Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 57 SOCIEDAD El Exilio, una cárcel sin puertas… por Javier Claure
Fuente: Bloghemia
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"...el destierro, visto como fenómeno psicosocial, implica alegrías,
viajes, progresos, mejor situación económica, logro de un título académico (en
algunos casos), conocimiento de ciertas culturas, aprendizaje de idiomas, etc.
Pero también implica vivir lejos de familiares, de amigos y del entorno social
en el que uno se ha criado." Javier Claure.
Artículo de Javier Claure para
Bloghemia, sobre las implicaciones de vivir fuera de nuestro país de origen.
La historia del destierro es tan
antigua como la propia historia del hombre. En Grecia y en Roma, el destierro o
el exilio era la pena máxima que se le atribuía a un ciudadano, cuyos actos
eran considerados un delito en contra de la religión. El mismo destino le
esperaba a la persona que se salía del marco de la legislación. El emigrante,
el exilado o la persona que ha abandonado su país por causas económicas o sentimentales;
deambula, a un principio, por senderos de inseguridad, de angustia y de temor.
Tiene que renacer para adaptarse al país acogedor, a las costumbres, a la
comida y a un nuevo idioma. Obviamente las circunstancias, en el nuevo país, se
perciben distintas tomando en cuenta la edad, la familia, los objetivos que se
quieren alcanzar, el nivel cultural, el país al cual uno llega, las condiciones
que ofrece dicho país, etc. El médico y fisiólogo húngaro, Hans Selye, estudió
mucho sobre el estrés, cuya investigación dio a conocer, en los años 50, en su
famoso libro El Estrés de la Vida. Una nueva teoría de enfermedad
(The Stress of Life. A new theory of disease) . Selye llegó a la conclusión de que el estrés es una
reacción fisiológica del cuerpo humano cuando este se somete a situaciones de
amenaza. La teoría sobre el estrés de Selye o el Síndrome General de Adaptación
se puede aplicar en un contexto más amplio y en cualquier sociedad del mundo,
ya que pone en tela de juicio la relación hombre-ambiente. Si consideramos el
destierro, voluntario o involuntario, como un fenómeno psicosocial frente a los
estímulos y desalientos de una sociedad; entonces podremos entender mejor los
efectos que se producen en el bienestar emocional y mental de un ser humano.
Según mi experiencia y mis
observaciones como una persona que vive lejos de su país de origen, he podido
analizar los efectos del destierro. El exilio o el destierro, en particular
para los más jóvenes que llegaron con sus familias a un país determinado, quizá
ha sido solo un cambio de dirección. Una aventura hecha realidad que con el
tiempo se han acomodado relativamente bien en la nueva sociedad. Para los que
han sido torturados y perseguidos por las fuerzas opresoras de sus respectivos
países, pues el destierro significó un suspiro de libertad y una posibilidad de
tener una vida digna. En cambio para las personas que gozaban de bienes
materiales, de buena situación económica y de un buen estatus social, pero por
las adversidades de la vida tuvieron que abandonar su país, pues el destierro
significó ninguneo, castigo y heridas que quizá nunca sanaron bien.
También es cierto que el destierro
puede abrir las puertas a una buena situación económica. Y muchas de las
personas que han logrado alcanzar un nivel económico considerable, viven ufanos
jactándose de sus logros materiales. En ciertos casos, se han vuelto
indiferentes e insensibles a lo que ocurre en el mundo, porque viven en una
burbuja de cristal. Un determinado grupo de emigrantes se han desarrollado intelectualmente.
Otros han muerto. Hay unos cuantos que se han dedicado al jolgorio y no han
hecho nada. En fin, todo es relativo y bien respetado porque como dice el dicho
popular «cada uno es arquitecto de su vida». En resumidas cuentas, el
destierro, visto como fenómeno psicosocial, implica alegrías, viajes,
progresos, mejor situación económica, logro de un título académico (en algunos
casos), conocimiento de ciertas culturas, aprendizaje de idiomas, etc. Pero
también implica vivir lejos de familiares, de amigos y del entorno social en el
que uno se ha criado. Al mismo tiempo conlleva estar expuesto al racismo, al
fracaso, al desarraigo, al dolor, a la soledad, a la depresión, al sufrimiento,
al insomnio, a la carencia de verdaderas amistades y al suicidio. Sea lo que
sea, el tiempo pasa y nos ponemos más viejos. Entonces añoramos nuestro terruño
pero, a veces, cuando uno vuelve a su país de origen ya jubilado, se siente
extranjero en su propio entorno. Para terminar este artículo deseo transcribir
lo siguiente.
Apólogo del retorno
Cuatro hermanos regresan a su pueblo después de mucho tiempo. Los recibe la
madre, quien les pregunta qué traen de vuelta después de tanto tiempo de
ausencia.
El menor dice que él logró hacerse dueño de negocios importantes, que ha
prosperado y ganado mucho dinero. Y en prueba de ello trae algunos regalos.
Declara en seguida que no puede quedarse mucho tiempo porque debe atender sus
negocios. Y se va sin esperar siquiera a escuchar lo que puedan decir sus
hermanos. La madre lo ve partir con tristeza y mira con amargura los regalos
que el hijo le ha dejado. ¿De qué puede servirle esa vistosa alfombra, si en su
casa todos los pisos son de tierra? ¿Qué utilidad puede tener la delicada
vajilla si su comida diaria se reduce a un plato de sopa y a una taza de té?
El segundo hijo tiene muy poco que decir. No aprendió nada, no sabe nada
de nada, no agregó nada nuevo a lo que ya sabía cuándo salió de su país, y no
tiene ahora nada que aportar. Nada le interesó donde estuvo y su maleta, cubierta
de etiquetas multicolores, parece saber más que él de sus años de viajes en el
exilio.
La madre interroga luego al tercer hijo, y éste le dice que él no trae
bienes materiales, pero que se ha enriquecido espiritualmente. Ha aprendido las
lenguas y las costumbres de otros pueblos y siente que, habiendo llegado a
comprender mejor las cosas del mundo, está más preparado para entender a su
propio país. Afuera, agrega, conocí y amé a seres diferentes, y supe así
conocer y amar a mis iguales. Es lo que puedo ofrecerte, dice.
Le toca el turno, finalmente, al cuarto hijo, el mayor de todos. Yo solo pude aprender la mitad de lo que hubiera querido, dice; no solo porque estoy ya un poco viejo, sino porque me vi obligado a trabajar muy duramente para dar de comer a mis hijos y para educarlos. Pero creo haber cumplido honestamente con mi deber. Si yo no fui capaz de hacerlo, conseguí en cambio que ellos aprendieran otras lenguas, supieran de otras culturas, y se hicieran así más inteligentes y más comprensivos. También aprendieron su lengua natal los más pequeños, o la conservaron y mejoraron los mayores. Todos ellos leyeron en el exilio los libros que les hablaban de las gentes y de las cosas que pertenecen a las naciones lejanas donde les tocó crecer. Además, leyeron libros que cuentan la historia y la geografía, que hablan de los seres, de las plantas y de los pájaros. Como yo mismo, como todos los otros, ellos también sufrieron. Pero aunque son muy jóvenes, vuelven más maduros, más sensibles y más sabios. La mujer se dijo, entonces, que si al menos la mitad de los suyos había logrado salvarse del desarraigo, de la soberbia y de la ignorancia; podía considerarse una madre afortunada.
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