Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 55 FILOSOFÍA La Autoexplotación … por Byung-Chul Han
Gráfica: Fotografía creada por Zdzisław Beksiński
Fuente: Bloghemia
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"El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en
autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va
acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el
explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse."
La sociedad disciplinaria de
Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y
fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha
establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una
sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros
comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es
disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se
llaman ya «sujetos de obediencia», sino «sujetos de rendimiento». Estos sujetos
son emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las instituciones
disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen
un efecto arcaico. El análisis de Foucault sobre el poder no es capaz de
describir los cambios psíquicos y topológicos que han surgido con la
transformación de la sociedad disciplinaria en la de rendimiento. Tampoco el
término frecuente sociedad de control hace justicia a esa transformación. Aún
contiene demasiada negatividad. La sociedad disciplinaria es una sociedad de la
negatividad. La define la negatividad de la prohibición. El verbo modal
negativo que la caracteriza es el nopoder (Nicht-Dürfen). Incluso al deber
(Sollen) le es inherente una negatividad: la de la obligación. La sociedad de
rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad. Justo la creciente
desregularización acaba con ella. La sociedad de rendimiento se caracteriza por
el verbo modal positivo poder (können) sin límites. Su plural afirmativo
y colectivo «Yes, we can» expresa precisamente su carácter de positividad. Los
proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el
mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su
negatividad genera dementes y criminales. La sociedad de rendimiento, por el
contrario, produce depresivos y fracasados. El cambio de paradigma de una
sociedad disciplinaria a una sociedad de rendimiento denota una continuidad en
un nivel determinado. Según parece, al inconsciente social le es inherente el afán
de maximizar la producción. A partir de cierto punto de productividad, la
técnica disciplinaria, es decir, el esquema negativo de la prohibición, alcanza
de pronto su límite. Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el
paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del
poder hacer (Können), pues a partir de un nivel determinado de producción, la
negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un
crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que
la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber
al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de
obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento
sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase disciplinaria. El poder eleva el
nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es, por el
imperativo del deber. En relación con el incremento de productividad no se da
ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una continuidad. Alain
Ehrenberg sitúa la depresión en el paso de la sociedad disciplinaria a la
sociedad de rendimiento: "El éxito de la depresión comienza en el
instante en el que el modelo disciplinario de gestión de la conducta, que, de
forma autoritaria y prohibitiva, otorgó sus respectivos papeles tanto a las
clases sociales como a los dos sexos, es abandonado a favor de una norma que
induce al individuo a la iniciativa personal: que lo obliga a devenir él
mismo".
El deprimido no está a la altura,
está cansado del esfuerzo de devenir él mismo. De manera discutible, Alain
Ehrenberg aborda la depresión solo desde la perspectiva de la economía del sí
mismo (Selbst). Según él, el imperativo social de pertenecerse solo a sí mismo
causa depresiones. Ehrenberg considera la depresión como la expresión
patológica del fracaso del hombre tardomoderno de devenir él mismo. Pero
también la carencia de vínculos, propia de la progresiva fragmentación y
atomización social, conduce a la depresión. Sin embargo, Ehrenberg no plantea
este aspecto de la depresión; es más, pasa por alto asimismo la violencia
sistémica inherente a la sociedad de rendimiento, que da origen a infartos
psíquicos. Lo que provoca la depresión por agotamiento no es el imperativo
de pertenecer solo a sí mismo, sino la presión por el rendimiento. Visto así,
el síndrome de desgaste ocupacional no pone de manifiesto un sí mismo agotado,
sino más bien un alma agotada, quemada. Según Ehrenberg, la depresión se
despliega allí donde el mandato y la prohibición de la sociedad disciplinaria
ceden ante la responsabilidad propia y las iniciativas. En realidad, lo que
enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del
rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna. Alain
Ehrenberg equipara de manera equívoca el tipo de ser humano contemporáneo con
el hombre soberano de Nietzsche: «El individuo soberano, semejante a sí mismo,
cuya venida anunciaba Nietzsche, está a punto de convertirse en una realidad de
masa: nada hay por encima de él que pueda indicarle quién debe ser, porque se
considera el único dueño de sí mismo». Precisamente Nietzsche diría que
aquel tipo de ser humano que está a punto de convertirse en una realidad de
masa ya no es ningún superhombre soberano, sino el último hombre que tan solo
trabaja. Al nuevo tipo de hombre, indefenso y desprotegido frente al exceso de
positividad, le falta toda soberanía. El hombre depresivo es aquel animal
laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción
externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima. El sí mismo en sentido
empático es todavía una categoría inmunológica. La depresión se sustrae, sin
embargo, de todo sistema inmunológico y se desata en el momento en el que el
sujeto de rendimiento ya no puede poder más. Al principio, la depresión
consiste en un «cansancio del crear y del poder hacer». El lamento del
individuo depresivo, «Nada es posible», solamente puede manifestarse dentro de
una sociedad que cree que «Nada es imposible». Nopoder-poder-más conduce a un
destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. El sujeto de rendimiento
se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta
guerra interiorizada. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre
bajo el exceso de positividad. Refleja aquella humanidad que dirige la guerra
contra sí misma. El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que
lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De
esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo. En este
sentido, se diferencia del sujeto de obediencia. La supresión de un
dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y
coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad
obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso
de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es
mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un
sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima
y verdugo ya no pueden diferenciarse. Esta autorreferencialidad genera una
libertad paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a
ella, se convierte en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad de
rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta
libertad paradójica.
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