Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 56 MEDIOS Políticas culturales y comunicacionales de la última dictadura… ENSAYO por Evangelina Margiolakis y Alicia Dios
Extracto del Libro: Terror y
consenso… de Laura Schenquer
Fuente: AHIRA (Archivo histórico de
Revistas Argentinas)
https://ahira.com.ar/estudios-criticos/
Introducción
Durante la última dictadura
cívico-militar argentina (1976-1983), un conjunto de publicaciones de prensa
periódica de carácter privado, acompañaron, difundieron y reprodujeron el
discurso militar oficial, generando condiciones de adhesión, aceptación y
consenso en la sociedad. En esta zona de la prensa denominada oficiosa (Risler,
2018), identificamos un abanico de experiencias gráficas que adhirieron a modos
de representación y valores promovidos desde el gobierno dictatorial. La
política cultural del régimen militar no sólo se basó en censuras y
prohibiciones, sino en una dimensión productiva en la que diferentes
iniciativas, públicas y privadas, apuntaron a legitimar la imagen del gobierno
de facto. En este marco, aunque considerando la existencia de brechas,
diferencias y heterogeneidades – incluso al interior de una misma publicación –,
hemos seleccionado la revista cultural
Pájaro de Fuego.
Toda la Cultura (Buenos Aires,
septiembre 1977-abril 1982), una revista de carácter cultural y comercial que,
hasta el momento, ha sido escasamente analizada. A lo largo de sus 43 números,
estuvo dirigida por Carlos Garramuño, fundador de la editora Cromomundo, la
cual publicó Pájaro de Fuego. Como revista especializada en temas culturales,
su existencia permite advertir el rol de empresas periodísticas privadas a
través de las que el discurso oficial – y la estrategia psicosocial castrense –
interpeló a la opinión pública. La revista dio lugar a las voces de diferentes
funcionarios del régimen, en especial, en materia de política cultural y
educativa. Aunque no surgió como órgano oficial ni como iniciativa de algún
estamento del Estado, configuró un proyecto editorial realizado por sectores de
la sociedad civil, que construyó una trama simbólica y narrativa cercana a la
retórica oficial, en particular, desde sus editoriales y notas de fondo. Como
revista cultural, Pájaro de Fuego presentó una propuesta diferenciada en cuanto
a su formato, la utilización del color y la importante presencia de
publicidades – oficiales y privadas –. Su diseño, visualidad y propuesta
gráfica nos hablan de criterios de profesionalización periodística. La revista
tuvo un Departamento de Publicidad, contó con distribuidoras en todo el país y
ofreció suscripciones tanto a nivel local como internacional. Su repertorio temático fue amplio y
presentó cierta autonomía respecto de sus artículos principales, incluyendo
notas sobre cine, teatro, literatura, artes plásticas, medios de comunicación,
música, libros y diversas actividades culturales. Como veremos más adelante,
sus artículos de opinión siguieron una línea editorial afín a los tópicos del
régimen y colaboraron en sostener y afianzar la imagen castrense, lo que
permite corroborar el vínculo estrecho entre militares y medios privados.
Asimismo, sus páginas incluyeron artículos sobre lírica y ballet, y luego se
fueron ampliando a otras disciplinas. Los temas abordados permiten dar cuenta
del dinamismo de la esfera cultural aun en tiempos de dictadura. Una diferencia
entre la revista y las publicaciones contraculturales es que estas últimas, en
el mismo período, adoptaron una postura disidente respecto del poder militar.
En esta zona, la revista alternativa Cuadernos del Camino, sostenía: “Una mención aparte merecerían revistas
como Pájaro de Fuego, creada para que ejecutivos y señoras ‘snob’ no se sientan
desinformados, y dedicada a difundir a cinco colores las concepciones oficiales
de la cultura” . Las revistas contraculturales identificaron a Pájaro de
Fuego en un universo –dentro de la cultura oficial – contrapuesto a la
actividad de resistencia que varias prácticas habían desarrollado. El objetivo
de nuestro trabajo consiste en presentar un análisis de sus editoriales y notas
de opinión, sus índices, sus coberturas temáticas, el lugar asignado a
representantes de la política cultural oficial, su proyecto editorial y el modo
de concebir y jerarquizar las producciones culturales, entre los aspectos más
salientes, lo que nos permitió detenernos en algunos tópicos de discusión
relevantes presentes en sus páginas.
Sus editoriales: producir una imagen de país efectiva adentro y afuera
En cuanto a sus editoriales, podemos
reconocer un discurso que reprodujo y acompañó la voz de funcionarios del
gobierno de facto. En su editorial del primer número, la revista retomó y avaló
las palabras del secretario de Cultura de la Nación, Raúl Casal. Firmada por su
director, sostenía: Las afirmaciones del Secretario de Cultura merecen iniciar esta
aventura intelectual que, desde ahora, propone PÁJARO DE FUEGO. Porque el
planteo intelectual de Casal nos ubica en el plano que inevitablemente debemos
aceptar cuando meditamos sobre el país de los argentinos. Se afirma que la
actual crisis argentina es atípica e implica un corte en nuestra historia. Y
estamos de acuerdo. Se afirma que cuando una sociedad toca fondo y siente
cuestionado su sistema de valores, el análisis de esa crisis y su superación es
un problema cultural. Y estamos de acuerdo. Se afirma que la subversión propuso
una guerra total, no sólo bélica. Y estamos de acuerdo. De manera que la
meditación de Casal sirve no solamente para interpretar la actitud oficial en
materia de cultura. Esas reflexiones sirven, como se ve, para definirnos y para
reiniciar de alguna manera, y sobre bases más serias que las habituales, la
polémica nacional. Polémica nacional inevitable a la que con seriedad y acaso
con imaginación va a servir PÁJARO DE FUEGO. (Garramuño, 1977, p. 6)
Este planteo de Casal otorgaba un
lugar relevante a la esfera simbólica: la situación política se debía encauzar
a partir de superar los problemas culturales. Pájaro de Fuego se hizo eco de la
interpretación oficial en materia de cultura. Pero también replicó el análisis
de la situación política y justificó la represión en los mismos términos en los
que lo había hecho el régimen dictatorial, basándose en el argumento de la
“guerra total”, esgrimido al explicar la “lucha antisubversiva”. La revista
identificaba así a quienes podían llegar a cuestionar ese sistema de valores,
adoptando el nombre enunciado por los propios militares: la “subversión”. Tal
diagnóstico justificaba la “guerra”, no sólo pensada en términos bélicos sino
como una contienda en diferentes ámbitos, donde la cultura ocupó un lugar
preponderante. Así como la revista partió de reproducir textualmente el
discurso del funcionario, de la misma manera enfatizó en sus modos de
interpretar y nombrar. Como señalamos, en el plano cultural convivió un
discurso oficial que estableció y jerarquizó determinada visión de mundo junto
a una prensa que desempeñó la función de reproducir ciertas condiciones de
adhesión y consenso hegemónico. La revista continuaba en su editorial
planteando que, pasada la “guerra”, debían modificarse ciertos valores y
“esencias” que, por el momento, subsistían y se imponían como significados
hasta la llegada del momento de superación de esa “guerra interna”. A pesar de
identificar una crisis, la revista avizoraba el camino para su superación. A un
año del primer número de Pájaro de Fuego, la revista realizó algunos balances
en su editorial, firmados también por su director. Allí sostenía que la revista
encarnaba un proyecto especializado en cultura – en un sentido amplio – y de alcance
masivo, como ningún otro medio lo había hecho hasta el momento. También hacía
referencia al contexto, en ese número 8 de su primer aniversario: La
realidad de un país que acababa de proponerse la reconducción de sus destinos,
política y económica que hasta nos había hecho dudar de nuestros primarios
ideales de identidad. (...) Porque como decíamos al principio, mantenemos la
presunción de comprometernos en la solución de las más graves cuestiones
sociales que son –reiteramos– cuestiones fundamentalmente culturales.
(Garramuño, 1978b, p. 1)
La revista evaluaba su surgimiento en
el marco de un país que estaba siendo “reconducido” luego de “trágicas
instancias”, en referencia al momento previo al golpe de 1976. Asimismo,
planteaba que la cuestión social más grave se basaba en resolver la cuestión
cultural. Nuevamente la cultura aparecía como un lugar preponderante para abrir
esas posibilidades de reconducción. Lejos de ser concebido como subordinado a
otras esferas, lo simbólico fue comprendido por la revista como espacio
relevante para legitimar un modelo de país, en consonancia con las políticas
implementadas por el régimen, que identificaron en la cultura la posibilidad de
construir consensos en el marco de una “guerra cultural” que se libró en términos
políticos, discursivos, ideológicos.
Dos números después, la publicación cubrió la celebración de su primer aniversario en una nota de tres páginas a color, acompañada de diez fotos del evento. Allí se narraba lo acontecido en el “Cinzano Club”, edificio lujoso de la esquina de Florida y Viamonte, “todo cristal y aluminio”. En su festejo, la revista se propuso “reconocer el esfuerzo realizado por algunos de los hombres que integran la comunidad nacional” (Garramuño, 1978b, p. 9). La celebración, “desprovista de formalismo y protocolo”, contó con personalidades de la cultura, del mundo empresarial y de funcionarios como el subsecretario de Cultura de la Nación e Interventor del Fondo Nacional de las Artes, Luis Funes, integrante de la élite católica santafesina (Rodríguez, 2015). En la sala de recepciones del lugar, se exhibieron los trabajos de los artistas plásticos Carlos Uriarte, Raúl Russo, Alicia Silman, Peter Sussman y Alcides Gubellini. El símbolo de la publicación, un pájaro de fuego fundido en plata, utilizado como reconocimiento al esfuerzo creador, fue prendido en las solapas de diversos referentes de la cultura que pertenecieron a diversas adscripciones, tradiciones y experiencias. En este variopinto arco de personalidades, fueron distinguidos el escritor César Tiempo , el pintor Carlos Uriarte, el actor y director de teatro Rodolfo Graziano, el periodista Andrés Percivale, el director de la Camerata Bariloche y varios empresarios argentinos. Algunos funcionarios del gobierno de facto estuvieron presentes. Quien entregó las distinciones fue el enviado en representación de Jorge Rafael Videla, el edecán naval, Capitán de Corbeta Oscar Calandra. También participó el secretario de Cultura de la Nación, Raúl Casal, quien tomó la palabra para reconocer la labor de la publicación. Estuvieron además, el periodista Ulises Petit de Murat, y el especialista en educación Antonio Salonia, entre otros. Se recibieron las adhesiones de Videla, del periodista José Gómez Fuentes y del sector empresarial. Además de distintas personalidades de la cultura, podemos advertir la presencia de funcionarios públicos y empresarios que acompañaron las políticas culturales del régimen y construyeron vínculos de interacción, en este caso, acompañando la iniciativa de una revista que adhirió a los discursos oficiales y construyó vínculos con los sectores corporativos empresariales, contribuyendo a legitimar su rol como actores relevantes en el entramado social. Otro editorial significativo de 1978 fue “Más allá del Júbilo” del número 7 de la revista, en el que Garamuño reflexionó sobre el Campeonato Mundial de Fútbol, centrándose en la idea de un espíritu nacional que se contrapuso a una realidad “deformada” desde el exterior, en consonancia con la intención del régimen castrense de proyectar la imagen de una Argentina pacificada y unida en una “gran fiesta”: Felizmente, se cumplió el vaticinio: los turistas del mundial (que no gastaron tanto como la ilusión de los comerciantes pretendía) sirvieron lealmente a la transmisión de una realidad –la nuestra– distorsionada fuera del país.[…] Hemos demostrado durante estos días, cuál es el espíritu nacional y cuáles son sus virtudes, que aún más que las deportivas, sirvieron para el estremecido comentario del exterior.[…] ¿La deformación que sufrió en el exterior la realidad argentina, no será también culpa de nuestra propia miopía para advertir nuestras virtudes? Hemos dado una lección y hora es que dejemos con sus criterios sobre Argentina a la prensa extranjera, que no ha hecho otra cosa que utilizarnos como cortina de humo para losdramáticos días que vive Europa con su terrorismo autóctono y los EE.UU. con sus propios “derechos humanos”. […] Pero hemos dicho que fuimos capaces de hacer algo importante con este Mundial, y que nuestra organización fue perfecta. (Garramuño, 1978 a, p. 9)
Ese año, y como resultado de las
denuncias por torturas y desapariciones forzadas (Canelo, 2008), la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) arribó al país con el propósito de
elaborar un informe sobre la situación de Argentina. Sin embargo, los medios
cercanos al gobierno de facto propiciaron la desinformación e intentaron
ocultar la existencia de centros clandestinos de detención. Pájaro de Fuego
aportó a construir una imagen de festividad pacífica en el marco del campeonato
de fútbol, destacando el “esfuerzo mancomunado” y la eclosión popular.
Analizaba los resultados positivos del festejo mundialista, que se podían
observar en un “júbilo integrador”. Frente a las denuncias desde el exterior,
la revista contrapuso una trama simbólica en la que rescataba la esperanza, la
alegría, la euforia por el deseo de protagonismo reflejada en banderas que
tiñeron las calles. Una trama que construyó un relato centrado en la
“oportunidad histórica” de un pueblo con capacidad de protagonizar “episodios
más trascendentes que las manifestaciones extranjeras”. Sin embargo, desde el
exterior se denunciaban los crímenes perpetrados por el Terrorismo de Estado en
Argentina y la crisis interna del aparato militar ya comenzaba a vislumbrarse
con mayor dimensión. Como otro intento de sostener una imagen positiva tanto en
el exterior como en el país, generando condiciones de legitimidad del régimen
militar, la revista editó, en junio de 1978, un suplemento especial titulado “Mundial:
El fútbol en la picota”, cuya portada reprodujo el óleo de Berni “El team de
fútbol” (1954). En el interior, su editorial “Dar la cara” realizaba un balance
positivo del evento deportivo. ¿Por qué fue tan importante para una revista
cultural este acontecimiento? Como señalamos, por un lado, el evento fue un
recurso del régimen para mejorar su imagen en el exterior y en el país, que la
revista avaló. Por otro lado, y en el caso específico de la revista, algunas
reflexiones intentaron centrarse en la dimensión cultural e identitaria de esta
disciplina deportiva, la forma en que el fútbol condensó el modo de ser de un
pueblo festivo, alegre. Frente a los cuestionamientos de Argentina como sede
del espectáculo deportivo, la revista remarcaba que “el fútbol es la fiesta magna de
nuestro pueblo”, sostenido en la preferencia popular y de las multitudes: Se
discurrirá en tanto sobre las anécdotas de este Mundial de Fútbol y sobre los
temas que ha engendrado. Pero un hecho que emerge como irrebatible es el rédito
que podemos obtener en lo que hace a la difusión de la imagen del país, y en la
capacidad demostrada por los argentinos de aceptar un desafío que comprometía
nuestro orgullo. Las obras de infraestructura en comunicaciones, en accesos, en
estadios, en obra general, integrarán un patrimonio que posibilitó aquel
desafío. Y Argentina no podía enfrentar el descrédito que sufre en el exterior,
eludiendo el compromiso de ser anfitrión. Cuando la prensa europea acentúa la
deformación sobre nuestra realidad, mal podíamos perder la oportunidad de dar
la cara. (Garramuño, 1978d, p. 7)
En el balance se enumeraban los
resultados beneficiosos: haber podido “dar la cara” frente al exterior, la
imaginación de un pueblo que aún no se había convencido de sus virtudes, la
exaltación del orgullo, los que constituían los valores aglutinantes del “ser
nacional”, en abierta confrontación con los reclamos internacionales y acusando
de deformación a la prensa extranjera. A su vez, Garramuño resaltó
positivamente el “legado patrimonial” surgido de aquellas fastuosas obras, las
mismas que habían sido cuestionadas por sus costos millonarios. Desde la prensa
oficiosa, se recurrió a un modo de representación “heroico”, una forma de
nombrar un nosotros que fijaba límites con el afuera –que configuraba una
amenaza–, una idea de argentinidad triunfante que vencía obstáculos externos.
Los tópicos del relato se basaron en destacar el fervor popular, apelándose a
una imagen de cohesión que intentó contrarrestar las denuncias por torturas y
crímenes perpetrados por el Terrorismo de Estado. El mundial constituyó un evento
mediante el cual el poder militar apeló a la construcción de un imaginario
centrado alrededor de valores vinculados con la paz y en este sentido, “ganar
la paz” fue uno de los objetivos del régimen, para los cuales desplegó diversas
campañas, en particular, llevadas adelante por empresas de publicidad y medios
de comunicación. Como señalamos, la revista incluyó temas culturales variados,
así como recurrió a especialistas reconocidos y con expertos en diferentes
disciplinas artísticas. No obstante, y de acuerdo a la coyuntura política, los
primeros editoriales o notas de fondo no estuvieron estrictamente dedicados a
la cultura sino a temas políticos. En este sentido, otro editorial
significativo de primera página, firmada por su director, fue “Un destino
compartido” que reflexionaba sobre el diferendo alrededor del Canal del Beagle,
que en 1978 desencadenó conflictos entre el gobierno dictatorial de Pinochet y
el régimen militar argentino.
Allí se ubicaba contextualmente la
temática sin profundizar en balances –sólo referencias a palabras como
“soberanía” y “derechos que de ella emanan”–. Como oponentes del discurso, sólo
se mencionaba a la prensa chilena, el periodismo en general y la escuela.
Aunque sin trazar un análisis más exhaustivo, se aclaraba que se había dedicado
la nota de fondo, en la página siguiente, al tema. Respecto de la prensa
chilena, el editorial la acusaba de tergiversación de los hechos: Decíamos que
creemos inoficiosa la polémica, suficientemente debatida por los medios de
difusión. Por ello estimamos más útil la exposición sucinta de los
acontecimientos históricos que nos han conducido a través del tiempo a esta
situación, porque ellos encierran en sí mismos más claridad que el tremendismo
y las diatribas a las que nos tiene acostumbrados últimamente la prensa chilena.
Como tópico central, se advertía
sobre la importancia del periodismo para generar concientización y el rol de la
escuela en su “serenidad y altruismo”, con el fin de evitar la “exacerbación”
de este debate. El texto presentaba algunas apreciaciones generales sin
desarrollar otros argumentos que sí se incluyeron luego, en el artículo
posterior del mismo número. En la página siguiente, una nota de fondo titulada:
“El caso Beagle”, cuya bajada sostenía que se trataba de una problemática
nacional, exponía razones centradas en la relevancia de conservar el territorio
nacional. Firmada por Raúl Jassén, realizaba una historización del litigio y
analizaba los tratados internacionales, sosteniendo la idea de soberanía sobre
las islas del Atlántico Sur. Advertía sobre el “pretendido avance chileno sobre
el territorio insular argentino y el Mar Argentino”, además de la pretensión de
dicho país sobre el Atlántico. Desde argumentos nacionalistas y en su amplia
extensión de ocho páginas, ilustradas con mapas y cuadros, el artículo
planteaba la importancia de una zona “entre cuyos límites se debate una
cuestión que trasciende ‘lo fronterizo’ y se enmarca en una estrategia global”.
Uno de sus cuadros –acompañado de dos mapas explicativos de América del Sur–
presentaba una cronología de las “pérdidas territoriales argentinas” en la que
se sostenía que, “desde su independencia, Argentina no había cesado de perder
territorios de su llamada vasta geografía”, al ceder espacio a países limítrofes.
En el amplio recorrido de esta nota de fondo, los actores del litigio eran
Argentina y Chile, sin hacer mención a sus gobiernos: Lo que prueba la mala
voluntad de Chile es que, no obstante haber sido derogada por España aquella
ley del Consejo de Indias ciento diez años antes de 1810, fue presentada por
ese país como una de las circunstancias probatorias de sus derechos sobre la
Patagonia, Estrechos e Islas del Sur (…) Evidentemente, para perdurar como
Nación se deben cumplir ciertas exigencias mínimas, la primera de las cuales es
conservar, en toda su plenitud, el territorio físico dentro del cual aquella y
sus hijos pueden realizar su destino primigenio: perdurar como pueblo y
cultura.
El artículo cerraba con una
propuesta: mantener “enhiesto el honor y la dignidad, la libertad y la
independencia”, basamentos necesarios para distinguirnos de otros pueblos de la
tierra. Desde este análisis, la pretensión del gobierno chileno y el
consecuente litigio constituían una “amenaza” para la Nación. Según este argumento,
el peligro de perder territorio implicaba el riesgo de avanzar sobre un pueblo
y una cultura, que necesitaba poner límites fronterizos ante el avance externo.
El conflicto del Beagle, desatado por dos gobiernos dictatoriales militares,
desencadenó un conjunto de tópicos discursivos y argumentos que se sostuvieron
en una serie de valores e imaginarios vinculados a exaltadas posturas
nacionalistas. Como contrapunto, varias publicaciones denominadas
contraculturales o de resistencia –entre ellas, Ulises y El Ornitorrinco–
polemizaron con Pájaro de Fuego, en particular, en relación con el conflicto
por el Canal del Beagle.
En 1978, tanto Ulises como El
Ornitorrinco, criticaron la posibilidad de guerra: En el último trimestre, dos
de las revistas más importantes del quehacer cultural –El Ornitorrinco (n.° 4)
y Pájaro de Fuego (n.° 9)– dedicaron sus editoriales al litigio del Beagle. […]
Ulises saluda entusiastamente las vigorosas palabras de Abelardo Castillo y se
identifica plenamente con ellas. “Hay que comprometerse –dice Castillo–. La
guerra mata con la estupidez ciega de la peste o los tifones, peor, porque es
un cataclismo organizado”. Por sobre todos los territorios están
quienes los habitan, quienes pueden morir por la insensatez de unos pocos. La
defensa del ser, sin distinción de nacionalidades y geografía, es lo que prima
para El Ornitorrinco. Por el contrario, nos alarma el editorial firmado por
Carlos Garramuño. […] “El Pájaro…” evita nombrar responsables y lo que es mucho
peor, apoya una “actitud” que recae sobre dos poblaciones seriamente amenazadas
por una gran irresponsabilidad. Desde la revista contracultural Ulises se
criticaba la ausencia de nombres en Pájaro de Fuego. Como hemos observado, este
rasgo estuvo presente en el editorial dedicado al Beagle. No obstante, la nota
de fondo siguiente explicó el tema con mayor amplitud y profundidad. Aunque con
muchos matices, las miradas sobre el conflicto en el Atlántico Sur
contrapusieron dos universos: la prensa oficiosa, por un lado, y la prensa
“contestataria”, por el otro. Sin embargo, cabe aclarar que existieron
diferencias y heterogeneidades al interior de cada zona.
En el variado y vasto terreno de la
prensa contracultural, Abelardo Castillo –director de El Ornitorrinco–,
caracterizó como insensata la posibilidad de contienda, recuperando una mirada
humanista basada en el valor de la vida por encima de la guerra y la muerte.
Modos de mirar y pensar lo cultural
En Pájaro de Fuego ocuparon un lugar
preponderante los géneros de la alta cultura tales como la ópera, las danzas
clásicas y las propuestas culturales del Teatro Colón, entre las más
destacadas. La revista –con un staff de periodistas muy formados y especializados
en diversas áreas artísticas–, dedicó espacio a otras disciplinas del arte
consagrado y la cultura legitimada como las artes plásticas, la música de
cámara, la literatura, el cine y directores internacionales de culto. El propio
nombre de la revista hacía referencia a la consagrada obra de ballet
musicalizada por el compositor Igor Stravinsky. También recuperó algunas
producciones culturales desde un enfoque que las analizó como industria y
observó su incidencia en el mercado local desde la voz y óptica, en muchas
ocasiones, de las cámaras empresariales. Entre los temas destacados como
preocupación en la revista, se observa la importancia asignada al legado de la
revista literaria Sur – y la figura de Victoria Ocampo que fue tematizada en
varios números –.
Asimismo, se publicaron artículos
sobre la historia de la fotografía, la figura de Gandhi como “guerrero de la
paz”, los vínculos entre el cine y las artes plásticas, la literatura de Rubén
Darío y Shakespeare, la retrospectiva de Sartre luego de su muerte, las
experiencias teatrales del San Martín, el jazz, la arquitectura de Le
Corbusier, la orquesta Filarmónica de Buenos Aires y reflexiones sobre los
géneros en los medios de comunicación, entre otros. Sus tapas en color
combinaban imágenes de ballet, escritores como Ernesto Sábato y Jorge Luis
Borges, músicos como Astor Piazzolla, la Camerata Bariloche o la puesta en
escena como la de la obra teatral “Doña Rosita la Soltera”. Una mirada por sus
índices, nos permite inferir que tuvieron menor jerarquía aquellas temáticas
vinculadas con el arte y la cultura popular. El número del 26 de julio de 1980
estuvo dedicado a la celebración de los 400 años de la fundación de Buenos
Aires. En sus páginas se privilegió el vínculo con España y el rescate de su
influencia. Se situaba así a la ciudad como una “espléndida reserva de la
íntima esencia de lo español”. En este apartado sobre la conmemoración de los
400 años de la Ciudad de Buenos Aires, que ocupó un espacio relevante donde
varias notas se dedicaron al tema, se rescató, especialmente, el vínculo con
España y su legado. En ellas se reconocía la “grandeza espiritual” y los
valores heredados de la “conquista” desde una mirada centrada en Europa. Se
exaltaba la imagen de una Buenos Aires moderna, cosmopolita, que albergaba
elementos universales, aunque con muchas líneas de continuidad con España.
Cabe destacar que dicha conmemoración
se realizó en el marco de la gestión del intendente de facto de la Capital
Federal, el brigadier retirado Osvaldo Cacciatore (1976-1982), quien empleó un
discurso modernizador autoritario vinculado con el progreso material y la
implementación de grandes obras públicas, sostenido desde un imaginario
cosmopolita y de progreso pujante que combinaba la modernización con elementos
de segregación y expulsión. Asimismo, a lo largo de estos artículos, Buenos
Aires representaba la síntesis de un hispanismo que se resaltaba como legado
simbólico, acorde con el discurso oficial. Así lo expresaba la nota titulada
“España en los 400 años de Buenos Aires”, en la que se planteaba que: “Lo que
el conquistador, lo que la propia España habría de demandar de América era,
antes que ningún otro bien, el de la medida de la propia grandeza espiritual”.
El artículo destacaba la figura del Quijote, el humanismo de Pedro de Mendoza,
el criollismo de Garay, y el espíritu hispano del porteño. La nota titulada:
“Buenos Aires y la terca humanidad hispana” de Daniel Mujica, resaltaba los
elementos universales presentes en la cultura hispana, adoptados por Buenos
Aires. El artículo también hizo referencia a la visita de la Reina Sofía de
España con motivo de la celebración: “Sí. El porteño forma parte –como otros
muchos– de esa universalidad puesta en juego en la obra cervantina” (Mujica,
1980, p. 12). El texto estuvo acompañado de imágenes: una ilustración del
Quijote –que también figuró en la portada de la revista– y la foto de “su
simpatiquísima alteza”. Se planteaba que toda herencia implicaba una
transmisión, y de esta forma, Buenos Aires había recibido el legado español:
400 años de costumbres españolas. La nota trazaba analogías entre Buenos Aires
y España: La conquista no ha dejado únicamente cruces y palos. Hay, en toda
ella, un sello. Una marca imposible de desprender y que es –a diferencia de la
conquista sajona en el norte– la fusión de la raza. Toda la América hispana puede
responder a esto de la misma forma que nosotros. Puede responder con la misma
épica. Allí la enseñanza, lo que de alguna manera es paternidad. Las “cruces” y
los “palos” quedaban subordinados a la idea de una épica donde América era
presentada como “hija” de España. En ese mismo número, la nota editorial, se
tituló “Buenos Aires y las formas del amor”, y rescataba la figura de Juan de
Garay: “¿Cuántas cosas creaba Garay sin saberlo aquel 11 de junio?” (Garramuño,
1980a, p. 83). Los artículos revelaban una mirada que reivindicaba a España
como modelo a imitar en ese encuentro entre el “viejo y el nuevo mundo”. Este
enfoque centrado en el “encuentro” y la “fusión de razas” no otorgaba
condiciones de legibilidad para lo que había significado el proceso de
colonización y la imposición de una cultura sobre otras con el consecuente
exterminio y silenciamiento de las experiencias ancestrales de los pueblos
originarios latinoamericanos. La herencia hispana se concibió como un valor a
rescatar. Como señalamos, otro enfoque presente en sus notas, en particular en
aquellas dedicadas a la música y a las ediciones de libros, abordó el aspecto
industrial y dio lugar a las voces de representantes de la cámara del libro y
de la cámara de músicos. Esta presencia del sector empresarial y el análisis de
aspectos comerciales de estas industrias se puede observar en artículos
dedicados a analizar la incidencia de la Feria del Libro de Buenos Aires en el
mercado de lectores, o el consumo de discos. También se destacan publicidades
de las distintas cámaras empresariales.
El punto geográfico desde el cual
partió la mirada para analizar los vaivenes de esta industria o las ofertas
culturales se situó en la Ciudad de Buenos Aires, concebida como punto
neurálgico y centro de irradiación de las propuestas culturales, quedando en un
plano subordinado las iniciativas surgidas en otras ciudades. Por último, ¿qué
concepción de cultura y qué tipo de producciones simbólicas se jerarquizaron?
Un recorrido por las distintas notas nos permite constatar la presencia de
diversas disciplinas artísticas y un staff de periodistas especializados en
cada una.
Como señalamos, se observa
particularmente la elección de ciertas tradiciones vinculadas con producciones
culturales legitimadas: la tradición de la revista Sur –otras revistas
sucesoras advierten la mirada puesta en Europa de la revista, en oposición a
otros proyectos editoriales que rescataron los vínculos entre la literatura
local y la realidad nacional–, las propuestas del Teatro Colón y del Teatro
Cervantes –de la órbita estatal–, la música clásica, el ballet y la ópera,
entre otras. A modo de ejemplo que refiere a la relevancia de ciertas
producciones culturales, una publicidad del Banco Provincia de página completa
en la revista, tuvo como eslogan: “Prefiera lo clásico”. La elección de
experiencias de la alta cultura o del arte consagrado y como consecuencia, la
escasa presencia de producciones provenientes de la cultura popular nos hablan
de una concepción de lo simbólico desde un sentido restringido, una idea de que
lo cultural se encontraba alejado del “mundanal ruido”. También desde la
cultura oficial, se mostró menosprecio tanto por la cultura popular como por
aquellas expresiones “viciadas ideológicamente”.
Pensar sobre los medios
Hubo en Pájaro de Fuego una gran
preocupación e interés por los medios de comunicación, en particular, por
aquellos vinculados con el establishment. El número 14, de abril de 1979,
destacó la figura de un periodista paradigmático, Roberto Maidana, conductor
del noticiero vespertino de Canal 13. En la nota “La comunicación como una de
las bellas artes”, Carlos Garramuño le realizó una entrevista en profundidad al
periodista. Maidana ocupó un lugar central en la TV, en un contexto de
estatización de los canales, que habían pasado a la órbita de cada fuerza:
Canal 13 a Marina, Canal 11 a Aeronáutica, Canal 9 Ejército y Canal 7 pasó a
depender del PEN (Mazziotti, 2002). El reportaje tuvo un lugar destacado dentro
de la revista –con una extensión de cinco páginas y una foto a color de Maidana
en la tapa–, con un amplio despliegue de imágenes y primeros planos del
periodista en situación de entrevistador de grandes personalidades
internacionales. En la nota se rescató su capacidad de otorgar voz a los
protagonistas, su habilidad para manejar la imprevisión, su versatilidad para
estar en distintas situaciones con el micrófono en la mano, su fluidez de ideas
y el uso estricto del idioma castellano, su humor, ingenio y talento. Frente a la consulta por la censura, el
periodista señaló la inexistencia de límites a su libertad: Acerca de si soy
censurado, la respuesta es no. Pero hay límites, hay leyes, hay
reglamentaciones que cumplir. Pienso, no obstante, que uno mismo se fija un
estilo, un modo de actuar que responde a lo que siente más íntimamente: en mi
caso, nadie me impone torcer lo que aprecio, es la norma de conducta que rige
mi carrera profesional. Respecto de la censura, cabe señalar que luego del
golpe cívico militar, los medios audiovisuales recibieron órdenes, decretos y
reglamentaciones prohibitivas – emanadas de diferentes organismos del Estado
como la SIP y el COMFER, entre otros – e incluso circularon “listas negras” de
artistas y periodistas, que fueron así expulsados de espacios radiales o
televisivos. Otras personalidades relevantes de los medios que tuvieron espacio
en la revista fueron el locutor y periodista Antonio Carrizo – entrevistado por
Garramuño en 1978 y quien poco antes había recibido el premio español Ondas de
radiofonía – y el locutor y periodista Julio Lagos. En la entrevista, Lagos
destacaba la importancia de la radio en el proceso de integración en Argentina
– una radio que debía llegar a los argentinos de todas partes –, para lo cual,
se sostenía que era imprescindible poblar el país de radios, en especial, en
zonas de frontera, con el objeto de preservar la identidad nacional. Este
objetivo fue prioritario para los militares, quienes implementaron distintas
políticas destinadas a controlar y “salvaguardar” las fronteras de la amenaza
externa, desde un discurso que enfatizó en la integración nacional. En sus
apreciaciones sobre libertad de expresión, Lagos manifestaba no haber sido
censurado – como sí ocurrió con periodistas disidentes que fueron perseguidos –
Yo
no digo, es evidente – porque es impracticable inclusive – todo lo que quiero,
de golpe. Pero no creo que exista nada que yo haya querido decir y que no lo
haya dicho. Y hay algo que es fundamental: gracias a Dios, nunca dije lo que no
quise decir. Meses después, Julio Lagos convocó desde su micrófono a
impugnar la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, al igual
que otros medios y periodistas que, dentro del establishment, propiciaron una
campaña destinada a mejorar la imagen de los militares en el exterior. En
septiembre de 1979, en el marco de la visita a la Argentina de la CIDH, para
investigar las denuncias contra la dictadura militar, un sector de la prensa
cuestionó su llegada, y propuso “demostrarles que la Argentina no tiene nada
que ocultar” desde una campaña en medios radiales y televisivos. En el marco de
esta campaña contra en contra de la misión de la CIDH, el 7 de septiembre del
1979, el conductor José Gómez Fuentes convocó a marchar desde Canal 7, y el
periodista Julio Lagos reforzó la convocatoria desde su programa Cada día de
Radio Mitre.
En 1982, la revista abrió el debate
sobre el llamado a licitación de los medios estatales, camino que se había
abierto desde de la sanción Ley de Radiodifusión 22.285 en 1980. En su número
40, con el título de tapa “Radios y TV. Bocados de la polémica”, el tema
suscitó numerosos debates acerca de las etapas de esa privatización. La nota
escrita por la periodista Susana Freire, incluyó citas del licenciado Fernando
Salas, vinculado a los medios de comunicación: “los medios de comunicación
social, a pesar de ellos mismos, son el cuarto poder en todos los países. Los
medios de comunicación social siempre comunican, y la comunicación es
fundamento esencial en toda actividad política”. Sin lugar a dudas, la
extensión e importancia asignada a la nota revelan el interés de Pájaro de
Fuego por la temática de los medios. El artículo incluyó fotografías de
personalidades televisivas del momento y de funcionarios del área, como el
general Feroglio (COMFER), Rodolfo Baltierrez (secretario de Información
Pública), el coronel Pedro Coria (subsecretario Operativo de la SIP). Se
mostraban cuadros informativos a doble página color, con amplia información
sobre la licitación de los medios a privatizar, las emisoras a instalar y las
posibles fechas del concurso. Si bien la asignación de licencias y
privatización de las frecuencias radiales y canales televisivos se concretó años
después, al iniciarse el gobierno de Carlos Menem, el artículo puso de
manifiesto el rol central asignado a los medios de comunicación y a
funcionarios del gobierno militar que intervinieron en el área, presentados
como voces autorizadas y cuyas posturas fueron visibilizadas y destacadas desde
la revista.
La importancia asignada a la universidad y a la educación
Las notas sobre educación y
universidad en Pájaro de Fuego tuvieron un lugar relevante y destacado, no sólo
por su frecuencia y ubicación dentro de la revista – siempre en las primeras
páginas –, sino además por la existencia de editoriales en las que se tomaba
postura sobre diversos temas educativos: Hoy nadie discute el papel que juega la
educación en el desarrollo económico de los pueblos (…). La educación
constituye un raro y singular bien de capital y de consumo que a medida que se
disfruta no disminuye, sino que acrecienta su valor y su capacidad de generar
nuevos bienes. (Garramuño, 1981, pp. 78-79)
Resulta muy significativa la
concepción de que la educación implicaba una inversión económica que brindaba
la posibilidad de seguir produciendo “bienes”, trazando analogías entre
educación y economía. En uno de sus primeros números, la revista publicó el
artículo: “Universidad Argentina: la crisis como norma”, donde se planteaba
cómo se había profundizado esa crisis a lo largo de los últimos veinte años
dentro de la universidad, que oscilaba “desde un aislamiento del contexto local
o nacional, a una universidad militante en un microcosmos ideológico, con la
misión soberbia de cautelar por toda la sociedad”. Las dos posturas
contrapuestas traían como consecuencia, por un lado, la amenaza de “quedar
aislados” y por el otro, el riesgo de la “deriva ideológica”, argumento basado
en una mirada excluyente de la política y muy a tono con el discurso
antisubversivo del régimen. Sobre la universidad, los temas más relevantes se
centraron en la cuestión del ingreso, los cupos, el arancelamiento y la
regionalización. En el editorial de ese mismo número y en la misma sintonía, Carlos
Garramuño sostenía algunas de estas ideas y advertía sobre el peligro de una
ideología “deformante”, planteando una contraposición entre la inteligencia
argentina en oposición a una “intelligentzia” deformante, característica de
“los profesionales de la derrota y el descreimiento”.
Respecto del ingreso al sistema
universitario, se habían dado cambios profundos durante la dictadura, pasándose
de un sistema de ingreso irrestricto a un mecanismo de selección y exclusión
mediante la implementación de exámenes de ingreso y cupos para los estudiantes.
En este marco y esbozando una crítica, el editorial planteaba que ambas
políticas se habían desarrollado sin evaluar una estrategia educacional en relación
a un proyecto de país, argumentando que la única planificación en ese sentido
la había tenido la generación de 1880, tradición liberal positivista rescatada
también desde el régimen. Siguiendo con la nota mencionada, en ella se
detallaba la distribución de egresados por disciplina, y se advertía por la
“fuga de cerebros”, haciendo foco en argumentos económicos relacionados con la
erogación de divisas destinadas a la formación de recursos humanos. Lo que
nunca apareció en discusión fue la causa de esa “fuga”: debido a la política de
censura y persecución – que había ocurrido previamente bajo la dictadura de
Onganía y se repitió durante la última dictadura –, varios profesores,
investigadores y profesionales se vieron obligados a exiliarse. Finalmente, la
nota – que no estaba firmada a pesar de ser una nota de fondo – planteaba como
preocupación la desarticulación entre tres sujetos activos, simultáneos y
complementarios de la educación: la familia, el Estado y la Iglesia. Además se
cuestionaba la autonomía universitaria proponiendo que la universidad debería
regirse con los mismos criterios de organización de la “comunidad nacional”. El
artículo desplegó algunos tópicos que también fueron utilizados por los
militares para justificar la denominada “lucha antisubversiva”, reparando en
los riesgos de una ideología “deformante”, instrumentada a través de “sutiles y
esotéricas armas de congelamiento del desarrollo de la personalidad y la
integración sociopolítica de nuestras jóvenes generaciones”. Resultan muy
sugestivos algunos fragmentos de la nota que reclama el retorno de valores
religiosos amenazados por el “crudo materialismo”: Lo que deseamos afirmar es que,
en la medida que la última explicación de la realidad ha sido desbordada por
ésta, – en nuestro caso, el más crudo materialismo marxista – ha aparecido, con
cada vez mayor intensidad, la problemática religiosa entre los jóvenes, y se
estructurará un nuevo intento de congelamiento tomando elementos operantes de
esa misma realidad, a los que se los vacía de contenido, perdiendo así su
sentido originario. En nuestro ejemplo, ello corresponderá al intento de
implantar las teorías filosofistas y orientalistas que, para frenar el
acercamiento a un Dios vivo, amante y personal, muestran al reseco dios de los
filósofos. El artículo oponía así la filosofía a la religión, producía
contrastes entre el Dios de los filósofos y el “Dios vivo”, y contraponía el
marxismo y el orientalismo, por un lado, al “ser cristiano”, por el otro. Para
soslayar esta cosmovisión “occidental y cristiana”, la nota dio voz a Monseñor
Nicolás Derisi, rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, una de
las universidades privadas – y religiosas – con mayor presupuesto.
La importancia asignada al rol de la
universidad en la revista fue una preocupación presente, asimismo, en la
política del régimen, que cercenó las posibilidades de acceso e intentó controlar
el componente ideológico para dar paso a lo religioso, partiendo del
diagnóstico del peligro del avance del “materialismo marxista”. Otra nota
significativa sobre el tema incluyó críticas a un hecho autoritario: la
clausura y cierre de la Universidad de Luján durante la última dictadura
argentina. En el contexto del anuncio del cierre de la mencionada Universidad,
la revista publicó en mayo de 1980, la nota “La Universidad: aportes para un
diálogo intermitente”, que incluyó un cuestionario a diferentes referentes del
ámbito educativo, entre ellos, a Pedro Bruera – que había sido ministro de
Educación entre 1976 y 1977 –, a Antonio Salonia – ex subsecretario de
Educación de la Nación durante la presidencia de Arturo Frondizi, director de
la Nueva Escuela Argentina 2000 – y a distintos profesores universitarios.
Durante la última dictadura militar
(1976-1983), se impusieron las mayores restricciones a la autonomía
universitaria y se practicó sistemáticamente el ejercicio de la violencia sobre
sus autoridades, profesores, investigadores, estudiantes, graduados y
empleados, muchos de los cuales fueron objeto de exoneraciones, exilio o se
contaron entre las personas asesinadas o desaparecidas. En líneas generales,
Pájaro de fuego se presentó como espacio de adhesión a las políticas educativas
implementadas y de acompañamiento a la cultura oficial, aunque con matices y
desplazamientos a lo largo del tiempo.
Propaganda comercial y oficial
Pájaro de Fuego utilizó la publicidad
como principal fuente de financiamiento, ya sea oficial o privada. La finalidad
comercial de la revista se constata en la amplia presencia de publicidades – y
de gran tamaño – de empresas, de bienes culturales e industriales, así como
también en la importancia asignada al área, con la designación de un Gerente de
Publicidad, encargado específicamente de esta tarea. La revista también se
encargó de cubrir el encuentro entre el sector público y privado,
especialmente, entre la Cámara Argentina de Anunciantes y la Secretaría de
Cultura de la Nación.
Además de la propaganda comercial
como forma de financiamiento, la publicación incluyó propagandas oficiales, en
particular, de la Secretaría de Cultura de la Nación. Una publicidad de dicha
secretaría invitaba a apoyar a los medios auspiciados por ella, en otra, se
promocionaron las ediciones impresas de la misma dependencia. Respecto de las
publicidades comerciales de empresas privadas, algunas ocuparon un espacio
importante –media página o página entera– y recurrieron al color. En cuanto a
los anuncios en páginas interiores, muchos de ellos promocionaron a editoriales
y galerías de arte. Como otro rasgo, llama la atención la fuerte presencia de
algunos anunciantes como, por ejemplo, los principales bancos públicos y
privados así como algunas compañías de seguros. Un medio muy presente en las
publicidades de la revista fue Radio Rivadavia, la que supo replicar el
discurso oficial desde algunos de sus programas. Otro auspicio destacado fue el
de la empresa La Serenísima, representante del sector agroexportador y dedicada
a la producción y comercialización de productos lácteos en Argentina, cuyo
dueño – Pascual Mastellone – formó parte de la comitiva de civiles – empresarios,
científicos, periodistas, artistas y deportistas – que, en 1977, acompañó a
Videla en su visita oficial a Venezuela (Schenquer y Dios, 2020). El sector
privado y la pauta oficial financiaron la revista a través de avisos que
posibilitaron los recursos económicos para una edición profesionalizada – traducida
en la calidad de papel, la utilización del color y la extensión de sus páginas –
así como el apoyo al proyecto editorial de la publicación por parte de actores
como el sector corporativo empresarial y el Estado.
Las voces oficiales en cultura y educación
Como señalamos, la publicación
presentó diferentes apartados que incluyeron comentarios por parte de
periodistas formados en cine, artes visuales, música o danza. Además, se puede
advertir otra zona de entrevistas a funcionarios públicos, especialmente, de la
Secretaría de Estado de Cultura dependiente del Ministerio de Cultura y Educación
de la Nación. En varios números de la revista, se recuperó la voz de funcionarios
de estas áreas. Cabe mencionar que durante la última dictadura hubo cinco
ministros civiles en Educación y Cultura. A su vez, hubo cuatro secretarios
cuyos mandatos no necesariamente coincidieron con los de los ministros. De la
Secretaría de Cultura dependían el Complejo de Música, el Complejo de Teatro y
el Complejo de Bibliotecas. Como mencionamos anteriormente, el primer ministro
de Cultura y Educación del gobierno militar fue Ricardo Pedro Bruera
(1976-1977), quien respondía a la Armada. El primer secretario de Cultura de la
última dictadura fue el comodoro Felipe Torrent, representante del sector de la
Aeronáutica, que fue reemplazado poco tiempo después por Francisco Juan Macías.
En junio de 1977, asumió como ministro de Educación Juan José Catalán
(1977-1978), quien elaboró el documento “Subversión en el ámbito educativo”, un
“manual” para ayudar a detectar docentes y alumnos “subversivos” (Rodríguez,
2015). A partir de 1977, el secretario de Cultura fue Raúl Alberto Casal,
profesor de Historia egresado de la Universidad de Buenos Aires. En ese marco,
el primer editorial de la revista Pájaro de Fuego, de ese mismo año, hacía
suyas las palabras del secretario Casal, centradas en la guerra contra la
subversión y a su vez, situando la cultura en un lugar relevante para la
construcción del país. La revista reprodujo textualmente fragmentos del
discurso del funcionario, en el que ponía en valor lo simbólico como lugar
donde “curar” los síntomas de una enfermedad. Lo cultural permitiría
detectar “esos males que en forma de desviaciones culturales y de conducta”
se habían ocasionado. Para Casal, el período de crisis había cesado gracias a
haberse erigido un proyecto esencialmente cultural: A esta culminación de lo
subversivo solo se la podrá superar mediante la restauración de los grandes
valores tradicionales, en un repertorio común de creencias manifestaba estar de
acuerdo con las mismas. (…) El país está jaqueado por dos tipos de
subversión: la armada – que ya ha costado tanta sangre y que las Fuerzas
Armadas están extirpando – y la otra, la de aquellos que tienen subvertidos los
valores fundamentales en el orden de prioridades que un país siempre debe tener.
(Casal en Garramuño, 1977, p. 6) En este primer editorial, la revista no sólo
replicó el discurso de Casal, sino que retomó dichas afirmaciones para dar
inicio a la revista. Acompañaba y planteaba estar de acuerdo. Su director
dejaba sentada su postura respecto del rol central de la cultura: los dichos de
Casal permitían reiniciar un proyecto de país donde las graves cuestiones
nacionales eran “culturales”. En ese mismo año, en el suplemento especial
dedicado al Mundial de 1978, se entrevistó al subsecretario de Cultura de la
Provincia de Buenos Aires, Francisco Carcavallo, al dueño de la galería
Zurbarán Ignacio Gutiérrez Zaldívar y al pintor Vicente Forte, a propósito de
una Muestra Plástica Itinerante, cuya recaudación iba a destinarse a
reconstruir el Teatro Argentino de La Plata. Si bien en ese año se había
quintuplicado el presupuesto a la Secretaría de Cultura, los entrevistados
destacaron la importancia de que las obras privadas habían encontrado eco en la
esfera gubernamental ya que el Estado “no podía hacer todo”, rescatando así las
acciones de la “comunidad” –los privados– en el desarrollo de iniciativas
culturales (Ferioli, 1978, p. 11). Más allá de la situación de excepción
respecto del presupuesto en cultura durante el Mundial 78, nunca se dejó de
sostener, desde el ámbito público, el principio de subsidiariedad del Estado y
la transferencia de funciones del Estado a privados. Posteriormente, en su
número 14, Pájaro de Fuego entrevistó al sucesor de Casal desde 1979, Raúl
Crespo Montes. La nota titulada: “No se concibe la cultura sin libertad”,
ocupó cuatro páginas que incluyeron fotos en color del funcionario. Su imagen
ocupó el lugar central en la tapa de ese número, acompañada de una solapa con
el texto: “Crespo Montes y la óptica oficial”. La primera reflexión del nuevo
secretario hacía referencia a lo simbólico como un conjunto de valores: la
cultura comienza en casa, refugiada en valores de la familia. La misma era
presentada como un conjunto de pautas de comportamiento y de superación de
gustos estéticos donde la familia aparecía en primer plano. Al ser consultado
por el presupuesto, planteaba que era bajo y destacaba la importancia de los
actores privados: No hay que olvidarse que si respetamos la iniciativa privada
y los “gustos” de nuestros avisadores, empresarios y comerciantes que creen que
determinados programas satisfacen los requerimientos de nuestro pueblo, veremos
que para superar los niveles culturales, lo primero que debemos hacer es elevar
el criterio estético de aquellos que pagan los avisos. (Crespo Montes,
1979, p. 24)
Nuevamente se planteaba el principio
de subsidiariedad del Estado, basado en que la órbita estatal debía acompañar y
promover las iniciativas privadas. Además, el funcionario manifestaba su
preocupación por los medios masivos, centrando su reflexión en la TV, que
llegaba masivamente a los hogares y por ello, su interés por propiciar pautas
culturales “elevadas” o “superiores”, elaborando una propuesta de programas
televisivos creados por privados y asesorados por la Secretaría.
A Raúl Crespo Montes lo sucedió Julio
César Gancedo, cuya gestión fue la que más se extendió, por un período de
cuatro años. En el número 23, de marzo de 1980, Pájaro de Fuego dedicó su
portada a la figura del secretario recién nombrado, con el título “Gancedo: el
plan de la sensatez”. En su interior
se incluyó la entrevista al funcionario en una nota de cinco páginas titulada: “Convocatoria
a la inteligencia”. En la
bajada, se resaltó su postura clara y concreta, que implicaba el “retorno
a la sensatez” y su rescate de “nuestros auténticos perfiles de identidad”.
A lo largo de la entrevista, Gancedo intentó definir el concepto de cultura
basándose en la noción del escritor inglés Thomas S. Eliot, definiéndola como
una “totalidad compleja” y una cuestión de “formación integral”. Remarcaba que
todo funcionario “debe funcionar”, es decir, hacer realizaciones. Sostenía que
los pilares de su gestión contemplaban la “difusión” de cultura, la
“normalización” de organismos de la cultura –cumpliendo las leyes vigentes– y
la “descentralización” institucional y administrativa. Otra vez, Gancedo
promovía la “subsidiariedad del Estado” y la premisa de que las iniciativas
culturales debían ser llevadas adelante por los privados con el estímulo del
Estado: Al Estado no le corresponde la tarea ni la dignidad de crear por sí
cultura, sino de promoverla. Se puede agregar que la actividad cultural del
Estado es subsidiario y subsidiante, es decir que le corresponde otorgar los
instrumentos y los medios para que los auténticos creadores puedan desarrollar
su tarea. (Gancedo, 1980, pp. 32-33)
En coherencia con este planteo,
sostenía que la editorial oficial, Ediciones Culturales Argentinas, y un órgano
de difusión estatal como la Revista Nacional de Cultura no debían competir con
ninguna editorial por pertenecer al Estado, ya que este debía cumplir funciones
subsidiarias. Gancedo explicaba su propuesta centrada en el remozamiento de
temas, leyes y aparatos administrativos del área de Cultura. Consultado por la
libertad de expresión y la “mentada autocensura”, Gancedo aclaraba: Precisamente
en defensa de la dignidad humana y de la creación intelectual, de la libertad y
de la inteligencia, en contra de la ofensa que significan lo pornográfico, el
escándalo – que etimológicamente significa trampa – la subversión de los
valores y la obscenidad, como agresión al pudor: y consciente de que todo esto
constituye prostitución de la labor cultural, es que afirmo el principio de
libertad. Lo que me corresponde desde aquí es estimular lo positivo, es decir,
elevar el nivel y la puntería como para que la vida cultural argentina se
mantenga en los niveles óptimos. (Gancedo, 1980, p. 35)
El funcionario planteaba que lo
fundamental eran los valores, – basado en argumentos “morales” – y “la
superación de las pasiones”. Más que en lo discursivo, el énfasis estaba puesto
en el “hacer”, en esta tarea que iniciaba en la Secretaría, comprendida como un
“servicio a la patria”. De esta forma, el funcionario desplegaba una trama de sentidos
en la que promovía valores vinculados con la eficacia en la gestión basada en
el hacer, la “elevación” del nivel cultural, los valores “morales” y
“patrióticos”, y la importancia de que los sectores privados protagonizaran
iniciativas en el terreno simbólico.
Conclusiones
La última dictadura argentina buscó
legitimar su poder y permanencia tanto a través de dispositivos represivos como
de aquellos destinados a generar consensos, en este caso, desde discursos
provenientes del ámbito castrense y desde retóricas propuestas por sectores de
la sociedad civil, entre ellos, grupos empresariales que acompañaron y
adhirieron a esas políticas oficiales, confluyendo así voluntades privadas y de
la esfera oficial. La cultura y la educación fueron comprendidas como espacios
clave para llevar adelante un proyecto de país que se sostuvo en ese vínculo
entre privados y sectores del Estado, asumiendo distintas formas: sectores
civiles que acompañaron estas políticas oficiales desde discursos y propuestas
comunicacionales, así como iniciativas implementadas por un régimen militar que
no dejó librada al azar la cuestión de los medios, incidiendo allí con
reglamentaciones y regulaciones, y, también, con iniciativas de empresas donde
el Estado asumió un rol subsidiario. Hemos partido de un enfoque que concibió a
los medios de comunicación como actores relevantes en el entramado social. En
este marco, Pájaro de Fuego surgió como una publicación cultural que, si bien
incluyó temas diversos a lo largo de sus páginas, desde sus editoriales y
artículos de fondo, acompañó y acordó con el discurso y retórica del régimen
militar. En particular, la revista surgió como proyecto editorial que se
sostuvo durante casi la totalidad de los años de la última dictadura y en el
que tuvieron un rol importante los artículos de opinión, lo que permiten
advertir formas de adhesión a políticas del régimen. A diferencia de otro tipo
de medios, Pájaro de Fuego se mantuvo con el aporte de las publicidades tanto
comerciales como oficiales. Asimismo, destacó las acciones y declaraciones de
funcionarios del gobierno de facto, aportó a mejorar la imagen del sector
castrense a los fines de afianzar su legitimidad y, por último, concibió la
cultura, la educación y los medios como lugares relevantes de construcción de
consensos y apoyos, otorgando espacio privilegiado a estos temas a lo largo de
sus páginas.
Por otra parte, y en relación con la
noción de dictadura cívico militar, ella nos remite a una caracterización
centrada en la relación entre militares y sectores de la sociedad civil. Al
respecto, reconocemos la existencia de un golpe planificado por parte del
aparato militar. Sin embargo, este proyecto refundacional no hubiera sido
posible sin el apoyo de distintos sectores de la sociedad, como los grandes
grupos económicos, sectores de la Iglesia, el sector judicial y medios masivos
de comunicación, entre otros. Asimismo, se sostuvo mediante mecanismos de
imposición de poder y también, a través de estrategias destinadas a obtener y
ampliar las condiciones de consenso que aportaron a una visión de mundo que
acompañó el proyecto dictatorial. De esta forma, la política oficial se sostuvo
también con el apoyo activo de actores sociales como los medios de comunicación
privados y comerciales, que incidieron en creencias, afectividades,
naturalizaciones y percepciones que operaron sobre lo cotidiano. En esta zona,
identificamos a Pájaro de Fuego como una publicación que desempeñó un rol
importante en la reproducción y difusión de una trama de sentidos, y un
imaginario vinculado con la cultura oficial. En sus páginas, reprodujo voces de
funcionarios de áreas vinculadas con medios, cultura y educación, defendió una
concepción de cultura restringida – que invisibilizó lo popular y rechazó
cualquier tipo de “deformación ideológica” – y asumió una posición activa en el
tratamiento de los problemas culturales desde una dimensión política, aportando
a legitimar la imagen del régimen, sus valores y discursos.
* Evangelina Margiolakis y Alicia Dios. UNLP
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