Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 55 POLÍTICA El Intelectual, Antes y Hoy… por Nicolás Casullo
Repasar las secuencias de conformación de la
figura del intelectual, con su papel interpretativo, crítico, acusador de un
presente o de la memoria de las cosas, significa ingresar de lleno en la
historia de las ideas modernas, percibir cómo se gesta el espacio de esa
subjetividad, y de qué forma es recibida la misma por la sociedad y los
poderes. Escuchar a esa conciencia intelectual por lo general independiente,
muchas veces solitaria, o adscripta a un credo, involucrada en la política, en
lo social, en las ciencias, es como oír detonaciones posicionales que se
disparan como un plus de esfuerzo desde la filosofía, la literatura, el arte,
la sociología, la teoría crítica, el psicoanálisis, la propia religión. Es una
crónica de secuencias intensas que algunas veces se eslabonan, otras no: otras
serpentean como caminos apartados uno de otro por la montaña de una edad
histórica. Hoy que el intelectual navega entre ser sólo referencia de un
mercado cultural, vendido como el que piensa por usted, como autoayuda que
simplifica y aplana lo complejo, o reformulado como figura desprovista de toda
intensidad por la burocracia y rutina académica donde ya no aspira a otra cosa
que a fichar un viejo libro o decir que todos ya suponen sin su ayuda, hoy
precisamente recobra sentido discutir, rastrear o actualizar su derrotero
político.
Sitio del intelectual, rol del intelectual,
papel del intelectual, misión del intelectual, son variantes para pronunciar
una tarea que cubre a Occidente desde Europa como madraza de las ideas; tarea
que bañó la tierra americana de una manera rotunda y libre desde principios del
siglo XIX (que tuvo en Argentina las figuras de Moreno, Castelli, Monteagudo,
Belgrano), y que implica partir hacia su recorrido biográfico, hacia un mundo
de pensamiento crítico, inconformista, rebelde, de avanzada, preguntándose
desde qué encrucijada intelectual, desde qué actualidad se inicia este viaje
que se remontará por dos siglos y medio hasta las rumoreadas fuentes de su
figura. La pregunta es desde qué situación con respecto a esta discutida fragua
intelectual se va en busca de sus perfiles. Las cuestiones históricas adquieren
significado cuando se va en pos de las genealogías a partir de estar advertidos
de qué se discutió, allá atrás, sobre lo que todavía tenemos visible o
neblinoso delante de la vista, cerca, denominando zonas del presente. La
arqueología de una problemática, en este caso entre un actor singular y la
sociedad, sólo cobra un valor porqué (más allá de la simple erudición) es el
presente el que nos solicita el desmonte de sí mismo para ver los conflictos
que llevan a repensar el pasado para una actualidad desguarnecida la mayoría de
las veces. La historia del intelectual es la biografía de un pensamiento
inscripto junto a la política y a la cultura. Significa dejar constancia o
abrir la cerrazón de lo político desde el pensamiento y la crítica. Es fabular
esa misión frente al intelectualismo frío, la academia inerte, el periodismo
rutinario, y asentado en la historia de las ideas.
Se trata al menos de plantear como prólogo y a
grandes rasgos la intervención crítica y los lugares ideológicos y políticos
del intelectual en el proceso argentino de los últimos años y en la presente
escena del país; de revisar su participación pública en este tiempo democrático
teniendo en cuenta los distintos marcos de referencias que resulta importante
situar en relación con esa intervención. Podría hablarse de la incidencia de un
marco político siempre muy complejo, donde jugaron distintas presencias de
gobiernos a los largo de más de dos décadas. Puede hablarse de la relación
entre la tarea intelectual crítica, los poderes políticos y la situación social
y nacional. O de la vinculación entre los posicionamientos intelectuales y el
mercado mass mediático cultural, como así también el mundo de prácticas
profesionales con sus ofertas, casilleros y formas de ordenar sus productos,
sus lenguajes artísticos y sus consumos, ya sean obras, sujetos, perfiles,
campo temáticos, géneros, objetos de estudio, casos periodísticos.
En definitiva, pensar ese rol intelectual
dentro de contexto mayor de una cultura democrática con sus momentos
esperanzadores, con sus crisis severas y recaídas permanentes. Trabajar sobre
ese tema significa, en principio, discutir no tanto sobre la crítica, sino
sobre las atmósferas que impregnaron o motivaron esa crítica; biografiar en
esos parajes una práctica de difícil caracterización, desconsiderada,
bastardeada, y a la vez mitificada en la historia de la ideas modernas, que
nadie solicita pero que a la vez las circunstancias de los acontecimientos o el
simple interés del mercado demanda y organiza.
La función de un intelectual en una
determinada y precisa historia presupone que existe una tarea crítica
intelectual. Ser parte entonces de una herencia intelectual nacional e
internacional. De una historia intelectual que es necesario repasar y situar
como extenso trayecto. Aunque indudablemente es lógico que la primera pregunta
recale hoy en la índole de esta práctica. ¿Escribir ensayos, aparecer opinando
en una revista o un diario, tomar la palabra en una mesa redonda, intervenir en
un programa de televisión sobre el tema de la semana, dar cuenta de una
interpretación crítica de las otras interpretaciones? ¿Eso es una práctica
diversa a otras prácticas intelectuales? ¿A las de un médico, un geógrafo, un
bioquímico, un jefe de sección bancaria, un director técnico? Ser parte de la
hipótesis de que sí es una faena particular con su historia, y sobre ella se
trataría de analizar su recorrido.
Esta tarea, la del intelectual reflexivo, que
nadie exige y sin embargo tiene su lugar, podría ser definida de distintas
maneras, y así registra la historia de las ideas. Una de las definiciones, tal
vez la de mayor amplitud, es comprender tal trabajo crítico como un esfuerzo de
sentido ahí donde es difícil desentrañarlo. Donde no aparece, o no existe
o donde se considera que se plasmó una explicación equivocada. Donde el sentido
es la confrontación contra un poder cultural hegemónico. Esfuerzo de
enunciación en la jungla de portadores de enunciaciones explicativas, donde las
profesiones, las corporaciones, los suplementos culturales, los locutores de
noticiero, la voz de la universidad, los circuitos de ideas, los conductores de
programas aportan o conspiran contra la necesidad de interpretación.
La cuestión de la crítica intelectual sería en
definitiva un esfuerzo por un otorgamiento de sentido ahí donde la realidad
supuestamente se presenta casi ciega a sí misma o generadora del unanimismo del
sentido común, o uniformada por las grandes emisiones mediáticas o el abuso de
políticas totalizantes o totalitarias. En tales circunstancias, el intelectual
se piensa llamado a intervenir. ¿Qué significa esta última frase?¿Quién llama
al intelectual? Nadie. ¿En dónde está inscripta, en cada circunstancia
concreta, su pretendida “misión”? En ninguna parte. ¿Qué espacio de la cultura
establecida le reconoce su lugar impostergable? Ninguno. Y es precisamente esta
ausencia de necesidad de ningún intelectual crítico con que se muestra el mundo
daría neutralmente, ingenuamente, lo que construye finalmente su
significado actoral. La crítica ausente que pasa desapercibida, o como natural
condición de un mundo no pensado en lo que vela al mundo, lo posterga, lo
incumple, lo cierra, lo absuelve, lo mal traduce: esa ausencia le confiere al
intelectual la idea de su misión. ¿Quién se la otorga? Una genealogía en la
historia de las ideas modernas que creó en la intensidad de la historia
intelectual, en la toma de conciencia como tarea intelectual crítica, la
condición de la propia modernidad en tanto infinita respuesta insatisfecha, ya
no emitida sólo desde los gabinetes y laboratorios de una elite, sino en y
hacia los mundos de la política, hacia el conflicto expuesto, hacia el plexo de
la polis.
El intelectual hoy, como un rostro a la vez
frecuente, legitimado por demandas de mercado cultural, por un juego
democrático que se repite al escucharlo dentro de la comarca de las opiniones,
al mismo tiempo es, para muchos, una figura más intrascendente que antes. Es un
producto de un determinado consumo, es parte de la estrecha ciudad culta,
lectora, a diferencia de una noción pretérita de compromiso que se tenía hasta
hace tres décadas sobre el valor de una posición intelectual en el campo de la
política, de las irreversibles luchas sociales, de las ideas y los mundos que
lo vinculaban con los destinos populares. Hace treinta años la figura del
intelectual de izquierda, la mayoría de las veces de manera anónima, estaba
profundamente relacionada con el proyecto de la revolución social, con sus
teorías, fórmulas, versiones, pasos, éticas y objetivos mayores y menores.
Se situaba entonces el intelectual en la
Argentina de manera férreamente contestataria frente a tiempos dictatoriales,
persecutorios, censores, proscriptores de la política de los partidos y de la
democracia, o frente a democracias proscriptivas. Su propia misión estaba
inhabilitada de ser ejercida con libertad. La opción entonces pasaba a ser su
renuncia a esas formas de una democracia inexistente, en cuanto a exponer de
manera pública voces y escrituras del disenso. Para el objetivo se buscó
inscribir las ideas en este caso en perspectivas revolucionarias, que no sólo
luchasen contra un sistema capitalista burgués carcelario, sino que también esa
participación intelectual metamorfoseada, sin nombre y apellido, orgánica,
debatida de manera colectiva, productora de textos y argumentos serviciales a
una causa, se reuniese de alguna forma real o imaginaria con el proyecto de las
clases subalternas, explotadas en la producción: con aquellos sectores jamás
vinculados con los “mundos intelectuales”.
Esta tarea férrea, militante,
antiindividualista, que se apartaba del mundo de los autores y nombres del
mercado cultural, enmascarada constantemente, gestó a la vez, por la misma
politicidad que la ceñía, una subjetividad intelectual dogmática, en ocasiones
soberbia, a menudo profética, por lo general fanatizada o militante crística,
para cumplir con la palabra programática establecida, para obedecer textos canónicos
que ya habían definido teórica y científicamente el curso de la historia y sólo
bastaba darles cumplimiento. Se situaba con sus compromisos estéticos,
políticos, ideológicos, en relación con una causa explícita, identificable,
inexorable. Desde esa elección de lugar y escritura, ejercía una lectura
reunificante, reductora, un hilo conductor que articulaba la conducta
intelectual de manera existencialmente integral: desde una frase de un texto
hasta cómo se debía agarrar el tenedor, ver un filme, relacionarse sexualmente,
tomar el futuro poder social. Un hilo denso y aseverativo unificaba lo que era
dable de interpretar y valorar, cómo actuar, cómo pensar, cómo enfrentarse a la
lectura de un periódico, a la propia sociedad, a sus distintos actores sociales.
El intelectual crítico de izquierda, independiente o como cuadro político, se
planteaba desde la revolución una verdad por venir.
"MUCHA GENTE ES MUCHÍSIMO PEOR QUE EL
PEOR DE LOS DIARIOS"
Esta es
la desgrabación completa de
una entrevista que Marina Garber le hizo a Casullo en abril
del 2008, para un artículo acerca del lugar de los medios en
la vida política argentina, y de la que se publicó una pequeña parte en
la revista Acción.
– En su
último libro usted analiza las sociedades contemporáneas como sociedades
mediáticas, en las cuales los medios establecen las formas fundamentales de
comprensión y percepción de la realidad…
En
todos los capítulos de Las cuestiones aparece el fenómeno de la
sociedad mediática.
Yo denomino sociedad
mediática no ya a aquella sociedad de hace 20 o 30 años, donde los medios
de comunicación tenían su importancia, eran “el cuarto poder”, tenían
su incidencia en cuanto a la labor que cumplían –y esto se verifica a lo largo
de la historia del siglo XX en la Argentina–, sino que la sociedad
mediática ya es un nuevo fenómeno, una nueva dimensión, donde la realidad
es mediada y construida en lo fundamental y en donde es muy difícil
escapar a la influencia de los medios y escapar a la producción de los medios,
a la construcción del acontecimiento, a la construcción de los hechos, a la
narratividad de los medios.
En ese
sentido podríamos decir que estamos mediados y que esa
mediación atraviesa la política, básicamente, pero atraviesa todos
los otros niveles de nuestra vida, también los niveles personales y privados en
tanto terminamos siendo hijos de los medios.
En este
sentido te diría que sí hay una modificación y una reformulación.
Muchas veces se sigue pensando en la sociedad anterior, la sociedad de los
60 y 70, la de los medios de comunicación y su importancia, cuando ya
estamos en otro nivel podríamos decir mucho más decisivo en
cuanto a la suerte de la sociedad a partir de qué performance de aquí
en más tengan los medios.
– ¿Esta
influencia se relaciona más con los temas que tocan los medios, es decir con la
imposición de una agenda, o con la forma de tratar esos temas?
Los
medios lo que hacen es mediatizar todo, a tal punto que ya llega a
ser imposible pensar algo en términos de autonomía frente a los medios. Mediatizan
el fútbol, mediatizan la política, mediatizan el arte, mediatizan nuestras
vidas, mediatizan la relación que tenemos con la ciudad, mediatizan la relación
que tenemos con los valores, por lo cual es difícil pensar, por
ejemplo, qué sería hoy el fútbol sin los medios.
Qué
sería la política sin los medios, si en realidad lo que menos nos interesa
de la política es lo que dice el diputado, lo que dice el senador: a nadie
eso le interesa, le aburriría soberanamente.
Muchas
veces, cuando se solicita que haya debate, que haya discusión, que aparezca la
política, no se tiene en cuenta que los primeros demoledores de la
política son los medios. Acá lo que importa es lo que dice el
locutor, que además acá dicen bastantes cosas, no se manejan con
discreción como en otros países. Lo que dice el animador cultural, lo que
dice el comunicador.
Desde
esta perspectiva, ahí se nota la influencia, en el sentido de que los
medios han generado que ya no haya más un adentro y un afuera de cada una
de las circunstancias, sino que hoy los medios atraviesan también el saber,
atraviesan los mundos del conocimiento, atraviesan las variables
culturales.
Cuando
digo “atraviesan” quiero decir: es difícil pensar aquello que quedaría
fuera de los medios o estaríamos cada vez más incapacitados de enunciar
algo que queda fuera de los medios.
– Los
medios y el sentido común…
A
mí me parece que los medios son la nueva derecha, en términos
culturales, que habita el mundo, que habita Occidente, pero no tanto en
términos, o no sólo en términos, de acusar a las izquierdas o defender a
figuras de derecha –que también lo hacen–, sino en términos de plantear
una realidad, una construcción de lo real, lo que podríamos llamar un
entendimiento de lo real, que constituye un sentido común de derecha.
El miedo,
la seguridad, la idea de determinadas víctimas, las variables en
cuanto a cuáles serían las soluciones a tomar en cuenta, quiénes
serían los culpables, en dónde está la problemática… Y esto lo
construye el mercado en términos de una dramatización nueva, una
narración nueva, a través de géneros.
La noticia hoy
se ha transformado en una instancia que se maneja a través de géneros, o
sea que responde a variables con que los viejos
géneros hollywoodenses están constituidos y nos constituyen, el género
judicial, el género policial, el género de la violencia, el género
turístico, son géneros donde el espectador sólo examina y se le hace
audible la realidad si viene a través de un formato género.
Es
decir, se necesita el jefe de policía rodeado de micrófonos, se
necesitan las tiras esas que pone la policía alrededor del cadáver, se
necesita la escalinata judicial, se necesita la voz del abogado, se
necesita el grito de la víctima, se necesita lo que podríamos llamar la
constitución del género en términos casi ficcionales para que se haga
audible.
Porque
acá también tenemos que pensar que hay otras voces que aparecen. Bueno, también
está el género protesta, el género con cuestionamiento, el género podríamos
decir piquetero, en donde también se construye una imagen que
nosotros vemos en televisión y ya tenemos planteada la realidad y
ya sabríamos de qué se trata porque la forma televisiva nos plantea la entrada
al género.
Nos
plantean la entrada: algo que reconocemos, que nos resulta familiar y que es lo
único que se nos hace audible.
Frente
a eso, aquello que no aparece así constituido directamente es
inaudible, es algo que no incidirá. Entonces es el mercado el que construye
esto, es el mercado el que entra en competencia…
Uno
podría decir que los noticieros de alta audiencia en horarios
pico de la noche construyen un noticiero donde el 90 % son noticias
policiales, noticias de violencia, noticias de violadas, noticias de
asesinatos, noticias de secuestros.
Porque la
cuestión es qué sería lo más conmocionante: no es lo que dijo el
diputado ni lo que dijo la Presidenta ni lo que dijo un mandatario
latinoamericano ese día.
Pero al
mismo tiempo están respondiendo a esa misma lógica que el mercado constituye
como lo único audible. Es decir, es casi un círculo vicioso. Una vez que
vos constituís tu oyente, evidentemente lo único que podés es retroalimentar
esa variable.
Yo
diría que el sentido común de derecha que el medio manifiesta no
es tanto decir “viva Sarkozy” sino plantearse eso: cómo es la vida, de qué
manera hay que tomarla, cómo agarro el tenedor, cómo me relaciono con mi hijo,
cómo pienso, qué pienso que es el morocho que está en la esquina juntando
basura…
En ese
sentido se constituye un sentido común de derecha que hoy es
hegemónico en los grandes centros urbanos de masas, no solamente aquí, y
que es un sentido común reactivo, conservador, de corte reaccionario,
racista, violentado y pasto fértil para cualquier neofascismo, lo que se
evidencia acá con el 61 % de votos de Macri, donde se
evidencia básicamente una actitud antipolítica y una gestión de
limpieza, una cuestión gerencial que limpie, barra y nos aleje de
cualquier acontecimiento donde aparece el otro social.
Creo
que forma parte de esto que yo llamo un armazón donde planteo además que los
verdaderos partidos de la derecha entre comillas, los que construyen
la agenda diaria, los que plantean qué tipo de problemáticas hay que
discutir, los que consagran cuál es el hecho importante del día y cuáles
son los hechos imprescindibles, no son los partidos en sí –porque
nadie va a decir lo que dice López Murphy o Patricia Bullrich–,
sino son los medios de comunicación.
Ciertos medios
de comunicación gráficos, que tienen la capacidad de imponer la agenda. Por
la mañana ciertos medios de comunicación radiales se imponen por
la agenda impuesta por los medios gráficos y que concluye a la noche con los
noticieros de altas audiencias donde se cierra el día y donde
uno, si se preguntase qué es lo que realmente pasó con este país en sentido
profundo, realmente no sabría.
Sabría
quién puede ser el asesino de Roxana, sabría si hubo algún raptado, sabría que
hubo un choque de un camión en Boedo, sabría que hay un preso que se ha
escapado…
Tendría
una suerte de pequeño melodrama que le esconde la realidad. Ahora, esto
es la noticia.
Es inimaginable pensar
un noticiero de corte político en la Argentina, un
noticiero donde el 80 % sean los acontecimientos políticos, sindicales o
sociales que suceden. En este sentido es donde yo decía que son productores de
un sentido común de derecha y por eso son los, entre comillas, “partidos de la
derecha” que, una vez que construyen ese sentido común, cuando llegan los
momentos electorales plantean la defensa o
la elección de algún referente que represente eso
que a lo largo del año han planteado como sentido comprensivo de la realidad.
Gracias por el esfuerzo de "arquelogía": traer estas preguntas que se formulaba por entonces Casullo tiene mucha pertinencia.
ResponderEliminarQuizás en pasados de confrontaciones literales, un intelectual encontraba relativamente más claro adónde apuntar y cómo aportar sentido.
Pero los enemigos del razonamiento cambiaron con las décadas y mercantilizaron cada área de las sociedades, de modo que hasta la industria cultural, que mantenía ciertos enclaves silvestres de resistencia crítica, hoy tiene accionistas difusos que terminan almorzándose a dogmáticos y a críticos por igual.
También la política-espectáculo tomó por sorpresa y a medio vestir a la intelectualidad a pleno, la que salió a degradar centurias de tradiciones en intervenciones mediáticas lamentables, o se acopló orgánicamente al Estado con la finalidad de argumentar sobre las bondades de lo indigerible.
Y con el patronazgo de los medios, ahora más diversos y con mayor potencial terraformador, se terminó de diseñar esto de quién está habilitado, y quién no, para expedirse sobre lo humano.
Para peor, el temor actual a la cancelación corporativa y/o pública equipara al terror al ostracismo que padecían los griegos.
Resumiendo: que me sorprenda ver editado un artículo de Aronskind sobre la situación del campo popular (tan bienintencionado, como cáustico y sincero); que me sorprenda su saludable incorrección, habla pésimo del nivel de mis expectativas para con la intelectualidad argentina. Muy triste lo mío. Saludos.
Uno hace rato que ha escogido ser un fósil, acaso sea la mejor manera de sobrevivir en un mundo en el cual nada dura demasiado, y menos lo bueno... Abrazo
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