Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 57 Cristianismo y Revolución en Argentina entre fines de los sesenta hasta mediados de los setenta… por Esteban Campos
Cristianismo y Revolución (C & R,
en adelante) era un medio de comunicación militante, formado por grupos
provenientes del integralismo, el nacionalismo y el humanismo católico. Fue
dirigido entre 1966 y 1971 por el ex seminarista Juan García Elorrio y su
compañera Casiana Ahumada, tuvo una duración de treinta números y una tirada
máxima de cinco mil ejemplares por número. Cuando intentamos trazar una
genealogía de las referencias sobre C & R en la Argentina, nos encontramos
con que estas se distribuyen irregularmente en el tiempo y en los géneros
discursivos donde habitan (historiografía, memoria testimonial, literatura,
periodismo de investigación). Coincidiendo con un renovado interés social por
la historia reciente, sólo a partir de 1998 mereció un tratamiento separado de
otros temas contiguos investigados con mayor frecuencia, como ocurre con el
Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo o la historia de los Montoneros.
Si nos remontamos al campo historiográfico que emergió tras la restauración
democrática en 1983, es notable el silencio instalado allí no ya sobre el
problema histórico del cristianismo liberacionista, sino la oclusión más
general de cualquier indagación sistemática sobre el pasado reciente. Esta
disparidad de tiempos, lugares y discursos que van formando el elusivo objeto
del cristianismo liberacionista hacia la segunda mitad de la década de 1990,
nos obliga a buscar una clave interpretativa que vaya más allá de la simple
descripción cronológica o genealógica, llave que encontramos en el cruce de los
conceptos de memoria, generación intelectual e historiografía. Este trabajo es
un recorte del estado de la cuestión que corresponde a mi plan de tesis
doctoral, por eso su propósito es observar como se va formando una serie de
investigaciones específicas del cristianismo liberacionista, y la manera en que
surge C & R como objeto de estudio. Si poco tiempo atrás era una fuente
privilegiada o constituía la secuencia de otras historias, pensamos que la
historiografía del cristianismo liberacionista se podría explicar como un
desprendimiento de diversas memorias testimoniales e investigaciones
históricas.
Para confirmar esta premisa
consideramos como hipótesis la existencia de una “memoriografía” que condiciona
la agenda de la historia reciente en general, y a la historiografía del
cristianismo liberacionista en particular, idea que tomamos de los trabajos de
Omar Acha. Estado de la cuestión La primera mención de C & R en una
investigación académica aparece en 1982 con Soldados de Perón. Los Montoneros,
la obra de Richard Gillespie (Gillespie, 1998: 82-86). A lo largo de seis
páginas se menciona a García Elorrio como uno de los padrinos ideológicos de la
guerrilla peronista, y se destaca el papel de la revista en la radicalización
de los católicos nacionalistas.
Es de notar que a pesar de lo exiguo
del tratamiento, la idea de que C & R y el Comando Camilo Torres eran
organizaciones “protomontoneras” adquirió el valor de una premisa para las
investigaciones futuras, aunque la evidencia recogida a través de la historia
oral permitiría poner en crisis aquella categoría construida desde la
retrospectiva. Por otro lado, la apertura democrática permitió la elaboración
de algunos balances políticos sobre la derrota de los movimientos populares en
la década anterior, tarea que ya se había iniciado en el exilio con la revista
Controversia, publicada en México entre octubre de 1979 y agosto de 1981.
A la circulación de estas memorias
testimoniales -en su mayoría destinadas a repasar la experiencia de los
Montoneros- se sumaron prolijas investigaciones de semiólogos, politólogos e
historiadores a menudo vinculados a centros académicos en el exterior, que se
distinguieron por un renovado instrumental teórico y metodológico (Giussani,
1984; Bonasso, 1984; Brocato, 1985; Gasparini, 1988; Hilb y Lutzky, 1984; Sigal
y Verón, 1988 y Ollier, 1986). Para Omar Acha, la matriz de las reflexiones
académicas sobre el pasado reciente en la Argentina se remonta a las
preocupaciones de una “memoria generacional” de la izquierda intelectual que
determina los temas, problemas y enfoques historiográficos en torno a la década
de 1960 y 1970. Es más, dicha “memoriografía” (intersección entre la memoria
como evocación subjetiva y la historia como investigación metódica) determina
la agenda de las nuevas camadas de historiadores: aunque estos no fueron
protagonistas de aquella época, una buena parte heredaría los traumas, los
duelos y los balances de una “memoria literal” incapaz de ir más allá de su
propia experiencia (Acha, 2010 y 2010; Todorov, 2008): “Sugiero que la noción
de memoria generacional es útil para captar las peculiaridades
políticointelectuales de quienes en los últimos lustros se abocaron al
esclarecimiento y crítica del pasado reciente. Esa memoria generacional
atraviesa diversas producciones culturales y hace de la noción de violencia el
nudo organizador de la comprensión histórica, a tal punto que el conjunto de
estudios producidos parece perfilar una violentología argentina” (Acha, 2010:
3) Consideramos que a través del concepto de memoriografía sería posible
comprender no solamente el surgimiento de una “violentología” (que Omar Acha
identifica con una larga lista de autores que discutiremos más abajo), sino
también la tardía incorporación de la historia reciente a otros segmentos del
campo historiográfico que no han hecho de la violencia política el objeto de su
análisis. Del mismo modo, creemos posible distinguir en el género de la
historia reciente varias producciones que –aun participando de la construcción
de la violencia política como objeto de estudio- pondrían en tensión los
postulados de aquella narrativa que ubica a la violencia en el centro de la
historia reciente argentina. En síntesis, si poco tiempo atrás se podía
encontrar a C & R reducida a fuente privilegiada o como secuencia de otras
historias, pensamos que la historiografía del cristianismo liberacionista se
podría explicar como un desprendimiento de diversas memorias testimoniales e
investigaciones históricas, a saber: 1. Las memorias testimoniales y el
periodismo de investigación. 2. La Historia intelectual y la Historia cultural.
3. La nueva Historia de la Iglesia y la Sociología de la religión. 4. La
Historia de las organizaciones políticas y los movimientos armados.
1. Las memorias testimoniales y el
periodismo de investigación
Se trata en la mayoría de los casos
de un conjunto de narraciones, ensayos e investigaciones motivadas por una
intervención política que no se inserta en el campo académico, generalmente
relacionados a diversos procedimientos de transmisión y control de la memoria
del pasado reciente, como ser los balances políticos, la crítica ideológica, la
recuperación de experiencias colectivas y en el caso del periodismo de
investigación, su legitimación a través de la recopilación de documentos.
Cuando aparecen, las menciones más específicas de C & R se reducen a su
descripción como una secuencia de la militancia popular que decanta en la
conformación de las organizaciones armadas, y culmina con el golpe militar de
1976. En este rubro podemos agrupar los trabajos de Pablo Giussani, Juan
Gasparini, Roberto Perdía, Miguel Bonasso, Eduardo Anguita, Martín Caparros,
Gabriela Saidon y Horacio Verbitsky. Es una parte constitutiva de la
“memoriografía” debido a que ejerce una fuerte presión en la investigación
histórica académica, por ser fuentes de fácil acceso, y por brindar una mirada
general del período en cuestión. En la década de 1980 aparecieron varios
ensayos políticos que -con la restauración democrática como telón de fondo-
intentaron realizar un balance crítico sobre la experiencia de lucha armada en
la Argentina, echando mano de manera más o menos sistemática a la memoria y a
los testimonios del pasado reciente, ya que a menudo sus autores habían sido
protagonistas o actores de reparto en aquella historia. En Montoneros. La
soberbia armada (1984), Pablo Giussani -jefe de redacción del diario Noticias,
el diario vinculado a los Montoneros, y después de 1983 autor de algunos
discursos de Raúl Alfonsín- se limita a mencionar en una nota al pie que los
dirigentes montoneros provenían del “área católica de extrema derecha”. En el
transcurso del libro, esta calificación se convierte en “ultraderecha” a secas,
y sirve para justificar la analogía entre el montonerismo y el fascismo
(Giussani, 1984: 14,64, 69-74). Ahora bien, como hemos visto, la Iglesia
católica y sus organizaciones sociales se encontraban en la década de 1960
inmersas en una profunda crisis, y los cuadros juveniles a los que se refiere
Giussani estaban mutando desde sus matrices ideológicas ancladas en la derecha
católica y nacionalista, a una constelación nueva más cerca de la llamada
“nueva izquierda”. En el caso de Montoneros. Final de cuentas (1986), Juan
Gasparini toma distancia de Pablo Giussani caracterizándolo como un claro
exponente de la teoría de los dos demonios. Así va a realizar un detallado
repaso por los orígenes de las diversas organizaciones armadas, suscribiendo
como antecedente de los Montoneros a C & R y al Comando Camilo Torres,
ambos liderados por Juan García Elorrio, aparte de revalorizar la importancia
de la incorporación de los cristianos a las luchas sociales del período
(Gasparini, 1988. 31, 46). Como observa Marina Franco, a estas primeras
intervenciones de la palabra testimonial en un registro polémico y de denuncia,
siguieron varios años de silencio entre finales de los ochenta y mediados de
los noventa, en un contexto marcado por las leyes de Obediencia Debida y Punto
Final (1987), así como por los decretos de indulto a los militares juzgados
durante la presidencia de Alfonsín (1989). Sin embargo, a partir de 1995 la
reactivación de la protesta social y la recuperación de la identidad política
de los desaparecidos por parte de organizaciones juveniles de derechos humanos
como HIJOS, va a prologar una inesperada explosión de las memorias de la
militancia política (Franco, 2005: 145). En esta nueva coyuntura se abre un
abanico de publicaciones que tienden a ir más allá de la comprensión del ciclo
de la dictadura militar (es decir, más allá del trauma del terrorismo de
Estado), para remontarse a los orígenes de la militancia política que surcó la
década de 1970. En el caso del libro de Roberto Perdía, La otra historia, se
trata de una memoria testimonial en el sentido más puro del término, vale
decir, un relato donde el pasado se confunde con la voz del autor, quien narra
en primera persona. Al haber nacido varios años antes que la mayoría de los
jóvenes que militaban en el Comando Camilo Torres, la biografía del jefe
montonero ejemplifica un eslabón perdido entre aquella militancia católica que
participó del lado clerical en las batallas por la laica y la libre hacia 1958,
y los grupos juveniles que se enfrentaron a la cúpula de la Iglesia y al
gobierno de Onganía desde 1966. Por eso es una fuente válida para observar el
derrotero de las redes católicas a partir de sus dirigentes, hasta llegar a la
formación de C & R -para Perdía, “mucho más que una revista” y lo más
interesante para nosotros, un verdadero intelectual colectivo que fungió como
organizador y dinamizador de diversas corrientes políticas (Perdía, 1997:
65-70). A pesar de todo, La otra historia participa de los lugares comunes de
varias memorias testimoniales, a saber una perspectiva lineal y romántica de la
evolución del compromiso militante, cuyo fundamento es la imposibilidad de
romper con la memoria literal anclada en los setenta. Cuando publicó El
presidente que no fue. Los archivos ocultos del peronismo, Miguel Bonasso ya
tenía una larga trayectoria conservando la memoria de la izquierda peronista,
en un registro que supo combinar los recursos de la narrativa, el periodismo de
investigación y la palabra testimonial (Manzano, 2007:183-199 (2007). Aquí las
referencias a C & R son breves y confirman la buena salud del estereotipo
de la “organización protomontonera” anunciado por Gillespie, aparte de que
cierto amontonamiento de hechos en su prosa apretada podrían confirmar la
presunción de que el libro ha sido escrito con la desesperación del periodista
que debe “cerrar” un trabajo, antes que gracias a la paciencia del historiador.
No obstante, Bonasso aporta algunas claves de interpretación cuando señala los
nexos que existieron entre la Acción Revolucionaria Peronista de Cooke, y los
militantes cristianos que conformarían el Comando Camilo Torres en 1967,
indicando que C & R “se convertiría en espacio de encuentro de las
organizaciones armadas” (Bonasso, 1997:131, 133). Hacia 1997 -el mismo año que
comenzó a asomar en los escaparates de las librerías El presidente que no fue-
salió al mercado el primer tomo de La Voluntad. Una historia de la militancia
revolucionaria en la Argentina, la colección de historias de vida recopiladas
por el periodista Eduardo Anguita y el escritor Martín Caparros, ambos ex
militantes. Esta producción es muy importante para orientar la percepción del
cristianismo liberacionista como un vector crucial en la militancia de los
sesenta, porque fue Graciela Daleo quien a través de su testimonio pudo ofrecer
un relato pormenorizado sobre la transición de la militancia juvenil católica a
las organizaciones político-militares, y de la opción por los pobres a la
opción por las armas. Los problemas de La Voluntad en relación a los
procedimientos historiográficos son similares a los que suscribe Valeria
Manzano sobre la narrativa de Bonasso: la centralidad de la experiencia como
asidero de la verdad histórica, y una disolución nunca aclarada de los límites
entre ficción y realidad, que se plantea per se a partir del ritmo narrativo
que asume el texto (Manzano, 2007: 187). Otro intento más extenso y documentado
que claramente se inserta en la tradición del periodismo de investigación y
denuncia, es el trabajo de Horacio Verbitsky sobre la historia política de la
Iglesia católica, que dedica algunas páginas al Comando Camilo Torres en el
segundo tomo de la colección (Verbitsky, 2008). Si bien el autor de Ezeiza y
Robo para la corona realiza una prolija y actualizada investigación, cuando se
refiere a Juan García Elorrio lo signa como un ex militante de Tacuara,
calificación que se repite cuando se analiza la primera acción del Comando
Camilo Torres el 1 de mayo de 1967 en la Catedral metropolitana. Para
demostrarlo, Verbitsky cita otra investigación periodística y alude a la dudosa
reconstrucción del hecho en el diario La Nación, que a su vez emplea fuentes
policiales (Dandan y Heguy, 2006). Aun asumiendo que efectivamente García
Elorrio tuviera un pasado tacuarista ¿es relevante ese dato para definir la
identidad política de los cristianos liberacionistas en ese momento?
2. La historia intelectual.
Esta es otra de las corrientes en la
que se podría verificar el hallazgo de una memoriografía que orienta las
investigaciones, allí donde la cultura política se constituye como objeto, la
historia cultural o intelectual como subgénero, y la separación entre violencia
y política como clave de lectura del pasado reciente. Así la historia
intelectual privilegió el estudio de la radicalización ideológica, exhibiendo a
veces una tendencia a caer en lo que Marc Bloch denominaba la “obsesión de los
orígenes”, que confundiría la filiación con la explicación; en este caso, los
orígenes intelectuales de la nueva izquierda son una clave analítica de la
violencia política desatada en la década de 1970 (Bloch, 1963: 27-32). De
aquella generación marcada por la experiencia traumática de la dictadura se
destacan los trabajos de Oscar Terán, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo.
Consideramos que la influencia de esta corriente se proyecta en jóvenes
investigadores que -sin compartir la experiencia epocal de los primeros- no
serían ajenos a la concepción de la violencia como eje del pasado reciente.
Otra intervención quizás central en la construcción de una memoria generacional
es la de Oscar Terán en Nuestros años sesenta, que se publica en 1991. Como
nota Marcelo Starcenbaum, la escritura de Terán aborda el proceso de
modernización cultural y radicalización ideológica entre 1956 y 1966, un texto
que aún con su carga autorreferencial y prescriptiva, ilumina un capítulo
importante en la problemática de los intelectuales y el poder. La tesis de
Nuestros años sesenta sostiene que la constitución de un vigoroso campo
intelectual en la Argentina se debe en buena medida a motivaciones políticas
que aunque van colonizando el quehacer intelectual, deflagran tras el “bloqueo
tradicionalista” que impone el golpe militar de 1966 (Terán, 1993 y
Starcembaum, 2010). Para Terán, la expansión del marxismo tiene consecuencias
que incluyen la radicalización del campo católico, aunque ya se encuentran
antecedentes internos en esa dirección anclados en la nueva teología. Lo que
interesa aquí es que al incluir las innovaciones del catolicismo postconciliar
dentro del proceso de modernización cultural, Terán se diferencia notablemente
de las tesis de Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano sobre las raíces católicas de
la izquierda peronista, si bien parte de premisas similares. Finalmente, la
idea del bloqueo tradicionalista sirve para comprender las luchas hegemónicas
en el terreno de la cultura que explican el surgimiento de C & R, en un
contexto signado por el “cruce perverso entre modernidad y tradicionalismo”
(Terán, 1993: 156 y Terán, 2006: 28). En 1996, Carlos Altamirano escribió su
artículo “Montoneros” en la revista Punto de Vista, cuestionando el trasfondo
mitológico del documental Cazadores de utopías, que sería incapaz de ir más
allá de la propia experiencia de la izquierda peronista anclada en el pasado.
Esta intervención coincidía y al mismo tiempo introducía un sesgo crítico sobre
el “boom” de las memorias militantes en la segunda mitad de los noventa, algo llamativo
porque son pocos los artículos de Altamirano publicados entre 1992 y 1997 cuyo
interés va más allá de mediados de los sesenta (Altamirano, 2001). La
“anomalía” de este virulento ensayo sobre la autorreferencial épica montonera,
contrasta con la sobriedad del resto de su obra y toma como uno de sus ejes el
proceso de radicalización cristiana. A diferencia de Oscar Terán -que concibe
aquel como un emergente de la modernización cultural, para Carlos Altamirano
los orígenes católicos de Montoneros añaden una impronta mesiánica e integrista
a la militancia setentista, propia de un pasado premoderno. El problema con
este razonamiento es que el cristianismo liberacionista se vinculó
históricamente a las corrientes modernizadoras del campo católico. La obra de
Carlos Altamirano debe considerarse siempre asociada a los trabajos de crítica
cultural de Beatriz Sarlo. En La batalla de las ideas hay un capítulo especial
dedicado a las mutaciones dentro del campo católico que conducen desde el
liberalismo más o menos conservador de la revista Criterio, al diálogo entre
cristianos y marxistas a través de la apertura conciliar. Se trata de una
investigación sobre fuentes empíricas como revistas y boletines que observa cómo
se opera en el campo intelectual un proceso de “traducción” de contenidos
trascendentes a seculares, del discurso católico a la ideología marxista. Si
bien en este artículo Sarlo escribe en un tono más académico que
memoriográfico, en última instancia comparte con Carlos Altamirano la crítica a
los fundamentos éticos e ideológicos de la militancia setentista, afirmando la
persistencia de un “núcleo duro” mesiánico e integrista capaz de encontrar
imprevistos vasos comunicantes en el diálogo entre cristianos y marxistas
(Sarlo, 1993: 71-84). Nuevamente aparece una tendencia a despojar de
racionalidad política la experiencia del cristianismo liberacionista. Un
ejemplo de cómo la agenda historiográfica se encuentra fuertemente condicionada
por los presupuestos de la “memoriografía” incluso entre los jóvenes
investigadores, es el trabajo de Pablo Ponza sobre el Concilio Vaticano II y el
ethos revolucionario. Allí aborda de un modo general varios temas relacionados
con el surgimiento del cristianismo liberacionista en Argentina, incluyendo la
formación de C & R. Aparte de algunos errores en la descripción de procesos
como la formación del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, o la
errónea filiación de Roberto Quieto a C & R en 1967, Ponza sostiene que “si
es posible hallar componentes mesiánicos y de misticismo revolucionario en los
grupos mencionados, es aquí donde debemos buscarlos” (Ponza, 2008: s/n,
Pontoriero, 1991: 33-34 y Magne, 2004: 82- 85). Esto no agrega mucho al ensayo
de Carlos Altamirano sobre Montoneros en Peronismo y cultura de izquierda, que
por otro lado se cita en la bibliografía junto al libro de Beatriz Sarlo, La
batalla de las ideas. Es así que Pablo Ponza parece aplicar el mismo argumento
que señalamos más arriba sobre la “traducción” de contenidos cristianos a
seculares cuando afirma que C & R “hizo un tránsito semántico sin
mediaciones desde la noción cristiana de redención a la idea de liberación, y
desde la de pecada a la de injusticia” (Ponza, 2008: s/n). Lo que aquí se
pierde de vista es aquello que había señalado Terán en un primer momento no
como transición o evolución, sino como el “cruce perverso” entre modernidad y
tradición.
3. La nueva historia de la Iglesia y
la sociología de la religión.
El interés por el papel de la Iglesia
como institución en la construcción del imaginario social, y en particular su
creciente participación política a partir de 1930, permitió desde la
restauración democrática la gradual formación de sendos programas de
investigación en torno a la Historia de la Iglesia por un lado, y la Sociología
histórica de la religión por el otro. Aquí el interés por la historia reciente
es tardío en relación al período recortado y a los problemas analizados,
respectivamente la relación entre Perón y la Iglesia católica y la formación
del catolicismo integral en la primera mitad del siglo XX. En la fundación de
esta corriente han participado Loris Zanatta, Lila Caimari, Susana Bianchi,
Roberto Di Stefano, Claudia Touris y Fortunato Mallimaci. Como ocurre con la
historia intelectual, se repite la misma dinámica de continuidad con los
jóvenes sociólogos e historiadores de la religión, donde se destacan José
Zanca, Humberto Cuchetti y Luis Donatello, entre otros. Roberto Di Stefano se
lamenta que la historiografía profesional haya comenzado a ocuparse de la
Historia de la Iglesia recién en la década de los ochenta, un desarrollo muy
tardío en comparación con las historias eclesiásticas. Así distingue tres
etapas que nos sirven a efectos de trazar la genealogía de esta rama: 1) la
historiografía de matriz católica del período 1901-1930, que se legitimó
mostrando a una Iglesia ligada a la causa independentista. 2) La vertiente
nacionalista de 1930 a 1970, militante y deudora del “mito de la nación
católica”, una época caracterizada la devoción por la cultura hispánica colonial
y el desinterés de los historiadores laicos 3) El viraje desde 1970 en adelante
de algunos historiadores católicos a visiones menos apologéticas y el
desarrollo incipiente de estudios académicos laicos condujo a la llamada nueva
historia de la Iglesia, independiente de las disciplinas teológicas. El origen
de este programa de estudios se remonta a la restauración democrática y el
regreso de los exiliados a las instituciones académicas, que según Di Stefano
se van a interrogar por “los orígenes y la naturaleza de las ideologías
autoritarias que habían desgarrado al país durante la década precedente”,
encontrando la respuesta no en el pasado reciente, sino en las tendencias de
larga duración que comienzan en 1930 (Di Stefano, 2002: 171-201). En el campo
de la sociología, Fortunato Mallimaci fue uno de los primeros en incluir los
estudios sobre religiosidad en un programa de investigación, empleando el
concepto de “catolicismo integral” creado por Émile Poulat como matriz teórica
para reflexionar sobre la ideología católica del peronismo y las Fuerzas
Armadas en las décadas de 1940 y 1950; más tarde, discípulos como Luis
Donatello y Humberto Cuchetti extenderían posteriormente la investigación a las
décadas de 1960 y 1970, sin modificar las premisas originales. Al mismo tiempo,
Susana Bianchi fundaba el Instituto de Estudios Históricos y Sociales de la
Universidad del Centro de la Provincia para estudiar los vínculos entre
Iglesia, sociedad y Estado durante los primeros gobiernos peronistas. Este
despegue permitió llamar la atención de investigadores extranjeros como Loris
Zanatta y fomentar vínculos con el exterior, que motivaron investigaciones como
las de Lila Caimari sobre las relaciones de Perón con la Iglesia Católica. Para
pensar a la Iglesia católica durante la década del sesenta, Fortunato
Mallimaci, Luis Donatello y Humberto Cuchetti coinciden en una crítica
metodológica a conceptos como “radicalización”, “izquierda” y “derecha”,
amparándose en la efectiva complejidad y dinamismo que expresa el campo
católico en la Argentina (Mallimaci, Donatello y Cuchetti, 2006). A pesar de
todo, es difícil pensar en el catolicismo integral como una categoría
monolítica e impermeable a los vaivenes ideológicos del siglo XX. Más allá de
su ideología espiritualista, la Iglesia católica es una institución penetrada
por la sociedad, y de hecho no podemos entender la deriva del catolicismo en su
dimensión integral, renovadora y liberacionista sin pensar en aquella
“expansión del marxismo” observada por Terán en el plano de la cultura, o dicho
en otras palabras, el giro a la izquierda de diversas capas sociales. Parecería
que la pertinente crítica a las rígidas separaciones entre derecha/izquierda, o
progreso/reacción tan difíciles de aplicar a la Iglesia, a veces roza la
ilusión posmoderna de adelantar el reloj del “fin de las ideologías” a la
historia contemporánea. Por último, negar la posibilidad de ideas y prácticas
radicales tiene como resultado subrayar los síntomas de continuidad y
permanencia del paradigma del catolicismo integral, antes que enfocar aquellas
rupturas y trasformaciones que no se pueden explicar solamente a través de un
progresivo proceso de secularización. El libro de Luis Donatello Catolicismo y
Montoneros demuestra la persistencia de estos presupuestos fundados por las
primeras investigaciones de Mallimaci. Es cierto que este conjunto de trabajos
no parece afectado por las evaluaciones ético-políticas de la historia
intelectual, de allí el esfuerzo por comprender antes que poner en duda la
racionalidad de los actores sociales. Sin embargo, también cabe señalar algunos
problemas: en primer lugar, la investigación se ocupa mucho más de las redes
católicas tejidas en los sesenta que de la guerrilla peronista, un fenómeno
imposible de explicar si sólo se considera el origen confesional de los cuadros
de conducción, y se ignoran los debates que existen en torno a la influencia de
grupos de izquierda como las Fuerzas Armadas Revolucionarias. En segundo lugar,
si la identidad de este trabajo se forja a través de la crítica al empirismo de
categorías historiográficas como izquierda, derecha o radicalización, su
reemplazo por conceptos tomados de la sociología de la religión como
“efervescencia”, “secularización” o integralismo “blanco” y “rojo” no se desarrollan
lo suficiente como para justificar el reemplazo. Como ocurre con los jóvenes
investigadores de la historia intelectual, la nueva generación de sociólogos de
la religión parece conformarse con realizar glosas en torno a las indiscutibles
premisas sentadas desde 1983 (Donatello, 2006: 45)
Aunque la nueva historia de la
Iglesia ha revisado con cierta demora el pasado reciente, existen avances como
los trabajos de Claudia Touris sobre las redes sociales del catolicismo
tercermundista. Vale la pena destacar su crítica a la tendencia inaugurada por
Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, impugnando la idea de que “la impronta
católica inicial de muchos militantes que se encuadraron dentro de las
organizaciones armadas explica su rumbo autoritario, violento y mesiánico”
(Touris, 2008: 763-783). Para la historiadora, esta hipótesis generalizada a
partir de la historia política e intelectual “no ha sido lo suficientemente
explorada con rigurosas investigaciones que las avalen”. Por eso su pesquisa
relativiza aquel camino de la radicalización político-religiosa que arranca en
el catolicismo renovador y pasa al cristianismo liberacionista, para desembocar
inevitablemente en Montoneros. De hecho, si bien Touris caracteriza a C & R
como el “climax” del diálogo entre cristianos y marxistas, llama la atención
sobre el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y sus diferentes
posicionamientos sobre la violencia (Touris, 2005: 229-239). Otro aporte que
vincula la historia intelectual con la nueva historia de la Iglesia es el libro
de José Zanca Los intelectuales católicos y el fin de la cristiandad, que
observa las posiciones adoptadas por diversos medios e intelectuales católicos
en una coyuntura marcada por el conflicto entre la “laica” y la “libre” en
1958, y a partir de 1962 por la apertura conciliar. A primera vista, resulta
esclarecedor el concepto de “cristiandad”, entendido como la estrategia vigente
en la primera mitad del siglo XX de la Iglesia para “reconquistar” las
posiciones perdidas desde el advenimiento de la modernidad. Esta ampliación en
la base social de la Iglesia implicó la creación de diversas organizaciones
católicas insertas en la sociedad civil, y de alguna manera preparó el terreno
para el surgimiento de camadas cada vez más autónomas de militantes laicos
(Zanca, 2006). El inmenso trabajo de síntesis realizado por Roberto Di Stefano
y Loris Zanatta en su Historia de la Iglesia argentina desde la conquista hasta
fines del siglo XX dedica una parte significativa de su relato al período de la
renovación conciliar, incorporando aquel proceso a una necesaria mirada
inscripta en las tendencias de larga duración de la historia eclesiástica. Es
así que el cristianismo liberacionista se entiende como el emergente de la
“olla a presión” en que se había transformado el campo católico antes de 1962,
y que la apertura conciliar forzada por Juan XXIII no hizo más que destapar.
Las críticas realizadas al libro se dirigen en general a la parte del siglo XX
a cargo de Loris Zanatta, cuestionando su enfoque que privilegia los ámbitos
institucionales (Caimari, Peire, Bianchi y Mayo, 2001). Quizás por esta razón
no le destina ni siquiera una línea a C & R, un olvido congruente con la
presentación de los laicos siempre conducidos por los asesores eclesiásticos, o
encuadrados en las organizaciones vinculadas a la Iglesia.
4. La historia de las organizaciones
políticas y los movimientos armados.
En este caso, se trata de una serie
de investigaciones que abordan temas muy variados, como los orígenes
intelectuales de la guerrilla argentina, la inserción social de los movimientos
armados y la dinámica de los movimientos sociales del pasado reciente. A pesar
de que construyen el objeto de sus indagaciones en el campo intelectual, el
religioso o el de las relaciones entre el capital y el trabajo, sus preguntas
se dirigen al carácter político de estos movimientos, y a su papel en el
proceso de radicalización que desemboca en la década de 1970. Es así que
podemos reunir en una misma corriente a los trabajos de Gustavo Pontoriero,
Pablo Pozzi, Alejandro Schneider, Laura Lenci, Germán Gil, Gustavo Morello,
Marcelo Magne y Lucas Lanusse. Si bien la violencia política aparece en varias
ocasiones como uno de los ejes estructurantes de estas investigaciones, en
algunos de estos autores existe una crítica explícita a las tendencias que Omar
Acha denomina “violentología”. En 1989, Gustavo Pontoriero escribió para la
colección del CEAL su libro Sacerdotes para el tercer mundo. El fermento en la
masa, en un momento en que la historiografía de la restauración democrática aún
no se preocupaba por el pasado reciente. Por eso es un texto atípico, realizado
para una colección marcada por el compromiso político y el esfuerzo divulgador.
En primer lugar, Pontoriero reconoce a la experiencia francesa de los curas
obreros como antecedente directo del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo, aunque C & R la precede y presenta mayores conexiones con las ramas
juveniles de la Acción Católica. En segundo lugar, el análisis de la revista se
reduce a su caracterización como medio de prensa de los curas tercermundistas
-aunque capaz de influir “notablemente en muchos de sus integrantes”.(Pontoriero,
1991: 28-32). Esta nueva aparición de la revista como actor de reparto en una
investigación que la excede, permite una comparación especular entre Juan
García Elorrio y Carlos Mugica, el primero favorable a la “opción por la
violencia” y el segundo congelado en su consigna: “Estoy dispuesto a que me
maten, pero no a matar”. La evidencia que disponemos gracias a la historia oral
nos muestra un panorama con posiciones mucho más variables e inestables. Hacia
1994, Pablo Pozzi y Alejandro Schneider dieron inicio a una serie de trabajos
partiendo del paradigma de una “historia desde abajo”, inspirada por los
historiadores marxistas británicos. Al analizar la guerrilla en el marco del
vínculo entre clase obrera e izquierda como eje de un programa de
investigaciones, esta corriente se distingue dentro del campo historiográfico
frente a aquellas concepciones más tradicionales que separan la ideología y las
convicciones políticas de la historia como profesión (Pozzi, 2004: 15, Pozzi y
Schneider, 1994). Es interesante rescatar que incluso en una organización de
izquierda marxista como el PRT-ERP, una parte significativa de sus militantes
provenían de familias católicas, habían estudiado en colegios católicos y
consideraban a la conferencia episcopal de Medellín de 1968 como un hito, algo
que revaloriza la magnitud del aporte cristiano a la militancia revolucionaria
en Argentina (Pozzi, 2004: 75). Esta perspectiva “desde abajo” permite
comprender al cristianismo liberacionista vinculado a las clases subalternas,
antes que a los ámbitos más institucionales de la Iglesia. Laura Lenci es
posiblemente la primer historiadora que se ocupó exclusivamente de C & R
como objeto de estudio. En 1997 escribió La radicalización de los católicos en
Argentina: peronismo, cristianismo y revolución y hacia 2003 un artículo
introductorio a la publicación facsimilar de C & R por el CEDINCI. Entre
los varios méritos de su trabajo es relevante considerar que Lenci estudia el
fenómeno del cristianismo liberacionista como un capítulo de la radicalización
política del período, y no tanto como un subgénero de la historiografía
eclesiástica. Para la historiadora de la Universidad de La Plata la
radicalización católica comienza realizando críticas dentro de la iglesia y
termina cuestionando al “sistema y las estructuras injustas” (Lenci, 1998:
1784-2000). Avanzando más allá de la especificidad religiosa del fenómeno,
vincula la crisis de la Iglesia católica al contexto juvenil de
“autonomización” y ruptura de las diferentes formaciones políticas que
confluyeron en la nueva izquierda (Partido Comunista, Partido Socialista,
sindicalismo combativo, etc.). Por último, también Laura Lenci es la primera en
llamar la atención sobre la especificidad de C & R, criticando su etiqueta
de organización “protomontonera”. En la publicación facsimilar de C & R
publicada por el CEDINCI hacia 2003, Germán Gil escribió un extenso artículo de
carácter fundacional, porque es el primero que sistematiza buena parte de los
núcleos de sentido e ideas-fuerza de la revista, en la que quizás es la mejor
aproximación a una crítica interna de C & R. Sin embargo, consideramos que
la hipótesis principal del artículo anunciada en el título “Cristianismo y
Revolución: una voz del jacobinismo de izquierda en los 60” presenta algunos
problemas de verificación. Partiendo de una larga cita de León Trotsky, la
imagen del “jacobinismo” como una cristalización de la cultura de izquierdas
marcada por el utopismo y la negación de la historia aparece desarraigada de su
contexto original de producción; lo que era un concepto ligado a una situación
histórica determinada por la articulación entre los modos de producción y una
formación social, aplicado al análisis discursivo de C & R se transforma en
una categoría subjetiva, cosificada y atemporal. Sin duda, el primer libro que
intenta hacer un trabajo de síntesis es Cristianismo y Revolución. Los orígenes
intelectuales de la guerrilla argentina, de Gustavo Morello. Es una necesaria y
puntillosa descripción de los principales temas tratados por la revista, aunque
con un engañoso halo de unanimidad. Para Morello, el acercamiento eclesiástico
a posiciones antiimperialistas y socialistas, parece el resultado natural del
encuentro entre dos culturas con fuertes costumbres en común. Sin embargo, el
historiador destina casi 80 páginas de su libro para explicar las
transformaciones de la Iglesia católica, y tan sólo 23 para reconstruir el
“ambiente de época”, es decir, el contexto nacional e internacional que hace
posible el diálogo entre cristianos y marxistas. A contramano del objetivo
inicial, el proceso de radicalización es reducido a la evolución interna de la
Iglesia, concibiendo al actor católico como parte de un campo social donde “lo
político” y “lo religioso” gozan de autonomía relativa (Morello, 2003). El
libro de Marcelo Magne sobre el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo
continua la huella trazada por Gustavo Pontoriero, en una versión más
actualizada, minuciosa y comprensiva del fenómeno, alineada con la perspectiva
de la “historia desde abajo”. La mención de C & R de nuevo es lateral al
fenómeno de los curas tercermundistas, y no avanza más allá de las líneas
trazadas anteriormente por Gustavo Morello, Laura Lenci y Germán Gil (Magne,
2004). Finalmente, hacia 2005 apareció el original libro de Lucas Lanusse, Montoneros. El mito de sus doce fundadores, innovador no tanto por la
creatividad de sus preguntas, lo polvoriento de su documentación o la sutileza
de sus herramientas teóricometodológicas, sino por la prolija reconstrucción de
los grupos originarios que dieron sustento y germen a Montoneros. El principal
aporte de Lanusse al conocimiento de estas redes son sus raíces juveniles, su
heterogeneidad ideológica dentro del campo católico, y fundamentalmente su
dinamismo a la luz de la renovación conciliar. Por eso lo mejor del trabajo no
es el descubrimiento del “mito de los doce fundadores”, sino la destrucción de
aquella mitología creada por los propios Montoneros en La causa peronista,
donde remontaban su prosapia al Movimiento Nacionalista Tacuara (Lanusse,
2005).
Observaciones finales Hasta mediados
de la década de los noventa, los historiadores profesionales que orientaban sus
estudios a la Argentina volcaron buena parte de sus esfuerzos al siglo XIX o
bien a la primera mitad del siglo XX, desalentando la investigación histórica
de aquel pasado cuyas heridas aún permanecían abiertas en el presente (Andujar,
D’Antonio y Eidelman, 2008: 108-116). Esta situación cambió en la segunda mitad
de la década, haciéndose visible un renovado interés tanto en la sociología
como en la historiografía por la Iglesia católica y los movimientos
socio-religiosos como actores políticos. Este crecimiento se refleja en una
prominente variedad de las investigaciones académicas, pero también en la
producción de otros géneros con más velocidad de llegada al mercado editorial,
como ocurre con el periodismo de investigación. La relativa novedad del tema
hace que los paradigmas fundacionales permanezcan vigentes, favoreciendo una
expansión extensiva, es decir, ampliando el mismo paradigma en el tiempo y el
espacio, de la década del treinta y cuarenta a los sesenta y setenta, de la
perspectiva nacional a la mirada local. El progreso de las investigaciones
permite un avance en el conocimiento empírico de la cuestión religiosa y
eclesiástica en la Argentina, pero por ahora impide el surgimiento de una
explotación intensiva del objeto de estudio, capaz de revisar las categorías y
las premisas que dieron oxígeno a una importante generación intelectual desde 1980.
Quizás sea el momento adecuado para comenzar a hacer otras preguntas que
complementen, si, pero al mismo tiempo abran un debate frente a la herencia
historiográfica recibida.
Fuente: AHIRA
https://ahira.com.ar/estudios-criticos/page/9/
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