Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 56 FILOSOFÍA… LA OBLIGACIÓN DE SER FELIZ… POR BYUNG-CHUL HAN
Fuente: Bloghemia
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"La sociedad paliativa se inmuniza frente a la crítica
insensibilizando mediante medicamentos o induciendo un embotamiento con ayuda
de los medios. También los medios sociales y los juegos de ordenador actúan
como anestésicos. La permanente anestesia social impide el conocimiento y la
reflexión y reprime la verdad."
En la época posindustrial y pos-heroica
el cuerpo no es avanzadilla ni medio de producción. A diferencia del cuerpo
disciplinado, el cuerpo hedonista, que se gusta y se disfruta a sí mismo sin
orientarse de ninguna manera a un fin superior, desarrolla una postura de
rechazo hacia el dolor. Le parece que el dolor carece por completo de sentido y
de utilidad. El actual sujeto del rendimiento se diferencia radicalmente del
sujeto disciplinario. Tampoco es un «trabajador» en el sentido de Jünger. En
la sociedad neoliberal del rendimiento las negatividades, tales como las
obligaciones, las prohibiciones o los castigos, dejan paso a positividades
tales como la motivación, la auto-optimización o la autorrealización. Los
espacios disciplinarios son sustituidos por zonas de bienestar. El dolor pierde
toda referencia al poder y al dominio. Se despolitiza y pasa a convertirse en
un asunto médico. La nueva fórmula de dominación es «sé feliz». La positividad
de la felicidad desbanca a la negatividad del dolor. Como capital emocional
positivo, la felicidad debe proporcionar una ininterrumpida capacidad de rendimiento.
La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal
de felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin
necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su
sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen
desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está́
realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de
ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser
obediente. En el régimen neoliberal también el poder asume una forma positiva.
Se vuelve elegante. A diferencia del represivo poder disciplinario, el poder
elegante no duele. El poder se desvincula por completo del dolor. Se las
arregla sin necesidad de ejercer ninguna represión. La sumisión se lleva a cabo
como autooptimización y autorrealización. El poder elegante opera de forma
seductora y permisiva. Como se hace pasar por libertad, es más invisible que el
represivo poder disciplinario. También la vigilancia asume una forma elegante.
Constantemente se nos incita a que comuniquemos nuestras necesidades, nuestros
deseos y nuestras preferencias, y a que contemos nuestra vida. La comunicación
total acaba coincidiendo con la vigilancia total, el desnudamiento pornográfico
acaba siendo lo mismo que la vigilancia panóptica. La libertad y la vigilancia
se vuelven indiscernibles. El dispositivo neoliberal de felicidad nos distrae
de la situación de dominio establecida obligándonos a una introspección
anímica. Se encarga de que cada uno se ocupe solo de sí mismo, de su propia
psicología, en lugar de cuestionar críticamente la situación social. El
sufrimiento, del cual sería responsable la sociedad, se privatiza y se
convierte en un asunto psicológico. Lo que hay que mejorar no son las
situaciones sociales, sino los estados anímicos. La exigencia de optimizar el
alma, que en realidad la obliga a ajustarse a las relaciones de poder
establecidas, oculta las injusticias sociales. Así́ es como la psicología
positiva consuma el final de la revolución. Los que salen al escenario ya no
son los revolucionarios, sino unos entrenadores motivacionales que se encargan
de que no aflore el descontento, y mucho menos el enojo: «En vísperas de la
crisis económica mundial de los años veinte, con sus extremas contradicciones
sociales, había muchos representantes de trabajadores y activistas radicales
que denunciaban los excesos de los ricos y la miseria de los pobres. Frente a
eso, en el siglo XXI una camada muy distinta y mucho más numerosa de ideólogos
propagaba lo contrario: que en nuestra sociedad profundamente desigual todo estaría
en orden y que a todo aquel que se esforzara le iría muchísimo mejor. Los
motivadores y otros representantes del pensamiento positivo traían una buena
nueva para las personas que, a causa de las permanentes convulsiones del
mercado laboral, se hallaban al borde de la ruina económica: dad la bienvenida
a todo cambio, por mucho que asuste, vedlo como una oportunidad». También la
voluntad de combatir el dolor a toda costa hace olvidar que el dolor se
transmite socialmente. El dolor refleja desajustes socioeconómicos de los que
se resiente tanto la psique como el cuerpo. Los analgésicos, prescritos
masivamente, ocultan las situaciones sociales causantes de dolores. Reducir el
tratamiento del dolor exclusivamente a los ámbitos de la medicación y la
farmacia impide que el dolor se haga lenguaje e incluso crítica. Con ello el
dolor queda privado de su carácter de objeto, e incluso de su carácter social.
La sociedad paliativa se inmuniza frente a la crítica insensibilizando mediante
medicamentos o induciendo un embotamiento con ayuda de los medios. También los
medios sociales y los juegos de ordenador actúan como anestésicos. La
permanente anestesia social impide el conocimiento y la reflexión y reprime la
verdad. En su Dialéctica negativa escribe Adorno: «La necesidad de prestar voz
al sufrimiento es condición de toda verdad. Pues el sufrimiento es objetividad
que pesa sobre el sujeto; lo que este experimenta como lo más subjetivo suyo,
su expresión, está objetivamente mediado». El dispositivo de felicidad aísla a
los hombres y conduce a una despolitización de la sociedad y a una pérdida de
la solidaridad. Cada uno debe preocuparse por sí mismo de su propia felicidad.
La felicidad pasa a ser un asunto privado. También el sufrimiento se interpreta
como resultado del propio fracaso. Por eso, en lugar de revolución lo que hay
es depresión. Mientras nos esforzamos en vano por curar la propia alma perdemos
de vista las situaciones colectivas que causan los desajustes sociales. Cuando
nos sentimos afligidos por la angustia y la inseguridad no responsabilizamos a
la sociedad, sino a nosotros mismos. Pero el fermento de la revolución es el
dolor sentido en común. El dispositivo neoliberal de felicidad lo ataja de raíz.
La sociedad paliativa despolitiza el dolor sometiéndolo a tratamiento medicinal
y privatizándolo. De este modo se reprime y se desbanca la dimensión social del
dolor. Los dolores crónicos que podrían interpretarse como síntomas patológicos
de la sociedad del cansancio no lanzan ninguna protesta. En la sociedad
neoliberal del rendimiento el cansancio es apolítico en la medida en que
representa un cansancio del yo. Es un síntoma del sujeto narcisista del
rendimiento que se ha quedado desfondado. En lugar de hacer que las personas se
asocien en un nosotros, las aísla. Hay que diferenciarlo de aquel cansancio
colectivo que configura y cohesiona una comunidad. El cansancio del yo es la
mejor profilaxis contra la revolución. El dispositivo neoliberal de felicidad
cosifica la felicidad. La felicidad es más que la suma de sensaciones positivas
que prometen un aumento del rendimiento. No está sujeta a la lógica de la optimización.
Se caracteriza por no poder disponer de ella. Le es inherente una negatividad.
La verdadera felicidad solo es posible en fragmentos. Es justamente el dolor lo
que preserva a la felicidad de cosificarse. Y le otorga duración. El dolor trae
la felicidad y la sostiene. Felicidad doliente no es un oxímoron. Toda
intensidad es dolorosa. En la pasión se fusionan dolor y felicidad. La dicha
profunda contiene un factor de sufrimiento. Según Nietzsche, dolor y felicidad
son «dos hermanos, y gemelos, que crecen juntos o que […] juntos siguen siendo pequeños».
Si se ataja el dolor, la felicidad se trivializa y se convierte en un confort apático.
Quien no es receptivo para el dolor también se cierra a la felicidad profunda:
«La abundancia de especies del sufrir cae como un remolino inacabable de nieve
sobre un hombre así́, al tiempo que sobre él se descargan los rayos más
intensos del dolor. Solo con esta condición, estar siempre abierto al dolor,
venga de donde venga y hasta lo más profundo, sabrá́ estar abierto a las especies
más delicadas y sublimes de la felicidad».
*Artículo del filósofo surcoreano Byun Chul Han, publicado por primera
vez por la revista Ethic el 4 de Mayo del
2021.
mmmm... sufrir para saber disfrutar? matarse de frio en algún polo, para algún día estar feliz un finde en una isla caribeña? deberíamos superar a los y las filosofías anteriores al sxxi, no negar la actualidad, me parece, sin caer en un hedonismo desproporcionado, sería bueno evolucionar a una buena paz sin tanta necesidad de estímulos que nos inculca el fachismo financiero internacional
ResponderEliminarRelaciono este texto con el espíritu crítico de El Candido de Voltaire. Saludos
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