Los animales no tienen religión, y en
el pasado se decía que ésa era la principal diferencia entre hombres y bestias.
Pero ésta es sólo otra forma de decir que únicamente los seres humanos poseen
conciencia en el sentido pleno de la palabra. En los últimos años ha habido una
reacción contra la idea del Hombre como Creación única y especial. Al fin y al
cabo, el ser humano evolucionó de los animales y en muchos aspectos sigue
siendo animal. No solamente compartimos con otros animales muchas de las
funciones corporales, sino que la diferencia genética entre humanos y
chimpancés es menor del dos por ciento. He aquí una respuesta devastadora a las
tonterías de los creacionistas.
Las últimas investigaciones con
chimpancés Bonobos (los primates más afines a los humanos) han demostrado fuera
de toda duda que son capaces de un nivel de actividad mental similar en algunos
aspectos al de un niño. Esto prueba claramente el parentesco entre los seres
humanos y los primates superiores, pero aquí la analogía empieza a
resquebrajarse. Pese a todos los esfuerzos de los experimentadores, los Bonobos
cautivos no han sido capaces de hablar ni de labrar una herramienta de piedra remotamente
similar a los utensilios más simples creados por los homínidos primitivos. Esa
diferencia genética del dos por ciento que separa a los humanos de los
chimpancés marca el salto cualitativo del animal al humano. Esto se logró no
por obra y gracia de un Creador, sino por el desarrollo del cerebro a través
del trabajo manual. La destreza para hacer incluso las herramientas de piedra
más simples implica un nivel muy alto de habilidad mental y pensamiento
abstracto. El seleccionar la piedra adecuada, elegir el ángulo correcto para
golpear y usar la cantidad de fuerza precisa son acciones intelectuales muy
complejas. Requieren un grado de planificación y previsión que no se encuentra
ni en los primates más avanzados. No obstante, el uso y la manufactura de
herramientas de piedra no fueron resultado de una planificación consciente,
sino una imposición de la necesidad. No fue la conciencia la que creó la
humanidad, sino que las condiciones necesarias para la existencia humana
condujeron a un cerebro más grande, al habla y a la cultura, incluida la
religión. La necesidad de entender el mundo estaba estrechamente vinculada a la
necesidad de sobrevivir. Aquellos homínidos primitivos que descubrieron el uso
de raspadores de piedra para descuartizar cadáveres de animales de piel gruesa
obtuvieron una considerable ventaja sobre aquellos que no tuvieron acceso a
esta fuente abundante de grasas y proteínas. Los que perfeccionaron sus
herramientas de piedra y descubrieron los mejores yacimientos tuvieron más
posibilidades de sobrevivir que los que no lo hicieron. Con el desarrollo
de la técnica vino la expansión de la mente y la necesidad de explicar los
fenómenos naturales que gobernaban sus vidas. A través de millones de años,
mediante aproximaciones sucesivas, nuestros antepasados comenzaron a establecer
ciertas relaciones entre las cosas. Empezaron a hacer abstracciones, esto es, a
generalizar a partir de la experiencia y la práctica. Durante siglos, la
cuestión central de la filosofía ha sido la relación entre el pensamiento y el
ser. La mayoría de las personas pasan sus vidas sin siquiera contemplar este
problema. Piensan y actúan, hablan y trabajan sin la menor dificultad. Es más,
ni se les ocurriría considerar incompatibles las dos actividades humanas más
básicas, que en la práctica son inseparables. Si excluimos reacciones simples
condicionadas fisiológicamente, como los actos reflejos, incluso la acción más
elemental exige un cierto grado de pensamiento. En cierto modo, esto es verdad
no sólo para los humanos, sino también para los animales (pensemos en un gato
apostado a la espera de un ratón). No obstante, la planificación y el
pensamiento humanos tienen un carácter cualitativamente superior a cualquier
actividad mental de incluso el simio más avanzado. Este hecho está
estrechamente vinculado a la capacidad del pensamiento abstracto, que permite a
los seres humanos ir mucho más allá de la situación inmediata dada por nuestros
sentidos. Podemos imaginar situaciones no sólo en el pasado (los animales
también tienen memoria, como el perro, que tiembla a la vista de un garrote),
sino también en el futuro. Podemos predecir situaciones complejas, planificar,
y así determinar el resultado y hasta cierto punto controlar nuestros destinos.
Aunque normalmente no pensamos en ello, esto representa una conquista colosal
que separa a la humanidad del resto de la naturaleza. “Lo típico del
razonamiento humano”, dice el profesor Gordon Childe, “es que puede ir
muchísimo más lejos de la situación actual, presente, que el razonamiento de
cualquier otro animal”. De esta capacidad nacen las múltiples creaciones de la
civilización: la cultura, el arte, la música, la literatura, la ciencia, la
filosofía, la religión. También damos por supuesto que todo esto no cae del
cielo, sino que es el producto de millones de años de desarrollo.
El filósofo griego Anaxágoras
(500-428 a.C.), en una deducción brillante, afirmó que el desarrollo mental del
hombre dependía de la emancipación de las manos. Engels, en su importante
artículo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, explicó
la forma exacta en que se logró dicha transformación. Demostró que la postura
vertical, la liberación de las manos para el trabajo, la forma de la mano, con
el pulgar opuesto a los otros dedos de forma que permitía agarrar, fueron los
requisitos fisiológicos para la manufactura de herramientas, que a su vez fue
el principal estímulo para el desarrollo del cerebro. Incluso el habla, que es
inseparable del pensamiento, surge de las exigencias de la producción social,
de la necesidad de cooperar para realizar funciones complejas. Estas teorías de
Engels se han visto confirmadas brillantemente por los últimos descubrimientos
de la paleontología, que demuestran que los simios homínidos aparecieron en
África bastante antes de lo que se pensaba y que tenían cerebros no más grandes
que los de un chimpancé actual. Es decir, el desarrollo del cerebro vino
después de la producción de herramientas y a consecuencia de ésta. Así, no es
verdad que “En el principio, era la Palabra”, sino, en frase del poeta alemán
Goethe, “En el principio, era el Hecho”.
La capacidad de manejar pensamientos
abstractos es inseparable del habla. El célebre prehistoriador Gordon Childe
comenta: “El razonamiento y todo lo que podemos llamar pensamiento, inclusive
el del chimpancé, hace intervenir en las operaciones mentales lo que los
psicólogos llaman imágenes. Una imagen visual, la representación mental de una
banana, por ejemplo, ha de ser siempre la representación de una banana
determinada en un conjunto determinado. Una palabra, por el contrario, según lo
explicado, es más general y abstracta, pues ha eliminado precisamente esos
rasgos accidentales que dan individualidad a cualquier banana real. Las
imágenes mentales de las palabras (representaciones del sonido o de los
movimientos musculares que intervienen en su pronunciación) constituyen
‘fichas’ muy cómodas en el proceso del pensamiento. El pensar con su ayuda
posee necesariamente esa cualidad de abstracción y generalidad que parece faltar
en el pensamiento animal. Los hombres pueden pensar, lo mismo que hablar,
sobre la clase de objetos llamados ‘bananas’; el chimpancé nunca va más allá de
‘esa banana en ese tubo’. De tal suerte el instrumento social denominado
lenguaje ha contribuido a lo que se denomina grandilocuentemente ‘la
emancipación del hombre de la esclavitud de lo concreto”. G. Childe, Qué
sucedió en la historia. Editorial Pléyade, Buenos Aires, 1975, pp. 25-6)
Los humanos primitivos, después de
largo tiempo, formaron la idea general de, por ejemplo, una planta o un
animal. Esto surgió de la observación concreta de muchas plantas y animales
particulares. Pero cuando llegamos al concepto general de “planta”, ya no
vemos delante de nosotros esta o aquella flor o arbusto, sino lo que es común a
todas ellas. Comprendemos la esencia de una planta, su ser interior. Comparado
con esto, los rasgos peculiares de las plantas individuales parecen secundarios
e inestables. Lo que es permanente y universal está contenido en el concepto general.
Jamás podemos ver una planta como tal, opuesta a flores y arbustos
particulares. Es una abstracción de la mente. Sin embargo, es una expresión más
profunda y verdadera de lo que es esencial a la naturaleza de la planta cuando
se la despoja de todos los rasgos secundarios.
No obstante, las abstracciones de los
humanos primitivos distan mucho de tener un carácter científico. Eran
exploraciones tentativas, como las impresiones de un niño: suposiciones e
hipótesis a veces incorrectas, pero siempre audaces e imaginativas. Para
nuestros antepasados remotos, el Sol era un ser supremo que unas veces les
calentaba y otras les quemaba. La Tierra era un gigante adormecido. El fuego
era un animal feroz que les mordía cuando lo tocaban. Los humanos primitivos
conocieron los truenos y los relámpagos, les asustarían, como todavía hoy
asustan a los animales y a algunas personas. Pero, a diferencia de los
animales, los humanos buscaron una explicación general del fenómeno. Dada la
ausencia de cualquier conocimiento científico, la explicación sólo podía ser
sobrenatural: algún dios golpeando un yunque con su martillo. Para nosotros,
semejantes explicaciones resultan simplemente divertidas, como las
explicaciones ingenuas de los niños. No obstante, en ese período eran hipótesis
extraordinariamente importantes, un intento de encontrar una causa racional
para el fenómeno distinguiendo entre la experiencia inmediata y lo que había
tras ella. La forma más característica de las religiones primitivas es el
animismo — la noción de que todo objeto, animado o inanimado, posee un
espíritu—. Vemos el mismo tipo de reacción en un niño cuando pega a una mesa
contra la que se ha golpeado la cabeza. De la misma manera, los humanos
primitivos y ciertas tribus actuales piden perdón a un árbol antes de talarlo.
El animismo pertenece a un período en el que la humanidad aún no se había
separado plenamente del mundo animal y de la naturaleza. La proximidad de los
humanos al mundo de los animales está demostrada por la frescura y belleza del
arte rupestre, donde los caballos, ciervos y bisontes están pintados con una
naturalidad que ningún artista moderno es capaz de lograr. Se trata de la
infancia del género humano, que ha desaparecido y nunca volverá. Tan sólo
podemos imaginar la psicología de nuestros antepasados remotos. Pero
mediante una combinación de los descubrimientos de la paleontología y la
antropología es posible reconstruir, por lo menos a grandes rasgos, el mundo
del que hemos surgido.
En su estudio antropológico clásico de los orígenes de la magia y
la religión, James G. Frazer escribe:
“El salvaje concibe con dificultad la distinción entre lo natural y lo
sobrenatural, comúnmente aceptada por los pueblos ya más avanzados. Para él, el
mundo está funcionando en gran parte merced a ciertos agentes sobrenaturales
que son seres personales que actúan por impulsos y motivos semejantes a los
suyos propios y, como él, propensos a modificarlos por apelaciones a su piedad,
a sus deseos y temores. En un mundo así concebido no ve limitaciones a su poder
de influir sobre el curso de los acontecimientos en beneficio propio. Las
oraciones, promesas o amenazas a los dioses pueden asegurarle buen tiempo y
abundantes cosechas; y si aconteciera, como muchas veces se ha creído, que un
dios llegase a encarnar en su misma persona, ya no necesitaría apelar a seres
más altos. Él, el propio salvaje, posee en sí mismo todos los poderes
necesarios para acrecentar su propio bienestar y el de su prójimo”. (Sir James Frazer, La rama dorada.
Magia y religión. Fondo de Cultura Económica. Madrid. 1981, p. 33).
La noción de que el alma existe
separada y aparte del cuerpo viene directamente de los tiempos más remotos. El
origen de esta idea es evidente. Cuando
dormimos, el alma parece abandonar el cuerpo y vagar en nuestros sueños. Por
extensión, la similitud entre la muerte y el sueño —“gemelo de la muerte”, como
lo llamó Shakespeare— sugiere la idea de que el alma podría seguir existiendo
después de la muerte. Así fue cómo los humanos primitivos concluyeron que el
interior de sus cuerpos albergaba algo, el alma, que mandaba sobre el cuerpo y
podía hacer todo tipo de cosas increíbles, incluso cuando el cuerpo estaba
dormido. También observaron cómo palabras llenas de sabiduría manaban de las
bocas de los ancianos y concluyeron que, mientras que el cuerpo perece, el alma
sigue viviendo. Para gente acostumbrada a los desplazamientos, la muerte era
vista como una migración del alma, que necesitaba comida y utensilios para el
viaje. Al principio estos espíritus no tenían una morada fija. Simplemente
erraban, la mayoría de las veces causando molestias y obligando a los vivos a
hacer todo lo que podían por deshacerse de ellos. He aquí el origen de las
ceremonias religiosas. Finalmente
surgió la idea de que mediante la oración podría conseguirse la ayuda de estos
espíritus. En esta etapa, la religión (magia), el arte y la ciencia no se
diferenciaban. No teniendo los medios para conseguir un auténtico poder sobre
el medio ambiente, los humanos primitivos intentaron obtener sus fines por
medio de una relación mágica con la naturaleza, y así someterla a su
voluntad. La actitud de los humanos primitivos hacia sus dioses-espíritus
y fetiches era bastante práctica. La intención de los rezos era obtener
resultados. Un hombre haría una imagen con sus propias manos y se postraría
ante ella. Pero si no conseguía el resultado deseado, la maldecía y la golpeaba
para obtener mediante la violencia lo que no había conseguido con súplicas. En
ese mundo extraño de sueños y fantasmas, un mundo de religión, la mente
primitiva veía cada acontecimiento como la obra de espíritus invisibles. Cada
arbusto o cada riachuelo eran una criatura viviente, amistosa u hostil. Cada
suceso fortuito, cada sueño, dolor o sensación estaba causado por un espíritu.
Las explicaciones religiosas llenaban el vacío que dejaba la falta de
conocimiento de las leyes de la naturaleza. Incluso la muerte no era vista como
un evento natural, sino como el resultado de alguna ofensa causada a los
dioses. Durante casi toda la
existencia del género humano, la mente ha estado llena de este tipo de cosas. Y
no sólo en lo que a la gente le gusta considerar como sociedades primitivas.
Las creencias supersticiosas continúan existiendo hoy, aunque con diferente
disfraz. Bajo el fino barniz de civilización se esconden tendencias e ideas
irracionales primitivas que tienen su raíz en un pasado remoto que ha sido en
parte olvidado, pero que no está todavía superado. No serán desarraigadas
definitivamente de la conciencia humana hasta que hombres y mujeres no
establezcan un firme control sobre sus condiciones de existencia.
Fuente: Bloghemia
Link de Origen: https://www.bloghemia.com/2022/10/como-surgieron-las-religiones-por-alan.html
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