Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 51 "Las violaciones en la ESMA fueron un hecho político" Graciela García Romero… Entrevista de Luciana Bertoia, para Página 12
Pesadillas de Zdzisław Beksiński ...
Fuente: Página 12
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Entrevista de Luciana Bertoia
La
sobreviviente le pidió la semana pasada a la Cámara Federal de Casación que
condene a Jorge "Tigre" Acosta por los abusos sexuales a los que fue
sometida mientras estuvo cautiva en ese campo de concentración.
Graciela
García Romero reclama justicia por las violaciones que sufrió estando
secuestrada en la ESMA.. Imagen: Verónica Bellomo
Graciela García Romero llegó el miércoles
a los tribunales de Comodoro Py con un objetivo: hablarles a los
jueces de la Cámara Federal de Casación Penal que tienen que revisar las
sentencias que se dictaron en 2017 por crímenes en la Escuela de Mecánica de la
Armada (ESMA). La mujer, sobreviviente de ese campo de concentración, les dijo
a Carlos Mahiques, Ángela Ledesma y Guillermo Yacobucci que no les alcanza
a ella y a sus compañeras con que los genocidas estén presos sino que también
necesitan que los condenen por los delitos de índole sexual que cometieron,
algo que el tribunal que los juzgó no hizo. Necesitan que los tribunales
le pongan nombre a la violencia que sufrieron en sus propios cuerpos.
En 2005, la abogada Carolina Varsky, del
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), le preguntó a Graciela si quería
presentar una querella contra Jorge “Tigre” Acosta –jefe de inteligencia
del grupo de tareas que operaba en la ESMA– por las violaciones sexuales a
las que la había sometido.
–-¿Qué es una querella?-- le preguntó a la
abogada, ajena al lenguaje de los tribunales. Cuando le explicó que significaba
denunciarlo, aceptó. Hacía tiempo que pensaba en hacerlo. Si hubo un estigma
para quienes salieron con vida de los centros clandestinos de detención,
tortura y exterminio, ese estigma fue mayor aún hacia las mujeres que sufrieron
la violencia sexual. Ella lo sabe y así se lo dijo a los camaristas.
Dos días después de la audiencia en Casación,
Graciela llega a una cita con Página/12 en un bar del barrio de
Palermo. Es optimista porque siente que finalmente la justicia la va a escuchar
y va a condenar a Acosta, que tanto sufrimiento le causó, como responsable de
los delitos contra la integridad sexual. Él fue --remarca-- quien convocó
a todos sus oficiales y les ordenó que violaran a las mujeres que estaban
secuestradas en la ESMA.
Graciela era militante peronista. Fue
secuestrada el 15 de octubre de 1976 en el centro de la Ciudad de Buenos Aires.
Se tiró de un auto en movimiento para huir. Corrió por la Avenida 9 de Julio
pero no logró escapar de ese destino. Desde entonces, pasó a ser un número
dentro del campo de concentración, una persona con un “tabique” en los ojos,
con esposas en las manos y grilletes en los pies.
– Usted declaró que en una oportunidad entró
Francis Whamond al lugar donde las tenían cautivas a usted y a otras compañeras
en la ESMA para preguntarles qué enseres personales necesitaban y que allí
sintió que las estaban adecentando para ellos.
– Lo doloroso es que llevó muchos años
todo esto, todo el proceso judicial. Pero la contraparte es haber tenido tiempo
para elaborar. El silencio en el que yo estuve y muchas compañeras todavía
están también es un tiempo de elaboración. Y, en ese tiempo y con la conciencia
de género que fue surgiendo, miré para atrás un montón de situaciones y ésta
fue la más clara. Cuando Whamond entra al cuarto nuestro preguntándonos qué
necesitábamos de peluquería, nosotras no podíamos creer lo que nos estaba
diciendo. Lo tengo grabado, pero no nos dimos cuenta y bromeamos porque no
podíamos creer que nos trajeran jabón, dentífrico, champú. Como Whamond
preguntaba qué más, yo pedí libros. Pedí a García Lorca y Neruda, que es lo que
estaba leyendo. Evidentemente nos estaban bañando para ellos. Esto es
obvio, porque ahí empezó después sistemáticamente la llegada del verde (un
guardia) a la noche diciendo el número de una compañera, que la bajaban, volvía
a la mañana y la llevaban a la casa de (Rubén Jacinto) Chamorro. Y así fue
sistemático: una por una.
– Usted habla del tiempo de elaborar lo
vivido. ¿Cómo fue declarar?
– A esta distancia leo mis sentimientos y
teníamos miedo, algo que en esta sociedad es prácticamente desconocido porque
era terror lo que sentíamos de lo que eran capaces de hacer. Si vos transitaste
un secuestro durante dos años y viste los miércoles la corrida que sabías que
pasaba algo y que se llevaban a un montón de compañeros y vos lo único que
pedías era que no dijeran tu número. No sabíamos de qué se trataba, pero era
obvio. Cuando salimos en libertad vigilada, el miedo de todos era encontrarnos
en la calle con ellos.
– ¿En su caso, se acercó a la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) para contar lo sucedido
pero pidió no hacer pública su declaración?
– Cuando fue la Conadep, todo esto era muy
reciente porque era el comienzo de la democracia. Yo tenía terror por mí, por
mi familia. No tenías ninguna seguridad de que no te volviesen a secuestrar o
de que no te mataran en la calle, pero yo quería transmitir toda la información
que creía que era importante. Hoy me doy cuenta de que la historia la hemos
aportado con recortes de cada uno, pero todavía no sabíamos ni qué sabía el
otro. Yo necesitaba decir lo que había vivido y sobre todo mi obsesión eran los
microfilms que sabíamos que había. Esos microfilms daban idea de cuántos
habíamos estado ahí secuestrados: los nombres, nos habían sacado fotos. Pero no
podía salir públicamente porque tenía terror. En mi caso, el poder hablar de la
violación de la manera en que lo hago fue un proceso. Hoy gracias a los
feminismos más jóvenes nuestra lucha es puesta en otro lugar. A su vez, si
ellas no hubieran estado, yo no sé si existirían sentencias como las que se
dictaron contra Acosta y (Alberto) González (por delitos sexuales).
– ¿Estaba en contacto con otros sobrevivientes
en los primeros años de la democracia?
– En mi caso, por lo menos, eran guetos muy
chiquitos. Cuando Acosta estructura esto del mini-staff y el maxi-staff (para
dividir a los prisioneros dentro de la ESMA), no tenía nada que ver con ni con
la voluntad, ni la elección ni el comportamiento. Simplemente te habían puesto
a dormir ahí e hizo como una especie de cordón y dijo: "Éste es el
mini-staff". Yo no tenía afinidad con otras personas del mini-staff desde
ese momento. De manera que afuera cuando salimos también se dio esa libertad de
poder alejarte de determinadas personas que no tenían ni confianza ni identidad
y los vínculos que sí estaban siguen estando hoy. En mi caso fueron muchos años
de no diálogo, de ostracismo.
En 1997, se acercó al Equipo Argentino de
Antropología Forense (EAAF) para ayudar a reconstruir los nombres de quienes
estuvieron secuestrados en la ESMA y de quiénes fueron los represores que
operaban allí. Las citas de los miércoles con los antropólogos eran “sagradas”,
relata. “Fue clave porque abrió una puerta. A todos nos interesaba reconstruir
los nombres de la lista de las personas que estuvieron ahí adentro y por otro
lado era volvernos a juntar con una versión de la militancia aggiornada al
momento --referida a la cárcel, al secuestro--. Fue el eslabón previo a la
justicia. Eso llevó años y reconciliación interna con la historia, salir de la
culpa, el silencio o el terror para empezar en democracia una forma de
militancia de la memoria”.
-- ¿Cómo llega a denunciar a Acosta?
-- Casi que no me da opción porque él es el
que abusa de mí. Primero fue (Antonio) Pernías, que fue el que me interroga
cuando me secuestran y después pretende abusar de mí. A él lo logré parar. No
sé por qué Pernías se desplaza y quedo bajo la órbita de Acosta. Por eso, digo que
tengo tan claro que ellos decidieron que iban a avanzar sobre cada mujer. En un
momento me bajan a una oficina. Acosta me hablaba. Tengo grabada la ropa que
tenía, la luz que había en el lugar y que había una torta que yo me moría por
comer. En medio de eso, me dijo: "Mañana te voy a sacar". Me quedó
clarísimo qué estaba diciéndome. Lo único que yo pude hacer --y que fue lo que
hice-- fue indisponerme esa noche. Era la única resistencia que podía oponer.
El que me viola sistemáticamente llevándome de un departamento a otro es
Acosta.
--¿Los abusos eran incluso fuera de la ESMA?
--En mi caso siempre fue afuera, en otros
casos no. Hay un momento clave que es el final del '76, pero las compañeras que
antes fueron violadas lo fueron ahí adentro. Hay otra oportunidad en la que
Acosta nos lleva a una quinta y dice "elijanse" y nosotros no
entendíamos de qué hablaba. Después, me hizo bajar para decirme que me iba a
sacar de la ESMA --era alguien con quien yo nunca había hablado prácticamente,
sabía que existía porque todos le teníamos terror--. Al primer departamento al
que me llevó--en Olleros y Libertador-- ellos lo llamaban Guadalcanal– como la
batalla–. Sé que no es a mí únicamente que me llevan, pero no sé a qué otras
compañeras.
--¿A usted la dejaban ahí?
--No, ahí nunca me dejaron. Ése era un lugar
selecto. Era un departamento de calidad. Me parece que tenía vista al río. Ahí
creo que solo una vez me llevó. El otro departamento --que creo que estaba en
Ecuador y Santa Fe-- ya era interno y ahí me llevaba el mayor Mazzola, me
dejaba, cerraba la puerta y ahí me quedaba el fin de semana entero. Estaba
sola. No tenía nada. De todas maneras, no estaba en la ESMA. No sé si llevaron
a alguien más.
-- Era el campo de concentración más allá de
los límites de la ESMA.
--Para qué: ésa es la pregunta que debería
hacerse el tribunal para poner en su lugar que fue una estrategia claramente de
destrucción dirigida a la mujer. Yo digo que no se trató de una mujer ni de
odio ni de amor sino de un tipo de mujer. No eran hombres descontrolados. Todos
los gestos eran muy controlados, muy pensados. No tiene nada que ver con lo que
se interpretó en el comienzo ni con los estigmas, fue una estrategia bélica.
Las quintas también funcionaban para esto. No sé por qué buscaron lugares más
clandestinos de lo que era ese lugar, la ESMA, donde hacían lo que querían. Con
la misma naturalidad que mataron a otros mataron a compañeras que fueron
violadas por ellos. Yo conozco, por lo menos, dos compañeras a quienes
"trasladaron" después de haber abusado de ellas y de haberlas
destruido. La búsqueda de la destrucción yo creo que era el gran motor.
--¿Usted piensa que Acosta sabía que era
lesbiana?
-- Lo supieron públicamente porque cayó una
compañera que en el interrogatorio dijo que se había acostado conmigo. La
verdad que ser lesbiana era un problema en la orga, en la ESMA, en todos lados.
Inmediatamente después de ese interrogatorio, me llamó Pernías y me interrogó.
Yo mentí y dije: "Me sentía sola". Pero ahí me empezaron a mirar con
una lente porque después de eso es que empezó a venir Acosta. Yo siempre lo
asocié. ¿Por qué me eligió a mí para violarme y no a otra compañera? Éste fue un
elemento posible. No me mataron pero seguramente lo deben haber pensado.
--¿Es optimista con lo que vaya a resolver la
Casación?
-- Sí. Tengo la necesidad en el cuerpo de que
lo condenen. Esto es un iceberg. Lo más probable es que nunca se conozca todo
el iceberg, pero está. Está detrás de nosotras. Yo no me lo planteé pero cuando
empecé a hablar lo hice en plural. Siempre hablo por los que no están. Hay
compañeras que yo sé que fueron violadas y que fueron asesinadas. Hay otras que
están vivas pero no pueden hablar. Se necesita una decisión interna, un
convencimiento del daño, una superación de la culpa. Desgraciadamente en las
violaciones la culpa es una parte constituyente. Además, ya sabemos cómo es la
índole del delito, que se está ahí peleando con el ámbito privado o con la
intimidad. Para mí no fue así: esas violaciones fueron un hecho político. Hubo
varias compañeras que fueron violadas por más de uno y algunos violaron a más
de una. La diferencia con la picana es que la picana tenía un sentido --que era
conseguir información rápidamente y quebrar a la persona--. En cambio, en la
ESMA la violación fue con el tiempo, fue pensada --de la misma manera que fue
pensado que pudieras hablar con tu familia--. El plan de exterminio tenía un
montón de estrategias y nosotras éramos la mitad de la población de la ESMA. Se
trata de un delito en sí mismo, que tiene que ver con quienes éramos y con
nuestro estilo de ser mujeres.
"Nos veían como bombas de tiempo"
“Nosotros éramos una bomba de tiempo cuando
salimos de la ESMA. Nadie se quería acercar a nosotros”, dice Graciela
García Romero. Secuestrada en octubre de 1976, pasó dos años en el campo de
concentración de la Marina y después siguió un tiempo en lo que los marinos
llamaban libertad vigilada. Como parte de ese control, fue designada con su
nombre real en el Ministerio de Bienestar Social de la dictadura. Antes había
sido parte de los secuestrados que eran llevados a trabajar como mano de obra
esclava a la Cancillería.
Su militancia había comenzado a principios de
los '70 en el ámbito barrial. Como parte de esa tarea que la hacía recorrer
muchas veces el trayecto de Avellaneda --donde vivía -- a Boulogne --donde
militaba--, conoció a los referentes de la Resistencia Peronista. Antes de su
secuestro, su militancia pasaba por tomar contacto con las familias de quienes
estaban presos o habían "caído". Antes del golpe, les hacían llegar a
los compañeros que estaban en las cárceles unos papelitos mínimos envueltos en
caramelos en los que pasaban con una letra diminuta distintos documentos
políticos.
En la democracia, la militancia tomó otro
enfoque, dice. "Nuestra preocupación era recordar todos los nombres y
todas las caras de los compañeros, que no se nos cayeran de la memoria".
"Querían destruir el tipo de mujeres que
éramos"
Las violaciones perseguían la destrucción de
las mujeres que estaban secuestradas en la ESMA, sostiene García Romero. "Nosotras
éramos un tipo de mujer nueva, autónoma y politizada. Todo esto también tenía
un valor simbólico para los varones porque habíamos desobedecido el modelo que
se esperaba que siguiéramos. Nosotras fuimos víctimas de una estrategia que
perseguía destruir esto", dice.
Para la sobreviviente, llegar a estas
conclusiones fue un proceso largo y que requirió que la posibilidad de obtener
justicia se pudiera palpar. Si bien los delitos sexuales no habían quedado
alcanzados por la llamada ley de Obediencia Debida, no había quienes
denunciaran estos hechos en tiempos de impunidad. "Necesitamos que los
recintos judiciales dieran una cierta escucha y una cierta seguridad para que
las mujeres empezaran a declarar".
Recién en 2010 se registró la primera
sentencia por abusos en los campos de concentración. En
la ESMA, la condena a Acosta --su agresor sexual-- llegó el año pasado por
otros tres casos. En 2017, cuando terminó el juicio de ESMA Unificada,
el Tribunal Oral Federal (TOF) 5 no contempló estos crímenes a la hora de
dictar la sentencia. Por eso, Graciela y su abogada, Sol Hourcade --del CELS--,
le reclamaron a la Cámara de Casación que revierta esa decisión y condene al
jefe del grupo de tareas de la ESMA.
La inmensa valentía y el desgarrador compromiso con la JUSTICIA -pese al poder INjudicial que nos atormenta- la lucha de Graciela GR es desde hace décadas y será a fondo y hasta los ultimos estertores de esta canalla criminal infame, que no debemos jamas olvidar vinieron a instalar "la libertad" y la "transparencia" dirigidos por el Joe martinez de hoz .Sus ideologías con otras caras -e incluso con las mismas- son los que vienen hoy a insistir con sus planes de devastación , de saqueo y de muerte donde de distintas o de idénticas maneras todes somos violados.
ResponderEliminarJustamente compañero. Buscamos un cuadro de Beksiński que editorialice la entrevista. Graciela tirando de la pesada carga que tiene el dolor para visibilizar lo que en la cumbre del poder hicieron los impunes.
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