Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 58 ECONOMÍA Big Tech, el dominio de la economía del Siglo XXI… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
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La tecnología puede ser un sirviente provechoso
o un amo peligroso
En agosto de 2020, cuando la
administración Trump prohibió a los empleados de agencias gubernamentales de
EE.UU. usar TikTok y WeChat, China dijo que podría prohibir el uso de
iPhones como represalia. El gobierno chino tardó más de tres años en ordenar a
sus funcionarios que no lleven iPhones a la oficina ni sean utilizados para
trabajar. La prohibición coincidió de manera notable con la campaña de los
medios estatales chinos para promover el lanzamiento del Mate60 Pro de Huawei
Technologies, un celular equipado con un chip de 7 nanómetros -Kirin 9000-.
producido por la empresa local Semiconductor Manufacturing International Corp
(SMIC).
Muchos productos Apple se fabrican en
China. Sin embargo, la situación parece haber cambiado después de que la
terciarazada Foxconn de Taiwán, que manufactura los productos Apple, trasladara
algunas de sus líneas de producción de China a Vietnam y la India en los
últimos dos años, es decir, deslocalizara la relocalización. La batalla que
aparece en primer plano tiene que ver con la posibilidad que China pueda
producir un chip de 7 nanómetros; lo que está por atrás, son las redes sociales
y el nuevo funcionamiento de la economía global.
Después del ataque del 6 de
enero del 2021 al Capitolio de los Estados Unidos por parte de alborotadores,
empeñados en evitar que el Congreso certificara la victoria electoral del
presidente Biden, las principales plataformas sociales comenzaron a ejercer su
poder. Facebook, Twitter, YouTube, Instagram, desconectaron las cuentas del
presidente Donald Trump. Las empresas citaron reglas internas sobre el uso indebido de sus
plataformas. En ese entonces Donald Trump tenía en sus cuentas: 89 millones de seguidores en Twitter, 35 millones en Facebook y 24
millones en Instagram. Para tener una idea, el programa de política en horario
central más visto de la tv estadounidense en FoxNews tenía 3 millones de
espectadores, es decir, Trump no necesitaba de los medios convencionales.
Aun así, lo cierto es que las redes
no sólo desmaterializaron al presidente de la mayor potencia mundial, sino que
distrajeron la atención entre dos temas centrales. Por un lado, la capacidad
monopólica de sus empresas y, por otro, su anhelo de autorregulación de las
redes, lo que la Corte Suprema americana llamó “la plaza pública moderna”,
donde los oradores tienen derecho a exigir acceso a sus plataformas del mismo
modo que tienen derecho a participar de debates en públicos.
Así mismo, lo que está en el centro
de esta puja es afianzar la nueva economía del siglo XXI, para lo cual tener el
dominio de las redes sociales es terminar con el espejismo del mercado, incluir
en la función de producción al consumidor, lo que no puede hacerse sin que los
usuarios transfieran a las redes sociales todos sus datos personales, sus
gustos, preferencias, informes de su salud, proyectos de vida, y que todo esto
lo realicen de manera libre, voluntaria, sistemática, cotidiana y,
además, gratuita. Es exactamente eso lo que hacen las redes sociales y las
aplicaciones de internet. Son, literalmente, la función consumo, sus preferencias
cotidianas, sus opiniones políticas, sus círculos sociales. Quien las gobierne
dominara la economía y la política del siglo XXI.
Dado que todo está entrelazado,
comenzaremos por lo más simple. El Departamento de Justicia de los Estados
Unidos ha preparado durante algo más de tres años el expediente para sentar en
el banquillo de los acusados a la multinacional tecnológica estadounidense
Google, acusada de abusar de su posición dominante, en el que es el primer
juicio antimonopolio desde la irrupción de internet. El Departamento de
Justicia argumenta que Google desbancó a sus empresas competidoras gracias a
pagar miles de millones de dólares a proveedores de servicios inalámbricos,
desarrolladores de navegadores y fabricantes de dispositivos. Con estos
suculentos contratos, se garantizaba que su motor de búsqueda ocupase -y así
sigue siendo- un lugar destacado en teléfonos móviles, tablets y ordenadores de
todas las marcas. Lo mismo ocurre con Android, el segundo sistema operativo más
utilizado del mundo y, por casualidad, propiedad también de Google. Como
resultado y según desarrolla el texto de la denuncia, Google llegó a dominar el
mercado “representado casi el 90 % de todas las consultas de motores de
búsqueda generales en los Estados Unidos” y cerca del 91% por ciento de las
consultas a nivel internacional, según la empresa de análisis de datos SimilarWeb.
Como intentará demostrar el
Departamento de Justicia, el mercado se ausentó por cuestiones de dinero, pero
no sólo en las búsquedas está el problema, sino en los resultados que arroja.
La expresidenta y actual vice de la Argentina demandó a Google por una sencilla
razón: durante unas horas de 2020, si se escribía su nombre en el buscador, la
respuesta principal era una foto acompañada de una leyenda quela presentaba
como «Ladrona de la Nación Argentina». Google terminó perdiendo la
batalla jurídica por limpiar el nombre de la vicepresidenta argentina.
Ahora, no es sólo la respuesta de
esta búsqueda en particular, se podría replicar al infinito para direccionar al
usuario. Si uno pone Milton Friedman en el buscador de Google, la averiguación
es posible que lo lleve como primera opción a Wikipedia, y en ella los datos
del conservador economista de Chicago lo detallan como: “ganador del Premio Nobel de Economía de 1976 y una de las
principales figuras y referentes del liberalismo” Lo extraño es que
el Premio Nobel de Economía no existe. Pero si la pesquisa es sobre Joseph
Stiglitz el buscador también lo llevara a Wikipedia y le dirá “que fue
laureado con el Premio del Banco de Suecia en
Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel (2001)”, verdadero nombre
del premio. En qué se diferencian ambos economistas para que uno gane el Nobel
y el otro el Premio del Banco Central Sueco, es que el último es conocido por
su visión crítica de la globalización y la economía de libre mercado.
La segunda parte de este rompecabezas
tiene que ver con quién regula las redes sociales. La capacidad de las redes
sociales en intervenir en las elecciones es conocida, no sólo de Estados
Unidos, sino en el Reino Unido (Brexit), Argentina, Brasil etc. La Comisión
Federal de Comercio de los EE.UU. multó a Facebook con 5 mil millones de
dólares. Se le acusa de haber compartido de manera inapropiada los datos
de 87 millones de usuarios con la firma de consultoría política
Cambridge Analytica. Por su parte, Google fue multado 400 millones de
dólares por una demanda de un grupo de 40 estados por las acusaciones de
que las búsquedas y la publicidad rastrearon ilegalmente la ubicación de
sus usuarios. Sin olvidar que Google cedió datos a la Agencia Central de
Inteligencia (CIA) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), entre otras, para
beneficio de sus propios intereses, información y datos, que, de hecho,
sirvieron para influir en las tendencias y los humores de los votantes. Todos
juegan, todos espían o ayudan a sus preferidos.
Por ese entonces, Kamala Harris, la
actual vicepresidenta estadounidense, se retiraba de la interna demócrata por
tener sólo el 1% de los votos. Cuando fue convocada por Biden, los magnates de
las Big Tech respiraron tranquilos. Harris mantiene fuertes lazos con Silicon Valley
más allá de haber nacido y haberse educado en San Francisco. De su cercanía
surgió la idea de un acuerdo. Las tecnológicas apoyarían la campaña de los
demócratas y ellos se comprometían a votar porque las empresas se autorregulen
y no sea el gobierno quien imponga un marco regulatorio.
Como vimos, las plataformas pueden
sancionar personas o beneficiarlas, ayudar a ganar elecciones a quien les
simpatice o pague por sus servicios. Dado que las plataformas generalmente no
crean su contenido, sostienen que no son responsables de lo que los usuarios
producen y, por lo tanto, están exentas de la difamación y otras leyes y
regulaciones que rigen los medios tradicionales, como los periódicos y la
televisión, pero no en la sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones. En otras palabras, son
plataformas para la libertad de expresión y no asumen ninguna responsabilidad
por lo que comunican sus usuarios. Los “usuarios” pueden machacar con que
alguien es corrupto y la plataforma que difunde los comentarios no tiene nada
de responsabilidad.
Esta afirmación es correcta en la
medida en que crean poco contenido propio, que no existan trolls, que los
contenidos no sean pagos, etc. Esta sería la cara política mezclada con el
aporte del modelo económico. Aun así, aquí la trampa está en que reglas
explícitas sobre lo que está o no permitido en estas plataformas, son
protocolos redactados por sus dueños e implementas sólo cuando es necesario.
Quién y por qué se aplican es motivo de discusión. Que ultraderechistas monten
mentiras y campañas de odio está permitido, pero quizás una frase vetada
conforme algunas restricciones impuestas por YouTube te quitará de esa
plataforma, por nombrar al Ministro de Guerra ruso, por ejemplo.
Ahora bien, volvamos a la economía en
cuanto a las redes sociales. En el siglo XIX y XX el concepto de “mercado” pasó
de ser un espacio social destinado al intercambio entre vendedores y
compradores a partir de un sistema de precios, a transformarse en una esfera de
regulación social y validación de decisiones políticas. Para el neoliberalismo
el mercado no solo permite el encuentro entre oferta y demanda, sino que,
además, ratifica a la sociedad en sus decisiones políticas y su capacidad de
regularse a sí misma.
El valor de las mercancías tendría
que ver, según el artículo las Transformaciones en el capitalismo de
la información, con
que el mercado pasó a ser el centro desde el cual los consumidores asignan el
valor de sus decisiones supuestamente racionales, con perfecta información de
manera autónoma y libre en un contexto de total independencia. Los consumidores
adquieren mercancías en función de un concepto que tiene un fuerte componente
metafísico: las preferencias reveladas. Nace para la teoría económica
moderna, en homo economicus.
Para la oferta y la demanda, el
precio constituye una información que les permite tomar decisiones que se
consideran racionales. Todas esas decisiones, que se toman de manera libre,
autónoma y soberana en el mercado, conducen, finalmente, al equilibrio general
de toda la sociedad, porque se premió a algunos o se castigó a otros, por lo
que mercado termina autorregulándose y asignando perfectamente los recursos.
Un economista llamado Leon Walras, a
fines del siglo XIX, ideó el concepto de equilibrio general. Se llama así
porque en él coinciden, a saber, los tres mercados más importantes: el mercado
de trabajo, el mercado de capitales y el mercado de bienes y servicios. Si dos
mercados están en equilibrio, el tercero también lo estará. La oferta y la
demanda se funden de forma natural y espontánea y arriban al equilibrio en
función de su capacidad de autorregulación. En este enfoque de la teoría
económica moderna, quien puede desplazar a la economía de sus posiciones de
equilibrio general modificando los precios, es habitualmente, el Estado.
Según el artículo mencionado antes,
“las nuevas tecnologías están logrando lo que a primera vista puede ser
imposible: que las empresas puedan conocer de tal forma al consumidor que
puedan registrarlo, inscribirlo y adecuarlo a sus propios modelos de negocios
como un vector de su modelo de gestión”. Es decir, las corporaciones se
desprenden de la producción, esto es, que produzcan una empresa terciarizada,
Foxconn en el caso de Apple, mientras ella se dedicada a conocer y administrar
las preferencias del consumidor. El desarrollo de las tecnologías de la
información, con la expansión de las redes sociales permite hacer algo que era
imposible en el siglo XX: individualizar su producción y llegar a tal
conocimiento de la demanda que pueden generar patrones de comportamiento en los
consumidores para inscribirlos dentro de sus propios modelos de gestión y de
negocios.
La invención del mercado ha ido
mejorando a cada paso, sobre todo cuando los mercados se volvieron controlados,
monopolios, pero no es menos cierto que presentaban con un enorme signo de
interrogación e incertidumbre. Es por ello que las empresas han invertido
tanto en el conocimiento, comprensión y predicción de las tendencias del
mercado. Es por ello, también, que se han desarrollado campos analíticos como
la neuroeconomía y la economía del comportamiento, porque todos buscan intuir
de la manera más cierta la forma por la cual se comportarán los mercados para
poder reducir la incertidumbre, los gastos asociados a ella y, por ende,
incrementar su rentabilidad.
La idea es reducir a cero la
incertidumbre. Para estas corporaciones de la sociedad de la información, los
consumidores ya no representan ningún misterio. Ellas saben qué sienten, qué
necesitan, qué les gusta, qué no les gusta, cómo distribuyen su tiempo, cuáles
son sus deseos, sus paranoias, sus excesos y cuáles sus debilidades, etc. Estas
corporaciones tienen la posibilidad de desarrollar una especie de mapa
cognitivo, afectivo, fisiológico e intelectual de todos y cada uno de sus
consumidores reales y potenciales. Entonces, el desafío ya no consiste tanto en
producir algo sino que el consumidor sea parte, esté dentro de la empresa, y
para ello se necesita de información.
La empresa ya no solo produce un bien
o un servicio, sino que también produce al consumidor de ese bien y de ese
servicio. Las corporaciones tienen información del número de pasos que ha dado
una persona en un día determinado a través de su teléfono, de los circuitos
urbanos o rurales que ha recorrido, las compras que ha realizado, lo que necesita
adquirir y de lo que habla con sus amistades acerca de lo que desearía. El
volumen de información es tan grande y las posibilidades de integrarlas de
manera consistente es tan vasta que se necesitan recursos tecnológicos
gigantescos para hacerlo, y resulta tan complicado que se genera
la inteligencia artificial, como un algoritmo que tenga capacidades
heurísticas y probabilísticas para poder manejar la información que los
consumidores diariamente exponen en las redes sociales.
Un ejemplo del artículo comentado es
revelador. Las corporaciones de ropa deportiva, como Nike, Puma o Adidas, entre
otras, “han logrado influir sobre la subjetividad de millones de personas que
se han convertido en usuarios permanentes de eventos deportivos y que adquieren
una serie de gadgets, ropa deportiva y uso de aplicaciones que les obligan a
cambiar sus rutinas diarias de vida. Este comportamiento de las personas,
aparentemente autónomo, en realidad se integra a las necesidades de las
corporaciones cuando ellas saben exactamente lo que piensan y sienten estas
personas y los motivan a que adopten ciertos comportamientos, entre ellos, el
uso del gimnasio y sus rutinas.”
Nike, por ejemplo, pasó de la
producción de artículos deportivos a la gestión de la marca, y de ahí a la
formación y administración de conductas. Y lo han logrado porque tienen a su
disposición algo que no existía en el siglo XIX, cuando tomó forma la teoría de
los mercados y del equilibrio general. Ahora tienen información real y
permanente de todos y cada uno de los consumidores. Ya no produce,
internaliza al consumidor y terciariza la producción; ya no depende de la
oferta y la demanda para determinar el precio. En la externalización de la
producción, la corporación se queda con la marca, de ahí la importancia del
derecho a la propiedad intelectual y los tribunales de conciliación y arbitraje
para diferencias relativas a las inversiones. Son, de hecho, sus
subcontratistas los que finalmente producen todo lo que estas corporaciones
negocian.
Pero esos subcontratistas, a su vez,
tienen a su disposición una fuerza de trabajo abundante, barata, precarizada y
que, gracias a las zonas especiales de desarrollo económico, no tiene capacidad
política de interferir en la producción porque tienen prohibida toda forma de
sindicalización. La economía ya no pasa por producir, pasa por las redes
sociales y conocer a los consumidores. Gracias por poner sus datos, subir sus
fotos, mostrar sus necesidades. Si te gustó el artículo, dale like…
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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