Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 56 SOCIOLOGÌA Sobre la indiferencia argentina… por Mariano Oropeza
“¿En qué se interesa entonces el
hombre argentino actual? Aparentemente, si entendemos por interés una reacción
total frente a un objeto dado, creo que en nada. Algunos focos de interés
estimulan, naturalmente su conciencia, pero de modo esporádico, y lo que es
superlativamente curioso, de reflejo y por delegación”, sostenía el joven
Adolfo Prieto en el ensayo que integraría meses después su segundo clásico,
“Sociología del público argentino” (1956). Con menos de treinta, ya tenía otro,
“ y la nueva generación”, que había causado revuelo por su tono irreverente
contra quien empezaba a ser la vara nacional. De esa generación parricida, los
hermanos Viñas, Sebrelli y Tulio Halperín Donghi, Prieto surge el más
excéntrico, el menos reconocido, tal vez por su raíces sanjuaninas, o porque
luego haría su centro de investigaciones en Rosario, hasta el obligado exilio
en la dictadura, y jubilación en Estados Unidos. Tampoco ayudaron su silencio
desde el regreso a fines de los noventa, solamente interrumpido por un luminoso
libros de poemas, editados poco antes de fallecer en 2016. Sin embargo su
pensamiento, fundador él de la historia social de la literatura argentina, y
analista clave de lo argentino a través de su cultura y hacedores, resulta
siempre un llamador, un clarín verdadero que despierta conciencias, “el
argentino conoce la fragilidad de su puente y ”. O Yo, argentino. Prieto, en
plena eclosión de ideas humanistas y existencialista, claro que marca también
un rumbo en este diagnóstico, basado en que “nuestro ser colectivo, como el de
sus cuerpos, se halla aún en suspensión…-debatiendo- un repertorio de vivencias
valorativas en un cuerpo todavía en gestación”, observando el “satelitalismo
cultural” que obstruye un pensamiento propio; el foco de otra publicación
sustancial, cierre de este ciclo de análisis de la formación del campo
literario, escritores, industria, y lectores, “Literatura y subdesarrollo”
(1968). Aquí ya había pasado por el decanato de la Facultad de Filosofía y
Letras de Rosario, renunciando por divergencia con los militares en el 66, que
lo hostigarían con el golpe del 76, debiendo emigrar a la Universidad de
Gainesville, . Previo presenció arder su proyecto editorial rosarino. Este
doloroso destino estaba lejos de imaginar el juvenil Prieto, que como sus
compañeros de ruta del inmediato posperonismo, intenta entender la argentinidad
a lo largo de su obra. “De pronto, los representantes de un gobierno que se ha
caracterizado por la celosa defensa del Estado, deciden y llevan a la práctica
su minucioso desmantelamiento. De pronto, la consumación de hechos que hubieran
provocado incalculables reacciones hasta en la víspera misma de su consumación
es aceptada en silencio o asordinada por la indiferencia general”, dijo en 1998
en la revista “Mucho tardará en reponerse ese lector -hablando de los medios en
1956, en meses siguientes del golpe al presidente Perón-, del asombro y del
desconcierto que le produjeron los ruidosos cambios de tendencia, las
increíbles conversiones, las delirantes proclamas con que buena parte de la
prensa argentina, usando los mismos títulos, la misma tipografía, pasó del
elogio de un régimen al elogio de la revolución que lo derrocó”
“En el hijo del inmigrante persiste
el sueño de la riqueza, pero delega en la lotería el evento de conquistarla;
deja de lado el esfuerzo, compromiso de cuerpo y alma, y afianzando en un
austero desahogo económico conjura los bienes de la fortuna ostentando signos
exteriores: el traje impecable y el dispendio de un ocio señorial”, acota
Prieto, en una avidez de parecer antes que ser que parecería venir desde la
Colonia, como magistralmente retrataría Antonio Di Benedetto en la novela
“Zama”. Y continúa el iracundo crítico en la revista que pretendía competir con
la aristocrática -y modernizadora- revista Sur de , “el argentino delega en el
título universitario las exigencias de alta cultura y en cualquier clase de
título su derecho a ser considerado culto. Presiente que la cultura es un valor
tradicional y prestigioso, pero en el fondo no le interesa”, en las esquirlas
de “alpargatas sí, libros no”. “El argentino delega en el Estado el
cumplimiento de sus propósitos anunciados hace un siglo en el Preámbulo de la
Constitución; se apasiona, a veces, con los políticos, representantes visibles
de su delegación, pero no con la política”, en otro párrafo que avanza el
ensayista sobre la comunidad organizada, “siente respeto por su abstracta
delegación estatal, aunque a veces, en concreto, delegue en el “influyente” la
posibilidad del fraude y la estafa a la ley y al gobierno…-tiene- un regocijo
secreto con que se aplaude toda burla a la vigilancia”, o otra manera -triste-
de entender la viveza criolla. No tan estudiada como sus hermanas Contorno o
Centro, ambas revistas del liberalismo lúcido que intentaba entenderse con el
huracán del peronismo, la revista Ciudad con solo tres números, entre 1955 y
1956, tuvo sin embargo colaboradores de peso, por citar Héctor Bianciotti,
Ernesto Schoó, Alicia Jurado y Rafael Squirru, en un raro paraguas que
convivían vanguardia y militancia católica. Extraño a los ojos actuales, por
cierto no tanto analizando el contexto de la intelligentsia porteña, ya que
cobijó exiliados de regimenes dictatoriales, Prieto, y ejecutores de condenadas
políticas durante esos negros periodos, el futuro ministro de economía de facto
y reo José Martínez de Hoz. Precisamente en el número seleccionado, mientras
Martínez de Hoz fustiga el excesivo “iluminismo” movilizador de José Luis
Romero en el ahora canónico “La cultura occidental” (1953), Prieto sostiene “El
argentino no se mete de cuerpo y alma en el radio de acción… Para él no vale la
pena esforzarse diez años para hacerse rico (aunque quisiera serlo), ni editar
una revista a contramano de los caminos de difusión y éxito, ni hacer de la religión
que se declara un problema de conciencia, ni sentirse célula responsable del
conglomerado social. Las transferencias, las delegaciones hacen las veces de
verdadero interés y dejan a este hombre, con un fondo potencial desconocido, en
entera disponibilidad”, cierra Prieto en un mundo a conquistar por este hombre
nuevo “con más de las cosas que están todavía por hacer”, no anclado a un
pasado de perimidos dogmas.
“Hemos convenido en que el hombre
argentino actual se interesa en los valores tradicionales de reflejo y por
delegación”, comentaba Prieto; quien deja “la excelencia de su actividad
universitaria y de todas sus publicaciones. Requiere reconocer además una
lección de sobriedad y una ética inclaudicable”, recalcaba en su obituario de
junio de 2016 la crítica María Teresa Gramuglio. Seguimos al profesor Adolfo,
un talento argentino a leer y releer, “Si pasamos por alto la pesimista -e
injusta- respuesta de que lo hace por pereza o ineptitud, nos encontramos de
boca con una respuesta que comienza siendo un categórico interrogante ¿Y si los
valores que pueblan el horizonte vital del argentino no respondieran a las
exigencias de su índole, que no es ni tiene por qué ser necesariamente la misma
de los que conformaron los valores en cuestión? ¿Y si el quebradizo puente de
interés que el argentino tiende entre su persona y los valores fuera no de
debilidad sino de inercia, de contagio mental”. Tomar conciencia de lo “Viejo”,
diría Prieto, que vino de los barcos o de las pampas y, por fin, hacer la
América.
*Mariano Oropeza. Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas. (Fuente: https://ahira.com.ar/estudios-criticos/)
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