Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 51 Es todo ficción…o casi... por Favio Camargo
Pesadillas de
Zdzisław Beksiński ...
Los garcas, según la universidad
atea, son casi tan viejos como las piedras y tienen cierta habilidad para
despertar en los giles que se pasan la mañana tomando cocaína en el baño de una
intendencia o en almaceneros de ultraderecha, esa eterna ambición que ha tenido
el ser humano, hacer plata tratando de hacer lo menos posible…y si es o parece
legal, mejor.
Una tarde como cualquier otra en un
pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires, que podríamos llamar
Dualdegrado, gobernado hace casi treinta años por los hijos de los alcahuetes
de la dictadura. Un pueblo particular, sin cines, sin teatros, con catorce
iglesias y nueve agencias de lotería. Algo digno de estudio, casi como la Isla
de Pascua pero con esa arquitectura falopa digna de la Albania comunista, con
bolardos en lugar de moáis.
Un grupo de amigos rodeando la mesa
del café. Hablan mientras de fondo suena la radio local. Cuando no había
pastores evangélicos que prometían “curar la homosexualidad”, eran comunicados
del municipio o entrevistas a funcionarios donde la repregunta no existe y el
arrastre permanente de los periodistas los volvía eternos candidatos al “gomes fuentes” de oro.
Valerio, un carpintero tan habilidoso
como poco afecto al trabajo. No había terminado la secundaria por vago, pero
era una persona de mucha lectura.
Gabriel, que se reventó el almacén
que le había dejado su viejo jugando al tragamonedas y ahora vivía con lo que
sacaba del alquiler del local.
Horacio, de escasas luces y poca
habilidad manual, terminó el secundario porque su padre les pagaba a los curas
de la escuela el monto de la cuota más un “adicional”. ¿Tanto esfuerzo para que
terminara de alcahuete en el municipio?
Y Ernesto, un ferroviario
“procesista” en una región donde la dictadura había levantado todos los
ramales. Un caso de estudio para cualquier sociólogo aburrido.
Como es casi habitual en un país
dependiente y bimonetario como el nuestro, la moneda nacional se derretía por
la inflación. Los billetes tenían tantos ceros que era más conveniente escribir
el valor porque así se ocupaba menos espacio.
El entrevistado de esa mañana
planteaba que tenía una solución, una “carpeta de inversiones” que dicho en
sencillo parecía incluir piruetas fiscales, bonos asiáticos referidos, rublos,
asociarse para comprar las empresas que se estaban liquidando en los países del
este, resumiendo: humo de todos los colores.
Pero años de vida económica en la
Argentina habían vuelto a Valerio, uno de los amigos que rodeaba la mesa del
café, bastante precavido, el cual mientras tomaba su Campari, les advirtió….
-
Ese gordo nefasto, tres años
de patente debía la motoneta que le compré, y ahora anda en un Celica – aseguró
el hombre -
-
El Fausto es un campeón del
mercado. – refutó Horacio levantando los
brazos como un ciclista que ganó el Tour de France -
-
Los va a cagar van a ver –
insistía Valerio -
-
¿Cómo me va a cagar el Gordo si es mi
pariente? Vos sí que te quedaste en los 60. Tenes la tele en blanco y negro todavía
- le criticaron desde distintos sectores de la mesa -
Valerio desistió de hacerle entender
a sus compañeros que se estaban exponiendo, en definitiva era inútil, pagó su
cuenta en el café, se subió a su Vespa y puso rumbo al taller.
Sus amigos lo único que habían leído
de Historia era alguna de esas bizarreadas que salen todos los años planteando
que Hitler se escapó en submarino a la Argentina y que se murió con DNI
uruguayo.
Tal vez el hecho de que su padre
había sido estafado pagando cuotas de un auto que nunca existió, el “Viking”, lo había hecho más inmune a la
compra de espejitos de colores y a mantenerse lo más alejado posible de los
bancos, antro al cual solo iba una vez al mes a cobrar lo que algunos clientes
le pagaban con transferencias o cheques porque no le quedaba otra opción.
Igualmente, ya era tarde. Los tres
giles de la mesa ya habían puesto parte de sus ahorros en la financiera. Uno
había vendido el terreno que le había regalado el abuelo, el otro revoleó al
padre a un geriátrico clandestino y le vendió la casa, el tercero que era el
más idiota, le había pedido plata a un usurero para ponerla en la financiera y
con los intereses pagarle para luego sacar la ganancia.
Y así todos los días, menos el
domingo que cerraba, en la mesa del café no hablaba de deportes ni de mujeres
como hace cualquier grupo de amigos sino que repetían esas frases de sobre de
azúcar: La plata trae a la plata….tenemos
ADN de vencedores…toda crisis es una oportunidad…achicar el estado es agrandar
la nación.
Cuando sus amigos se ponían así de idiotas, Valerio se
entretenía haciendo el crucigrama del diario o el Prode que organizaba la
escuelita de futbol para juntar plata para los viajes. “Tiempo Nuevo” estaba
destruyendo mas cráneos que las bicicletas de piñón fijo.
Hasta le hacían comprar al pobre
Gastón el “Comercio Argentino” junto con el “Diario Deportivo” para ver como
“marchaban las acciones”. Todo esto duró más o menos un año y medio, porque las
únicas pirámides que han resistido el paso del tiempo son las de Egipto, el
resto se derrumban cuando dejan de caer los pichis que ponen la plata.
Si alguien se hubiese tomado la
molestia de pensar un poco, nada de esto habría pasado. Solo mirando la oficina
se habrían dado cuenta de que estos “elementos” de la financiera eran más
peligrosos que un sacerdote en un pelotero. Todo era trucho, un globo terráqueo
descartado de alguna escuela de cuando toda el África estaba bajo dominio
colonial, una computadora de adorno y un fichero vacío. En el pueblo quedó un
tendal, pero el daño fue a escala regional, ya que muchos invitaban a sus
parientes o amigos a invertir, de buena fe, de giles nomás. La maldad estaba
arriba. Se dice que solo una persona pudo recuperar lo que había depositado en
la financiera Tiahuanaco. Un docente, de Historia Medieval precisamente. Con el
cerebro limado por 30 años de servicio que fueron premiados con una jubilación
roñosa de poco menos de 300 euros actuales, se metió a la oficina con una
ballesta casera y le apuntó al gerente al pecho amenazándolo con ensartarlo
como a un pollo. El hecho de haber necesitado el dinero para regalarle un
acordeón a su nieta le evitó ser otra de las víctimas de la estafa.
La tarde del 6 de mayo la
tranquilidad del pueblo se vio alterada por camionetas artilladas en el medio
del bulevar. Los tres giles del café “chusmeaban” por la ventana el revuelo, alboroto
digno de una película de acción en un pueblo donde nunca pasa nada. Valerio se
aguantaba la risa mientras intentaba resolver uno de esos acertijos japoneses
de números que trae la última página del diario.
Mientras esto sucedía los chantas ya
iban camino a “Puerto Stroessner” donde imaginaban bronceándose al sol, convencidos
que con un documento nuevo y un implante capilar no los iba a reconocer ni su
abuelita. Pero siempre hay peros.
Habiéndose currado 7 millones y medio
de dólares, la tacañería de los personajes los llevó a elegir un flamante Fiat
Duna como vehículo de fuga, los niños no deben saber de qué estoy hablando,
casi ninguno pudo capear la gran pudrición de 1997.
Poco antes de salir de la provincia
de Santa Fe, se bloqueó la caja de dirección y el vehículo se dio vuelta como
una media. El cinturón de seguridad salvó la existencia de estos pintorescos
pungas, pero cuando llegaron la ambulancia y la policía la situación quedó al
descubierto. No eran primos yendo a pescar. Fueron un par de años en un
pabellón de evangelistas, lavando culpas o al menos simulando hacerlo. Al día
de hoy ya están todos afuera y nadie los señala con el dedo, como si señalan a
un pobre loco que se robó un cartón de cigarros del café “Roma”. Unos añitos
después, en esa incesante actividad que tienen los concejos delirantes, para
algunos hasta hubo calles y homenajes paseando en autobomba. Es que algunos
pueblos tienen una memoria muy corta.
*Favio Camargo. Docente, estudiante del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional del Sur
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