Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 50 "YO EN 1985 ERA UN IMBÉCIL. ES MUY PROBABLE QUE AHORA TAMBIÉN; PERO EN 1985 ERA CIERTAMENTE UN IMBÉCIL"... por Eddy W. Hopper

 

"Cosas que no le importan a nadie"… 

Hoy presentamos: "YO EN 1985 ERA UN IMBÉCIL. ES MUY PROBABLE QUE AHORA TAMBIÉN; PERO EN 1985 ERA CIERTAMENTE UN IMBÉCIL"


Tenía 17 años cuando comenzó el Juicio a las Juntas y 18 cuando terminó. Venía de una secundaria sumamente básica; entre los chicos y chicas predominaba el placer por otro tipo de saberes. La escuela secundaria que la clase media vive como trámite, algo así como bautizarse, sacarse sangre, hacer el pre quirúrgico, sacar el registro, el viaje de egresados, anotarse en alguna carrera, esas cosas.

En 1985 cursé el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires y estaba tontamente FASCINADO. La onda entre los que iban a las clases era ESTUDIAR. Los primeros contenidos me zarandearon el esquema anquilosado de práctica judeocristiana: a la par que en Sociedad y Estado nos desasnaban después de tantos años de oscuridad, en Introducción al Conocimiento Científico las proposiciones deseadas iban y venían. Me había llegado una luz, un aviso de universo interminable; a tiempo que una triste y a la vez desafiante certeza: si la ciencia es lo que la comunidad científica dice que es, entonces no hay gran diferencia con la superstición o la religión. Sí: el Método, etc.; pero desde Platón se venía hablando de la posibilidad de captación intelectual directa.

"A ver", planteábamos, en cuestión imposible solo unos meses antes sin que se te rieran o sintieran vergüenza de tu propuesta: "¿qué diferencia hay entre curar la culebrilla rezando una oración secreta y poniendo tinta china, a curar la culebrilla en un sanatorio?" Esas cosas, yo estaba LOCA y me quería tragar todas las bibliotecas.

Ahora tengo 55 años y no sé mucho más que lo que sabía en aquella época. Está bien que provengo de una familia disfuncional, como ya conté; y que soy bastante cobarde y siempre procuré la aceptación del prójimo. Quizás hayan sido esos factores -sobre todo el haber procurado la aceptación del prójimo- lo que me ha llevado a no saber mucho más que en 1985.

Por eso viví "Argentina 1985" con un enorme egoísmo. Sentí pena por mí y lloré por mí.

¿Qué hice en estos 37 años? Buscar mi sustento, acumular zonceras, esperar ser seducido, agotar los límites de la conveniencia.

En especial, esperar ser reconocido, algo que no llegó más que en el ámbito coloquial.

Un egoísmo sin límites, una soberbia culpable y lastimosa.

La gente que trabajó en el Juicio a las Juntas con Strassera tenía más o menos mi edad: 18, veintipico. Me hubiera encantado estar en ese equipo, a pesar de que en mi familia dijeran que Alfonsín era un inútil y que "ya se había bajado los pantalones con EE. UU.".

Después de aquella secundaria mediocre, me formé (tampoco tan sólidamente) en la luz de los Derechos Humanos al calor del alfonsinismo, en esa concepción de la persona humana cuya dignidad inmanente irradiaba el resto de sus manifestaciones y determinaba "lo que se le debe", en términos de Mariano Moreno.

La clase media preponderante que me rodeaba, cuando comentaba estos descubrimientos, incansablemente me reconvenía: ellos habían peleado el mango en la calle, con eso no se come, vos tenés que ser más vivo y ponerte un estudio que haga cosas que se cobren rápido. Así, a la ligera, en abstracto, mientras con el plato de fideos te pasaban más de medio siglo de imposibilidades, terror y determinaciones.

Los años se quemaron. Una vez me compré un departamento, un auto, qué sé yo. Cuando me di cuenta del horror en que había vivido, vendí todo. "Estás loco"; "sí", contestaba. Fui de acá para allá en idas y venidas neuróticas. Viví en el campo: la cosa no fue tan distinta; viví en la playa; menos que menos: de la orilla para acá, el baile de lo humano es tan atroz como en la Punta del Obelisco.

Así que cuando Darín/Strassera dice "todavía hay mucho por hacer", me retrotraje a aquel 1985 en el que, personalmente, tenía mucho por vivir.

Lloré la vida, textualmente hablando. He sido una máquina de generar intrascendencias, de intentos de adaptarme a un orden de cosas regido por las imposiblidades y las miserias. Finalmente, yo también peleé el mango, me arrastré por la simplicidad que está a kilómetros de la complejidad y también fui vencido.

Desde hace 7 años me repongo en la relativa pobreza y en Mendoza, donde extrañamente un poco la regla se ha quebrado y, si bien nada está exento de mezquindades, he encontrado un incipiente éxito en el Test de Encastre con la felicidad posible. Fue Mendoza, pero pudo haber sido Monrovia, el País de Oz, Macondo, Montmartre, Jauja, aquel lugar en que según Swift gobernaban los caballos, la granja de Orwell, el Zaire, Pekín, Ciudad del Cabo o Trulalá. En todos los casos el pensamiento sería el mismo: no sé si mi destino era aquel o este.

Porque si era este, bienvenido. Me quedarán, con suerte, unos 20 o 25 años; hay tiempo para escribir unos 20 o 25 libros.

Pero si era aquel... en fin, esta notita que hago bien puede servir de despedida. Cuando uno escapa del destino, ENCUENTRA su destino, o muere. El antihéroe trágico.

Así que puede ser que todavía siga siendo aquel imbécil de 1985, recién salido de una escuela secundaria insuficiente donde era más la onda chupar cerveza cerca de las vías o ratearse que saber qué onda las Ecuaciones Bicuadradas, el paso del Rubicón, las incomodidades del Tiro Oblicuo o el Grupo de los Cinco de César Cui, Balakirev, Borodin, Rimsky-Korsakov y Modesto Mussorgsky.

Con todo esto, supongo que no hablo ni me lamento solo por y de mí. En cualquier caso, me toca buscar cuál fue el grano de arena que no puse para que hoy no seamos lo que somos; o -a fin de no herir susceptibilidades siempre irritables- lo que soy.

No es imposible que la respuesta sea: "Eddy, no había ningún grano de arena".

 


*Eddy W. Hopper. Abogado


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