Revista Nos Disparan desde El Campanario Año IV Nro. 55 HISTORIA A 40 años de la Democracia. Los intelectuales del “Proceso”… por Emiliano Álvarez
Fuente: Archivo Histórico de Revistas
Argentinas
https://ahira.com.ar/estudios-criticos/
I
A la hora de revisar la producción intelectual
durante la última dictadura militar, los estudios al respecto han intentado
reconstruir la forma en que diversos agentes de la cultura siguieron activos
por aquellos años, pretendiendo mantener vivo un tejido cultural y político que
el terrorismo de Estado estaba destruyendo. Esta producción intelectual que se
revisa responde, como sucede casi exclusivamente cuando se estudia el campo
cultural, a intelectuales vinculados con un pensamiento o sensibilidad de izquierda.
Poco o nada se ha dicho sobre los intelectuales liberal-conservadores que por
aquellos años del “proceso de reorganización nacional” circularon con su
producción por diarios, revistas, documentos oficiales y congresos, intentando
dotar al gobierno de la Junta de una orientación no sólo ideológica sino
también programática. A diferencia de las anteriores asonadas militares que
contaron con intelectuales como Leopoldo Lugones, Carlos Ibarguren, Ernesto
Palacio o Julio Irazusta, quienes se dieron la tarea de construir
justificaciones ideológicas legitimadoras para los gobiernos golpistas, la de
1976 no contó con personajes tan claramente definidos. Imprecisamente sabemos
que la doctrina de seguridad nacional y el integrismo católico funcionaron como
norte ideológico y político, pero sin poder establecer a partir de ellos una
propuesta articulada y consistente para la dirección del gobierno.
Las ideas y orientaciones
reaccionarias, nacionalistas, conservadoras, paternalistas, católicas y
liberales, entre otras, que circularon en la heterogénea y conflictiva Junta de
comandantes, tuvieron autores intelectuales que, si bien no ocuparon la primera
plana del gobierno, fueron una pieza fundamental para la conformación de los
objetivos y el destino político de la última dictadura. El presente trabajo
tiene por objetivo rastrear y analizar las formaciones intelectuales que
circularon en el espacio liberal-conservador durante el último gobierno militar
en diarios y revistas, como así también en diferentes congresos o encuentros
culturales de la época. Muchos de los recientes trabajos académicos sobre la
última dictadura han indicado las dificultades que ésta tuvo para establecer
una propuesta política articulada y coherente que consolidara la dirección del
gobierno. Su legitimación inicial fue adquirida por el consenso pasivo de una
sociedad atravesada por la violencia política, el caos económico y la debilidad
institucional. Una vez concluida la fuerza de este consenso inicial, el
gobierno militar no logró generar un consenso activo capaz de cimentar
proyectos que el “proceso de reorganización nacional” había prometido. A partir
de este trabajo, intentaremos reconstruir la trama intelectual del pensamiento
liberal-conservador que pretendió construir una legitimidad para los planes
refundacionales de la última dictadura, atendiendo más a las condiciones de
producción y circulación de las estrategias intelectuales que a los resultados
que ellas obtuvieron. Tomaremos prestada la definición de intelectual que
establece F. Bourricaud, indicando que se trata de productores y agentes de
circulación de nociones comunes que conciernen al orden social. En nuestro
caso, nos interesan aquellos intelectuales vinculados al establishment político
y económico, cuyo interés reside en la conservación inalterable del orden
social, y que en el caso argentino presentan la peculiaridad ideológica de
acercase imprecisamente a tendencias liberales pero también nacionalistas.
Definidos por S. Sigal como “elites nacionalistas”, estos intelectuales
acompañaron desde la década del treinta del siglo XX a los diferentes gobiernos
militares, asumiendo el rol de consejeros del príncipe. A diferencia de los
intelectuales del cuerpo universitario y de la intelligentsia contestataria,
los intelectuales de derecha no se concibieron ni pretendieron participar en el
espacio público como “actores de masas que persiguen su propia política”. Sus
pretensiones de dirigirse a las elites sociales e influir en el Estado,
hicieron de ellos los prototípicos intelectuales orgánicos de los que habla A.
Gramsci, quienes median en las relaciones del Estado y las masas generando
consensos, valores y representaciones colectivas en la sociedad civil. Dentro
del universo de intelectuales aquí estudiados, conviene diferenciar a aquellos
que, ligados a posiciones más tradicionalistas, profesan el aniintelectualismo
clásico del pensamiento conservador, asumiendo la labor intelectual desde una
mirada “realista”, y a aquellos que, permaneciendo dentro del pensamiento
conservador pero con tintes liberales, se conciben a sí mismos como un grupo
independiente y superior e indispensable dentro de la sociedad, acercándose más
a la forma moderna del intelectual occidental. El trabajo que aquí se presenta
tiene un carácter exploratorio, y su intención no es otra que comenzar a
describir un fenómeno que hasta ahora no ha sido estudiado sistemáticamente.
Por ello, no pretendemos extraer ninguna conclusión, aunque sí expresar
impresiones que tienen como fin poder construir algunas preguntas e hipótesis
sobre la trama intelectual de la última dictadura. La primera parte del
artículo la dedicaremos a explorar a uno de los grupos de intelectuales
conservadores, muy cercanos al integrismo católico y al nacionalismo de las
décadas del treinta y cuarenta, denominado como “Grupo Azcuénaga”. En la segunda
parte, analizaremos los últimos días de Victoria Ocampo y su vínculo con un
evento cultural propiciado por el gobierno militar. En la tercera y última
parte, nos concentraremos en explorar la revista Carta Política, que durante
aquellos años se convirtió en una publicación que agrupaba a un conjunto de
intelectuales pertenecientes a la generación que, mediante la introducción de
las ciencias sociales en la década del cincuenta, produjo una modernización del
pensamiento liberal-conservador.
II
Los trabajos de Marcos Novaro y
Vicente Palermo y de Vicente Muleiro y María Seoane indican que una usina
importante para las ideas que trató de llevar adelante el gobierno militar
surgieron de lo que se denominó Grupo Azcuénaga, un círculo de políticos,
economistas e intelectuales de derecha asociado a grandes empresarios
nacionales, promovido por Jaime Perriaux y por el general Miatello. Ellos
serían, por ejemplo, los encargados de acercar a los militares que preparaban
el golpe el nombre de José Alfredo Martínez de Hoz para ocupar la cartera de
Economía. Lejos de los equipos técnicos fuertemente consolidados que
acompañaron a las dictaduras de Chile y Brasil, el Grupo Azcuénaga fue un
círculo de conspiradores con ideas vagas e imprecisas que expresaban la inconsistencia
programática del establishment librecambista. Para muchos, fue Jaime Perriaux
el intelectual con mayor influencia dentro del gobierno militar. Este abogado,
nacido en Buenos Aires en 1920, no se destacó demasiado en el mundo de las
letras. Publicó un libro editado por EUDEBA en 1971 que se tituló Las
generaciones argentinas, repitiendo la teoría de las generaciones de Ortega y
Gasset, de quien fue discípulo. En un famoso diccionario biográfico, el propio
Perriaux indicó que utilizaba el seudónimo de Luis Grasset, bajo el cual parece
haber publicado varios artículos de derecho y filosofía, de los cuales no se ha
encontrado registro. Fue además becado para estudiar en la Universidad de
Michigan entre 1945 y 1947, y luego en la Sorbona (Francia) durante 1949 y
1960. Antiperonista vinculado a ASCUA y asiduo concurrente a los Cursos de
Cultura Católica, luego formó parte del Club Demos, antecesor del Grupo
Azcuénaga, fue ministro de Justicia del general Levingston, y amigo íntimo de
Julián Marías, el intelectual extranjero que con mayor frecuencia apareció en
diarios y revistas durante la última dictadura, pretendiendo reeditar el idilio
de nuestro pensamiento conservador con su maestro Ortega y Gasset. Para
Perriaux, las dos mayores amenazas del siglo XX en la Argentina eran la
demagogia peronista y la infiltración marxista. V. Muleiro lo define en varias
notas del diario Clarín a través de una cita que el propio Perriaux recupera de
Chesterton: “Seguir la tradición significa dar voz y voto a la más nebulosa de
las clases sociales: la de nuestros antepasados. Es la democracia de los
muertos. La tradición se resiste a rendirse ante la arrogante oligarquía de
aquellos cuyo único mérito es estar entre los vivos”10.Esta cita aparece en un
proyecto político que le presentará a Videla en 1978, donde propone la creación
de una democracia restringida, dirigida por una minoría o partido único
(Movimiento de Refundación Nacional) y encabezada por un militar. Fue también
de Perriaux la idea del triunvirato. Siguiendo la lógica de “la democracia de
los muertos”, la Junta de comandantes quería emular a los triunviratos de la
década de 1810.
Las ideas de Perriaux, cercanas a una
ideología ultramontana de larga data en el país y bastante enmohecidas en el
resto del mundo para 1976, hicieron su ingreso al ministerio de Educación a
través de otro personaje vinculado al Grupo Azcuénaga, Juan José Catalán,
ministro de esa cartera durante 1976 y 1978, quien además sería, junto con
Martínez de Hoz, uno de los pocos civiles que participaron en cargos de alta
jerarquía en el primer gobierno militar. Catalán también fue miembro de una
logia de autodenominados “liberales ortodoxos”, llamada “Sociedad de Estudios y
Acción Ciudadana” (S.E.A.), desde la cual se redactó Subversión en el ámbito
educativo (conozcamos a nuestro enemigo), documento que circularía por muchos
años en las escuelas del país con el fin de detectar posibles padres
subversivos a través de las conductas que manifestaban los niños en la escuela.
Como secretario de Cultura, Catalán designaría al Dr. Raúl Casal, cuya gestión
durante dos años se convertiría en el emprendimiento de política cultural más
dinámico que propondría la dictadura. Cercano a Perriaux, Casal también
profesaría esa fe conservadora por el pasado, por los muertos y por la
definición de una esencia nacional, y desde esa coordenada ideológica
sostendría su proyecto político-cultural. En uno de los tantos reportajes que la
revista cultural Pájaro de Fuego, dirigida por Carlos Garramuño y sostenida
desde la secretaría de Cultura, le otorgaría a Raúl Casal, aparecerán los ejes
centrales del plan cultural avalado por el Grupo Azcuénaga:
1- La afirmación de la nación argentina
como un pueblo realizado políticamente en un Estado con personalidad histórica,
social y jurídicamente definida por más de un siglo y medio de vida
independiente.
2- 2- La Argentina pertenece a una
comunidad más vasta: Sudamérica. A otra más amplia: el mundo hispánico. A una
tercera: Occidente. Es decir, la identificación de la Argentina con las grandes
fuentes de nuestros valores tradicionales: lengua, religión y cultura son esos
fundamentos.
3- 3- Históricamente, la Argentina es un
pueblo católico. Esto no implica un condicionamiento político, sino la realidad
de un país, un elemento de su mentalidad y su civilización. La Argentina como
Estado es heterogénea, pluralista, pero como nación es homogénea, es el fondo
original intransferible. Nada de novedoso aportan estas bases de la política
cultural respecto al nacionalismo católico de las décadas del treinta y
cuarenta. Tal vez aquello que resulte más interesante de este retorno
conservador sea el desajuste entre el homo comunitas que piensa el proyecto
cultural y el homo economicus que se desprende de la política económica
aplicada por Martínez de Hoz. Disloque que a fin de cuentas pondrá en evidencia
que si bien la dictadura militar tuvo un proyecto cultural, sus bases
anquilosadas chocaron y fracasaron con ese ethos individualista, con un marcado
tono oportunista, que dejó como efecto duradero la última dictadura sobre las
subjetividades del país. Pero más allá del éxito o no del proyecto cultural, no
deja de ser interesante rescatar algunos eventos e ideas que circularon bajo la
égida del Grupo Azcuénaga, para evidenciar con mayor nitidez la forma en que se
manifiesta la resucitación de ideas añejas en un contexto socio-histórico
diferente.
III
Encontramos en octubre de 1978 la
celebración del “Primer Congreso Nacional de Intelectuales”, realizado en el
Museo Nacional de Arte Decorativo. El congreso fue organizado por el secretario
de Estado de Cultura, Raúl Casal, quien en la resolución N°488 del ministerio
de Cultura y Educación, con fecha 5 de septiembre de 1978, dispuso la creación
de la Revista Nacional de Cultura, cuyo objetivo era construir “un medio apto
para la participación activa y específica de los intelectuales argentinos en el
Proceso de Reorganización Nacional, mediante la dilucidación de temas capitales
para nuestra nacionalidad”, al mismo tiempo que convocar al congreso como forma
de impulsar la salida de esta revista. Las autoridades del congreso serían las
mismas que dirigían la revista: secretario ejecutivo: Francisco García Bazán;
consejo asesor: Marcelo Bormida, Roberto J. Brie, Félix Cernuschi, Horacio
Cuccorese, Juan Carlos Ghiano, Eugenio Pucciarelli, Héctor Schenone, Elsa
Tabernig, Adalberto Tortorella, Olga Fernández Latour de Botas. El congreso
tuvo por título “El hombre argentino y la esencia nacional “y se presentó en
tres jornadas. La primera estuvo dedicada a “la esencia del hombre argentino en
la filosofía y la sociología”, presidida por el Dr. Ismael Quiles, Dr. Egidio
Mazzei y Dr. Hugo Biagini. Las ponencias fueron las siguientes: “La idea del
hombre en la historia de la filosofía argentina” (Dr. Alberto Caturelli), “La
imagen del hombre en las comunidades rurales argentinas” (Roberto J. Brie), “El
hombre argentino desde la perspectiva de la antropología filosófica” (Dr.
Arturo García Astrada), “El hombre argentino y americano” (Dr. Rodolfo Kusch).
En la segunda jornada el tema fue “El hombre argentino en el arte”, presidida
por el Dr. Ángel Battistessa. Allí se presentaron las siguientes ponencias: “El
hombre argentino en la literatura narrativa y la poesía” (Dr. Guillermo Ara,
Prof. Graciela Maturo y Gladis Marín), “El hombre argentino en el ensayo y la
crítica literaria” (Prof. Gaspar Pío del Corro), “El hombre argentino a través
de las artes plásticas” (Prof. Romualdo Brughetti), “El hombre argentino a
través de la música” (Lic. Carmen García Muñoz). En la tercera y última jornada
se abordó el tema de “El hombre argentino y el futuro nacional”, presidida por
el Dr. Venancio Deulofeu, Dr. Pedro Frías, Dr. José Pablo Martín. Estas fueron
las ponencias: “El futuro del hombre argentino y la educación” (Oscar Gómez
Poviña), “El futuro del hombre argentino desde la perspectiva de la educación y
de la ciencia” (Dr. César Trejo y Dr. Eugenio Pucciarelli), “El futuro del
hombre argentino en relación con la realidad histórico-política nacional” (Dr.
Julio Irazusta), “El futuro del hombre argentino según las ideas
filosófico-religiosas” (Dr. Máximo Etchecopar). En el discurso inaugural, el
secretario de Estado de Cultura Raúl Casal señalaba que “la tarea irrenunciable
de los intelectuales es la de diagnosticar en primer término y la de orientar
en segundo”, y agregaba que el mal que está padeciendo el mundo occidental es
la masificación, indicando que “comunidades fundadas en los principios de la
vecindad, la familia, la comunidad, la iglesia y la profesión, han ido
perdiendo su adhesión a estos principios integradores”. “La gran misión y deber
del intelectual — concluía Casal— es enriquecer la política mediante la
prepolítica. La prepolítica es sencillamente el estrato en que todo pensamiento
político sólido deber echar raíces y extraer su nutrición. Es el fundamento
donde la ética, la filosofía y la teología se unen para alimentar cualquier
otra actividad”. El suplemento cultural del diario La Opinión dedica una nota
especial a la celebración del congreso, donde resume las principales ponencias.
Entre ellas resalta la del filósofo tomista Roberto J. Brie, quien en una
crítica al hombre urbano intenta rescatar la “conciencia territorial” del
hombre rural como modelo de sociabilidad deseable para el país. Utilizando a
Ortega y Gasset para criticar las condiciones actuales de la sociedad de
consumo, Brie termina exaltando la figura de Rosas como forma auténtica de la
argentinidad, indicando que desde la Revolución de Mayo se ha producido un
constante debilitamiento del Estado como ordenador social. Para Brie, “el
desarrollo técnico y económico de este enorme reservorio de valores humanos y
éticos de nuestro agro debe hacerse, pero conservando aquella imagen de valores
tradicionales que hacen que el hombre del interior viva todavía a esta escala humana”.
Arturo García Astrada, desde la perspectiva de la antropología filosófica,
trabajó sobre la dualidad del ser argentino: “durante un prolongado lapso
histórico, lo europeo se mostraba como civilización; lo vernáculo, las
tradiciones de la tierra, como bárbaro. De manera que la polaridad o la
pendularidad que siempre acompaña al argentino en su vida cultural, lo lleva a
vivir en contradicción”. Pero para García Astrada esta contradicción no debe
ser “motivo de aflicción” porque en ella se definen las potencialidades del
hombre argentino. A su turno, Julio Irazusta, desde su conocida nostalgia por
el virreinato y por Rosas, sostuvo que “el futuro del Estado depende de la
llegada de un héroe con la capacidad de hacer el bien”. Exaltando la cultura
hispano-criolla, nutrida en los valores grecolatinos y cristianos, Irazusta
llama a la recuperación del pensamiento sanmartiniano para la constitución de
la futura república. Máximo Etchecopar será el encargado de cerrar el congreso
con una ponencia donde destaca la fragilidad de los valores demoliberales del
siglo XIX, indicando que éstos han llevado a la fragmentación del hombre: “no
le queda al pobrecillo en su vida sino desconcierto nihilista”. Los culpables
principales de esta catástrofe son Marx y Freud. “Toda la obra de esta pareja
de simplificadores obsesos —dice Etchecopar— consiste en forjar un hombre sin
alma”. Este fue el primer y último congreso de intelectuales que organizó la
secretaría de Cultura. Entre los motivos principales seguramente se encuentra
la salida de Raúl Casal del ministerio de Cultura y Educación hacia fines de
1978, una de las carteras con mayor inestabilidad política y más cuestionadas
desde la prensa. Las ponencias presentadas tienden a las formulaciones generales
y vacías, con un tono marcadamente oficialista. No parece extraño que las
vetustas posturas filosóficas y políticas de los participantes hicieran su
aparición en este congreso, si se tiene en cuenta que la dictadura militar
pretendió restablecer el orden perdido en 1945. Tal vez uno de los signos
ideológicos más importantes del período haya sido recuperar esa Argentina
preperonista, con el riesgo de asumir ideas envejecidas, poco productivas para
pensar los tiempos más complejos y cambiantes a los cuales se enfrentaba el
“proceso de reorganización nacional”. Como fuere, las ideas presentadas en el
congreso tuvieron como distintivo la representación de esa Argentina pastoril,
anclada en el pasado, que hacia fines de la década del setenta ya demostraba su
agotamiento ante la subjetividad consumista del capitalismo posindustrial. Si
bien, como se indicó al comienzo de este trabajo, la última dictadura no contó
con figuras intelectuales claramente definidas, logró reponer, tal vez
tenuemente, el viejo escenario intelectual de las décadas del treinta y
cuarenta, con sus ideas nacionalistas y católicas, marcadas por el “realismo
tomista”, con su visión decadentista de la modernidad, sus ataques a la
democracia y al liberalismo y su búsqueda incansable de la esencia tradicional
del país. El llamado del Dr. Casal a la formación de una intelectualidad
dedicada a definir las bases prepolíticas de la sociedad —tarea que el
nacionalismo católico, primero, y el nacionalismo populista, después, supieron
realizar con éxito tres décadas antes, al proponer “mitos unificadores” que
tallarían la tradición del revisionismo histórico—, nos coloca frente al
problema de establecer hasta qué punto esta formación ideológico-intelectual
fue un elemento arcaico o un elemento residual, en el sentido que le otorga R.
Williams a estos términos. Es decir, más allá de la impresión de lo añejo que
presentan las figuras y las ideas vertidas en el Congreso de Intelectuales,
resulta necesario establecer de qué manera éstas se vincularon con el proceso
hegemónico que pretendió establecer la última dictadura.
IV
Quizás no sólo haya sido el fin del ciclo social inaugurado por el peronismo lo único que vio morir el país, durante los últimos años de la década del setenta. También asistiría a la muerte de Victoria Ocampo, y con ella a la desaparición de la aristocracia como guía de la agenda cultural de esa parte de la sociedad que veía en el fenómeno peronista una aberración estética y moral. En 1977 ingresa en una crisis final la revista Sur, entre otras cosas, por la bancarrota en que se declaraba Victoria Ocampo. En los últimos números que terminan de aparecer por 1982, la revista se dedicaría a publicar antologías de sí misma, anunciando el agotamiento del proyecto cultural que por más de cuarenta años había sostenido. Villa Ocampo (San Isidro) sería donada por su propietaria, unos años antes, a la UNESCO, generando ciertos resquemores en la Argentina, donde se la volvía a tachar de extranjerizante. En 1976 había rechazado un cargo diplomático ofrecido por Bonifacio del Carril. Al respecto, declaraba en una revista: “No tengo pasta de diplomática como tampoco la tengo de académica. Soy una autodidacta, una franco tiradora en el campo de las letras”. En diciembre de 1977, Víctor Massuh, embajador argentino ante la UNESCO, organiza en Villa Ocampo un encuentro internacional titulado “Diálogo de las culturas”, en referencia seguramente a esa tarea de puente cultural que Victoria Ocampo siempre trató de generar y por el cual sería homenajeada en el evento a realizarse. El encuentro transcurrió en un clima decadentista. La revista Redacción se mofaba de las ausencias y publicaba una nota titulada “El monólogo de las culturas”, dando a conocer el nombre de los ausentes: Dennis de Rougemont, Raimundo Pannikar, Raymond Aron, Italo Calvino, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea, Alberto Girri, José Isaacson. Hasta el diario La Nación daba cuenta del fracaso del encuentro, retomando unas palabras dichas en Villa Ocampo por Adolfo de Obieta, recordando una frase de su padre, Macedonio Fernández: “había tantos ausentes que si falta uno más, no cabe”. Entre los que sí asistieron podemos encontrar a Roger Caillois, Tadeo Takemoto, Ailoune Diop, Manfred Von Keyserling (hijo del Conde Hermann Von Keyserling, autor de Meditaciones sudamericanas), Juan Liscano, Germán Arciniegas, Alihidin Bammate, Salah Stetie, Sebastián Soler, Adolfo de Obieta, Eugenio Pucciarelli, Manuel Mujica Láinez, Jaime Perriaux, Enrique Pezzoni, Juan José Catalán, Ángel Battistessa, Ismael Quiles, Francisco Ayala y Julián Marías. Poco es lo que recuperan los diarios y revistas de lo dicho en el encuentro. La Nación enumera los temas abordados: pluralismo cultural, regionalismo, cultura regional y cultura nacional, universalismo, cultura y naturaleza, ciencia y metafísica. Lo único que resalta ese diario es la mirada apocalíptica de Juan Liscano y Manfred Von Keyserling, a la que se sumó Víctor Massuh, donde se condena el nihilismo imperante en la juventud, un tópico común en la época, que viene a tomar el lugar que ocupó a comienzos del siglo XX, dentro del pensamiento de derecha, el tópico de las disolventes ideologías maximalistas. A diferencia de J. L. Borges y E. Sábato, Victoria Ocampo nunca apoyó públicamente al gobierno militar. No podemos decir que ella fuera una intelectual cercana al “Proceso”. Aquello que sí podemos considerar es que muchas de las figuras que asistieron al encuentro eran cercanas al gobierno de facto. Y que si bien ideológicamente podían estas figuras estar en desacuerdo con las posturas más liberales de Victoria Ocampo, los reunía un pasado: el hecho de haber pertenecido, en su gran mayoría, a ese pequeño círculo que hasta mediados de la década del cuarenta representaba a todo el universo cultural de Buenos Aires. “El coloquio terminó con besos y abrazos de despedida —decía La Nación para representar la relación íntima de los participantes— a la emocionada escritora argentina, que recibió también votos de reencuentro hasta el próximo coloquio de Villa Ocampo”. Victoria Ocampo falleció en enero de 1979. El “diálogo de las culturas” sería su último acto cultural. Sobre la figura de Victoria Ocampo, cabe preguntarse cómo operó y qué resultados obtuvo la última dictadura, al convocar a las figuras más célebres del campo cultural argentino para legitimar su proyecto político. El hecho de haber permitido que este encuentro se realice en su casa, que su nombre fuera el elemento convocante y que el organizador haya sido una figura intelectual tan cercana al gobierno militar como lo fue Víctor Massuh, no precisa demasiado la relación que Victoria Ocampo tuvo con la última dictadura. Lo mismo cabe preguntarse para el caso de J. L. Borges y E. Sábato, de quienes conocemos el famoso almuerzo con el presidente de facto Jorge Videla.
V
Dentro de los intelectuales
que acompañaron al gobierno de la dictadura, los discursos más modernizados,
sin por ello dejar de ser conservadores, los encontramos en la revista Carta
Política, dirigida por Mariano Grondona. Según indican Palermo y Novaro, las
páginas de esta revista eran bastante frecuentadas por los jefes militares, y
muchos de quienes escribían en ella tenían pretensiones de convertirse en intelectuales
orgánicos del Proceso. Entre sus columnistas más frecuentes podemos encontrar a
Julio Álvarez, Nicanor Costa Méndez, Raúl Cuello, Ezequiel Gallo, José Luis de
Imaz, Heriberto Kahan, Juan Carlos De Pablo, Rodolfo Pandolfi, Jorge Pegoraro,
Lorenzo Raggio, Alberto Taquini (h), Oscar Cornblit. A diferencia de los
intelectuales anteriormente citados, que en promedio habían nacido entre las
décadas del diez y del veinte, los integrantes de Carta Política en promedio
nacieron durante y luego de la década del treinta. Su impronta modernizadora en
el terreno intelectual no pasa tanto por sus ideas sino por la forma que asume
el relato de esas ideas. Si el Primer Congreso Nacional de Intelectuales había
revivido las viejas teorías y discursos esencialistas para dar cuenta de los
problemas nacionales, Carta Política recurrirá a un discurso más académico, que
tiene en cuenta las herramientas científicas y modernas de la sociología y la
historiografía a la hora de analizar los males y las soluciones para el país.
Los intelectuales de Carta Política pertenecen a la generación del pensamiento
conservador que durante la década del cincuenta comenzaron a formar parte del
proceso de modernización de las ciencias sociales, tomando una distancia
crítica respecto al “realismo tomista” de los nacionalistas del treinta y del
cuarenta, y acercándose más a la ciencia como elemento legitimador de su
discurso. En una serie de ideas-fuerza que la revista publica en todos los
números, podemos encontrar un ejemplo de este discurso conservador en su
contenido pero modernizado en sus formas. Luego del golpe militar, la idea 1
nos habla de las “Monarquías fundadoras” como punto de inicio histórico de las democracias,
para justificar que el “proceso de reorganización nacional” vendría a cumplir
el papel histórico que las monarquías cumplieron en Europa para que se
consoliden los regímenes democráticos. No es tanto en la idea política, claro
está, donde funciona la modernización, sino en la justificación historiográfica
del fenómeno, donde se detallan los antecedentes históricos del mismo. Otro
ejemplo lo encontramos en la idea 26, titulada “La nostalgia es el proyecto”,
una idea con la cual estarían de acuerdo Perriaux y gran parte de los
conferencistas del Congreso de Intelectuales. Allí se propone volver al
espíritu del orden social, político y económico de 1880, pero atendiendo a los
errores que existieron en ese orden, mediante el análisis que hacen de los
mismos los estudios de Manuel Mora y Araujo y Natalio Botana, en “Procesos
electorales y fuerzas políticas”, y “El orden conservador”, respectivamente. La
revista también publica ensayos donde se pretende interpretar la historia
reciente con un tono académico que se aleja bastante de la ensayística telúrica
y esencialista que encontramos en el Primer Congreso de Intelectuales. Oscar
Cornblit presenta “Las formas de participación popular y sus observadores”;
Mariano Grondona hace lo propio con “El liberalismo estadounidense y los regímenes
militares del cono sur”; Rodolfo Pandolfi y Federico Mittelbach presentan “Los
golpes en la Argentina”, y José Luis de Imaz publica “Argentina 1935/1975”.
Otra forma de modernización del discurso Carta Política la obtiene de su
constante referencia al Instituto Torcuato Di Tella. De hecho, los columnistas
José Luis de Imaz y Ezequiel Gallo pertenecen al Instituto, y en algunas
oportunidades aparecen en la revista Natalio Botana, Manuel Mora y Araujo y
Roberto Cortés Conde, que también forman parte del Di Tella. Es interesante
destacar que el Instituto por estos años venía cambiando su imagen, luego del
cierre, en 1970, del Centro de Altos Estudios de Música, Pintura y Actividades
Audiovisuales, que, según la revista Redacción, le “otorgaban su gran cuota de
frivolidad y snobismo”. En esa misma revista aparece una nota titulada “La
verdadera cara del Di Tella”, donde se destaca la actividad del Centro de
Investigaciones en Ciencias Sociales y Ciencias Económicas, dejando constancia
del profesionalismo y seriedad de sus investigaciones. En la nota, Botana,
Gallo y Cortés Conde comentan sus investigaciones en torno a la época del
ochenta. Volviendo a Carta Política, podemos agregar que el conservadurismo ocupaba
un espacio importante pero de vez en cuando emergían posiciones más liberales o
por lo menos no tan apegadas a la mitología pastoril y elitista. José Luis de
Imaz decía: “El presidente de la Nación, en Comodoro Rivadavia, ha vuelto a
hablar de un Proyecto Nacional. Y nos convoca para constituirnos en una “nueva
generación del ´80’”. Alejándose de la idea ortegueana de la elite dirigente
que recorre todo el espinel de la derecha, de Imaz concluía respecto al
proyecto político que había que diseñar: “El Proyecto Nacional no es, pues, un
libro. Tampoco un minucioso plan tecnocrático. Es una decisión política de
continuidad. Antes pudo ser el patrimonio exclusivo de una Elite o fruto de un
consenso. Ahora no hay Elite sola que valga, y vivimos en disenso. Máxime en la
Argentina, país de una complejísima urdimbre social y de una tenue trama
política”. Cabría preguntarse de qué modo estos intelectuales, que aparecían
como la generación de recambio en el pensamiento conservador, se vincularon con
el gobierno militar, que por la influencia del Grupo Azcuénaga en su seno,
pareció ser más proclive a la influencia intelectual de la vieja guardia
nacionalista representada en el Congreso de Intelectuales. La revista católica
Criterio, cercana a Carta Política por compartir redactores y por utilizar
también un pensamiento conservador más moderado y modernizante, denunciaba la
poca participación que las nuevas generaciones tenían en los proyectos
refundacionales del gobierno, fundada en la desconfianza que los militares
tenían respecto al mundo intelectual moderno.
VI
Hasta aquí hemos tratado de describir
parcialmente el paisaje intelectual que se desplegó durante la última
dictadura. Debido a la inexistencia de otros estudios al respecto, sólo ha sido
posible una descripción tenue de las tramas intelectuales de aquel periodo. Lo
que resulta importante aquí es resaltar tres problemas que pueden permitirnos
el ingreso más profundo a la vida intelectual del “proceso de reorganización
nacional”: en primer término, y tal como quedó planteado al comienzo del
trabajo, resultaría relevante indagar de qué modo se articuló la vieja
ideología nacionalista con los proyectos más generales del “Proceso”. Sobre
todo, sería importante determinar la forma en que el proyecto cultural se
relacionó con el proyecto económico. En segundo término, es necesario precisar
la forma en que el gobierno de facto trató de utilizar a los personajes más
célebres del mundo cultural para su legitimación y el modo en que estos
personajes respondieron a esa
convocatoria. Y por último, establecer de qué manera los militares se
relacionaron con los discursos intelectuales vinculados al efecto modernizador
de las ciencias sociales en el pensamiento conservador. Finalmente, reiteramos
que el interés de investigar a los intelectuales liberal-conservadores está
relacionado con la necesidad de evitar un vicio presente en los estudios sobre
intelectuales en nuestro país. Éstos tienden a asumir, a priori, la existencia
de un campo intelectual asociado exclusivamente con un pensamiento o
sensibilidad de izquierdas. Es cierto que no existe un reconocimiento mutuo
entre intelectuales que responden a los clivajes izquierda-derecha (las
producciones de unos no tienen, por lo general, efecto de campo sobre los
otros), y esto imposibilita hablar de la existencia de un campo más o menos
unificado, como sucede en el caso de países latinoamericanos como México y
Brasil, lo cual habla de una peculiaridad del caso argentino que necesita ser
revisada.
Y también es verdad que los
acontecimientos político-culturales más relevantes de los últimos cincuenta
años han estado asociados con posiciones de izquierda. Sin embargo, las
producciones de intelectuales liberal-conservadores tienen impacto sobre la
vida política y cultural de nuestro país que precisan ser analizados, y más aún
si tenemos en cuenta que, también en los últimos cincuenta años, las políticas
del Estado se han orientado predominantemente hacia ideas y prácticas
liberal-conservadoras.
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