Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 50 … Hoy el sujeto sometido, se presume libre y la enfermedad del ocio.. por Byung Chul Han
Fuente: BLOGHEMIA
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“La presente
crisis de libertad consiste
en que
estamos ante una técnica de poder
que no niega
o somete la libertad, sino que la explota.”.
Byung Chul
Han
Artículo del filósofo surcoreano Byung Chul
Han, publicado por primera vez en su libro Psychopolitik.
Por: Byung Chul Han
El poder tiene formas muy diferentes de
manifestación. La más indirecta e inmediata se exterioriza como negación de la
libertad. Esta capacita a los poderosos a imponer su voluntad también por medio
de la violencia contra la voluntad de los sometidos al poder. El poder no se
limita, no obstante, a quebrar la resistencia y a forzar a la obediencia: no
tiene que adquirir necesariamente la forma de una coacción. El poder que
depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que
una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su
poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es
el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo
de forma ruidosa.
El poder, sin duda, puede exteriorizarse como
violencia o represión. Pero no descansa en ella. No es necesariamente
excluyente, prohibitorio o censurador. Y no se opone a la libertad. Incluso
puede hacer uso de ella. Solo en su forma negativa, el poder se manifiesta como
violencia negadora que quiebra la voluntad y niega la libertad. Hoy el poder
adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su
amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad.
El poder disciplinario no está dominado del
todo por la negatividad. Se articula de forma inhibitoria y no permisiva. A
causa de su negatividad, el poder disciplinario no puede describir el régimen
neoliberal, que brilla en su positividad. La técnica de poder propia del
neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda
visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento.
El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma
libre.
Ineficiente es el poder disciplinario que con
gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con preceptos y
prohibiciones. Radicalmente más eficiente es la técnica de poder que cuida de
que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación. Quiere
activar, motivar, optimizar y no obstaculizar o someter. Su particular
eficiencia se debe a que no actúa a través de la prohibición y la sustracción
sino de complacer y colmar. En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta
hacerlos dependientes.
El poder inteligente, amable, no opera de
frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa
voluntad a su favor. Es más afirmativo que negador, más seductor que represor.
Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de
prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades.
El poder inteligente se ajusta a la psique en
lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone
ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar
nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias; esto es, contar nuestra
vida. Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda
visibilidad. La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una
técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota. Se
elimina la decisión libre en favor de la libre elección entre distintas ofertas.
El poder inteligente, de apariencia libre y
amable, que estimula y seduce, es más efectivo que el poder que clasifica,
amenaza y prescribe. El botón de me gusta es su signo. Uno se somete al
entramado de poder consumiendo y comunicándose, incluso haciendo clic en el
botón de me gusta. El neoliberalismo es el capitalismo del me gusta. Se
diferencia sustancialmente del capitalismo del siglo XIX, que operaba con
coacciones y prohibiciones disciplinarias.
El poder inteligente lee y evalúa nuestros
pensamientos conscientes e inconscientes. Apuesta por la organización y
optimización propias realizadas de forma voluntaria. Así no ha de superar
ninguna resistencia. Esta dominación no requiere de gran esfuerzo, de
violencia, ya que simplemente sucede. Quiere dominar intentando agradar y
generando dependencias. La siguiente advertencia es inherente al capitalismo
del me gusta: protégeme de lo que quiero.
La enfermedad del ocio por Byung Chul Han
“Hay que
recobrar el reposo contemplativo.
Si se priva
por completo a la vida del elemento contemplativo
uno se ahoga
en su propio hacer”.
Byung Chul
Han
En la Edad Media la universidad era cualquier
cosa menos un centro de formación profesional. Por eso practicaba también
rituales. Cetros, sellos, birretes, medallas y togas son las insignias de los
rituales académicos. Hoy también se van eliminando en amplia medida los
rituales en la universidad. La universidad convertida en una empresa con sus
clientes no necesita rituales. Los rituales no se avienen con el trabajo y la
producción. Y donde pese a todo vuelven a introducirse resulta meramente decorativo
y decadente. No son más que una nueva ocasión para hacerse selfies o para ver
confirmado el propio rendimiento. Cuando todo tiene carácter de producción los
rituales desaparecen.
Las fiestas actuales o los festivales tienen
poco que ver con aquel tiempo sublime. Son objeto de una gestión de eventos. El
evento como versión consumista de la fiesta muestra una estructura temporal
totalmente distinta. La palabra «evento» viene del latín eventus, que significa
«sobrevenir repentinamente». Su temporalidad es la eventualidad. Es azarosa,
arbitraria y no vinculante. Pero los rituales y las fiestas son cualquier cosa
menos eventuales y no vinculantes. La eventualidad es la temporalidad de la
actual sociedad de los eventos. Se opone a lo enlazador y vinculante de la
fiesta. A diferencia de la fiesta, los eventos tampoco generan ninguna
comunidad. Los festivales son eventos masivos. Las masas no constituyen ninguna
comunidad.
El régimen neoliberal totaliza la producción.
Por eso se someten a ella todos los ámbitos de la vida. La totalización de la
producción conduce a la total profanación de la vida. La producción acapara incluso
el reposo, degradándolo a tiempo libre, a pausa para hacer un descanso. No
introduce ningún período santo de la congregación. El tiempo libre es para
algunos un tiempo vacío, que provoca un horror vacui. La creciente presión para
aportar rendimiento no hace posible ni siquiera una pausa que permita
descansar. Por eso muchos se ponen enfermos justamente durante el tiempo libre.
Esta enfermedad tiene ya un nombre: leisure sickness o «enfermedad del ocio».
El tiempo libre viene a ser aquí una torturante forma vacía del trabajo. El
reposo activo y ritual deja paso al torturante no hacer nada.
El trabajo tiene un comienzo y un final. Por
eso el período de trabajo es seguido de un período de descanso. El rendimiento,
por el contrario, no tiene principio ni fin. No hay un período de rendimiento.
El rendimiento en cuanto imperativo neoliberal perpetúa el trabajo. En la
sociedad ritual la vida colectiva, la fiesta, alcanza a veces —como advierte
Durkheim— una forma excesiva, una especie de desenfreno. Eso sucede cuando el
período de trabajo, es decir, el período de dispersión, es demasiado largo y la
dispersión misma es demasiado extrema. Una fiesta sigue a otra. Hoy es
justamente el trabajo lo que asume forma de desenfreno, sin que se perciba una
necesidad de fiesta y congregación. Por eso la presión para producir conduce a
la desintegración de la comunidad.
A menudo se interpreta el capitalismo como
religión. Pero si se entiende la religión como religare, como vínculo, entonces
el capitalismo es cualquier cosa menos religión, pues carece de toda fuerza
para congregar y mancomunar. Ya el dinero tiene efectos individualizadores y
aislantes. Aumenta mi libertad individual liberándome de mis vínculos
personales con los demás. A cambio de un pago hago que otro trabaje para mí,
sin que yo entable ninguna relación personal con él. Y de la religión es
esencial la calma contemplativa. Pero ella es lo contrario del capital. El
capital no descansa. Conforme a su esencia tiene que trabajar constantemente y
estar en movimiento. El hombre se asimila al capital en la medida en que pierde
toda capacidad de reposo contemplativo. Además, la distinción entre lo sagrado
y lo profano forma parte esencial de la religión. Lo sagrado une aquellas cosas
y valores que dan vida a una comunidad. Su rasgo esencial es mancomunar. El
capitalismo, por el contrario, elimina todas las diferencias al totalizar lo
profano. Hace que todo sea comparable y, por tanto, igual. Engendra un infierno
de lo igual.
La religión cristiana es, en marcada medida,
narrativa. Días festivos como los de Pascua, Pentecostés y Navidad son clímax
narrativos dentro de una narrativa global que genera sentido y da orientación.
Cada día alcanza su tensión narrativa propia y obtiene su relevancia específica
dentro de la narrativa global. El propio tiempo se hace narrativo, es decir,
significativo. El capitalismo no es narrativo. No narra. Solo cuenta. Priva al
tiempo de toda significación. Profana el tiempo reduciéndolo a tiempo laboral.
Así es como los días resultan todos iguales.
Al equiparar capitalismo y religión, Agamben
pone a los peregrinos y a los turistas en un mismo nivel: «A los fieles en el
Templo —o a los peregrinos que recorrían la tierra de Templo en Templo, de
santuario en santuario— corresponden hoy los turistas, que viajan sin paz en un
mundo enajenado en Museo» . En realidad, peregrinos y turistas pertenecen
respectivamente a dos órdenes totalmente distintos. Los turistas recorren
no-lugares vaciados de sentido, mientras que los peregrinos están ligados a lugares
que congregan y vinculan a los hombres. La congregación es el rasgo esencial
del lugar:
“El lugar reúne hacia sí a lo supremo y a lo
extremo. Lo que reúne así penetra y atraviesa todo con su esencia. El lugar, lo
reunidor, recoge hacia sí y resguarda lo recogido, pero no como una envoltura
encerradora, sino de modo que transluce y translumina lo reunido, liberándolo
así a su ser propio”
También la iglesia es un lugar de
congregación. La palabra sinagoga viene del griego synagein, que igual que
symbállein significa «juntar». Es un lugar donde se celebran en común rituales
religiosos, es decir, donde se presta atención, en compañía de otros, a lo
sagrado. La religión como religare es al mismo tiempo relegere, «fijar la
atención». En eso se distingue el templo del museo. Ni los visitantes de los
museos ni los turistas constituyen una comunidad. Son masas o muchedumbres.
También los lugares son profanados al quedar convertidos en sitios dignos de
visitarse o en atracciones turísticas. «Haber visto» es la versión consumista
de relegere. Ahí no se presta una atención profunda. Los sitios dignos de
visitarse o las atracciones turísticas se diferencian esencialmente de aquel
lugar que «translumina lo reunido, liberándolo así a su ser propio». No
producen aquel efecto de profundidad simbólica que engendra una comunidad. Ante
las atracciones turísticas se pasa de largo. No dejan demorarse en ellas, no
permiten ninguna estancia.
En vista de la creciente presión para producir
y para aportar rendimiento es una tarea política hacer un uso distinto de la
vida, un uso lúdico. La vida recobra su dimensión lúdica cuando, en lugar de
someterse a un objetivo externo, pasa a referirse a sí misma. Hay que recobrar
el reposo contemplativo. Si se priva por completo a la vida del elemento
contemplativo uno se ahoga en su propio hacer. El sabbat indica que el reposo
contemplativo, la quietud y el silencio son esenciales para la religión.
También en este sentido la religión se contrapone diametralmente al
capitalismo. Al capitalismo no le gusta la calma. La calma sería el nivel cero
de producción, y en la sociedad posindustrial el silencio sería el nivel cero
de comunicación.
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