Hombre de ceño fruncido el Cura Manuel
Olivetto, no era de rifar sonrisas ni porfiaba afinidades a la hora de las
gentilezas. Hombre de Dios sin dudas, pero crítico cuando la ciencia daba
muestras contundentes que la razón religiosa carecía de veracidad. El peor Cura
que una comunidad hipócrita y desleal como El Fusilado podía tener. El pueblo
aborrecía su cinismo escrutador a modo de pesquisa, técnica que le permitía
descubrir malevolencias y engaños que se ocultaban en las banales confesiones
sabatinas en pos de una redentora ostia dominguera. En El Fusilado todos tenían
claro que cuando ellos iban, el “Cuervo Olivetto” ya estaba de regreso, bañado
y listo para cenar e irse a dormir. Tenía la ficha de cada habitante, incluso
los tenía ordenados por orden de indignidad, y esto era de mayor a menor.
Las lecturas religiosas de Olivetto poseían
personales licencias poéticas, esto es, sus votos de obediencia y pobreza no
eran puestos en dudas, pero si el de castidad, sobre todo cuando María del
Lujan Cabrera de Fúnes se acercaba por confesión. La sensual dama, plena en
encantos y eroticidad, casada con el hombre más rico de la aldea, don Diego
Fúnes, bastante mayor que ella y perteneciente a la estirpe fundacional, le
contaba a modo de relato novelesco o cinematográfico, con lujos y detalles, sus
aventuras amorosas con los jóvenes del pueblo, provocando estas confesiones
extorsiones y contradicciones físicas, cuestiones que con la ayuda del tiempo el sacerdote resolvía en
la intimidad de su confesionario. En ocasiones tuvo que
permanecer más de diez minutos dentro del recoleto habitáculo hasta que los
impulsos de la carne descendieran en intensidad. De todas formas siempre fue
muy distante con la pecadora, la tentación estaba de rodillas delante de él,
mujer febril que venía en la búsqueda de una banal reconciliación con la fe
para poder continuar, más aun sabiendo que ella hacía años que lo tenía
encabezando su listado licencioso. No era para nada original en eso de intentar
“normalizar” a un Cura; Olivetto había tenido incontables experiencias
similares; su metro noventa, su tez aceitunada, su prestancia atlética y una
ascendencia ítalo-mora resultaba un apetitoso menú para la fantasía femenina.
Eximio tahúr el “Cuervo” Olivetto; estando sus
habilidades a disposición del dogma. El fondo recaudado
en las partidas de póquer que organizaba los miércoles y sábados por la noche en
la sacristía iba directo al mantenimiento edilicio de la Capilla, ermita que no
contaba con subsidios de la curia, lo cierto era que el sacerdote debía no solo
esforzarse sino además ingeniarse para solidificar en soledad una trinchera papal de
frontera, sin recursos. La mesa lúdica estaba conformada por un
clásico formato pentagonal de fuertes billeteras, si alguno deseaba
incorporarse debía esperar por la ausencia de los habituales. Estos eran, el
anfitrión Olivetto, jugador y banca, nada mejor que la casa de Dios y su
representante en la tierra para ese rol, el señor Diego Fúnes, situación que
bien aprovechaba su esposa, mujer de fe, la cual por esta conveniente coyuntura
aportaba importantes sumas mensuales a la feligresía, el Teniente Primero y
máxima autoridad del destacamento policial Leopoldo Fonchero, el Delegado
Municipal Carmelo Tetamanti y el comerciante en ramos generales Faustino Carmín
Coria. Como suplentes y en orden de prioridad estaban apuntados el cabañero
Richard Marconi, el acopiador Abelardo Candal Lobos y el contratista rural
Roberto Garay.
Las habilidades que el sacerdote poseía en el
manejo de la baraja lindaban con lo artístico, talentos que supo profundizar
durante sus épocas de seminarista merced a uno de sus Confesores, el Padre Emilio
Bolaños, Cura que no solo salvaba las virtudes de los seminaristas sino que
además procuraba descubrir sus talentos y los ayudaba a dominarlos, esto desde
luego, en el más absoluto secreto. Por eso Olivetto jamás abusó de sus
habilidades y procuró, de manera subrepticia, que dichas jornadas sean
observadas por los parroquianos como encuentros sociales en donde el juego de
azar constituía una parte del entretenimiento. Para ello no matar a la gallina
de los huevos de oro era esencial, de modo que llevaba un riguroso control
mediante un archivo contable en su agenda personal, en donde no solo se
veía reflejado el cuadro de ganancias sino además cuándo y cuánto debía ganar
cada participante para que no perdieran el entusiasmo y menos aún se sintieran
estafados, de manera que por noche siempre uno o dos, y de manera rotativa, se
llevaban algún moderado provecho con el cual jactarse, en definitiva el balance anual le daba a la Capilla rentabilidades extraordinarias que luego dolarizaba, gracias al devoto prestamista del pueblo, para preservar su valor, ocultando dicho tesoro en un lugar solo conocido por
él, muy bien mimetizado, aislado de intrusos y de sospechosas casualidades. A tal punto eran los dividendos que hasta se permitía ambientar el espacio con la
funcionalidad del blues instrumental, invitar con tabaco de selección, tanto
para pipa como en formato de cigarros, y ofrecer, sin cargo alguno, una pequeña pero muy coqueta
barra surtida en bebidas espirituosas, con esto el anfitrión
se permitía homenajear a sus fieles de modo abrigarlos con mimos y vicios
terrenales, y por algunas horas, hacerles olvidar todas sus necesidades, quiebres, nostalgias y vacíos, cuestiones que como confesor conocía de manera consumada.
A fines de 1977 la delación formaba parte del
fresco social, cualquier persona con ciertas conexiones en las altas esferas
castrenses o gubernamentales podía llegar a perjudicar notoriamente la vida de
otro, aunque tal cosa tuviera como fundamento un vulgar chisme o simplemente un
encono personal.
Ningún parroquiano jamás pudo dar fe sobre las
razones por las cuales una partida para-policial compuesta por cuatro autos sin
patente y con personal no uniformado, fuertemente armado, se llevara la noche del
jueves santo al Cuervo Olivetto, atado y tabicado, por la puerta lateral de la
Capilla. El empresario Fúnes, el Teniente Fonchero y el Delegado Tetamanti, a la vista de los vecinos y en
función a sus rangos e influencias intentaron averiguar sobre su suerte y destino, en
ninguno de los canales consultados hallaron explicaciones. Evidentemente al
cura lo habían marcado, la pregunta era por qué y quién…
De inmediato la idea de que el Cuervo "en algo
debía andar" fue la de mayor adhesión en la aldea. Para que te lleven y de esa
forma tenés que jugar con la pesada, se escuchaba en los puestos de la
dominical feria callejera. Hasta sus amigos más cercanos, con el correr de los
días sin novedades, comenzaron a pensar que el cura debía utilizar a la
feligresía como pantalla para actos subversivos. La mayor parte de la población
estaba espantada debido a que Olivetto, como confesor, poseía información muy
delicada sobre cada uno, datos que de conocerse bajo tortura podían significar
escándalos heráldicos insalvables. La señora de Fúnes era la más preocupada. Gran parte de los parroquianos consideraban
que lo mejor que le podía pasar a la villa era que el Cuervo fuera ejecutado o
que como alternativa nunca más apareciera.
Pasaron los meses y los años, la Capilla se
fue cayendo en la misma medida que la erosión y el abandono se apropiaron de su
estructura. Nadie volvió a pisar su pinotea, ni a lustrar sus maderas ni sus
bronces. El sitio se vio invadido de alimañas y predadores que lo utilizaban
como aguantadero nocturno. Para la comunidad de El Fusilado el predio comenzó a
exhibir velos espectrales y aterradores, confín maldito, pleno de historias
tenebrosas y siniestras. Con el tiempo hasta el sendero que unía la ermita con
el ejido se vio invadido por la exuberante maleza, invasión vegetal que la
Delegación nunca se preocupó por reparar.
Durante la mañana del jueves santo de 1984 un
secreto a voces instalado en la aldea como verdad absoluta afirmaba que desde
hacía una semana se estaban escuchando golpes y sonidos extraños provenientes
de la zona en donde están emplazados los restos de la vieja Capilla. Los primeros habitantes
que percibieron tales sonidos se dirigieron a la comisaría para denunciar la
novedad. El ascendido Capitán Fonchero desechó por inconsistentes y
contradictorias las versiones de los parroquianos, pero aun así, y por temor al tenor de las supercherías, se dirigió a la sede municipal para conversar con el vitalicio
Delegado Tetamanti.
-
Tenemos que ir –
aseguro el oficial –
-
Estoy de acuerdo,
armá una partida, es tu tarea.
-
No es una acción
represiva ni intimidatoria Carmelo, es
solo ver qué es lo que está sucediendo en un sector que también es de tu
responsabilidad social. Hacé memoria, más allá de que la curia no nos dio bola para reconstruir la Capilla vos como autoridad de la aldea decidiste abandonarla a su suerte, por eso hoy está en ruinas.
-
De acuerdo,
aguántame una hora y vamos. Vos llamá a Coria que yo me encargo de Fúnes, y
todos armados.
-
¿Te parece?
-
No sabemos con
qué nos podemos encontrar.
Los cuatro influyentes vecinos de la aldea
arribaron a media tarde con la camioneta oficial de la Delegación manejada por
Tetamanti. Les fue imposible llegar hasta la Capilla debido al exceso de
maleza, por lo cual debieron seguir a pie medio kilómetro aproximadamente, tomando el rastro del viejo sendero comunal, pero a punta de
machete, útil que por ventura estaba incluido en la caja del vehículo entre
palas, hachas, sogas y demás herramientas. En ésta oportunidad estuvo
manipulado por el Capitán Fonchero, urdiendo de este modo primitivo una nueva huella al andar.
La hilera humana alcanzó los patios del sagrario
luego de tres cuartos de hora de fatigosa marcha, la sorpresa los encandiló y
trastornó a la vez cuando observaron que en la ermita habían revivido sus
anejas elegancias y decoros, volviendo a ser aquel hermoso y cuidado edificio
de fe y camaradería cuando los tiempos del Cuervo Olivetto. Luego de diez
minutos de permanecer husmeando en el lugar la incógnita era saber quién se
estaba haciendo cargo de semejante trabajo de reconstrucción y con qué objetivo
ya que ningún estamento oficial de la feligresía había advertido a la
autoridades de El Fusilado sobre la restauración del templo.
-
Bienvenidos, los
esperaba, se ve que el rumor ahora se toma sus tiempos, no como antes, en donde
apenas comenzaba a circular uno era culpable de la imaginaria perversión que
suele merodear los acueductos más miserables de la aldea. Veo que lograron
reciclarse - comentó a modo de cortesía
y con tono de intramuros un hombre extraño, cuasi salvaje, desalineado, corpulento, que
apareció sorpresivamente por entre la fronda en cueros con una azada en la mano
derecha, portado con un vaquero desgastado y ajado en varias partes -. Veo que
les cuesta reconocerme.
-
¿Olivetto? –
preguntó desde la afirmación Fúnes - ¿El Cura?
-
El ex Cura –
corrigió el ermitaño –Y esto es lo de menos, lo peor fueron las torturas y los
años que pasé a disposición del PEN en Sierra Chica, todo gracias al ancestral
y miserable rito de la delación.
-
Pero de qué estás
hablando – refutó exaltado Tetamanti –
-
Nosotros cinco
éramos los únicos que sabíamos que este sitio se utilizaba como punto seguro,
posta y cobijo para los chicos de la región que eran perseguidos por la
dictadura – comenzó a explicar el Cuervo -. El día que me secuestraron no solo
me preguntaron sobre el asunto sino que además destrozaron la Capilla para corroborar
la información. Así pudieron descubrir los dormitorios del subsuelo, los cuales
en ese momento y gracias a Dios estaban sin pasajeros. Es decir venían con data
precisa. De todas maneras esto se va a
definir como en nuestros buenos tiempos. Serán el sabot, la baraja francesa y el
azar los que me indicarán quién me traicionó, y luego veremos entre todos qué
se hace con el miserable. La sacristía está presta, la música, la bebida y el
tabaco, como siempre. Hoy no es necesario el metálico para que aumente la
adrenalina lúdica.
-
Pero es injusto
lo que hacés – recriminó Coria -. Más allá de solidarizarme con vos, tu
sufrimiento y tu cólera no me parece que el azar deba ser quien responda. Es
azar y puede equivocarse.
-
En esta sacristía
el azar bienaventurado jamás estuvo sujeto a recelo, nadie más justo que el
azar entonces. Aquí no hay trampa ni embuste solo revelación divina. ¿Alguno de
ustedes puede asegurar que lo sucedido en este claustro durante años tuvo
rasgos de injusticia, acaso elementos oscuros o sospechosos? Será la carta más
baja la que nos indique la identidad del Judas, no existe un juicio ni un
jurado más sabio e imparcial.
-
¿Y qué sucede si
la carta menor se reitera?- preguntó Fonchero –
-
Excelente
observación la del ahora Capitán. Eso querrá decir que existió más de un
delator, o tal vez, un delator, seguido de uno o más colaboracionistas – aclaró
Olivetto –. Los invito a la sacristía y disfrutar de la velada, de nuestra
última partida.
Los cuatro aceptaron el convite del azar, la
experiencia de haber ganado en varias ocasiones los hacía confiar en su
veredicto, además negarse sería tácitamente admitir haber protagonizado la
infamia que llevó a Olivetto al límite del martirio durante seis años. De
manera que la reunión comenzó como aquellas de entonces. Cada uno sirviéndose
tanto la bebida como el tabaco de su placer, la delicada música instrumental en tempo de blues acompañando en una segunda o tercera instancia auditiva, el sabot delante de
Olivetto, los dos juegos de barajas francesas nuevos y con el mismo lomo
prestos a ser fusionados, la luz plena en el centro de la mesa pentagonal.
-
Un as para Coria
– el hombre no cabía en su entusiasmo.
-
Un as para Tetamanti – el abrazo con Coria tenía
aroma a segura exoneración –
-
Un as para
Fonchero – y la densidad en el ambiente comenzaba a sentirse -
-
Un as para Fúnes
– y la verdad revelada -
Lo cuatro se mantuvieron firmes en la idea de
que la trampa había metido la cola en la partida de manera que pidieron
reiteración. Olivetto no tuvo problemas porque lo que deseaba era la verdad.
Tres veces reiteró la operatoria y siempre el resultado fue el mismo. Sea con
las K, con los 10 o con los 6. Era indudable que el Cura sabía que estaba
delante de un Judas de cuatro cabezas, el cual no tuvo más remedio que
confesar…
-
Es que nos
apretaron - rompió el fuego Tetamanti en el marco de una suerte de confesión
grupal - Vinieron de la distrital con expresas órdenes de barrer con la aldea
hasta encontrar la “casa segura”. El dato lo obtuvieron a través de un pibe que
agarraron cuando estaba por cruzar el río Uruguay camino a Porto Alegre. Parece
que el chico, a través del auxilio de otro exiliado, tenía pensado emplearse
como pescador en la localidad de Tramandai con otra identidad, según dijeron los milicos cantó
todo el recorrido que hizo antes de la primera descarga, y uno de los puntos
era El Fusilado. Lo que no recordó el pibe, según estos tipos, era el sitio
especifico de la posta, por eso vinieron directamente acá y nos reunieron en la
Delegación a los cuatro como representantes del pueblo. Marconi, Candal Lobos y
Garay no participaron de las reuniones más allá que todos sabemos que
estuvieron de acuerdo con las pautas fascistas de la dictadura.
-
Nos amenazaron con
llevarse a nuestras esposas e hijos -
interrumpió Fúnes – Ubícate en aquel momento, esos salvajes eran capaces de
hacer cualquier cosa.
-
Además -agregó Fonchero – en mi caso, como oficial
de la fuerza, todas las penalidades de entonces se duplicaban.
-
Les informamos
del lugar pero no tu nombre – confesó Coria – y les dijimos textualmente que si
estabas involucrado era seguro que ignorabas de qué se trataba la cosa, y que
al ser vos una persona muy piadosa jamás le negabas pan y cobijo a nadie.
-
Esto es lo que
pasó Olivetto – finalizó el Delegado Tetamanti – Fue muy doloroso para nosotros
mantener esta infamia guardada tanto tiempo; desde aquel día del procedimiento
el pueblo se esforzaba por no mencionarte, y si lo hacía era mediante
calificativos desdorosos. A mediados del año pasado, cuando las aberraciones de
la dictadura comenzaron a saberse tu recuerdo comenzó a modificarse a tal punto
que la placita lindera a la terminal de ómnibus lleva tu nombre. La inauguramos
el 24 de marzo, y el predio estuvo a pleno. De todas formas nada pudimos hacer
por la Capilla debido a que la curia jamás volvió a poner un responsable al
frente, por eso su estado calamitoso.
Finalizados los alegatos Olivetto se levantó
dejando libre su segmento de la mesa dirigiéndose hacia la puerta de salida ante la
absorta y perdida mirada de sus invitados los cuales comenzaban a sentir los
efectos opioides de la codeína concentrada que el Cuervo les había agregado
subrepticiamente a cada uno de sus cócteles. Cerró la sacristía desde afuera,
ambiente ausente de ventanas y salidas auxiliares. Un poco de nafta fue
suficiente para que la madera interior e exterior comenzase a arder rápidamente.
Los acordes del blues seguían sonando, pero a mayor volumen y desde el exterior, no fuera ser que
los tenues quejidos provenientes del interior y el crepitar del material
arruinasen tan bella melodía.
Del libro
Calibre Blues (2019)
*Gustavo Marcelo Sala. Editor. Escritor
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