Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 53 FILOSOFÍA En la era de la hipercomunicación nadie escucha.. por Byung Chul Han

 

Gráfica: Revisión de La metamorfosis de Narciso de Salvador Dalí. Brian Kirhagis, 2020

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Lo sagrado está ligado al silencio. Nos hace escuchar: «Myein, consagrar, significa etimológicamente “cerrar”; los ojos, pero, sobre todo, la boca. Al comienzo de los ritos sagrados, el heraldo “ordenaba” el “silencio” (epitattei ten siopen)». Hoy vivimos en un tiempo sin consagración. El verbo fundamental de nuestro tiempo no es «cerrar», sino abrir; «los ojos, pero, sobre todo, la boca». La hipercomunicación, el ruido de la comunicación, desacraliza, profana el mundo. Nadie escucha. Cada individuo se produce a sí mismo. El silencio no produce nada. Por eso, el capitalismo no ama el silencio. El capitalismo de la información produce la compulsión de la comunicación. 

El silencio agudiza la atención hacia el orden superior, que no tiene por qué ser un orden de dominación y poder. El silencio puede ser muy pacífico, incluso amistoso y profundamente gratificante. Es cierto que un poder dominante puede imponer el silencio a los sometidos. Pero el callar forzado no es silencio. En el verdadero silencio no hay coacción. No es opresivo, sino elevador. No roba, sino que regala. 

Cézanne consideraba que la tarea del pintor es hacer el silencio. La montagne Sainte-Victoire se le aparecía como un imponente macizo de silencio al que debía obedecer. La verticalidad, la montaña que se alza, manda silencio. Cézanne cumplió el mandato de silencio retirándose por completo para no ser nadie. Se limitaba a ser oyente: «Toda su voluntad ha de ser de silencio. Debe hacer callar en él todas las voces de los prejuicios, olvidar, olvidar, hacer el silencio, ser un eco perfecto. Entonces se inscribirá todo el paisaje en su placa sensible» 

Escuchar es la actitud religiosa por excelencia. El Hiperión de Hölderlin así lo corrobora: «Todo mi ser enmudece y escucha cuando las delicadas ondas del aire juegan en mi pecho. Perdido en el inmenso azul, alzo a menudo la mirada al Éter y la dejo caer hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si el dolor de la soledad se disolviera en la vida de la divinidad. Ser uno con todo es la vida de la divinidad, es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo que vive, regresar, en un dichoso olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, es la cima de los pensamientos y las alegrías, es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno» . Ya no conocemos ese enmudecimiento sagrado que nos eleva a la vida de la divinidad, al cielo del hombre. El dichoso olvido de sí mismo da paso a la excesiva autoproducción del ego. La hipercomunicación digital, la conectividad ilimitada, no crea ninguna conexión, ningún mundo. Más bien aísla, acentúa la soledad. El yo aislado, sin mundo, deprimido, se aleja de esa dichosa soledad, de esa sagrada cumbre de la montaña. 

Hemos anulado toda trascendencia, todo orden vertical que reclame silencio. La verticalidad claudica ante la horizontalidad. Nada se alza. Nada profundiza. La realidad se allana en flujos de información y de datos. Todo se extiende y prolifera. El silencio es una manifestación de negatividad. Es exclusivo, mientras que el ruido es el resultado de una comunicación permisiva, extensiva y excesiva. 

El silencio nace de la indisponibilidad. No disponer de nada estabiliza y acentúa la atención, despierta la mirada contemplativa. Esta tiene paciencia para lo largo y lo lento. Cuando todo está disponible y es alcanzable, la atención profunda no halla ocasión. La mirada no se detiene. Vagabundea como la de un cazador. 

Para Nicolas Malebranche, la atención era la oración natural del alma. Hoy el alma ya no reza. Se produce. La comunicación extensiva dispersa el alma. Solo las actividades que se asemejan a la oración pueden conciliarse con el silencio. Pero la contemplación se opone a la producción. La compulsión de producir y comunicar destruye el recogimiento contemplativo. 

Según Barthes, la fotografía debe «ser silenciosa». No le gustan las «fotografías estruendosas». «Para ver bien una foto vale más levantar la cabeza o cerrar los ojos» . El punctum, esto es, la verdad de una fotografía, se revela en el silencio, cerrando los ojos. La información que persigue el studium es estruendosa. Importuna a la percepción. Solo el silencio, los ojos cerrados, excita la fantasía. Barthes cita a Kafka: «Fotografiamos cosas para ahuyentarlas del espíritu. Mis historias son una forma de cerrar los ojos» 

Sin fantasía solo hay pornografía. La propia percepción muestra hoy rasgos pornográficos. En ella se produce como un contacto inmediato, una copulación de imagen y ojo. Lo erótico se hace realidad cerrando los ojos. Solo el silencio, la fantasía, abre a la subjetividad los profundos espacios interiores del deseo: «La subjetividad absoluta solo se consigue mediante un estado, un esfuerzo de silencio (cerrar los ojos es hacer hablar la imagen en el silencio). La foto me conmueve si la retiro de su charloteo ordinario […]: no decir nada, cerrar los ojos […]» . El desastre de la comunicación digital proviene del hecho de que no tenemos tiempo para cerrar los ojos. Los ojos se ven forzados a una «continua voracidad»  . Pierden el silencio, la atención profunda. El alma ya no reza. 

El ruido es una suciedad tanto acústica como visual. Contamina la atención. Michel Serres atribuye el ensuciamiento del mundo a la voluntad de apropiación de origen animal: «El tigre orina en las lindes de su territorio. Lo mismo que el león y el perro. Y, al igual que estos mamíferos carnívoros, muchos animales, nuestros primos, marcan su territorio con su orina densa y maloliente; también con sus ladridos o con sus […] deliciosos cantos, como los pinzones y los ruiseñores» . Escupimos en la sopa para disfrutarla solos. El mundo está contaminado no solo por los excrementos y los residuos materiales, sino también por los residuos de la comunicación y la información. Está plagado de anuncios. Todo grita para llamar la atención: «[…] el planeta será completamente tomado por los residuos y las vallas publicitarias […] en cada roca, en cada hoja de árbol, en cada parcela agrícola se implantarán anuncios; en cada planta se escribirán letras […]. Como la catedral de la leyenda, todo quedará inundado por el tsunami de signos» 

Las no-cosas se anteponen a las cosas y las ensucian. La basura de la información y la comunicación destruye el paisaje silencioso, el lenguaje discreto de las cosas: 

“Las letras y las imágenes imperiosas nos obligan a leer, mientras que las cosas del mundo imploran a nuestros sentidos que les den un significado. Las segundas ruegan; las primeras mandan. […] Nuestros productos tienen ya un significado —banal— que es tanto más fácil de percibir cuanto menos elaborados sean, cuanto más cerca de los desechos estén. Los cuadros son desechos pictóricos; los logotipos, desechos de escritura; los anuncios, desechos visuales; los spots publicitarios, desechos musicales. Estos signos simples e inferiores se imponen por sí solos a la percepción y oscurecen el paisaje más delicado, discreto y mudo, que a menudo perece por no ser visto, pues es la percepción la que salva las cosas “

La implantación digital en la red genera mucho ruido. La batalla por los territorios cede ante la batalla por la atención. La apropiación también adopta una forma muy diferente. Producimos incesantemente información para que a otros les guste. Los ruiseñores de hoy no tuitean para ahuyentar a los demás. Más bien tuitean para atraer a otros. No escupimos en la sopa para evitar que otros la disfruten. Nuestro lema es, más bien, compartir, sharing. Ahora queremos compartirlo todo con todo el mundo, lo cual conduce a un ruidoso tsunami de información.

Las cosas y los territorios determinan el orden terreno. No hacen ruido. El orden terreno es silencioso. El orden digital está dominado por la información. El silencio es ajeno a la información. Contradice su naturaleza. La información silenciosa es un oxímoron. La información nos roba el silencio imponiéndosenos y reclamando nuestra atención. El silencio es un fenómeno de la atención. Una atención profunda solo produce silencio. Pero la información tritura la atención. 

Según Nietzsche, es propia de la «cultura aristocrática» la capacidad de «no reaccionar enseguida a un estímulo». Ella controla los «instintos que ponen obstáculos, que aíslan». «A lo extraño, a lo nuevo de toda especie se lo dejará acercarse con una calma hostil». El «tener abiertas todas las puertas», el «estar siempre dispuesto a meterse, a lanzarse de un salto dentro de otros hombres y otras cosas», es decir, la «incapacidad de oponer resistencia a un estímulo», es una actitud destructiva para el espíritu. La incapacidad de «no reaccionar» es ya «enfermedad», «decadencia», «síntoma de agotamiento». La permisividad y la permeabilidad totales destruyen la cultura aristocrática. Cada vez perdemos más los últimos instintos de aislamiento, la capacidad de decir no a los estímulos intrusos. 

Es preciso distinguir dos formas de potencia. La potencia positiva consiste en hacer algo. La negativa es la disposición a no hacer nada. Pero no es idéntica a la incapacidad de hacer algo. No es una negación de la potencia positiva, sino una potencia independiente. Permite que el espíritu permanezca en calma contemplativa, es decir, preste una atención profunda. Sin esta potencia negativa, caemos en la hiperactividad destructiva. Nos hundimos en el ruido. El fortalecimiento de la potencia negativa por sí solo puede restablecer el silencio. Sin embargo, la compulsión imperante de comunicación, que resulta ser una compulsión de producir, destruye deliberadamente la potencia negativa. 

Hoy nos producimos sin cesar. Esta autoproducción hace ruido. Guardar silencio significa retirarse. El silencio es también un fenómeno de ausencia del nombre. No soy dueño de mí mismo, de mi nombre. Soy un invitado en mi casa, solo soy el inquilino de mi nombre. Michel Serres guarda silencio deconstruyendo su nombre: 

“Me llamo, en efecto, Michel Serres. Porque lo llaman mi nombre propio, mi idioma y la sociedad me hacen creer que soy el propietario de estas dos palabras. Mas yo conozco a cientos de Michels, Migueles, Michaels, Mikes o Mijaíls. Ellos mismos conocen Serres, Sierras. Junípero Serra […] que provienen del nombre uraloaltaico de las montañas. Me he encontrado con homónimos exactos unas cuantas veces. […] Así, los nombres propios a veces imitan o repiten nombres comunes, y a veces incluso lugares. Así, el mío cita el Mont-SaintMichel en Francia, en Italia o en Cornualles, tres lugares encadenados. Habitamos sitios más o menos espléndidos. Me llamo Michel Serres, y no soy en absoluto propietario de este nombre, sino que él me tiene alquilado”

La apropiación del nombre causa mucho ruido. El fortalecimiento del ego destruye el silencio. El silencio reina cuando me retiro, cuando me pierdo en lo innominado, cuando me vuelvo débil: «Blando, quiero decir aéreo y fugaz. Blando, quiero decir fuera de sí y débil. Blando, blanco. Blando, tranquilo» 

Nietzsche sabía que el silencio lleva aparejada la retirada del yo. Me enseña a escuchar y a prestar atención. Nietzsche opone a la apropiación ruidosa del nombre el «genio del corazón»: «El genio del corazón, que a todo lo que es ruidoso y se complace en sí mismo lo hace enmudecer y le enseña a escuchar, que pule las almas rudas y les da a gustar un nuevo deseo, el de estar quietas como un espejo, para que el cielo profundo se refleje en ellas […] el genio del corazón, de cuyo contacto todo el mundo sale más rico […] tal vez más inseguro, más delicado, más frágil, más quebradizo […]» . El «genio del corazón» del que habla Nietzsche no se produce. Más bien, se retira a la ausencia de nombre. La voluntad de apropiación como voluntad de poder retrocede. El poder se convierte en benevolencia. El «genio del corazón» descubre la fuerza de la debilidad, que se expresa como esplendor del silencio.  

Solo en el silencio, en el gran silencio, establecemos relación con lo innominado, que nos supera, y frente a lo cual palidece nuestro esfuerzo por apropiarnos del nombre. Por encima de este se eleva también ese genio «al que viene confiada la tutela de cada hombre en el momento de su nacimiento». El genio permite que la vida sea algo más que una mísera supervivencia del yo. Representa un presente intemporal: «El rostro juvenil de Genius, sus alas largas y temblorosas, significan que él no conoce el tiempo […]. Por eso el cumpleaños no puede ser la conmemoración de un día pasado, sino, como toda fiesta verdadera, la abolición del tiempo, epifanía y presencia del Genius. Esta presencia imborrable es lo que nos impide cerrarnos en una identidad sustancial: Genius es quien rompe la pretensión de Yo de bastarse a sí mismo» 

La percepción absolutamente silenciosa se asemeja a una imagen fotográfica con un tiempo de exposición muy largo. La fotografía del Boulevard du Temple de Daguerre presenta en realidad una calle parisina muy concurrida. Sin embargo, debido al tiempo de exposición extremadamente largo, típico del daguerrotipo, todo lo que se mueve se hace desaparecer. Solo es visible lo que permanece quieto. El Boulevard du Temple irradia una calma casi pueblerina. Además de los edificios y los árboles, solo se ve una figura humana, un hombre a quien limpian los zapatos, y por eso está quieto. La percepción de lo temporalmente largo y lento solo reconoce las cosas quietas. Todo lo que se apresura está condenado a desaparecer. El Boulevard du Temple puede interpretarse como un mundo visto con el ojo divino. A su mirada redentora solo aparecen los que permanecen en silencio contemplativo. Es el silencio lo que redime.

 

"La hipercomunicación establece contactos pero destruye nuestras relaciones"

 

Fuente: Cultura Inquieta

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Pregunta: El "otro", dices, desaparece. ¿Cuáles son las causas de esta desaparición?

Byung-Chul Han: El otro es algo que duele; sin embargo, hoy evitamos cualquier forma de lesión. No queremos arriesgar nada. Espolvoreamos energías libidinosas a medida que diversificamos nuestras inversiones, para evitar una pérdida total.

 

Pregunta: También nos comunicamos mucho. ¿No es esto una prueba de que las relaciones están más vivas que nunca?

Byung-Chul Han: La hipercomunicación actual solo establece contactos pero destruye relaciones. Elimina la distancia, pero al mismo tiempo destruye la cercanía y la amistad. En un poema de amor, Paul Celan escribe: “Estás tan cerca como si ya no estuvieras aquí. »La proximidad está ligada a la distancia. Si el alejamiento se destruye por la ausencia de distancia, la cercanía e incluso el amor se destruyen.

 

Pregunta: En tus obras acusas de narcisismo. Pero no es una invención de nuestro tiempo ni de nuevas tecnologías. ¿Cuál crees que es la especificidad del narcisismo contemporáneo?

Byung-Chul Han: El narcisismo actual se basa en el vacío. El ego se ha empobrecido mucho en formas de expresión estables con las que podría identificarse y que le darían una identidad firme. Hoy nada dura, nada persiste. Este carácter efímero actúa sobre él, lo desestabiliza, lo hace perder las certezas. Es precisamente esta incertidumbre, este miedo por uno mismo lo que conduce al funcionamiento “vacío” del ego. En reacción, el individuo intenta en vano que ocurra. Esta es, por ejemplo, la manía por las selfies. En realidad, estos no se generan por vanidad o enamoramiento, sino que ilustran con precisión este vacío interior. En lugar de un ego narcisista estable, se trata de un "narcisismo negativo".

 

Pregunta: Internet y las nuevas tecnologías también permiten la creación de comunidades de intercambio y el desarrollo de redes de ayuda mutua...

Byung-Chul Han: En todas partes, la gente habla de compartir y de comunidad . Se supone que la economía de "compartir" reemplaza a la economía de propiedad. Un centro de carpooling digital como WunderCar en Alemania, que nos convierte a cada uno de nosotros en taxistas, también está promocionando la idea de “comunidad”. Pero nos equivocamos al creer que la economía colaborativa, como afirma Jeremy Rifkin en su libro The New Society of Zero Marginal Cost (Los Vínculos que Liberan), es un paso hacia el fin del capitalismo, hacia una sociedad global, donde lo colectivo tendría más importancia que la propiedad. Es lo contrario: la economía colaborativa conduce en última instancia a la comercialización total de la vida. Airbnb, por ejemplo, una plataforma comunitaria que convierte cualquier hogar en un hotel, llega incluso a proporcionar un marco económico para la hostelería. En una sociedad basada en la evaluación mutua, todo se comercializa, incluida la amabilidad. Nos volvemos amables para tener mejores apreciaciones. Incluso en el corazón de la economía colaborativa reina la dura lógica del capitalismo. En este hermoso compartir, paradójicamente, nadie se deshace voluntariamente de nada.

 

Pregunta: Los recientes movimientos de concentración, provocados entre otras cosas por los atentados en Francia, ¿no son una prueba de que en la menor oportunidad estamos dispuestos a encontrarnos de nuevo y que la solidaridad persiste?

Byung-Chul Han: No veo ninguna señal de verdadera solidaridad aquí. El sujeto neoliberal no es capaz de tener relaciones con otros que serían inútiles. Porque es su propio emprendedor: optimiza y opera él mismo de forma voluntaria. La autoexplotación es más eficaz que la explotación por parte de un tercero: produce mejores frutos porque va de la mano del sentimiento de libertad.

El sistema neoliberal sigue destruyendo la solidaridad. En el pasado, las empresas competían entre sí. Dentro de la organización, en cambio, la solidaridad era posible. Hoy en día, todos compiten con todos los demás, incluso "en" el negocio. Esta competencia absoluta ciertamente aumenta la productividad, pero destruye la solidaridad y el espíritu de comunidad.

 

Pregunta: ¿Cómo escapar de este oscuro futuro?

Byung-Chul Han: El neoliberalismo conduce a un vacío y angustia existencial. Y siempre destruye más seguridad, más y más enlaces. Ninguna profesión es inmune hoy. Nadie se siente seguro en este sistema puramente competitivo. Muchos padecen ansiedades difusas: miedo a no estar a la altura, a fracasar, a abandonar. Nada es sólido, nada es duradero. Vivimos en una sociedad de miedo. Surge así una nostalgia por el vínculo obligatorio que utilizan tanto el fundamentalismo islámico como el extremismo de derecha.

En una entrevista, Michel Houellebecq dice que varias muertes a su alrededor en poco tiempo lo impulsaron a escribir su novela. Sumisión.. Su ateísmo no pudo digerir la muerte de su amado perro ni la de sus padres. La pérdida fue, para él, casi insoportable. El protagonista de su novela, François, impulsado por un nostálgico deseo de vínculos, de obligación, también se lanza en busca de sentido. El título original de la novela no iba a ser Sumisión , sino Conversión.. En el proyecto inicial, el narrador se convirtió al catolicismo. En la versión final, se aleja del Occidente decadente y exhausto y se convierte en musulmán.

Lo que necesitamos hoy es otro tipo de vida capaz de crear obligación y vínculo, sin que esto se traduzca en violencia y exclusión. Una especie de vida en la que se le dará espacio a la espiritualidad más allá del esoterismo, visto como una forma de terapia que solo repara los daños causados ​​por el sistema. Un tipo de vida en la que un verdadero don, un verdadero espíritu de compartir será posible más allá de compartir.

 

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