Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 48 Los invitamos a ingresar al universo de Witold Gombrowicz con FERDYDURKE PDF
La solemnidad se combate con el
pecado de la ironía, el sarcasmo o la carcajada. El falso conde polaco Witold
Gombrowicz (1905-1969) fue el escritor que metió las patas en la fuente de la
literatura argentina para despeinarla y desacomodarla. “No se puede escribir
como Gombrowicz. Se corre el peligro de enmudecer, de idiotizarse en el fuego
de la risa”, decía Germán García), tal vez el escritor argentino
más gombrowicziano, que reconoció tempranamente la influencia del autor
de Ferdydurke. “Gombrowicz es un contemporáneo”, subraya Fabián Casas .
“Un contemporáneo es alguien que está corrido, que tiene en cuenta también el
pasado; no es una persona actual. El contemporáneo está presente de una manera
como no está presente nadie, es decir ve el futuro, pero sabe que no lo va a
poder habitar; es como esos amigos terribles que conocemos en la infancia y
nuestros padres nos desaconsejan que tratemos, pero sabemos que son esenciales
para nuestra supervivencia”. El escritor polaco, acaso condenado a ser
forastero en todas partes, “un mentiroso difícil de encasillar”, irreverente e
inmaduro, jaqueaba el sistema desestimando ser categorizado bajo el yugo de
identidades de las que rehuía. “Yo no idolatro la poesía, yo no soy
excesivamente progresista ni moderno, yo no soy un intelectual típico, yo no
soy nacionalista ni católico, ni comunista ni hombre de derecha, yo no venero
ni a la ciencia ni al arte ni a Marx. ¿Qué soy, entonces? La mayoría de las
veces soy simplemente la negación de todo lo que afirma mi interlocutor”,
planteaba Gombrowicz, que consiguió ser adorado por los jóvenes y ninguneado
especialmente por el grupo Sur, con la honrosa excepción de Carlos Mastronardi.
El excéntrico polaco vivió en minúsculas pensiones de la ciudad y se negó a
compartir su habitación “por miedo a ser estrangulado mientras dormía”, como
recordaba Alejandro Rússovich, mientras escribía Transatlántico (1951).
La historia de cómo se tradujo su novela Ferdydurke, publicada en Polonia
en 1937, en el café Rex, sobre la calle Corrientes, es digna de ser evocada una
y otra vez. Por el vértigo, la impertinencia, la frescura de no rendirle
cuentas a nadie y responder solo a los imperativos del deseo. En ese
emblemático café, un comité de aventureros, encabezado por el escritor cubano
Virgilio Piñera, tradujo la novela en 1946; una tarea descomunal y compleja
porque no fue fácil trasponer al español el texto de un escritor polaco que
sabía un par de palabras en español –“mi castellano es un niño de pocos años
que apenas sabe hablar”, admitió- con la ayuda de un puñado de entusiastas
latinoamericanos que apenas balbucean algunos torpes vocablos en polaco. “A
veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera
de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para
comprobar qué quedará de ellos entonces. Cuando uno carece de medios para
realizar un estudio sutil, bien enlazado verbalmente, sobre, por ejemplo, las
rutas de la poesía moderna, empieza a meditar acerca de esas cosas de modo más
sencillo, casi elemental y, a lo mejor, demasiado elemental”, reflexionó
Gombrowicz en la conferencia “Contra la poesía”, pronunciada el 28 de agosto de
1947 en el centro cultural Fray Mocho. “¿Por qué no me gusta la poesía pura?
Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar ‘puro’. El azúcar
encanta cuando lo tomamos junto con el café, pero nadie se comería un plato de
azúcar: sería ya demasiado. Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de
la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza,
exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto
químico”, explicaba el escritor polaco.
A más de 50 años de su muerte, la
obra de Gombrowicz parece tan actual, que le “habla” a nuestro presente. “Tengo
la sospecha de que Gombrowicz vivió, pensó y actuó a destiempo siempre, y que
en ese sentido, de algún modo, es más fácil encontrar lectores para su obra hoy
que hace cincuenta años”, advierte el escritor Nicolás Hochman, autor
de Incomodar con estilo. El exilio de Gombrowicz en Argentina. “No quiero
decir que fuera un adelantado a su época -no sé qué es eso-, pero sí que sus ideas
iban por otros carriles, con los que hoy nos podemos sentir particularmente
interpelados. Creo que la manera en la que Gombrowicz piensa cuestiones como el
nacionalismo, la identidad sexual, la juventud y la ruptura de las formas es
algo absolutamente actual, que pone en cuestionamiento lo que sabemos, lo que
queremos, lo que creemos”. “No conozco a ningún autor más irreverente, siempre
fuera de lugar, que Gombrowicz”, afirma Hochman. “Pablo Gasparini, un
investigador rosarino que vive en Brasil hace tiempo, dice algo que me parece
muy atinado, y es que Gombrowicz era desubicado en un doble sentido: en el de
ser un maleducado cada vez que podía, y en el de estar literalmente sin
ubicación geográfica en el mapa. Esto se puede pensar en cualquier momento de
su vida: en Polonia, acá, cuando volvió a Europa. Lo interesante es que de esa
desubicación, de esa provocación sistemática y sin respiro, hizo un estilo, una
obra y un modo de vida. La desubicación, para Gombrowicz, es una manera de
pensar, de actuar, de sentir, de interpelar, de movilizar al otro. Es
desagradable, desde luego, pero muchas veces necesario”. La programación de uno
de los Congreso cuando el cincuentenario de su fallecimiento incluyó el inciso
“Gombrowicz versus Borges”, un juego por equipos en el que jugarán Verónica
Boix, Santiago Craig, Patricia Funes, Ezequiel Mandelbaum, Pablo Martínez
Burkett, Marcos Mayer, Juan Olcese y Marcos Urdapilleta. “El objetivo es
determinar cuál de los dos es el mejor escritor de la Argentina –agrega Hochman-.
Es un chiste, claramente, porque sabemos que el mejor era Gombrowicz, pero nos
parece que de ese chiste pueden salir muchísimas reflexiones y preguntas mucho
más profundas, que sirvan para repensar algunas cuestiones sobre cómo miramos y
pensamos la construcción del campo literario en Argentina. En el equipo de los
borgianos –que se enojan por esa i, pero así son las reglas- están Funes,
Mandelbaum, Mayer y Martínez Burkett, y en el de los gombrowiczianos Boix,
Craig, Olcese y Urdapilleta. Nos divierte mucho que el juego sea en el Espacio
Borges de la biblioteca Miguel Cané, porque tenemos la intención de que los
locales se sientan incómodos y fuera de la zona de confort”. El escritor polaco
–que nunca dejó de escribir y de declararle la guerra, sin subterfugios, al
ambiente literario oficial y a sus más encumbrados representantes- dijo que
Borges hacía una literatura abstracta, como corresponde a la condición de un
ciego. Es curiosa la reacción de Borges que, alejado de su refinada ironía y
más próximo al exabrupto, menospreció a Gombrowicz: “Es un invento de
Mastronardi”.
Matar a Borges
Más allá del juego, ¿qué consecuencia
tuvo ese enfrentamiento entre Gombrowicz y Borges? ¿Quizá impidió que se lo
leyera más al escritor polaco? Para Hochman ese enfrentamiento no existió. “El
grupo Sur se ocupó de ningunear a Gombrowicz de la manera más elegante:
ignorándolo. Gombrowicz quería hacer de Borges un enemigo, y del otro lado
estaba (Adolfo) Bioy Casares diciendo que leer a Gombrowicz no ameritaba el
esfuerzo de estirar el brazo hacia la biblioteca para buscar un libro suyo
–recuerda uno de los organizadores del Congreso-. Más allá de las chicanas,
nosotros, que somos hijos de Borges, que nos formamos con él, que lo admiramos
y lo resistimos al mismo tiempo, estamos convencidos de que es necesario
atravesar las discusiones que surgen en la literatura desde diferentes
ejes. Hay una anécdota, probablemente apócrifa, que dice que cuando
Gombrowicz se estaba yendo de Buenos Aires, mientras saludaba desde el barco, que
se alejaba, les gritó a sus amigos ‘¡Maten a Borges!’, y que esas fueron sus
últimas palabras en Argentina. Más allá de si eso es cierto o no, es muy
gombrowcziano, y las lecturas que se pueden hacer de eso son muchas y muy
productivas, parricidio mediante”.
Aire fresco de la cuarta vanguardia
Casas afirma que hay una cuarta
vanguardia en la literatura argentina: la inicia Gombrowicz, pasa también por
Hebe Uhart, y la culmina César Aira. “El escritor norteamericano Richard Piglia
–ironiza Casas- en su estudio sobre las tres vanguardias no la tuvo en cuenta
porque precisamente Aira es un escritor que viene a confrontar su literatura;
entonces es difícil que un escritor analice o ubique determinadas vanguardias
que vayan en contra de su propia estética. Sería genial que algún día surja un
escritor que incluya en sus estudios de vanguardia a las vanguardias que no le
convienen. Gombrowicz inicia una vanguardia que culmina, por ahora, en Aira”.
Los ecos de su conferencia “Contra la poesía” regresan a la manera de un
fantasma impertinente que habla la lengua indómita de nuestro tiempo. “Que me
disculpen los poetas. Yo no los ataco para molestarlos y gustoso tributaré
homenaje a los altos valores personales de muchos de ellos; sin embargo ya se
ha colmado el cáliz de sus pecados. Hay que abrir las ventanas de esta
hermética casa y sacar sus habitantes al aire fresco, hay que sacudir la
pesada, majestuosa y rígida forma que los abruma (…) Mis palabras están
destinadas a la nueva generación. El mundo se vería en situación desesperada si
cada año no entrase un nuevo contingente de seres humanos, frescos, libres del
pasado, no comprometidos con nadie ni con nada, no paralizados por puestos,
glorias, obligaciones y responsabilidades, seres, en fin, no definidos por lo
que ya han hecho y, por lo tanto, libres para elegir”.
Por Silvina Friera para Página 12
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