Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 59 FILOSOFÍA Los Poderes Políticos de la Razón… por Michel Foucault
El título suena pretencioso, lo sé.
Pero la razón de ello es precisamente su propia excusa. Desde el siglo XIX, el
pensamiento occidental jamás ha cesado en la tarea de criticar el papel de la
razón — o de la ausencia de razón — en las estructuras políticas. Resulta, por
lo tanto, perfectamente inadecuado acometer una vez más un proyecto tan amplio.
La propia multitud de tentativas anteriores garantiza, sin embargo, que toda
nueva empresa alcanzará el mismo éxito que las anteriores, y en cualquier caso
la misma fortuna. Heme aquí, entonces, en el aprieto propio del que no tiene
más que esbozos y esbozos inacabables que proponer. Hace ya tiempo que la
filosofía renunció tanto a intentar compensar la impotencia de la razón
científica, como a completar su edificio. Una de las tareas de la Ilustración
consistió en multiplicar los poderes políticos de la razón. Pero muy pronto los
hombres del siglo XIX se preguntaron si la razón no estaría adquiriendo
demasiado poder en nuestras sociedades. Empezaron a preocuparse de la relación
que adivinaban confusamente entre una sociedad proclive a la racionalización y
ciertos peligros que amenazaban al individuo y a sus libertades, a la especie y
a su supervivencia. Con otras palabras, desde Kant el papel de la
filosofía ha sido el de impedir que la razón sobrepase los límites de lo
que está dado en la experiencia; pero desde esta época — es decir, con el
desarrollo de los Estados modernos y la organización política de la sociedad — el
papel de la filosofía también ha sido el de vigilar los abusos del poder de la
racionalidad política, lo cual le confiere una esperanza de vida bastante
prometedora. Nadie ignora hechos tan banales. Pero el que sea banal no
significa que no existan. En presencia de hechos banales nos toca descubrir — o
intentar descubrir — los problemas específicos y quizás originales que
conllevan. El lazo entre la racionalización y el abuso de poder es evidente.
Tampoco es necesario esperar a la burocracia o a los campos de concentración
para reconocer la existencia de semejantes relaciones. Pero el problema,
entonces, consiste en saber qué hacer con un dato tan evidente.
¿Debemos juzgar a la razón? A mi modo
de ver nada sería más estéril. En primer lugar porque este ámbito nada tiene
que ver con la culpabilidad o la inocencia. A continuación porque es absurdo
invocar «la razón» como entidad contraría a la no razón. Y por último porque
semejante proceso nos induciría a engaño al obligarnos a adoptar el papel
arbitrario y aburrido del racionalista o del irracionalista. ¿Nos dedicaremos
acaso a investigar esta especie de racionalismo que parece específico de
nuestra cultura moderna y que tiene su origen en la Ilustración? Esta fue, me
parece, la solución que escogieron algunos miembros de la escuela de Fráncfort.
Mi propósito no consiste en entablar una discusión con sus obras, que son de lo
más importante y valioso. Yo sugeriría, por mi parte, otra manera de estudiar
las relaciones entre racionalidad y poder:
1- Pudiera resultar prudente no
considerar como un todo la racionalización de la sociedad o de la cultura, sino
analizar este proceso en diferentes campos, fundado cada uno de ellos en una
experiencia fundamental: locura, enfermedad, muerte, crimen, sexualidad, etc.
2- Considero que la palabra
«racionalización» es peligrosa. El problema principal, cuando la gente intenta
racionalizar algo, no consiste en buscar si se adapta o no a los principios de
la racionalidad, sino en descubrir cuál es el tipo de racionalidad que utiliza.
3- A pesar de que la Ilustración haya
sido una fase muy importante de nuestra historia y del desarrollo de la
tecnología política, pienso que debemos referirnos a procesos mucho más
alejados si queremos comprender cómo nos hemos dejado atrapar en nuestra propia
historia.
Tal fue la «línea de conducta» de mi
trabajo anterior: analizar las relaciones entre experiencias como la locura, la
muerte, el crimen, la sexualidad y diversas tecnologías del poder. Actualmente
trabajo sobre el problema de la individualidad, o más bien debería decir sobre
la identidad referida al problema del «poder individualizante».
Fuente: Bloghemia
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