Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 59 COMENTARIOS ODIOSOS… por Eddy W. Hopper

 


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Hace algunos años, el ciclista italiano Michael Guerra hizo esta cabriola para superar a sus rivales. Aplicó principios de Física y logró avanzar con comodidad, mientras los demás seguían pedaleando y pedaleando.

Creo que es saludable incorporar de una vez y para siempre que el conocimiento le gana siempre a la voluntad.

Yo no sé mucho acerca de ninguna cosa; y por eso mi voluntad casi siempre es estéril.

Por todo esto, descreo de los que dicen que hay que salir a poner esfuerzo para el logro de un fin: sobre todo para alcanzar metas de supuesto aprovechamiento común; que normalmente aprovechan a unos pocos vivillos. La verdad es que la inteligencia informada es EL arma poderosa. Menos poderosa, por cierto, que la mediocridad; pero sí muy muy poderosa.

Claro está que los que nos mandan a movernos para la consecución de objetivos utilizan la inteligencia y el conocimiento (acerca de lo que somos); y a la vez se aseguran de que no alimentemos NUESTRA propia inteligencia, mientras nos movemos y ponemos todo el esfuerzo del que somos capaces. Fruto de ese esfuerzo por sí solo ineficaz, generamos una valiosa plusvalía apropiada por quienes, a la postre, percibimos como "elegidos".

En un sistema virtuoso (en una Comunidad Organizada, por ejemplo), esa desviación no debería ocurrir.

 


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En Argentina, 9 de cada 10 personas tienen teléfono celular (en rigor, para 2022 eran 89 personas de cada 100).

Ese aparato que actualmente utilizamos casi todos brinda muchas más herramientas que las que tenía un ejecutivo de los años 50, 60, 70, 80 e incluso de la década de 1990.

Gente que ha generado ENORMES fortunas se valió, en su momento, de muchos menos recursos para desarrollar sus ideas de progreso que las que hoy ofrece un teléfono celular adquirible a crédito.

También sucede con la organización y el éxito de las revoluciones modernas, de las cadenas humanitarias de volumen internacional, de los hechos criminales a gran escala, de los movimientos de paz más trascendentes y universales, de los alzamientos contra poderes tiránicos, de los golpes de Estado, de los pasquines más rentables, de las obras maestras de la literatura, de los trabajos que movilizaron los cambios fundamentales de la ciencia: todos ellos han sido gestados y puestos en práctica con infinitamente menos elementos de acceso al conocimiento, a la comunicación y al cálculo que los que hoy nos da un "simple" teléfono celular.

Eso prueba que hay sólo un (contundente, irreversible) factor que impide la consagración de nuestros proyectos individuales o colectivos: la mediocridad, que también es nuestra.

 

 

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Del "MANUAL DE ZONCERAS CONTEMPORÁNEAS"

Hoy: "El placer por el frío es un privilegio de clase".

Ahora que están por venir los días de espantoso calor, de cuerpo pegajoso y ropa mojada durante horas por la propia transpiración, de olores corporales muchas veces nauseabundos y de todo lo que conlleva el fenómeno de la temperatura superior a 24 grados sobre nuestras miserias, me ha venido en decir esto que desde siempre consideré una zoncera, que así llamo por no decir "estupidez" o alguna otra expresión con la que el receptor aspiracional se suele ofender.

Advierto que escribí "el placer por el frío es un privilegio de clase"; y en verdad no es de ese modo como la gente que así piensa lo dice.

En el Milenio de la Simplificación, lo que más se escucha es un borbollón de frases en las que a cada palabra se le asigna una cantidad monstruosa de significados para no tener que pensar (como a "cosa", por ejemplo); y entonces lo que más se oye es "el frío es un privilegio de clase", y no "el placer por el frío..." etc. En una práctica del habla donde el latiguillo "¿entendés?" refuerza tanto nuestra imposibilidad de expresar cuanto la incapacidad genérica de comprender que normalmente padece el interlocutor, todo se da por sobrentendido; es decir, por no entendido, que a esta altura de la involución da lo mismo.

Un privilegio de clase es una prestación que el campo de interacciones personales, en igualdad o similitud de situaciones, concede a unos en razón del estatus que detenta, el origen o la clase social a la que pertenece por estructura predominantemente cultural, y niega a otros por las mismas razones y en sentido jerárquico.

Por ejemplo: el acceso a la judicatura. Es mucho más probable que, a igualdad de conocimientos y capacidades entre diferentes individuos, en una sociedad no igualitaria el sistema nombre jueces y juezas pertenecientes a las clases patricias. Una de las "leyes de Cristina" más resistidas es, precisamente, la de acceso igualitario al Poder Judicial: jamás pudo aplicarse.

Salvo excepciones, ser juez en Argentina es un privilegio de clase. En la provincia de Mendoza, incluso, hay una magistrada de la Suprema Corte local que no cumple objetivamente uno de los requisitos "sine qua non" para ser elegida jueza de ese alto tribunal, que es el de haber ejercido al menos 10 años la profesión de abogado. Su nombramiento fue un privilegio político de clase dentro de un contexto feudal, en el que el poder político real se concede y reconoce -incluso por la mayoría sojuzgada- como un privilegio de clase.

Los mayores grados de libertad también son privilegios de clase. La clase media, por ejemplo, es menos libre que las clases altas y altísimas, que son las que en general emiten las normas que la clase media debe acatar. Por ejemplo: la clase media no es libre de no pagar impuestos o de vacacionar cuando quiere (aunque tenga el dinero para hacerlo), o de "by-passearse" la ley sin consecuencias para su patrimonio o su libertad, o de imponerle conductas a nadie. Las clases altas sí tienen esa libertad en idénticas situaciones; y en consecuencia ese "quantum" de posibilidades es un privilegio de clase.

Para el ejercicio de los panoramas que otorgan los privilegios de clase, NO HACE FALTA DINERO; o, más bien, no tercia el dinero en estas cuestiones.

Comprendo que uno diga "yo no aspiro a casarme con una persona de la clase más alta"; pero eso es más bien una resignación, una defensa psíquica. Uno nunca sabe a quién va a amar. Lo que sí sabemos es que por más hermoso que sea el Rey de España, no tenemos ni media chance de vivir un romance. La suerte que finalmente corrió Lady Di es un ejemplo que confirma: hay muchos otros. El poder de clase se articula SIEMPRE en defensa de sus privilegios; porque, precisamente, el poder PUEDE.

El frío, o el placer por el frío, en este contexto, jamás puede ser "un privilegio de clase". Para calentarse en invierno, hace falta nada más que dinero. No seremos excluidos por la compañía de gas o de electricidad si pagamos la tarifa; como sí seríamos excluidos (al menos yo) de la posibilidad de integrar una familia tradicionalmente privilegiada, únicamente por qué sonido tiene nuestro apellido.

Por supuesto, no tener ese dinero es espantoso y conduce al padecimiento de necesidades: ahí debe actuar el Estado que nos gustaría construir y que por imposibilidades cruzadas por el egoísmo no podemos: un Estado que reconozca que donde hay una necesidad nace un derecho y que actúe intentando equiparar las desigualdades construidas (aunque no nos guste) por todos nosotros.

Lejos de ser una sutileza, esta cuestión conecta con un problema esencial que al menos la clase media que conozco (la que trajo a Macri al poder y nos sumió en los dolores que hoy estamos viviendo) ostenta todo el tiempo y edifica como máscara grotesca.

Esa clase media, que venía de vacacionar en Brasil en los 90, de recorrer Europa por el Eurail Pass, de fundirse (y hasta morirse) en el 2001 y de resurgir con más derechos gracias a las políticas implementadas durante el período 2003-2015, cree que es suficiente tener dinero para obtener privilegios. Y por esos errores que sin dudas provienen de su miseria ancestral, pendularmente trae a la derecha, creyendo que por pagarse a crédito un asiento en Business, endeudarse obscenamente para comprar una camioneta de campo o proveer fiesta de 15 + Disney por esa coyuntura cristinista, ya estaba "habilitada" para cubrir su sueño patricio. M'hijo el Dotor era un infame, Florencio Sánchez era un genio.

Y la resistencia a toda esa miseria también cree que todo aquello que da la plata es un privilegio de clase; y entonces, si te gusta el frío y el calor te parece una tortura, sos un clasista, o sos "antipopular", o cualquier otro montón de simplificaciones que provienen de la ceguera.

No sé para qué estoy diciendo estas cosas. "Para qué" es una pregunta diabólica.

Quizás me esté expresando con la misma liviandad y la misma ignorancia con que vez a vez me espetan que no me debería gustar el frío porque el frío es un privilegio de clase. O sea que debería afrontar la cuenta de gas (en mi caso, de energía eléctrica o de garrafa, porque no tengo conexión de gas natural) en silencio y hasta quizás con culpa.

¿En qué clasificación entra la gente como yo, sin un peso, que araña el ingreso mínimo vital y móvil, sin bienes relevantes, que no viaja ni come fuera de casa, que no tiene automóvil porque no lo puede mantener, que no tiene capacidad de crédito porque nadie se lo otorga, que debe pensarlo muchas veces antes de comprarse una camisa o un par de zapatos, que no es capaz de afrontar una compra semanal de supermercado, que está a una decisión de alguien de quedarse en la calle, y a la cual LE ENCANTA EL FRÍO y detesta los líquidos inmundos del verano, que impiden la civilización? ¿"Carnero"? ¿"Oligarca"? ¿"Mentiroso de la Justicia Social"? ¿DESCLASADO?

¿No será que la lucha a veces se proyecta sobre escenarios ridículos?




*Eddy W. Hopper. Abogado


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