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En líneas generales sabemos que la
política tiene dos componentes ineludibles y complementarios: praxis y
dialéctica. Por un lado lo que se pretende hacer y lo que se hace, y por el
otro la síntesis teórico-argumentativa de esa praxis, en donde se incluyen sus
por qué, sus cómo y sus para quién. Cuando ambas categorías dejan de lado su
maridaje comenzando a actuar cada una por su lado, es inevitable la recreación
de realidades distintas y muchas veces opuestas, confusiones sociales que le
son muy propias y confortables a los paladares que disfrutan hasta el paroxismo
del dejillo antipolítico. Por eso los medios juegan un rol cardinal y sospecho
que fundacional de este nuevo formato sociopolítico que se percibe en este
inicio de milenio, boceto al que me atrevo a definir como “eristocracia”, (de
erística: gobierno de los que ganan los debates) ya que son las herramientas en
donde descansa masivamente la dialéctica, inciso que en el presente domina el
matrimonio a voluntad. De este modo se pueden exagerar y hasta exhibir, con
fines determinados, crisis en donde no las hay y apenas obtenidos esos fines
perseguidos enfatizar panaceas o progresos inexistentes. Y esto es fácilmente
admisible por la sociedad debido a que el trabajo de desgaste sufrido por la
praxis, sea por falencias propias o provocadas, ha logrado que las sociedades
observen a las palabras y sus incisos como la única parte de la política,
dejando a los hechos tangibles bajo sospecha. En la coyuntura la praxis ni
siquiera está sujeta a comicio más que como dato adicional, acaso de color, en
el presente impera la dialéctica de manera exclusiva. Se acepta – no se escoge
– un discurso, y menos se analiza si ese discurso está en línea con los actos y
la historia de quien lo emite. Como ejemplo podemos observar que la ciudadanía
rara vez o casi nunca censura a un legislador por su escaso compromiso con la
actividad, su irregular asistencia, su nula coherencia o su pobre
constricción al trabajo. Presta atención a su discurso no a su curso, y más si
ese discurso ratifica sus prejuicios.
Muchas veces hemos advertido un
extraño fenómeno que se entrecruza de manera violenta, esto es la percepción
individual y su relación con la observación colectiva, sobre todo en los
sectores medios. Durante el período 2012-2015 (segundo gobierno de Cristina
Fernández) la positiva percepción puertas adentro de cada hogar chocaba de
frente con la visión que ese mismo segmento tenía del colectivo Nación,
mientras que durante el período 2016-2019 (gobierno de Mauricio Macri) dicha
observación fue diametralmente opuesta. Aquí juega de manera capital la
instalación de un sentido común dogmático, tipo de abstracción tan sencilla y
básica que paraliza e impide todo tipo de resistencia crítica. Sofisma que
tiene la misma potencia que ostenta un dicho o un refrán, acervo cultural que
si bien resulta simpático en las mesas de café, son insostenibles a la hora de
un análisis debido a que todo dicho o refrán posee su poética refutación,
cuestión que poco se observa al momento del relato. Cuando la monada fascista
insiste en denostar el pensamiento crítico no lo hace porque ha decidido de la
noche a la mañana menoscabarse intelectualmente ante la sociedad, el objetivo
es alimentar la idea de que el análisis de la praxis no es competencia del
ciudadano, para eso están ellos y su dialéctica contra-fáctica.
Por eso es necesario no confundir,
hay una dialéctica que deriva de los hechos concretos y el eximio maridaje con
la praxis, conyugue que trata de descubrir, discutir, escrutar, ordenar y
exponer mediante la confrontación y el razonamiento argumentaciones lógicas en
la búsqueda de la síntesis, pero existe un idioma contra-fáctico dominante que
no deriva de los eventos sino de su interpretación, generalmente antojadiza e
interesada. A principios del siglo XX ya Theodor Adorno nos hablaba de una
“dialéctica negativa” y Jean Paul Sartre exponía que en el campo de la
controversia dialéctica la ambigüedad y el eufemismo, presentes de manera
ignominiosa en algunas ciencias y en la política, ignoraban el principio
fundamental el cual indica que lo primero es no hacer daño (“primum non nocere”).
El contra-fáctico o un contra-factual
es un condicional de múltiple intencionalidad en donde hasta el deseo y la
imaginación intervienen, es un razonamiento contra un hecho determinado con el
objeto de llegar a una conclusión conveniente. En las ciencias formales es
importante su presencia debido a que en el terrero de las hipótesis es una
herramienta de suma utilidad refutativa. No proporciona conocimiento,
simplemente forma parte del instrumental del científico. Cuando dicho sistema
lo trasladamos al análisis político observaremos que la herramienta contra-fáctica
es la más apetecida y utilizada para la construcción de sentido común “mass
media” y esto es así debido a que es de sencilla utilización y asimilación, un
sistema de espacios vacíos disponibles para el libre albedrío jugando con las
fantasías de un público cautivo.
Tristemente en la coyuntura, dentro
de la dialéctica política, se navega por los mares de los no sucesos para
ocultar los sucesos y esto trae implícito no solo la desinformación, situación
grave por cierto, sino además una paulatina deformación que apunta con
intención a un marcado analfabetismo político, un fenómeno que se reproduce con
suma intensidad y velocidad, revelación por el cual la erística, simplista y
contra-fáctica, formadora de sentido común, gana cada vez más espacios, incluso
dentro de la propia dialéctica ideológica de los partidos políticos.
En estos días leo y observo con suma
preocupación que muchos compañeros relativizan la influencia de los medios en
la sociedad, no solo dentro del campo político sino en la construcción de
pensamiento y sentido, cuestiones que impactan directamente en las elecciones
de vida, entre ellas las propias visiones políticas en función de determinados
valores que se pretenden instalar e incorporar por goteo en lugar de otros que
aparentemente eran indiscutibles. El argumento remanido que en el 2011 se ganó
con todos los medios en contra es falaz debido a que en esa coyuntura la
representación política de las corporaciones no estaba organizada como opción
de gobierno y conciencia de clase, como si lo estuvo tanto en el 2015 como en
estos días, por lo cual las condiciones no eran las mismas. Todo ariete,
fundamental para abrir flancos tiene eficacia si existe una estrategia detrás.
Cuando la tuvieron, el ariete hizo estragos. A fuerzas parejas gana el que
tiene el arma que desequilibra.
Podríamos definir “eristocracia”
como el gobierno de los que ganan los debates, más allá de los eventos, de
los hechos, de las políticas, de la realidad, es el gobierno de los que saben
utilizar y poseen los mecanismos comunicacionales más eficientes y sofisticados
para imponer la dialéctica, y en consecuencia su dialéctica, por sobre la
praxis. Para Sócrates y para Platón tienen la perversión de los sofistas,
Schopenhauer los calificaría de desleales, como se ve, nada nuevo han inventado;
el público se renueva, diría la eterna viuda de la contemporaneidad...
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