Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 58 Patoruzú e Isidoro, los cañones de Quinterno … por Juan Sasturain
Cuando el mítico Dante Quinterno
murió, en 2003, la noticia llegó tarde o al menos enrarecida. Es que tenía 93
años y, como suele suceder en casos como el suyo, mucha gente, incluso la que
sabía que era “el de Patoruzú”, suponía que estaba muerto hacía tiempo. Sin
cara y sin voz (casi no dio reportajes, ni se dejó fotografiar por largos
años), estaba alejado del que había sido su obsesivo universo de creación y
trabajo. El notable dibujante era al final, y por propia decisión, una marca
editorial (como Columba), luego de haber sido durante mucho tiempo para la
historia del humor, la historieta y la industria gráfica argentina un creador
insoslayable.
El caso de Quinterno es
interesantísimo. Singular y ejemplar a la vez. Su vida profesional se confunde,
coincide, casi exactamente durante tres décadas (1925-1955) con lo mejor de la
historia de la historieta y el humor gráfico local. Es el primer grande,
definitivamente. Y lo que enseguida salta a la vista del curioso investigador
es la extraordinaria precocidad, el talento artístico (notable dibujante, gran
narrador) y la visión (la voluntad constructiva, comercial y empresaria).
Quinterno nació antes del Centenario
(es de 1909, un año menor que Frondizi, dos que Homero Manzi) y a los catorce
ya era un dibujante excelente que publicaba en las revistas. Creció, apurado
adolescente, y se formó en la Buenos Aires de laburantes y bohemios que
describe el tango, que emocionan el fútbol y el boxeo, que pinta el sainete,
que nombran los poetas de Borges a Tuñón. Es el país y la ciudad que vive el
postrer apogeo económico del esquema de los ganados y las mieses, antes de la
crisis política y económica del año ’30.
Se sabe que el pibe Quinterno
aprendió y se formó junto al famosísimo Mono Taborda y que, tras la temprana muerte
de éste, ayudó a Arturo Lanteri, otro consagrado. Pero el chico los superó de
inmediato: a partir de los dieciséis impuso sus propios personajes porteños,
plenos de observaciones costumbristas –Panitruco, Don Fermín, Manolo Quaranta–;
antes de los veinte ya era un profesional exitoso que empezaba a tallar en los
grandes diarios con sus arribistas –Don Gil Contento y Julián de Monte Pío– y
apenas cinco años después era el dueño de la pluma mayor y la pelota. Quinterno
tiene todas las características del pionero, del tipo emprendedor de frontera
que descubre un espacio y lo llena con ambición, trabajo y creatividad. Es
alguien que se inventa a sí mismo, generando una obra (en todos los sentidos) y
que desde el principio es consciente de sus potencialidades.
Su creación absoluta, el personaje de
Patoruzú (que nace, crece, muta y se muda nerviosamente de uno a otro de los
diarios más dinámicos de la época –Crítica, La Razón, El Mundo– hasta
constituirse en un auténtico fenómeno de popularidad), está en la base de todo.
Después, una vez obtenidos, no sin pelear, los plenos derechos de propiedad
intelectual y explotación comercial de marca y personaje, Quinterno se
independiza y comienza a construir lo que será su vigoroso imperio al fundar,
alrededor del indio, revista, editorial y sindicato propios (“sindicato” en el
sentido del syndicate norteamericano: agencia propietaria y distribuidora
universal de sus historietas y personajes).
Es que el joven Quinterno, formado
mirando a los autores de la época dorada norteamericana –del hierático McManus
de “Bringing up Father” (modelo en “Panitruco”), al principio, a la modernidad
dinámica de Dirks, Rube Goldberg y De Beck, y sobre todo Segar, después–, tiene
un modelo definitivo y superador de todos, que va más allá de las afinidades de
trazo: Walt Disney.
Si hay que buscarle un paralelo,
Quinterno es nuestro Disney. Pero se recorta sobre ese modelo, no sólo porque
el ritmo y el clima de las primeras aventuras disparatadas de Patoruzú (como
“El águila de oro”) le deben mucho a Floyd Gottfredson, el genial responsable
de Mickey de esos años, sino por los gestos que van más allá de la imaginación
gráfica, que hacen a su concepción integral del negocio. Por algo a principios
de los ’30 –un muchacho aún– viaja a Estados Unidos en peregrinación iniciática
y visita la factoría de los dibujados sueños animados. Quiere saber de qué se
trata y cómo se hace. Y diseña su modelo de desarrollo creativo y comercial a
partir de ahí. Así, de Disney, el incipiente autor-empresario aprende la
necesidad y los beneficios de saber derivar, trabajar en equipo, armar una
máquina productora bajo su férreo control, donde haya espacio para la expresión
libre y donde la creatividad individual confluya bajo una sola firma
constituida en marca. Casi desde el principio y a lo largo de décadas, tanto
Patoruzú e Isidoro, como Upa y Patoruzito después, serán el resultado del
trabajo conjunto de dibujantes y guionistas formalmente anónimos, ilustres
conocidos desconocidos: su hermana Laura Quinterno, el gran Tulio Lovato y
Mirco Repetto, entre otros.
Por otra parte, el mensuario luego
quincenario y finalmente semanario Patoruzú inaugura un tipo de revista para la
que Quinterno abre sabiamente el juego. Así convoca a múltiples colaboradores e
inventa una fórmula original concebida para un lector más amplio: “para la
familia”. Patoruzú instaura una manera de combinar el humor gráfico y escrito
con la actualidad opinada, y durará tres décadas. Nada menos.
Quinterno fue maestro y su revista,
escuela de campeones. Desde Patoruzú dio espacio y alas a Ferro, Blotta padre,
el primer Divito, el primer Mazzone, Poch, Toño Gallo, Ianiro, Battaglia...
Cada uno con sus personajes y su estilo. Algunos –Divito, Ianiro, Mazzone– se
fueron y crecieron en la competencia. Otros, como Ferro o Battaglia, siguieron
muchos años con él. Esa Patoruzú se constituyó en institución y el glorioso
Libro de Oro era el moño que, junto con el pan dulce y la sidra, cerraba el año
en paz.
Claro que la consolidación editorial
no era todo. Había una asignatura pendiente. Porque Disney significa, además,
el cine de animación. Y esos años son los de la explosión, los del salto de
calidad técnica y pretensión del invento: los primeros largos, la animación
realista de Blancanieves, de Pinocho, de Fantasía.
Los quince minutos de fama y de Upa
en apuros que Quinterno conseguirá laboriosamente poner en pantalla recién en
1942 (una década después de aquella primera visita a los estudios) son todo lo
que consigue plasmar de su sueño de celuloide. El suyo, destino sudamericano,
será un reino de papel. Su revista será un clásico de exportación, el sindicato
venderá por y para todos los medios de habla hispana al cacique e incluso
intentará la incursión en el mercado norteamericano.
De todos modos, impresiona la
modernidad y el ímpetu del proyecto de Quinterno en esas primeras dos décadas
de trabajo. Patoruzú y compañía saltan de la revista y la tira, a la radio, a
los muñequitos, a los disfraces, a la publicidad... No hay espacios vacíos
donde no pueda entrar su personaje.
Y es entonces que redobla la apuesta:
lanza Patoruzito, semanario puro de historietas, en 1945. Y lo hace en un
momento clave, cuando le ha nacido competencia pícara con Rico Tipo, cuando ha
decidido poner las barbas opinadoras en remojo ante las dificultades de la
politizada Cascabel y cuando la novísima Editorial Abril le abre un frente
infantil con los personajes de Disney, nada menos.
Desde el logo original, y con la
ilustración única de tapa colorida a la manera de Billiken, Patoruzito apunta
para abajo en la escala de estaturas de la familia, y gana. Combina sabiamente
los distintos tipos, tonos y tramas de relato. Del texto literario adaptado a
la aventura moderna y al humor desaforado, unidos todos por el estereotipo
narrativo del folletín: el “continuará”. Dibujo realista en Salinas (“Hernán,
el Corsario”), Mottini, Breccia (“Vito Nervio”), Premiani y Lovato (“Rinkel, el
ballenero”). Desafueros expresivos en el humor de Ferro y su “Langostino”,
Battaglia y “Mangucho y Meneca” o “Don Pascual”. Es decir, los mejores. Compra
a los syndicates “Rip Kirby”, “Captain Marvel”, “Rusty Riley”, pero no falta
“Tucho, de canillita a campeón” y, con los gauchos de Roux o de Rapela, el
apropiado color nacional. Para adolescentes y para los más chicos, Patoruzito
es perfecta.
Luego nacen las Locuras. Es sabido
que el personaje que cristaliza finalmente en Isidoro Cañones nació varias
veces, conoció distintos nombres y avatares, como las deidades hindúes, hasta
alcanzar su forma definitiva. Es algo propio de los muñecos de historieta irse
haciendo en el tiempo, crecer y des-formarse por el autor pero, sobre todo, a
partir la repercusión entre los lectores. Si Patoruzú nació formalmente tres
veces, Isidoro siguió un proceso similar, paralelo y complementario. Lo notable
es que al arquetipo porteño del atorrante, arribista y vividor, Quinterno lo
pensó primero. Patoruzú (como Popeye, como Clemente) es el personaje ocasional
que irrumpe como variable loca en la tira diaria, desde un papel secundario y
ridículo y, desde ahí, se va apropiando del protagonismo, hasta quedarse
finalmente con el cartel y el título.
El proceso es así: en un primer
momento, el indio inocente, provinciano, estúpido y rico, que llega de punto a
la historieta costumbrista para ser motivo de bromas y estafa por el equívoco
porteño piola (Don Gil, Julián), se revela motor de situaciones por sí mismo y
cambia el eje, el tono y la esencia misma de la historieta. Luego, devenido
protagonista solitario y dueño de su tira, el indio encuentra y asume insólita
y voluntariamente “un padrino” (aquel mismo porteño piola y vividor, olvidado y
reciclado), pero aunque el vínculo desigual vuelve a ser el mismo, el contexto
es otro: del costumbrismo urbano pasamos a la aventura cosmopolita, de la
ciudad, al cielo y al mundo abiertos de la peripecia, donde el piola es, por lo
menos, disfuncional y ridículo. En un tercer momento, una nueva contrafigura,
el coronel Cañones, le vendrá a poner apellido, límites rígidos, sopapos y
tiros por las patas a las impenitentes travesuras del “padrino” ahora devenido
“sobrino” y potencial heredero, ante el regocijado acuerdo de Patoruzú. Frente
al Coronel, que viene para quedarse, Isidoro se define otra vez por la ambición
original (apropiarse de una fortuna cercana o, al menos, no dejar que otro u
otra se la sople), pero tiene respecto de él una distancia inicial que no es el
fraternal vínculo con Patoruzú.
El último avatar será la separación
de ambas series de historias: vivir aventuras con Patoruzú en rol secundario y
hacer “locuras” como personaje principal mientras vive con el Coronel. Padrino
apadrinado o sobrino desheredable, Isidoro (Cañones) corporiza la infracción,
la incorrección en el fondo amable y contenida por el orden inmutable que
encarnan sus tutores.
Quinterno e Isidoro pertenecen a un
mundo –el de su alevosa y gloriosa juventud– que ya hace mucho no es el
nuestro. Vaya el recuerdo agradecido por ello.
Patoruzú fue
una de las revistas más longevas de la historia editorial argentina. Cruzó sin
interrupciones cuatro décadas convulsionadas, desde el 10 de noviembre de 1936
hasta el 30 de abril de 1977, cuando apareció el 2045, su último
número. La frecuencia de aparición fue señal del éxito
alcanzado: Patoruzú comenzó siendo mensual; en el nº 7 del 4 de mayo
de 1937 se convirtió en quincenal, y ya desde el nº 29, del 4 de abril de 1938,
pasó a ser semanal, con una regularidad que mantuvo hasta sus últimos números.
Según varias fuentes, llegó a alcanzar tiradas de 300.000 ejemplares.
Todo comenzó con el personaje creado
por Dante Quinterno, que dio nombre a la publicación y que integra, junto a
Mafalda y El Eternauta, la trinidad de la historieta argentina. A partir de él,
Quinterno creó el primer “sindicato” humorístico local, basado en el modelo
estadounidense, que se extendió en todos los medios de la cultura de masas de
entonces: diarios y revistas, radio, discos, cine y lo que hoy se conoce como
merchandising.
El primer número
de Patoruzú estuvo dedicado a la reproducción de tiras de la
historieta ya aparecidas en la prensa periódica. Varios testimonios indican que
el periodista Luis Alberto Reilly, sobrino de Juan José de Soiza Reilly, fue el
“co-creador” de la revista que, a partir del segundo número, comenzó a publicar
trabajos gráficos y escritos de otros colaboradores, hasta conformar un gran
equipo de trabajo, en el que Quinterno delegó la mayor parte de la tarea.
126 ejemplares digitalizados para descargar de la primera
época (Noviembre 1936 - Febrero 1940)
https://ahira.com.ar/revistas/patoruzu/
Locuras de Isidoro apareció en Buenos Aires en julio de 1968, publicada por la
editorial Dante Quinterno. Su primer director fue Toti Agromayor; los
dibujos eran responsabilidad de Tulio Lovato y los guiones de Mariano Juliá y
Faruk (Jorge Palacio). La revista llegó a tirar 300.000 ejemplares.
93 EJEMPLARES DIGITALIZADOS PARA DESCARGAR
https://ahira.com.ar/revistas/locuras-de-isidoro/page/7/
Fuente: Página 12
https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-4364-2008-01-06.html
Fuente: AHIRA
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