“El camino es un elogio al espacio;
cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. En
cambio, la carretera, no tiene sentido en sí misma; el sentido le es dado
por aquellos puntos que une. Los caminos han ido desapareciendo a la par que ha
ido menguando el deseo de andar, de caminar con las propias piernas y disfrutar
de ello. Camino y carretera son dos concepciones de la belleza. Carretera es
una larga línea unida por islas de belleza, camino, es belleza ininterrumpida y
cambiante, un detente permanente… y así, durante toda la vida, soñó lo que el
ajedrecista hace en la jugada del enroque: Desaparecer ante el ojo amenazante,
irse a otra parte, sin previo aviso, tras la belleza ininterrumpida,
sorpresivamente quizás”.
De este modo Milan Kundera nos
relataba sobre la idea de lo efímero, de las cómodas parcialidades a las que
solemos someternos casi sin atisbo de rebeldía. La Galeana utopía del
camino en franca lucha contra la practicidad de la carretera. Rendirnos, bajar
la cabeza, como suponiendo que todo intento por mantener la dignidad es
cuestión inconveniente.
Algo de ello sucedió por aquel
entonces y creo, a mi humilde entender, continúa formando parte de un
inconsciente colectivo que se resiste. Que se resiste a pesar de la templanza
de las Abuelas, que muestra intolerancia a pesar de las llagas de las Madres,
que sostiene una visión oblicua a pesar de la mirada diáfana de los pibes que
tuvieron la oportunidad de recuperar su identidad y su historia. La Democracia,
quizás lentamente, nos va acostumbrando de modo imperceptible que todo debate
sobre nosotros mismos es tan necesario como excitante, que es un maravilloso
síntoma crítico de salud intelectual. A veces, al igual que la vida, toma con
nosotros un café, mientras Serrat nos susurra en el gramófono, en otras
ocasiones, como con Menem, De la Rúa y Macri, nos deja sin asunto, en la mesa
de ese mismo bar, a la espera de un tiempo mejor.
Gran texto
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