Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 53 POLÍTICA Socialismo para los ricos, capitalismo para los pobres… ENTREVISTA a Noam Chomsky
Fuente: Bloghemia
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Entrevista al lingüista,
filósofo, politólogo y activista estadounidense Noam Chomsky y
originalmente publicado en Truthout, 10 de diciembre de 2016
Noam, en algunos de sus escritos
cuestiona la visión corriente de Estados Unidos como economía capitalista
arquetípica. Por favor, explíquelo.
Tenemos que pensar por un momento
esto: Cada vez que hay una crisis, se recurre al contribuyente para que rescate
a los bancos y a las principales instituciones financieras. Si tuvieras
instaurada una economía capitalista de verdad, eso no sería lo que ocurriría.
Los capitalistas que hicieran inversiones arriesgadas y fracasaran se verían
barridos del mapa. Pero los ricos y poderosos no desean un sistema capitalista.
Lo que quieren es el control de un Estado niñera en el que cuando tengan
problemas les rescate el contribuyente. La expresión habitual es «demasiado
grande para caer». El FMI hizo un interesante estudio hace unos años sobre los
beneficios en los grandes bancos americanos. Atribuía la mayoría de ellos a las
muchas ventajas propias de la política implícita del Gobierno: no solamente los
rescates, sino también el acceso a créditos baratos y mucho más, incluyendo
aspectos que los investigadores del FMI no consideran, como el incentivo para
emprender transacciones arriesgadas, y por tanto muy provechosas a corto plazo,
y si algo sale mal, siempre estará el contribuyente. Bloomberg Businessweek
estimaba que el subsidio implícito de los contribuyentes era de más de 80 mil
millones de dólares por año.
Se ha dicho y escrito mucho sobre la
desigualdad económica. ¿La desigualdad económica en la era capitalista
contemporánea es muy diferente a la conocida en otros períodos posesclavistas
de la historia americana?
La desigualdad del período
contemporáneo casi no tiene precedentes. Si pensamos en términos de desigualdad
total, se encuentra entre los peores períodos de la historia americana. Sin
embargo, si consideramos la desigualdad desde más cerca, comprobaremos que
proviene de riqueza que está en manos de un pequeño sector de la población.
Hubo períodos de la historia americana, como durante la Edad Dorada de la
década de 1920, o como los roaring nineties en el caso de la de 1990, cuando
ocurrió algo similar. Pero el período corriente es extremo porque la
desigualdad proviene de los superricos. Literalmente, una décima parte de un
porcentaje es superrica. Esto no es solamente extremadamente injusto, sino que
representa un acontecimiento con efectos corrosivos sobre la democracia y sobre
la visión de una sociedad decente.
¿Y qué significado tiene esto en lo
que se refiere al sueño americano? ¿Se puede decir que ha muerto?
Con el «sueño americano», de lo que
se trataba era de movilidad de clase. Si habías nacido pobre podías salir de la
pobreza trabajando duro para así proporcionarles un mejor futuro a tus hijos.
Algunos trabajadores tenían la posibilidad de encontrar un trabajo con un
salario decente, o comprar una casa, o un coche, y pagar por la educación del
hijo. Todo esto se ha venido abajo, y cuando era parcialmente real no
hubiéramos debido hacernos demasiadas ilusiones. La movilidad social de hoy en
Estados Unidos está por debajo de la de otras sociedades ricas.
Entonces, ¿Estados Unidos es
solamente una democracia sobre el papel?
Estados Unidos se declara una
democracia, pero se ha convertido claramente en algo parecido a una
plutocracia, aunque sigue siendo una sociedad abierta y libre si hablamos en
términos comparativos. Pero tenemos que ser claros en cuanto a lo que implica
la democracia. En una democracia, el pueblo tiene influencia sobre la política
y luego el gobierno lleva a cabo acciones determinadas por el pueblo. La mayor
parte de las veces, el Gobierno estadounidense lleva a cabo acciones que
benefician intereses empresariales y financieros. También es interesante
entender que a los sectores privilegiados y poderosos de la sociedad la
democracia no les ha gustado nunca, y sus razones tendrán para ello. La
democracia pone el poder en manos de la población y lo extrae de ella. De
hecho, las clases privilegiadas y poderosas de este país siempre han querido
encontrar maneras de limitar la circunstancia de que el poder se ponga en manos
de la población general. Lo hacen ahora y lo han hecho antes.
La concentración de riqueza da lugar
a la concentración de poder. Creo que es un hecho innegable. Y dado que el
capitalismo siempre acaba llevando a la concentración de riqueza, ¿no podría
inferirse que el capitalismo es antitético a la democracia?
La concentración de riqueza lleva
naturalmente a la concentración de poder, que a su vez traslada a la
legislación el favorecimiento de los intereses de los ricos y poderosos, con lo
que se incrementa todavía más la concentración de poder y riqueza. Diversas
medidas políticas, como la política fiscal, la desregulación y las reglas para
la administración empresarial, están diseñadas para incrementar la
concentración de riqueza y poder. Y esto es lo que hemos estado viendo durante
la era neoliberal. Es un círculo vicioso en constante evolución. El papel del
Estado es proveer seguridad y apoyo a los intereses de los sectores
privilegiados y poderosos de la sociedad, mientras que al resto de la población
se la abandona para que experimente la realidad brutal del capitalismo.
Socialismo para los ricos, capitalismo para los pobres. De modo que sí, en este
sentido el capitalismo realmente trabaja para minar la democracia. Pero lo que
acabamos de describir —esto es, el círculo vicioso de la concentración del
poder y de la riqueza— es tan tradicional que incluso Adam Smith lo describe en
1776. En su famoso La riqueza de las naciones, afirma que, en Inglaterra, las
personas que pertenecen a la alta sociedad, en su día los mercaderes y
manufactureros, son «los principales arquitectos de la política». Y se aseguran
de que se vela al máximo por sus intereses, por gravoso que resulte el impacto
de las políticas que propugnan e implementan sobre el pueblo de Inglaterra o
sobre otros. En estos momentos, los dueños de la alta sociedad no son los
mercaderes y manufactureros, sino las instituciones financieras y las
corporaciones multinacionales. Hoy en día son los grupos a los que Adam Smith
llamó «los amos de la humanidad». Y siguen la misma vil máxima que él había
formulado: «Todo para nosotros y nada para el resto». Implantarán políticas que
los beneficien y que perjudiquen a todos los demás, porque los intereses
capitalistas dictan que lo hagan así. Es la naturaleza del sistema. Y en ausencia
de una reacción general y popular, eso será, poco más o menos, todo lo que
podrás conseguir.
Volvamos al tema del sueño americano:
háblenos de los orígenes del sistema político americano. Me refiero a que nunca
se previó que fuera una democracia (en realidad, el término que siempre se
utilizó para describir la arquitectura del sistema político americano fue
«república», lo que es muy diferente a «democracia», tal como los antiguos
romanos entendieron muy bien) y siempre se ha dado una batalla por la libertad
y la democracia desde abajo, una lucha que continúa hasta hoy. En este sentido,
¿no podría decirse que el sueño americano se basó, al menos en parte, en un
mito?
Está claro que sí. A lo largo de toda
la historia de Estados Unidos ha habido un enfrentamiento entre la presión para
una mayor libertad y democracia, que viene de abajo, y los esfuerzos por el
control de la élite y la dominación, que vienen desde arriba. Tal como usted
decía, esto se remonta a la fundación del país. Los «padres fundadores»,
incluso James Madison, su principal constructor, quien fue tan creyente en la
democracia como cualquier otra figura política importante de esos días, sentía
que el sistema político de Estados Unidos tenía que estar en manos de los
ricos, porque los ricos son el «tipo de hombre más responsable». De este modo,
la estructura del sistema constitucional formal ponía más poder en manos del
Senado, que en esos días no se elegía. Lo formaba una selección de entre los
hombres ricos que, como explicaba Madison, tenía simpatía por los poseedores de
riqueza y de propiedad privada. Es algo que resulta muy claro cuando lees los
debates de la convención constitucional. Tal como dijo Madison, en el orden
político una preocupación principal tiene que ser «proteger a la minoría de los
opulentos contra la mayoría». Y tenía argumentos para ello. Si todo el mundo
dispusiera de un voto libre, decía, la mayoría de los pobres se uniría y se
organizaría para arrebatar la propiedad a los ricos. Eso, añadía, sería
obviamente injusto, de modo que el sistema constitucional tenía que estar
preparado para evitar la democracia. Hay que recordar que también Aristóteles
se expresaba de manera similar en su Política. De todos los sistemas políticos,
creía que la democracia era el mejor. Pero planteaba para él un problema como
el que Madison veía en la democracia verdadera: que los pobres podían
organizarse para arrebatar la propiedad a los ricos. La solución que proponía,
de todos modos, era algo similar a un Estado del bienestar destinado a reducir
la desigualdad económica. La otra alternativa, elegida por los «padres
fundadores», era reducir la democracia. En cuanto al llamado «sueño americano»,
siempre se basó en parte en un mito y en parte en la realidad. Desde inicios
del siglo XIX en adelante, y hasta una época bastante reciente, la clase
obrera, y entre ella los inmigrantes, tenía expectativas de que su vida pudiera
mejorar en la sociedad estadounidense por medio del trabajo duro. Y era cierto,
aunque para la mayoría de la población afroamericana y para las mujeres no
fuera así hasta mucho más tarde. Pero ya no parece que sea el caso. Los
salarios estancados, las condiciones de vida cada vez peores, los ultrajantes
niveles de endeudamiento de los estudiantes y los trabajos pagados decentemente
tan difíciles de encontrar han creado un sentimiento de desesperanza entre
muchos estadounidenses, que empiezan a mirar con cierta nostalgia hacia el
pasado. Esto explica en gran medida el aumento de partidarios de Donald Trump y
la popularidad entre los jóvenes del mensaje político de alguien como Bernie
Sanders.
Tras la Segunda Guerra Mundial, y de
hecho hasta mediados de la década de 1970, se dio un movimiento en Estados
Unidos en la dirección de una sociedad más igualitaria y hacia una libertad
mayor, a pesar de haber una gran resistencia y opresión por parte de la élite y
de varias agencias gubernamentales. ¿Qué pasó después para que se retrocediera
en el progreso económico de la era de la posguerra y se creara un nuevo orden
socioeconómico que ha acabado identificándose como el del neoliberalismo?
Empezando en 1970, en parte con
motivo de la crisis económica que surgió en los primeros años de esa década y
el declive de la tasa de beneficio, pero también en parte por la visión de que
la democracia se había extendido demasiado, una ofensiva de negocios coordinada
enorme empezó a hacer retroceder los esfuerzos igualitarios de la era
posbélica, que con el tiempo se fueron intensificando. La misma economía se
desvió hacia la financiación. Las instituciones financieras se expandieron
enormemente. Para 2007, justo antes del derrumbamiento sobre el que tenían una
considerable responsabilidad, las instituciones financieras registraron un
sorprendente 40 por ciento de beneficio empresarial. Se aceleró un ciclo
vicioso entre capital concentrado y política, mientras que cada vez más riqueza
se concentraba en el sector financiero. Los políticos, enfrentados al coste
cada vez mayor de las campañas, se vieron arrastrados incluso más profundamente
a los bolsillos de los patrocinadores ricos. Y los políticos los recompensaron
con el apoyo de políticas favorables a Wall Street y a otros poderosos
intereses de negocio. A lo largo de este período, tuvimos una forma de lucha de
clases nueva, dirigida por la clase de los negocios contra la clase trabajadora
y los pobres, junto con un ataque consciente para hacer retroceder los logros
de las décadas precedentes.
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