Hace algunos años, el ciclista
italiano Michael Guerra hizo esta cabriola para superar a sus rivales. Aplicó
principios de Física y logró avanzar con comodidad, mientras los demás seguían
pedaleando y pedaleando.
Creo que es saludable incorporar de
una vez y para siempre que el conocimiento le gana siempre a la voluntad.
Yo no sé mucho acerca de ninguna
cosa; y por eso mi voluntad casi siempre es estéril.
Por todo esto, descreo de los que
dicen que hay que salir a poner esfuerzo para el logro de un fin: sobre todo
para alcanzar metas de supuesto aprovechamiento común; que normalmente
aprovechan a unos pocos vivillos. La verdad es que la inteligencia informada es
EL arma poderosa. Menos poderosa, por cierto, que la mediocridad; pero sí muy
muy poderosa.
Claro está que los que nos mandan a
movernos para la consecución de objetivos utilizan la inteligencia y el
conocimiento (acerca de lo que somos); y a la vez se aseguran de que no
alimentemos NUESTRA propia inteligencia, mientras nos movemos y ponemos todo el
esfuerzo del que somos capaces. Fruto de ese esfuerzo por sí solo ineficaz,
generamos una valiosa plusvalía apropiada por quienes, a la postre, percibimos
como "elegidos".
En un sistema virtuoso (en una
Comunidad Organizada, por ejemplo), esa desviación no debería ocurrir.
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En Argentina, 9 de cada 10 personas tienen teléfono celular (en rigor, para 2022 eran 89 personas de cada 100).
Ese aparato que actualmente
utilizamos casi todos brinda muchas más herramientas que las que tenía un
ejecutivo de los años 50, 60, 70, 80 e incluso de la década de 1990.
Gente que ha generado ENORMES
fortunas se valió, en su momento, de muchos menos recursos para desarrollar sus
ideas de progreso que las que hoy ofrece un teléfono celular adquirible a
crédito.
También sucede con la organización y
el éxito de las revoluciones modernas, de las cadenas humanitarias de volumen
internacional, de los hechos criminales a gran escala, de los movimientos de
paz más trascendentes y universales, de los alzamientos contra poderes
tiránicos, de los golpes de Estado, de los pasquines más rentables, de las
obras maestras de la literatura, de los trabajos que movilizaron los cambios
fundamentales de la ciencia: todos ellos han sido gestados y puestos en
práctica con infinitamente menos elementos de acceso al conocimiento, a la
comunicación y al cálculo que los que hoy nos da un "simple" teléfono
celular.
Eso prueba que hay sólo un
(contundente, irreversible) factor que impide la consagración de nuestros
proyectos individuales o colectivos: la mediocridad, que también es nuestra.
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Del "MANUAL DE ZONCERAS CONTEMPORÁNEAS"
Hoy: "El placer por el frío es
un privilegio de clase".
Ahora que están por venir los días de
espantoso calor, de cuerpo pegajoso y ropa mojada durante horas por la propia
transpiración, de olores corporales muchas veces nauseabundos y de todo lo que
conlleva el fenómeno de la temperatura superior a 24 grados sobre nuestras
miserias, me ha venido en decir esto que desde siempre consideré una zoncera,
que así llamo por no decir "estupidez" o alguna otra expresión con la
que el receptor aspiracional se suele ofender.
Advierto que escribí "el placer
por el frío es un privilegio de clase"; y en verdad no es de ese modo como
la gente que así piensa lo dice.
En el Milenio de la Simplificación,
lo que más se escucha es un borbollón de frases en las que a cada palabra se le
asigna una cantidad monstruosa de significados para no tener que pensar (como a
"cosa", por ejemplo); y entonces lo que más se oye es "el frío
es un privilegio de clase", y no "el placer por el frío..." etc.
En una práctica del habla donde el latiguillo "¿entendés?" refuerza
tanto nuestra imposibilidad de expresar cuanto la incapacidad genérica de
comprender que normalmente padece el interlocutor, todo se da por
sobrentendido; es decir, por no entendido, que a esta altura de la involución
da lo mismo.
Un privilegio de clase es una
prestación que el campo de interacciones personales, en igualdad o similitud de
situaciones, concede a unos en razón del estatus que detenta, el origen o la
clase social a la que pertenece por estructura predominantemente cultural, y
niega a otros por las mismas razones y en sentido jerárquico.
Por ejemplo: el acceso a la
judicatura. Es mucho más probable que, a igualdad de conocimientos y
capacidades entre diferentes individuos, en una sociedad no igualitaria el
sistema nombre jueces y juezas pertenecientes a las clases patricias. Una de
las "leyes de Cristina" más resistidas es, precisamente, la de acceso
igualitario al Poder Judicial: jamás pudo aplicarse.
Salvo excepciones, ser juez en
Argentina es un privilegio de clase. En la provincia de Mendoza, incluso, hay
una magistrada de la Suprema Corte local que no cumple objetivamente uno de los
requisitos "sine qua non" para ser elegida jueza de ese alto
tribunal, que es el de haber ejercido al menos 10 años la profesión de abogado.
Su nombramiento fue un privilegio político de clase dentro de un contexto
feudal, en el que el poder político real se concede y reconoce -incluso por la
mayoría sojuzgada- como un privilegio de clase.
Los mayores grados de libertad
también son privilegios de clase. La clase media, por ejemplo, es menos libre
que las clases altas y altísimas, que son las que en general emiten las normas
que la clase media debe acatar. Por ejemplo: la clase media no es libre de no
pagar impuestos o de vacacionar cuando quiere (aunque tenga el dinero para
hacerlo), o de "by-passearse" la ley sin consecuencias para su
patrimonio o su libertad, o de imponerle conductas a nadie. Las clases altas sí
tienen esa libertad en idénticas situaciones; y en consecuencia ese
"quantum" de posibilidades es un privilegio de clase.
Para el ejercicio de los panoramas
que otorgan los privilegios de clase, NO HACE FALTA DINERO; o, más bien, no
tercia el dinero en estas cuestiones.
Comprendo que uno diga "yo no
aspiro a casarme con una persona de la clase más alta"; pero eso es más
bien una resignación, una defensa psíquica. Uno nunca sabe a quién va a amar.
Lo que sí sabemos es que por más hermoso que sea el Rey de España, no tenemos
ni media chance de vivir un romance. La suerte que finalmente corrió Lady Di es
un ejemplo que confirma: hay muchos otros. El poder de clase se articula
SIEMPRE en defensa de sus privilegios; porque, precisamente, el poder PUEDE.
El frío, o el placer por el frío, en
este contexto, jamás puede ser "un privilegio de clase". Para
calentarse en invierno, hace falta nada más que dinero. No seremos excluidos por
la compañía de gas o de electricidad si pagamos la tarifa; como sí seríamos
excluidos (al menos yo) de la posibilidad de integrar una familia
tradicionalmente privilegiada, únicamente por qué sonido tiene nuestro
apellido.
Por supuesto, no tener ese dinero es
espantoso y conduce al padecimiento de necesidades: ahí debe actuar el Estado
que nos gustaría construir y que por imposibilidades cruzadas por el egoísmo no
podemos: un Estado que reconozca que donde hay una necesidad nace un derecho y
que actúe intentando equiparar las desigualdades construidas (aunque no nos
guste) por todos nosotros.
Lejos de ser una sutileza, esta
cuestión conecta con un problema esencial que al menos la clase media que
conozco (la que trajo a Macri al poder y nos sumió en los dolores que hoy
estamos viviendo) ostenta todo el tiempo y edifica como máscara grotesca.
Esa clase media, que venía de
vacacionar en Brasil en los 90, de recorrer Europa por el Eurail Pass, de
fundirse (y hasta morirse) en el 2001 y de resurgir con más derechos gracias a
las políticas implementadas durante el período 2003-2015, cree que es
suficiente tener dinero para obtener privilegios. Y por esos errores que sin
dudas provienen de su miseria ancestral, pendularmente trae a la derecha,
creyendo que por pagarse a crédito un asiento en Business, endeudarse
obscenamente para comprar una camioneta de campo o proveer fiesta de 15 +
Disney por esa coyuntura cristinista, ya estaba "habilitada" para
cubrir su sueño patricio. M'hijo el Dotor era un infame, Florencio Sánchez era
un genio.
Y la resistencia a toda esa miseria
también cree que todo aquello que da la plata es un privilegio de clase; y
entonces, si te gusta el frío y el calor te parece una tortura, sos un
clasista, o sos "antipopular", o cualquier otro montón de
simplificaciones que provienen de la ceguera.
No sé para qué estoy diciendo estas
cosas. "Para qué" es una pregunta diabólica.
Quizás me esté expresando con la
misma liviandad y la misma ignorancia con que vez a vez me espetan que no me
debería gustar el frío porque el frío es un privilegio de clase. O sea que
debería afrontar la cuenta de gas (en mi caso, de energía eléctrica o de
garrafa, porque no tengo conexión de gas natural) en silencio y hasta quizás
con culpa.
¿En qué clasificación entra la gente
como yo, sin un peso, que araña el ingreso mínimo vital y móvil, sin bienes
relevantes, que no viaja ni come fuera de casa, que no tiene automóvil porque
no lo puede mantener, que no tiene capacidad de crédito porque nadie se lo
otorga, que debe pensarlo muchas veces antes de comprarse una camisa o un par
de zapatos, que no es capaz de afrontar una compra semanal de supermercado, que
está a una decisión de alguien de quedarse en la calle, y a la cual LE ENCANTA
EL FRÍO y detesta los líquidos inmundos del verano, que impiden la
civilización? ¿"Carnero"? ¿"Oligarca"? ¿"Mentiroso de
la Justicia Social"? ¿DESCLASADO?
¿No será que la lucha a veces se
proyecta sobre escenarios ridículos?
*Eddy W. Hopper. Abogado
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