Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 54… ECONOMÍA Mida dos veces, corte solo una… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
https://eltabanoeconomista.wordpress.com/
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Semiconductores, la columna vertebral
de la economía digital
La guerra entre China y los EE.UU.
se basa en la disputa por un mundo unipolar o multipolar, y dentro de ella se
libran una serie de batallas: bélica en Ucrania, comercial, de cadena de
suministros, financiera, de dominio tecnológico, entre otras. Esta última,
conocida como la guerra de los semiconductores o chips, será la que
examinaremos. Esta cruzada por la supremacía tecnológica es un poco más amplia
que las batallas convencionales y se relaciona con la desglobalización mundial,
la fragmentación y la creación de nuevos bloques de países, la autonomía
estratégica, la conectividad, la revolución tecnológica, inteligencia
artificial, internet de las cosas, identificación digital, monedas digitales de
bancos centrales, carteras o billeteras virtuales de pagos, etc.
En 2019 Huawei fue incluida
en una lista negra de EE.UU. llamada Entity List, que prohibía a las
empresas estadounidenses vender tecnología a la empresa china. En 2020, las
sanciones se endurecieron e impidieron efectivamente la venta de chips de
última generación requerida para sus teléfonos inteligentes. Y en 2022
Washington introdujo restricciones
de chips más amplias, con el objetivo de privar a todas las empresas chinas
de semiconductores críticos que podrían servir para la inteligencia artificial
y aplicaciones más avanzadas. Los asiáticos comenzaron a pensar que las
sanciones provocarían desarrollos que impulsarían, en lugar de obstaculizar, la
industria nacional de semiconductores.
El propósito de retrasar y frenar
el desarrollo de las tecnologías de fabricación de chips del gigante
asiático para evitar que pueda producir sus propios circuitos integrados de
vanguardia, y los utilice entre otras cosas para aplicaciones militares, queda
realmente claro. En este juego uno de los contratiempos de esta iniciativa es
que el mercado chino es lo suficientemente grande para ejercer presión sobre
las empresas extranjeras, hasta llegar a perjudicarlas. El pasado viernes 31 de
marzo la Administración del Ciberespacio de China, el regulador chino de
internet, puso
en marcha una investigación que tenía como propósito auditar al mayor
fabricante estadounidense de chips de memoria.
Micron Technology, que es la empresa
estadounidense que está siendo investigada, es sospechosa de revelar
información esencial acerca de la infraestructura de su cadena de suministro,
así como de introducir amenazas de seguridad nacional en sus
productos. En esencia, la base de las sospechas de la administración china se
sostiene sobre las mismas acusaciones que EE.UU. ha vertido durante los
últimos cuatro años sobre
Huawei y otras de sus empresas. El resultado, Micron no podrá exportar
más a China sus productos, que en 2019 alcanzaban un valor de U$S
17.500 millones, y que bajaron a U$S 7.000 millones en 2021 y a 3.200 millones
en 2022, cinco veces menos; aun así, siguen siendo ingresos considerables, el
10% de sus ventas.
La idea de la disputa gira en torno a
suponer si en realidad alguno de los países saldrá beneficiado por esta
secuencia de sanciones, y ahora, contra sanciones por parte de China. La
universidad John Hopkins realizó una investigación con un grupo de destacados
expertos, convocados por el Laboratorio de Física Aplicada, para brindar
información acerca de cuán grave puede ser el impacto de estas
sanciones y quién puede salir perjudicado, en una serie de artículos, cuyo
título es «Medir dos veces, cortar una vez”, y que servirá de guía para este
artículo.
Los académicos de la universidad no
esperan que la relación, en los próximos años, se base en la confianza. Pero
creen que sin una visión más amplia, articulada y persuasiva, de la relación
entre Estados Unidos y China, los juicios sobre «desconexiones» en áreas
tecnológicas son recetas para un paciente cuya salud no ha sido bien evaluada y
cuya enfermedad no está bien diagnosticado, de hecho, proponen, y eso da título
al estudio, medir las consecuencias con cuidado antes de cortar, porque a su
entender quien saldrá perjudicado serán los EE.UU.
Lo que es cierto es que, a diferencia
de muchas potencias que podían ir a la guerra (URSS), el liderazgo chino parece
creer que su poder en relación con los Estados Unidos aumentará en las próximas
décadas, por lo que tiene incentivos para evitar conflictos armados que
alterarían las trayectorias actuales, que los benefician. Tampoco es probable
que Estados Unidos crea que puede mejorar el equilibrio de poder con un
conflicto militar, especialmente si se lleva a cabo con una potencia igual y,
según muchos cálculos, localmente superior, respaldado por armas nucleares.
Estados Unidos parecería tener dos
visiones diferentes de su disputa hegemónica con China. Una aplicaría a la
posición que George F. Kennan presentó sobre la Unión Soviética en su famoso
“Telegrama largo” de 1946. Esta visión, y las recomendaciones que la acompañan,
famosamente organizadas bajo el concepto de «contención», fueron sombrías
porque implicaba utilizar medios militares, diplomáticos y económicos para
limitar la influencia soviética en el mundo. Este telegrama se trata de un hito
en la historia de las relaciones internacionales y situó a su autor entre los
principales representantes estadounidense del realismo político.
Otra parte de los líderes
estadounidenses muestra poca inclinación a tener una visión de China similar a
la de Kennan para Rusia, y piensan diferente. Esto se debe a que muchas
variables impredecibles que afectan a China (los objetivos, las actitudes y las
capacidades del sucesor actualmente no identificable de Xi Jinping) y a los
Estados Unidos (cómo los desafíos económicos y la política interna pueden
intensificar los esfuerzos para demonizar a China), cualquiera de estas pueden
modificar la relación.
La tecnología juega un papel central
en la misión de China de regresar a la grandeza histórica. Los líderes
orientales han visto durante mucho tiempo la dependencia de la tecnología
extranjera como una camisa de fuerza utilizada para mantener a China bajo
control y limitar su ejercicio del poder. Esta mirada fue poderosamente
reforzada por las revelaciones de Edward Snowden de 2013, que proporcionaron
lecciones objetivas sobre cómo las redes construidas con equipos
estadounidenses proporcionaron vías para el espionaje y la recopilación de
inteligencia ha fortalecido aún más la determinación de reducir la dependencia
de la tecnología. La única manera de que China esté libre de subordinaciones,
según este punto de vista, es a través de la autosuficiencia, al menos, en las
llamadas “tecnologías centrales”.
La independencia, paradójicamente
pasa por algunos escalones de dependencia. El libro de jugadas probado por
China para la innovación local no evita la tecnología extranjera, y con
frecuencia la requiere. El equipo y los conocimientos técnicos extranjeros son
a menudo un requisito previo y siempre un acelerador para construir esas
tecnologías a nivel nacional. Esto significa invitar a una mayor dependencia de
fuentes extranjeras mientras tanto, comprar componentes extranjeros, otorgar
licencias y replicar propiedad intelectual extranjera, invitar a
multinacionales extranjeras a invertir en China y enviar talento al extranjero
para recibir educación y capacitación.
Las expectativas sobre el futuro
alientan a los líderes nacionales a creer que, al menos en algunos casos
importantes, las oportunidades para el desacoplamiento están disponibles y son
deseables, pero existen tres poderosas realidades. La primera es que tanto
China como Estados Unidos están lidiando con una contraparte cuyo poder
económico y compromiso global trasciende con creces el de la Unión Soviética.
El segundo es la dependencia de las conexiones chino-estadounidenses
construidas sobre cuarenta años no se pueden borrar como la tiza en un
pizarrón. La tercera es darse cuenta de la potencialidad de esta pareja, por lo
tanto, donde no hay un hegemónico en el mundo, por lo que deberán tratarse con
camaradería.
Se debe comprender que esta guerra no
es la misma que mantuvieron la URSS y los Estados Unidos, ya que sus economías
nunca estuvieron sustancialmente conectadas, sino tan separados como dos
extraños convertidos en enemigos, cada uno siguiendo caminos separados. En
cambio, más de cuarenta años de conexión han convertido a Estados Unidos y
China en algo parecido a hermanos siameses con un sistema nervioso común.
En lugar de eliminar las
interdependencias, los líderes chinos y estadounidenses parecen estar
recortándolas y las empresas controlándolas, reestructurando las conexiones
donde los riesgos de seguridad pueden mitigarse o aprovecharse al mismo tiempo
que mantienen los componentes centrales. En la actualidad, 370.000 ciudadanos
chinos, incluidos la hija de Xi Jinping, estudian en universidades americana,
Apple sigue siendo indirectamente responsable de emplear a más de tres millones
de trabajadores en China, General Motors sigue vendiendo más coches en China
que en los Estados Unidos, y los inversionistas estadounidenses continúan
siendo una fuente importante y creciente de inversión extranjera directa en el
gigante oriental.
Del mismo modo, se mantienen las
interdependencias de hardware. China confía en los fabricantes de chips
estadounidenses para componentes cruciales en sus estaciones base 5G. Por el
contrario, Qualcomm, el principal fabricante de hardware 5G en los Estados
Unidos, depende del mercado chino para obtener más de la mitad de sus ingresos
netos, una parte importante de la cual, a su vez, reinvierte en I+D para seguir
siendo competitivo. Además, los dos integradores de sistemas inalámbricos a los
que Estados Unidos y aliados afines han recurrido desde que rechazaron a Huawei
(Ericsson y Nokia) confían en plantas de fabricación en China para producir al
menos algunos de sus equipos 5G.
Lo intratable de esta dependencia se
evidencia en la cuerda floja en la que camina un campeón nacional chino, la
Corporación Internacional de Fabricación de Semiconductores (SMIC). A pesar de
ser un impulsor principal de la autosuficiencia de chips de China, SMIC depende
en gran medida de los equipos para la fabricación de semiconductores de origen
estadounidense.
En la actualidad China consume unas
tres cuartas partes de los semiconductores que se venden a nivel mundial, pero
solo produce alrededor del 25% del total. El desacoplamiento tecnológico podría
servir a China como momento Sputnik para la innovación, que es lo que está
pasando, obligando a la nación oriental a adoptar un enfoque de arriba hacia
abajo y de autosuficiencia, especialmente en semiconductores. Sin embargo, no
lo tendrá fácil.
Por su parte, las empresas
estadounidenses también se podrían ver perjudicadas por la nueva salva de
restricciones. China es el mayor cliente de semiconductores estadounidenses, y
las exportaciones al gigante asiático representan hasta el 60% de los ingresos
de algunas empresas como Qualcomm o Intel. Nvidia dijo que sus ingresos
trimestrales podrían caer hasta 400 millones de dólares después de que se le
prohibiera vender chips de alta gama a China. La medida también podría afectar
a fabricantes estadounidenses con factorías en China que dependen de estos
semiconductores para sus productos, como Tesla o Apple, entre otros.
La Universidad Hopkins ataca la pelea
porque sus artículos demuestran que quien sale perdiendo en el largo plazo con
las medidas de contención y ataque a China son los EE.UU.. Esta sería otra
de las facetas donde la hegemonía americana se ve cuestionada.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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