Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 55 ECONOMÍA EL NUEVO CONSENSO DE WASHINGTON… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
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En Washington todavía no tienen motivos para sospechar
que los pueblos pobres no prefieren ser pobres
La economía moderna del lado de la oferta es
una de las patas del Nuevo Consenso de Washington, que no está diseñado, al
igual que el anterior, para mejorar las economías y el medio ambiente en el
mundo, sino que su nuevo diseño tiene una estructura poco novedosa basada en
sostener el capitalismo estadounidense en casa y el imperialismo en el
extranjero. El impacto y las connotaciones de este nuevo consenso intentarán
asfixiar al sur global y América Latina en especial.
Para comprender lo que viene para el mundo,
algo así como un remake o reedición del Consenso de Washington, hay dos
discursos centrales que lo explican, ambos con connotaciones mundiales, uno
interno, para la economía americana, acerca de las virtudes de “la economía
moderna del lado de la oferta” de la actual Secretaria del Tesoro
de EE.UU. y ex presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, en un discurso ante el Instituto de
Investigación de Política Económica de Stanford. El segundo, la idea de una política
económica más amplia, o la dirección que tomaría integrar más profundamente las
política interna y la política exterior estadounidense, expuesta por el Asesor
de la economía moderna del lado de la oferta Jake Sullivan, en su discurso
sobre la Renovación del Liderazgo Económico
Estadounidense en la Institución Brookings,
donde explicó lo que se daría en llamar el Nuevo Consenso de Washington.
Comenzaremos por el segundo punto, que dará el
marco y la visión de este nuevo consenso. La idea se expone conceptualmente con
la siguiente lógica. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos
lideró un mundo fragmentado para construir un nuevo orden económico
internacional. Desde Washington se cree que este proceso ayudó a los Estados
Unidos y a muchas otras naciones del mundo a alcanzar nuevos niveles de
prosperidad. En las últimas décadas se revelaron grietas en esos
cimientos. Una economía global cambiante dejó atrás a muchos trabajadores
estadounidenses y sus comunidades. Aquí se marcan dos hitos o bisagras de este
proceso: la crisis financiera que sacudió a la clase media (2008-2010) y la
pandemia que expuso la fragilidad de las cadenas de suministro. La
invasión rusa de Ucrania es la frutilla del postre.
Los Estados Unidos consideran que el mundo les
exige que forjen un nuevo consenso, y las definiciones en las que se basa no
disimulan sus intenciones. Esta estrategia construirá un orden económico global
más justo y duradero, para nuestro beneficio y el de las personas de todo el mundo.
Sullivan expone lo que están tratando de hacer. Y comienza definiendo
cuatro desafíos que deben enfrentar, a saber:
Primer desafío: la base industrial de Estados
Unidos ha sido vaciada.
Segundo desafío: un nuevo entorno definido por
la competencia geopolítica y de seguridad, con importantes impactos económicos.
El tercer desafío es una crisis climática
acelerada y la necesidad urgente de una transición energética justa y
eficiente.
El cuarto, el desafío de la desigualdad y su
daño a la democracia.
El primer desafío, el vaciamiento de la
industria americana, se basa en la falta de inversión. Según el gobierno del
presidente Biden, la visión de la inversión pública que había energizado el
proyecto estadounidense en los años de la posguerra se desvaneció, y esto dio
paso a un conjunto de ideas que defendían la reducción de impuestos y la
desregulación, la privatización sobre la acción pública y la liberalización del
comercio como un fin en sí mismo. Esta es, como veremos, el núcleo del
antiguo Consenso de Washington, que en la Argentina actual está representado
por la mayoría de los partidos políticos que contienden por la presidencia.
Sigamos la lógica del Asesor de Seguridad
Nacional americano, porque su razonamiento es, letra por letra, el de la
derecha argentina desde 1990. En el caso del Asesor de Seguridad se marcan los
errores, o sea, la casa matriz expone su visión equivocada: se suponía que los
mercados siempre asignan el capital de manera eficiente, sin importar lo que
hicieran nuestros competidores. ”Pero en nombre de la eficiencia del mercado,
lo simplificamos en exceso, cadenas de suministro completas de bienes
estratégicos, junto con las industrias y los empleos que los producían, se
trasladaron al extranjero. Y el postulado de que una profunda
liberalización del comercio ayudaría a Estados Unidos a exportar bienes, no
empleos ni capacidad, fue una promesa que se hizo pero no se cumplió. Es
decir, el mercado prefería obtener beneficio mudando las empresas y el trabajo
al extranjero. Y, aunque suene ridículo, el mercado optaba por los beneficios
en la cadena de valores; está de más decir que no era el mercado, si las
multinacionales.
El segundo desafío fue adaptarse a un nuevo
entorno definido por la competencia geopolítica y de seguridad, con importantes
impactos económicos. El orden global sería más pacífico y cooperativo, y
llevaría a los países al orden “basado en reglas”, e incentivaría a que se
adhieran a ellas, no que las cuestionaran. Lo cierto es que China, una gran
economía sin mercado, se había integrado al orden económico internacional de
una manera que planteaba desafíos considerables. La República Popular China
continuó subsidiando a gran escala tanto los sectores industriales
tradicionales, por ejemplo, el acero, como las industrias clave del futuro, la
energía limpia, la infraestructura digital y las biotecnologías
avanzadas. Estados Unidos no solo perdió la fabricación sino que erosionó
su competitividad en tecnologías críticas que definirían el futuro.
El resultado, el ascenso de China con un
gobierno y una economía que, después de 2010, amplió su participación
mundial. Las cifras del Banco Mundial del cuadro hablan por sí
solas. La participación de EE.UU. en el PIB mundial aumentó del 25%
al 30% entre 1980 y 2000, pero en las dos primeras décadas del
siglo XXI volvió a caer por debajo del 25%. En esos veinte años,
la participación de China creció, de menos del 4% a más del 17%, es decir, se
cuadruplicó. La participación de otros países del G7 (Japón, Italia, Reino
Unido, Alemania, Francia, Canadá) cayó considerablemente, mientras que los
países en desarrollo (excluida China) se han estancado como parte del PIB
mundial, y su participación cambió con los precios de las materias primas y las
crisis de deuda.
El tercer desafío que enfrentamos fue una
crisis climática acelerada y la necesidad urgente de una transición energética
justa y eficiente. Biden cree que construir una economía de energía limpia del
siglo XXI es una de las oportunidades de crecimiento más importantes del siglo,
pero que para aprovecharla, Estados Unidos necesita una estrategia de inversión
práctica y deliberada para impulsar la innovación, reducir los costos y crear
buenos empleos. La ley contra la inflación se encargará de aumentar la
inversión y destruir la industrialización europea.
Finalmente, está el desafío de la desigualdad
y su daño a la democracia, que ya no es un problema de la sociedad, es una idea
de las élites. El crecimiento, facilitado por el comercio, suponía el gobierno
estadounidense, tendría un crecimiento inclusivo, ya que las ganancias del
intercambio terminarían siendo ampliamente compartidas dentro de las
naciones. Pero el hecho es que esas ganancias no llegaron a muchos
trabajadores. La clase media estadounidense perdió terreno mientras que a
los ricos les fue mejor que nunca. Idéntica lectura se podría hacer para el
modelo extraccioncita argentino, el comercio exterior de granos no solucionó la
apropiación de dólares ni la multiplicación de empleo y al parecer tampoco lo
haría, o seguiría el ejemplo americano, en energía y minería.
La Secretaria del Tesoro de EE.UU., por su
parte, explicó el término “economía moderna del lado de la
oferta”, la cual describe la estrategia de crecimiento económico de la
administración Biden: «Con lo que realmente estamos comparando nuestro
nuevo enfoque es con la tradicional «economía del lado de la oferta», que
también busca expandir la producción potencial de la economía, pero a través de
una desregulación agresiva combinada con recortes de impuestos diseñados para
promover la inversión de capital privado».
La economía tradicional del lado de la oferta
fue ideada como expresión por Heber Stein en 1976. Y A.B. Laffer fue uno de sus
principales teóricos y conceptualizador de la curva que lleva su nombre, y que
propone que a menores impuestos se da un mayor crecimiento y mayor recaudación
fiscal. Teoría que fracasó en todas partes, pero que apoyó la privatización y
las medidas de desregulación, popularizándose durante la administración de
Margaret Thatcher en el Reino Unido y la presidencia de Ronald Reagan. Este
último usó dicha teoría como la base de su política económica (reagonomics) con
lo que confrontó a los demócratas neokeynesianos.
Los economistas puros del lado de la oferta
enfatizan la inversión en capital, menores impuestos y el comercio sin
restricciones (desregulación y apertura comercial o globalización), como las
mejores formas de promover el crecimiento económico, tomando como base la Ley
de Say, “la oferta crea su propia demanda”, haspecto teorico en el que omiten
que el dinero es neutro, es decir, todo lo que vendo está atado a la compra de
otro bien que necesito. Contrasta con la visión keynesiana con énfasis en la
demanda. Esta es la política neoclásica utilizada por Menem en Argentina,
Cardozo en Brasil, el PRI en México, etc.
Por qué Yellen descarta el antiguo enfoque del
consenso de Washington, que dejó la década perdida en los 80 para América
Latina, o la venta del patrimonio nacional en los 90: “Nuestro nuevo enfoque es
mucho más prometedor que la antigua economía del lado de la oferta, que considero
una estrategia fallida para aumentar el crecimiento. Los importantes
recortes de impuestos sobre el capital no han logrado las ganancias
prometidas. Y la desregulación tiene un historial igualmente pobre en
general y con respecto a las políticas ambientales, especialmente para la
reducción de las emisiones de CO2«.
¿Cómo se hace esto? Básicamente, mediante
subsidios gubernamentales a la industria, no mediante la propiedad y el control
de sectores clave del lado de la oferta. Según la Secretaria del
Tesoro: “la estrategia económica de la administración Biden adopta, en
lugar de rechazar, la colaboración con el sector privado a través de una
combinación de incentivos mejorados basados en el mercado y gasto
directo basado en estrategias comprobadas empíricamente. Por ejemplo, un
paquete de incentivos y reembolsos para energía limpia, vehículos eléctricos y
descarbonización incentivará a las empresas a realizar estas inversiones
críticas”. Y gravando a las corporaciones, tanto a nivel nacional
como a través de acuerdos internacionales, para detener la evasión en paraísos
fiscales y otros trucos de ocultación de impuestos corporativos.
La economía de la oferta moderna y el Nuevo
Consenso de Washington combinan la política económica nacional e internacional
para las principales economías capitalistas en una alianza de los
dispuestos. Pero este nuevo modelo económico no ofrece nada a aquellos
países que enfrentan niveles de deuda crecientes y costos de servicio que están
llevando a muchos a la mora y la depresión.
Con crisis de deuda que está en puerta, los
gobiernos se tienen que endeudar más para subsidiar a las empresas privadas,
gravarlas y asociarse, cuando sea el caso, para producir, transportar y
garantizar los recursos necesarios para la transformación energética del primer
mundo. El problema es que durante los últimos 270 años, Europa y América del
Norte han contribuido con más del 70% del stock de gases de efecto invernadero.
Esto también ha agotado casi todo el presupuesto de carbono del planeta, como
si existiera un techo de deuda de carbono. Pero hoy en día, según Martin Wolf, del Financial Times, los países emergentes y en desarrollo
generan alrededor del 63% de las emisiones, si se incluye China, si se la saca,
América Latina no tiene incidencia, pero es una proporción que está destinada a
crecer.
De ello se deduce mágicamente que no solo debe
haber grandes recortes en las emisiones, sino que una gran parte de esos
recortes, particularmente en relación con la tendencia, deben ser realizados
por países emergentes y en desarrollo. Para lograr esto, la inversión en la
transición verde en estos países (aparte de China) debe alcanzar unos 2,4
billones de dólares al año (6,5% del producto interno bruto) para 2030.
Es decir, los países ricos, que se volvieron
potencias a costa de la explotación de recursos naturales, explotación de
trabajadores y degradación del medio ambiente, deben ayudar a los pobres del
tercer mundo a no contaminar con créditos o algún tipo de látigo verde que nos
discipline, ¿¿a cambio de qué??
A pesar de la claridad y de la transparencia
con la que se expresan, difunden y comentan sus pensamientos fracasados de
décadas atrás, estos han vuelto a resurgir. ¿Por qué los mismos creadores de la
desigualdad le pondrían ahora remedios? ¿Por qué, como dice el filósofo
Byung–Chul Han, no se puede hacer una revolución con semejante desigualdad? Han
entiende que el poder neoliberal es tan estable y no tiene resistencia y gana
adeptos en el mundo, por varios motivos que aclararemos. Pero creo que hay dos
niveles, el primer mundo, para el que habla Han, y un tercer mundo, como lo
demuestra los casos de Jujuy en Argentina, Ecuador o Perú donde la represión
para estabilizar el sistema todavía se necesita.
Hay una parte de la sociedad que ya no es más
representativa de la clase trabajadora, son señores y ciervos al mismo tiempo,
no hay lucha de clases en el primer mundo, no se distingue el rival, no se sabe
quién es el malvado y quien el explotado o quien el cándido trabajador abusado.
La lucha de clases es contra uno mismo, por no ser lo suficientemente
emprendedor, por no trabajar más horas, por no adaptarse al nuevo futuro, etc.;
el fracaso es de uno, la sociedad, las leyes, las acciones políticas de
exclusión nada tienen que ver. En América, todavía se puede protestar contra la
sociedad que nos excluyó, contra las políticas de marginalidad, contra la
explotación y en favor de derechos. Pero sería luchar contra lo que Adam Tooze
denomina policrisis: deuda, energía, economía, y sobre todo democracia, que ha
quedado excluida de los votantes, es sólo un problema de las elites.
El nuevo consenso es tan absurdo, excluyente y
concentrador, como el anterior. La diferencia en este caso es quién pagará los
platos rotos. Sin duda, será la clase media.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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