Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 53 EDUCACIÓN Y FORMACIÓN ... La Educación es Ideología… por Paulo Freire
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"El discurso ideológico de la
globalización busca ocultar que ella viene robusteciendo la riqueza de unos
pocos y verticalizando la pobreza y la miseria de millones. El sistema
capitalista alcanza en el neoliberalismo globalizante el máximo de eficacia de
su maldad intrínseca" Paulo Freire
El saber que se refiere a la fuerza, es a
veces mayor de lo que pensamos. La ideología, es igualmente indispensable para
la práctica educativa del profesor o de la profesora. Es el que nos advierte de
sus mañas, de las trampas en que se nos hace caer. Es que la ideología tiene
que ver directamente con el encubrimiento de la verdad de los hechos, con el
uso del lenguaje para ofuscar u opacar la realidad al mismo tiempo que nos
vuelve "miopes".
Sabemos que hay algo enclavado en la penumbra
pero no lo vemos bien. La propia "miopía" que nos asalta dificulta la
percepción más clara, más nítida de la sombra. Es todavía más seria la
posibilidad que tenemos de aceptar dócilmente que lo que vemos y oímos es lo
que en verdad es, y no la ver- dad distorsionada. La capacidad que tiene la
ideología de ocultar la realidad, de hacernos "miopes", de
ensordecernos, hace, por ejemplo, que muchos de nosotros aceptemos con
docilidad el discurso cínicamente fatalista neoliberal que proclama que el
desempleo en el mundo es una fatalidad de fin del siglo. O que los sueños
murieron y que lo válido hoy es el "pragmatismo" pedagógico, es el
adiestramiento técnico-científico del educando y no su formación, de la cual no
se habla más. Formación que, al incluir la preparación técnico-científica, la
rebasa.
La capacidad de "ablandarnos" que
tiene la ideología nos hace a veces aceptar mansamente que la globalización de
la economía es una invención de ella misma o de un destino que no se podría
evitar, una casi entidad metafísica y no un momento del desarrollo económico,
sometido, como toda producción económica capitalista, a una cierta orientación
política dictada por los intereses de los que detentan el poder. Sin embargo,
se habla de la globalización de la economía como un momento necesario de la
economía mundial al que, por eso mismo, no es posible escapar. Se universaliza
un dato del sistema capitalista y un instante de la vida productiva de ciertas
economías capitalistas hegemónicas como si Brasil, México, o Argentina,
debieran participar de la globalización de la economía de la misma manera que
Estados Unidos, Alemania o Japón. Se toma el tren en marcha y no se discuten
las condiciones anteriores y actuales de las diferentes economías. Se pone en
un mismo nivel los deberes entre las distintas economías sin tomar en cuenta
las distancias que separan a los "derechos" de los fuertes y su poder
de usufructuarlos de la flaqueza de los débiles para ejercerlos. Si la
globalización significa la superación de las fronteras, la apertura sin
restricciones al libre comercio, que desaparezca entonces quien no pueda
resistir. No se indaga, por ejemplo, si en momentos anteriores de la producción
capitalista las sociedades que hoy lideran la globalización eran tan radicales
en la apertura que ahora consideran una condición indispensable para el libre
comercio. Exigen, en la actualidad, de los otros, lo que no hicieron con ellas
mismas. Una de las destrezas de su ideología fatalista es convencer a los
perjudicados de las economías subordinadas de que la realidad es eso, de que no
hay nada que hacer sino seguir el orden natural de las cosas. Pues la ideología
neoliberal se esfuerza por hacemos entender la globalización como algo natural
o casi natural y no como una producción histórica.
El discurso de la globalización que habla de
la ética esconde, sin embargo, que la suya es la ética del mercado y no la
ética universal del ser humano, por la cual debemos luchar arduamente si
optamos, en verdad, por un mundo de personas. El discurso de la globalización
oculta con astucia o busca confundir en ella la reedición intensificada al
máximo, aunque sea modificada, de la espeluznante maldad con que el capitalismo
aparece en la Historia. El discurso ideológico de la globalización busca
ocultar que ella viene robusteciendo la riqueza de unos pocos y verticalizando
la pobreza y la miseria de millones. El sistema capitalista alcanza en el
neoliberalismo globalizante el máximo de eficacia de su maldad
intrínseca.
Yo espero, convencido de que llegará el
momento en que, pasada la estupefacción ante la caída del muro de Berlín, el
mundo se recompondrá y rechazará la dictadura del mercado, fundada en la
perversidad de su ética de lucro.
No creo que las mujeres y los hombres del
mundo, independientemente si se quiere de sus opiniones políticas, pero
sabiéndose y asumiéndose como mujeres y hombres, como personas, dejen de
profundizar esa especie de malestar ya existente que se generaliza ante la
maldad neoliberal. Malestar que terminará por consolidarse en una nueva
rebeldía en que la palabra crítica, el discurso humanista, el compromiso
solidario, la denuncia vehemente de la negación del hombre y de la mujer y el
anuncio de un mundo "personalizado" serán armas de alcance
incalculable.
Hace un siglo y medio Marx y Engels pregonaban
en favor de la unión de las clases trabajadoras del mundo contra la
explotación. Ahora se hace necesaria y urgente la unión y la rebelión de la
gente contra la amenaza que nos acecha, la de la negación de nosotros mismos
como seres humanos sometidos a la "fiereza" de la ética del
mercado.
En este sentido nunca abandoné mi preocupación
primera, que siempre me acompañó, desde los comienzos de mi experiencia
educativa. La preocupación con la naturaleza humana a la que debo
mi lealtad siempre proclamada. Antes incluso de leer a Marx yo ya me apropiaba
de sus palabras: ya fundaba mi radicalismo en la defensa de los legítimos
intereses humanos. Ninguna teoría de la transformación político-social del
mundo consigue siquiera conmoverme si no parte de una comprensión del hombre y
de la mujer en cuanto seres hacedores de Historia y hechos por ella, seres de
la decisión, de la ruptura, de la opción. Seres éticos, capaces incluso de
transgredir la ética indispensable, algo de lo que he "hablado"
insistentemente en este texto. He afirmado y reafirmado cuánto me alegra
realmente saberme un ser condicionado pero capaz de superar el propio
condicionamiento. La gran fuerza sobre la que se apoya la nueva rebeldía es la
ética universal del ser humano y no la del mercado, insensible a todo reclamo
de las personas y sólo abierta a la voracidad del lucro. Es la ética de la
solidaridad humana.
Prefiero ser criticado de idealista y soñador
inveterado por continuar, sin vacilar, apostando al ser humano, batiéndome por
una legislación que lo defienda contra las embestidas agresivas e injustas de
quien transgrede la propia ética. La libertad del comercio no puede estar por
encima de la libertad del ser humano. La libertad de comercio sin límite es el
libertinaje del lucro. Se hace privilegio de unos cuantos que, en condiciones
favorables, robustece su poder contra los derechos de muchos, incluso el
derecho de sobrevivir. Una fábrica textil que cierra porque no puede competir
con los precios de la producción asiática, por ejemplo, significa no sólo el
colapso económico-financiero de su propietario que puede o no haber sido un
transgresor de la ética universal humana, sino también la expulsión de centenas
de trabajadores y trabajadoras del proceso de producción. ¿Y sus familias?
Insisto, con la fuerza que tengo y con la que puedo reunir, en mi vehemente
rechazo a determinismos que reducen nuestra presencia en la realidad
histórico-social a una pura adaptación a ella. El desempleo en el mundo no es,
como dije y repito, una fatalidad. Es ante todo el resultado de una
globalización de la economía y de avances tecnológicos a los que les viene
faltando el deber ser de una ética realmente al servicio del ser humano y no
del lucro y de la voracidad desenfrenada de las minorías que dirigen el mundo.
El progreso científico y tecnológico que no
responde fundamentalmente a los intereses humanos, a las necesidades de nuestra
existencia, pierde, para mí, su significación. A todo avance tecnológico
debería corresponder el empeño real de respuesta inmediata a cualquier desafío
que pusiera en riesgo la alegría de vivir de los hombres y de las mujeres. A un
avance tecnológico que amenaza a millares de mujeres y de hombres de perder su
trabajo debería corresponder otro avance tecnológico que estuviera al servicio
de la atención a las víctimas del progreso anterior. Como se ve, ésta es una
cuestión ética y política y no tecnológica. El problema me parece muy claro.
Así como no puedo usar mi libertad de hacer cosas, de indagar, de caminar, de
actuar, de criticar para sofocar la libertad que los otros tienen de hacer y de
ser, así también no podría ser libre para usar los avances científicos y
tecnológicos que llevan a millares de personas a la desesperación. No se trata,
agreguemos, de inhibir las investigaciones y frenar los avances sino de
ponerlos al servicio de los seres humanos. La aplicación de los avances
tecnológicos con el sacrificio de millares de personas es más un ejemplo de
cuánto podemos ser transgresores de la ética universal del ser humano y lo
hacemos en favor de una ética pequeña, la del mercado, la del.
Entre las transgresiones a la ética universal
del ser humano, sujetas a penalidades, debería estar la que implicara la falta
de trabajo de un sinnúmero de personas, su desesperación y su muerte en
vida.
Por eso mismo, la preocupación con la
formación técnico-profesional capaz de reorientar la actividad práctica de los
que fueron puestos entre paréntesis, tendría que multiplicarse.
Me gustaría dejar bien claro que no sólo
imagino sino que sé cuán difícil es la aplicación de una política de desarrollo
humano que, así, privilegie fundamentalmente al hombre y a la mujer y no sólo
al lucro. Pero también sé que, si pretendemos superar realmente la crisis en
que nos encontramos, el camino ético se impone. No creo en nada sin él o fuera
de él. Si, de un lado, no puede haber desarrollo sin lucro, éste no puede ser, por
otro, el objetivo del desarrollo, en cuyo caso su fin último sería el gozo
inmoral del inversionista.
De nada vale, a no ser de manera engañosa para
una minoría que terminaría pereciendo también, una sociedad eficazmente operada
por máquinas altamente "inteligentes", que sustituyeran a mujeres y
hombres en actividades de las más variadas, y millones de Marías y Pedros sin
tener qué hacer, y éste es un riesgo muy concreto que corremos.
Tampoco creo que la política que debe
alimentar este espíritu ético pueda jamás ser la dictatorial,
contradictoriamente de izquierda o coherentemente de derecha. El camino
autoritario ya es de por sí una contravención a la naturaleza inquietamente
inquisidora, de búsqueda, de hombres y de mujeres que se pierden al perder la
libertad.
Es exactamente por causa de todo esto por lo
que, como profesor, debo estar consciente del poder del discurso ideológico,
comenzando por el que proclama la muerte de las ideologías. En realidad, a las
ideologías sólo las puedo matar ideológicamente, pero es posible que no perciba
la naturaleza ideológica del discurso que habla de su muerte. En el fondo, la
ideología tiene un poder de persuasión indiscutible. El discurso ideológico
amenaza anestesiar nuestra mente, confundir la curiosidad, distorsionar la
percepción de los hechos, de las cosas, de los acontecimientos. No podemos
escuchar, sin un mínimo de reacción crítica, discursos como éstos:
"El negro es genéticamente inferior al
blanco. Es una lástima, pero es lo que nos dice la ciencia."
“¿Qué podríamos esperar de ellos, unos
alborotadores, invasores de tierras?"
"Esa gente es siempre así: les das la
mano y se toman el pie."
"Nosotros ya sabemos lo que el pueblo
quiere y necesita. Preguntarle sería una pérdida de tiempo."
"El saber erudito que será proporcionado
a las masas incultas es su salvación."
"María es negra, pero es bondadosa y
competente."
"Ese individuo es un buen tipo. Es
nordestino, pero es serio y solícito."
En el ejercicio crítico de mi resistencia al
poder tramposo de la ideología, voy generando ciertas cualidades que se van
haciendo sabiduría indispensable a mi práctica docente. La necesidad de esa
resistencia crítica, por ejemplo, me predispone, por un lado, a una actitud
siempre abierta hacia los demás, a los datos de la realidad, y por el otro, a
una desconfianza metódica que me defiende de estar totalmente seguro de las
certezas. Para resguardarme de las artimañas de la ideología no puedo ni debo
cerrarme a los otros ni tampoco enclaustrarme en el ciclo de mi verdad. Al
contrario, el mejor camino para guardar viva y despierta mi capacidad de pensar
correctamente, de ver con perspicacia, de oír con respeto, y por eso de manera
exigente, es exponerme a las diferencias, es rechazar posiciones dogmáticas, en
que me admita como propietario de la verdad. En el fondo, ésta es la actitud
correcta de quien no se siente dueño de la verdad ni tampoco objeto adaptado al
discurso ajeno que le es dictado autoritariamente. Es la actitud correcta de
quien se encuentra en disponibilidad permanente para estimular y ser
estimulado, para preguntar y responder, para concordar y discordar.
Disponibilidad hacia la vida y sus contratiempos. Estar disponible es ser
sensible a los llamados que se nos hacen, a las señales más diversas que nos
invocan, al canto del pájaro, a la lluvia que cae o que se anuncia en la nube
oscura, al río manso de la inocencia, a la cara huraña de la desaprobación, a
los brazos que se abren para abrigar o al cuerpo que se cierra en el rechazo.
Es en mi disponibilidad permanente a la vida a la que me entrego de cuerpo
entero, pensar crítico, emoción, curiosidad, deseo, es así como voy aprendiendo
a ser yo mismo en mi relación con mi contrario. Y mientras más me entrego a la
experiencia de lidiar sin miedo, sin prejuicio, con las diferencias, tanto más
me conozco y construyo mi perfil.
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