parecer a la gente le importa tener un
mejor pasar, pensar en un futuro, a riesgo de llevar esto al extremo y votar a
un desquiciado como Milei en Argentina. De todas maneras, el futuro incierto
demuestra que no es solo en las democracias donde el contrato social necesita
renovarse, en las autocracias también si no dan soluciones.
Paralelamente, el número de protestas
en todo el mundo se duplicó con creces entre 2017 y 2022, provocadas
por distintas cuestiones. La falta de respuesta efectiva de los gobiernos
tiende a perjudicar la legitimidad del modelo democrático. La Encuesta Mundial
de Valores —que abarca 77 países— pone de manifiesto la disminución de la
confianza en el gobierno democrático. Sus datos indican que la idea de tener un
líder fuerte que no tenga que lidiar con un Parlamento ni con elecciones ha
crecido sistemáticamente en los años recientes: en 2009 la cifra de adhesiones
al totalitarismo era del 38%, en 2021 del 52%. Al parecer la democracia no pudo
evolucionar de una manera que refleje la rápida transformación de las
necesidades y prioridades de la sociedad; de hecho, los gobiernos, no el
sistema, parecen atentar contra ellas.
El contrato social que surge en
Europa y se extiende por buena parte del planeta después de la II Guerra
Mundial decía básicamente lo siguiente: quien cumple las reglas del juego,
progresa. “Unos, los más favorecidos, se quedarían con la parte más grande de
la tarta, pero a cambio los otros, la mayoría, tendrían trabajo asegurado,
cobrarían salarios crecientes, estarían protegidos frente a la adversidad y la
debilidad, e irían poco a poco hacia arriba en la escala social. Un porcentaje
de esa mayoría, incluso, traspasaría la frontera social imaginaria y llegaría a
formar parte de los de arriba: la clase media ascendente” (Necesitamos
un nuevo contrato social, Joaquín Estefanía).
O sea, la absurda teoría del derrame
ya estaba latente, pero con mucho más peso estatal que la mantenía a raya.
Ahora no es así. Ese contrato social lo vendieron a plazos, ni siquiera lo han
sustituido. Pasó a ser lo que el sociólogo Robert Merton denomina el efecto
Mateo: “Al que más tiene, más se le dará, y al que menos tiene se le quitará
para dárselo al que más tiene”. Se inaugura así la era de la desigualdad y se
olvidan las principales lecciones que sacó la humanidad de ese periodo negro de
tres décadas (1914-1945) en las que el mundo padeció tres crisis devastadoras
perfectamente superpuestas: las dos guerras mundiales, y en el intervalo de
ambas, la Gran Depresión.
En algún momento hubo un consenso
entre las élites políticas (los partidos), económicas (el empresariado) y
sociales (los sindicatos) para alcanzar la combinación más adecuada entre el
Estado y el mercado, con el objetivo final de que toda práctica política se
basara en la búsqueda de la paz, el pleno empleo y la protección de los más
débiles a través del estado de bienestar; esta ecuación y sus ponderadores se
desequilibró. La transición tecnológica, la financiarización del sistema, la
emergencia climática, las nuevas y más complejas formas de desigualdad y exclusión
social, y la flexibilidad laboral, no encuentran solución ni alternativa y
atacan a la democracia.
En las décadas de 1970 y 1980 quedó
claro que había unas divergencias crecientes en los estados de bienestar, y que
era improbable que se superaran. La crítica sostenía, y ahora parece
confirmarse, que la reconciliación entre el capitalismo y la democracia era una
ilusión. El neoliberalismo y el individualismo que lo sostiene fueron ganando
fuerza, generando un supuesto conflicto entre la prioridad de maximización de
beneficios y la minimización de costos que atacaban la expansión de los
programas de bienestar.
Gastar en bienestar se había
convertido en una carga para los contribuyentes, ya que algunos programas
clave, especialmente la seguridad social, eran ¡¡demasiado generosos!! El
ataque se convirtió en una crítica a los estados de bienestar porque los
consideraban similares a las economías planificadas o dirigidas de las
sociedades no occidentales y con unos resultados parecidos: mala asignación de
los recursos, la ausencia de una disciplina de mercado adecuada y de unas
restricciones presupuestarias apropiadas.
Con el crack financiero de 2008 dio
inicio una nueva fase. Se evitó un colapso financiero, pero a un coste muy alto
para las democracias occidentales. Hubo una brusca recesión en 2009, seguida de
una recuperación lenta y débil. Con el inicio de la recesión, los gobiernos
recurrieron, una vez más a idénticas políticas de las décadas de los años
ochenta y noventa del siglo pasado: programas de austeridad, privatizaciones,
restricciones fiscales y el saneamiento de las finanzas públicas, comenzando
una nueva arremetida contra el estado del bienestar. Los países probaron con
distintas mezclas de recortes de los gastos, e que hicieron recaer la mayor parte
de su ajuste fiscal en la poda de los gastos en lugar del aumento de los
impuestos.
La organización benéfica contra la
pobreza Global Justice Now elaboró un informe donde, según datos de
2017, de las 100
principales economías y compañías del mundo que tuvieron mayores ingresos, 69
son corporaciones. ¿Cómo puede ser?, ¿qué hicieron para conseguirlo? Pues
resulta que la obtención de ganancias récord fue gracias a enormes recortes de
impuestos, esquemas generalizados de evasión
fiscal y políticas
comerciales y de inversión favorables a las empresas, o sea, se capturó a
la democracia, se sojuzgó a los gobiernos, se recortaron impuestos del estado
del bienestar por causar grandes déficit y se redireccionaron para beneficio
privado, todo esto antes del 2020.
Y aquí comienza la otra trampa, el
creer que la competencia existe y que no está plagada de monopolios, oligopolios
o empresas dominantes que fijan precios y cantidades en base a beneficios. Se
suele decir que la economía se desplomó durante la pandemia. Esto es en parte
cierto: aumentó la desocupación, cayeron los salarios y cerraron más de 22.000
empresas. Pero, para otros, fue inexistenteel desplome. La ganancia bruta
interanual de algunas grandes empresas en Argentina creció de manera sideral.
Así lo demuestran Mercado Libre, 389,1%; Los Grobo, 136,6%; Morixe, 110,1% y
Molinos Río de la Plata, 96,1%.
Un informe elaborado por el economista Claudio Lozano,
coordinador general del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas, destaca
que la capacidad del poder económico para incidir sobre los precios y capturar
los subsidios a la producción puestos en marcha en el marco de la emergencia
profundizó la desigualdad en el reparto de los ingresos de la economía. Empero,
esta capacidad sólo puede darse si existe una fuerte concentración en la
producción de bienes de consumo masivo en el país que invalida los mercados y
que dificulta la aplicación de políticas de precios si no hay acuerdos comunes
con estas marcas. Cómo hace un gobierno débil, pero democrático, para balancear
la inexistencia de un mercado, si las compañías están por la devaluación y
captación de los subsidios para sus beneficios.
El Centro de Economía Política
Argentina demostró la fuerte concentración, tomando la Encuesta Nacional de
Gasto de Hogares, elaborada por el INDEC, del rubro «alimentos y bebidas»
como el principal gasto que afrontan las familias, con una participación del
22,7% del total del desembolso de los hogares a nivel nacional.
La estructura de comercialización se conforma
por hipermercados, supermercados, mayoristas, tiendas de cercanía,
autoservicios y comercios tradicionales. Los hiper y los súper representan el
32% de las ventas, y según información de la Comisión Nacional de Defensa de la
Competencia, las grandes cadenas concentran alrededor del 80% de las ventas
totales del sector supermercadista en Argentina. Tres cadenas principales son
responsables de la mitad de las ventas del sector».
El 74% de la facturación de los
productos de la góndola se corresponden con 20 empresas que deciden qué comen,
y a qué precio, 45 millones de personas como muestra el cuadro.
Solo 10 empresarios poseen 27 de las
80 firmas de mayor facturación de Argentina y concentran el 35% de las ventas.
La producción de telecomunicaciones, cemento, aluminio, siderurgia,
electricidad, hidrocarburos, electrónica y alimentos están dominadas por
escasos conglomerados.
Para sintetizar, como se ve, el
mercado brilla por su ausencia, la actividad económica en contexto de altísima inflación permitió a las grandes
empresas obteneraltos márgenes de ganancias mientras los salarios reales caen con el ajuste fiscal. Si los
salarios pierden con la inflación y los mercados están dominados, la democracia
carece de capacidad de distribuir o generar un nuevo contrato social y de
regular el mercado y pactar precios acordes, lo que la pone en un predicamento,
ya que no puede dar soluciones. Generar y discutir un nuevo contrato social
sería pertinente para la sociedad, pero los ganadores del juego estarán de
acuerdo sólo cuando sus beneficios exploten.
Si no estás en Argentina
Donaciones El Tábano Economista
(PayPal)
https://paypal.me/tabanoeconomista?country.x=AR&locale.x=es_XC
Si estas en Argentina
Ayuda Cartonero ($800) http://mpago.la/1qGgKbx
Ayuda de monotributista
social ($1.600) http://mpago.la/2jct2yi
Ayuda de burguesía nacional
($3.000) http://mpago.la/2bvxWvD
O una donación voluntaria al
siguiente CBU del Banco Provincia de
Buenos Aires: (Alias: SANTA.BANANA.MURO)
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
Comentarios
Publicar un comentario