Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 48 ¿Qué es la contracultura? y La cultura del sacrificio .. por José Daniel Arias Torres
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Entenderemos por contracultura lo siguiente:
Hablaremos de contracultura, o de cultura a la
contra, para referirnos a aquellas expresiones culturales que de algún modo se
enfrentan, explícita o implícitamente, a las corrientes culturales hegemónicas
[…]Planteando unas formas de entender la vida distintas a las hegemónicas en un
sistema social dado, ya sea claramente a la contra, ya sea al margen del mismo sistema,
lo que no presupone nada acerca de que posteriormente, por lo menos algunos de
sus elementos, pueden llegar a formar parte de discursos hegemónicos. (Romani,
p.1. 2005)
Una contracultura, entonces, tiene su
potencial de ser, o su principio posibilitador en la hegemonía, el
entendimiento de esta no se debe de limitar a un elemento meramente económico y
de clase en el estricto sentido técnico, es decir, si bien la hegemonía está
conformada por élites sociales y estas tienen su expresión máxima en los
sistemas de producción, esto no es lo único que conforma al término
“hegemonía”, pues también se debe de considerar en su interior al sistema mismo
y sus instituciones más allá de la mera fábrica, instituciones como las
cuestiones educativas y religiosas, a los mecanismos moldeadores de opinión
pública como lo son los medios de comunicación, al sistema jurídico que
sostiene y da legitimidad al sistema, que lo justifica, que lo reproduce y lo
reafirma a través de las leyes, a la industria cultural y del entretenimiento
y, más recientemente, a las nuevas tecnologías que encierran al sistema mismo
en un aparato que cabe en los bolsillos.
La hegemonía supone la aceptación pública de
un sentido de vida dado por un discurso articulador, es decir, esta hegemonía
articula identidades a través de un sentido general y con ello, una dirección
histórica particular.
Gramsci define la hegemonía como “dirección
política, intelectual y moral”. Cabe distinguir en esta definición dos
aspectos: 1) el más propiamente político, que consiste en la capacidad que
tiene una clase dominante de articular con sus intereses los de otros grupos,
convirtiéndose así en el elemento rector de una voluntad colectiva, y 2) el
aspecto de dirección intelectual y moral, que indica las condiciones
ideológicas que deben ser cumplidas para que sea posible la constitución de
dicha voluntad colectiva. (Giacaglia, p.153. 2002)
Una contracultura, entonces, es un fenómeno y
expresión social de sujetos políticos inconformes que forman su identidad a través
de la negación de la identidad hegemónica, de sujetos políticos que no se
sienten parte del discurso hegemónico y, por lo mismo, de la dirección
histórica tal cual se encamina, una contracultura, como la descomposición del
nombre lo indica, es una cultura que va en contra de la cultura hegemónica, de
los cánones estéticos, de las formas de relacionarse con otros y con el
entorno, implica una proyección de vida diferente a la pactada discursivamente,
en síntesis, una negación de una identidad y sentido general y dominante y la
propuesta de otras formas y esquemas axiológicos.
A pesar de lo radical que lo anterior se
muestra, lo cierto es que una contracultura no es necesariamente un agente
revolucionario y estas identidades alternas, generalmente urbanas, pueden no
vincularse políticamente y socialmente, lo que las focaliza en grupos al margen
o fuera del sistema, sin representar realmente un fuerza políticamente
organizada con una agenda común y con aspiraciones para hacerse con el poder y,
con ello, con el monopolio del discurso y del sentido, una contracultura puede
limitarse a ser una forma de identidad diferente que surge, generalmente, al
interior de las ciudades, las que a su vez, en este sistema, albergan el grueso
de la cultura y de los valores al ser el epicentro económico y político del
sistema, es natural que las negaciones a este y la necesidad de diferenciación
de sujetos que no se sienten parte de la vinculación discursiva, de igual
manera surjan, en la contemporaneidad fundada en las ciudades, al interior de
estas mismas como una fuerza contrahistórica, es decir, contraria a la
dirección trazada por el poder, en este sentido, una contracultura antes que
revolucionaria, en el entendimiento de que esta parte de una organización
política, es una postura de rebeldía frente al sistema que no necesariamente
tiene que ir en contra de la totalidad de sus axiomas, sino contra
algunos específicos, en contra de ciertos valores o en la profundización e
intensificación de estos mismos. En la contracultura no es imperativa la
organización social, pues esta misma puede fundarse en la individualidad; en la
individuación más precoz del propio individuo. En este sentido, una tribu
urbana está integrada por sujetos que comparten una identidad, pero estas mismas
se forman a través de la necesidad de una expresión individual y de un sentido
de diferenciación del grueso colectivo que homogeneiza a través de ideales de
vida en conjunto con sus valores, al mismo tiempo que sigue vigente la tensión
que esta diferenciación individual tiene con la necesidad de un sentido de
pertenencia a un grupo, como diría Byung-Chul Han en su libro “En el enjambre”,
un grupo de individualidades sin vinculación colectiva real que se encuentran y
hacen un enjambre; las formas de vestir, de comportarse y de pensar que
caracterizan e identifican a estas tribus urbanas, están formadas por sujetos
que buscan un sentido y una identidad ajena a la hegemónica, al mismo tiempo
que persiguen su propia diferenciación e individuación, como lo fue el caso de
los hippies en Estados Unidos durante la década de 1960.
La contracultura parte de una crítica a la
tecnocracia, un sistema social en el que, alega, las sociedades industriales
capitalistas y socialistas han terminado convergiendo. Se trata del momento en
que una sociedad industrial alcanza su máximo nivel de integración histórica.
(Dezcallar, p.213. 1984)
La contracultura de 1960, como se puede
apreciar, es un postura contra la tecnocracia, entendiendo a esta como el
gobierno de la técnica, que termina traduciéndose en una instrumentalización de
la vida y junto a ella, a la instrumentalización del ser humano cuyo valor solo
se mide en tanto producción y eficiencia, sin embargo, antes que ser un ser
humano, es una herramienta dispuesta a la industria y como tal, su dignidad y
valor humano, pasan a un segundo plano, esta instrumentalización de la vida,
repercute en todas las dimensiones sociales y es lo que termina por provocar la
explotación del medio y del ser humano al ser vistos como meros instrumentos,
medios y fines, cuya máxima importancia reside en la razón ilustrada
occidental, la cual se interpreta como una razón de mercado y de
ganancias por el mínimo costo.
Sin embargo, a pesar de la enorme movilización
de personas a lo largo de ambas costas de Estados Unidos, los hippies solo
representaban una afrenta para la clase política conservadora de los Estados
Unidos, una clase que había aprendido a gobernar en tiempos de guerra mundial y
que pretendía continuar gobernando con las mismas técnicas, sin considerar que
las generaciones activas ya no eran las mismas y los jóvenes ya no empatizaban
con los viejos discursos y las tradicionales formas de hacer las cosas y de
vivir la vida, en este sentido, la afrenta directa era al partido político en
el poder, pero de ninguna manera al establishment, uno que hallaba en el
individualismo y la libertad sus valores fundantes, al ser la sociedad
estadounidense, una sociedad que deposita su sentido y razón de ser, en estos
valores. El surgimiento de los hippies, principalmente formado por jóvenes, en
contraposición con la vieja clase política, fue un choque generacional más que
ideológico, de ahí que la guerra de Vietnam fuera una que no gozara del
fundamental apoyo público, pues si Estados Unidos había sido el país victorioso
de la guerra (la URSS fue materialmente afectada por esta) y había erigido todo
un complejo internacional de regímenes institucionales, apostando por la teoría
liberal/institucional por sobre la realista, siendo así las instituciones su
forma de proyección de poder a través del softpower, que pretendía atraer a los
países a su satélite a través de la democracia y la libertad proyectada por sus
instituciones, siendo así ¿Por qué la vieja clase política seguía hablando de
una guerra tradicional? Era un choque de entendimientos, la generación realista
se enfrentaba a la generación liberal, siendo ambas, parte de una misma
sociedad.
La gran mayoría de los participantes en
manifestaciones, marchas u otros actos semejantes protestaban contra unas
determinadas relaciones de poder existentes en USA, pero sin conectarlas
inmediatamente con el estado de las relaciones de producción en la sociedad
norteamericana[…]Existe, por tanto, en el plano de los valores un
individualismo de base, dentro del cual podrían distinguirse dos corrientes: la
vitalista y la que podríamos llamar simplemente individualista. Ambas marcan
las coordenadas axiológicas fundamentales de la contracultura. (Dezcallar,
P.p216-219. 1984)
Este breviario carente del momento hippie, fue
solo el pretexto para ejemplificar que las contraculturas no son, ni tienen por
qué que ser agentes revolucionarios y que estas mismas, pueden actuar desde un
impulso egocéntrico en el que, el beneficio al otro, es un efecto secundario de
la persecución de mi propio bienestar individual, estar contra el sistema, o al
margen del mismo, no necesariamente implica cambiarlo, pues cambiarlo, al menos
en este enfoque, significa que la propia contracultura pierde su razón de ser.
En el caso de los hippies, el desenlace es la propia integración de los sujetos
al sistema, a través de un mercado que se abría a la diferencia y que expresaba
a las personas a través de la identificación de estas con productos
personalizados, pero también con políticas públicas.
Si bien Horckheimer y Adorno dieron un trazo
de la sociedad tecnocrática e industrializada y a pesar de que esta industria
pesada continúa existiendo en nuestros días, el capitalista continua ejerciendo
su poder sobre las demás clases, la división de trabajo continúa vigente y las
maquilas y ensambladoras son un tema político y económico principal en regiones
como América Latina, África y el Sudeste asiático, en definitiva, la industria
pesada es más fuerte y eficiente que antes, los avances técnicos acortan el
tiempo y las distancias de producción y de traslado, se abastece diariamente un
enorme mercado hecho para el consumo acelerado, un mercado de esta naturaleza
demanda de industrias capaces de abastecer las demandas al mismo tiempo
que las crea, vivimos en un capitalismo hiperacelerado, uno que ni siquiera
durante la pandemia mostró síntomas de desgaste en el sentido productivo –pues
en el sentido político el sistema fundado en el capitalismo se ha cuestionado
duramente- la expansión tan grande de industrial de los servicios digitales
como lo es Amazon o Alibaba, dan muestra de que el capitalismo y su producción
no se detuvieron ni se detendrán, claro que se puede cuestionar quiénes
realmente tienen acceso a esta clase de productos y servicios y quienes son los
que han sido integrados al modelo, no obstante, una aproximación al sistema nos
revela que este, si bien, durante algunos meses se desaceleró en algunos
sectores, se aceleró en otros más.
A pesar de lo anterior, a pesar de que la
industria continúa siendo un motor fundamental del capital, lo cierto es que, a
diferencia de la época desde donde Horckheimer y Adorno escribían, hoy en día
el paradigma ya no se encuentra en la industria pesada, sino en la industria de
las tecnologías de la información y en la realidad digital que estas crearon.
Esta es la industria que sustituyó a las grandes maquilas de Syllicon Valley,
esta es la nueva industria hacedora de una hegemonía cultural, moldeadora de
opinión pública, la nueva industria que modifica las relaciones sociales, la
economía y la política misma, una metarealidad que tiene su repercusión directa
en la realidad, pues a pesar de que el ciberespacio continúa siendo, en la
teoría, un entorno libre de regulaciones, lo cierto es que los grandes representantes
del capital digital cuentan con el monopolio factico de este espacio, lo
norman, lo regulan y lo censuran a través de un contrato que se da entre red
social-usuario, o más en su generalidad página web-usuario, en definitiva hay
códigos de comportamiento y normas básicas a cumplir dentro de estos nuevos
entornos, el que no existan leyes, o una gobernanza del internet, no significa
que al estar al interior de la web, no se navegue entre feudos económicos
digitales, tampoco significa que la política no esté presente a su interior, al
contrario, está tan presente que influye en la opinión pública y en las
tendencias sociales al grado de ser capaces de medirlas y pronosticarlas a
través de algoritmos, producto de la bigdata. La vida se ha modificado, junto a
ella sus paradigmas, el ciberespacio pasa a ser uno de los principales
elementos políticos y politizantes, informativos y desinformativos,
democráticos y antidemocráticos, es creador de sus propias realidades, con la
capacidad de impactar en la realidad y la visión que se tiene de esta, de
modificar las interacciones y, junto a ellas, las formas de poder, de
dominación y de resistencia, pero también las formas políticas, económicas y
sociales.
El cyberpunk es un género considerado
contracultural dentro de la literatura, nacido con William Gibson, las
producciones culturales que usan al cyberpunk como paradigma, como
potencia creadora de realidades, han sido abundantes, solo hay que mencionar a
películas y animes como Matrix, Ghost in the Shell, Akira, Tron, Phsycho pass,
Blade Ruuner o Serial experiments Lain. El atractivo que el cyberpunk
ofrece al público es el arribo del horizonte tecnológico que deja de serlo y se
adhiere a la vida cotidiana, que se entremezcla en la vida subjetiva y social
al grado en que ésta más que producir tecnología, se encuentra producida por
ella, la tecnología como nuevo paradigma de lo humano, más allá de la religión
o de la ideología, aunque esta misma, se encuentra siendo usada como
herramienta de mega corporativos, líderes fascistas o radicales religiosos, sin
embargo, esta misma, a pesar de ser un mecanismo de control y de vigilancia, se
encuentra mucho más allá de ellos, esta misma se encuentra en un territorio de
los post-humano, en donde estas mismas inteligencias artificiales comienzan a
trascender la barrera del no ser, a la del ser, es decir, comienzan a tener
consciencia.
El futuro que sus novelas imaginan, es uno en
donde corporaciones multinacionales controlan la economía mundial, la plaga
urbana ha devorado al campo, el crimen y violencia son eventos inescapables de
la vida urbana y la tecnología ha moldeado los modos de conciencia y
comportamiento[…] En este escenario, no solo la red de información se ha vuelto
mercancía […] Cualquiera que se deje de mover, rompe el flujo de información, o
cae del delicado balance requerido en este cibernético orden, es vomitado
entero fuera del sistema – una eventualidad que es conmensurada con muerte y
desmembramiento.(Sponsler, P.p.626-629. 1992)
La era digital arribó a la cotidianidad desde
entrado el segundo milenio de la era moderna, la vida misma fue modificada bajo
sus preceptos, en definitiva, la vida no fue la misma. A pesar de que el arribo
de la tecnología en nuestra vida siempre fue un fenómeno que se experimentó con
el mejoramiento de la técnica, lo cierto es que el internet ha significado la
entrada a la vida de una nueva realidad y, como tal, ha involucrado un cambio
intensivo y acelerado de lo humano, desde la erradicación de las distancias
entre los sujetos, la aparente reducción de la frontera que divide al ciudadano
del gobierno, la resignificación de un nuevo categórico ontológico como lo es
el de “usuario”, categórico también político, hasta llegar a los mercados
financieros que tienen su imperio en el ciberespacio, las mayores cantidades de
dinero no se mueven físicamente a través del comercio, sino a través de estos
mercados.
El ciberespacio es y no es una extensión de la
realidad, lo es porque su materia prima, los categóricos con los que trabaja,
tienen su materia prima en la realidad material, de igual forma, intensifica y
acelera los procesos de esta misma, no lo es porque el ciberespacio comienza a
generar sus propias dinámicas y su propia realidad, así como el sueño es y no
es parte de esta realidad, también lo es el ciberespacio.
El ciberespacio, una “alucinación consensuada”
[…] Una representación gráfica de datos abstraídos de los bancos de toda
computadora en el sistema humano. Impensable complejidad. Líneas de luz
extendidas en el no espacio de la mente, racimos y constelaciones de datos.
Como luces de ciudad retrocediendo. Más importante, el ciberespacio desdobla un
nuevo espacio social y psicológico, una apertura a nuevos patrones de
comportamiento e interacciones humanas. (Sponsler, p.634. 1992)
El cyberpunk habló del ciberespacio
desde antes de que este irrumpiera en la vida cotidiana, adelantado a su época,
supo vislumbrar los cambios que la vida humana sufriría debido este mismo. Como
dice Roger Burrows en Imaginig cities:
La tecnología informática se desarrolló para
promover y acelerar la comunicación y, sin embargo, de alguna manera el efecto
es de desconexión y distancia. Las personas están cada vez más encerradas en el
aislamiento de sus hogares (no es seguro salir) y solo hacen contacto con el
mundo exterior a través de telecomunicaciones y sistemas informáticos de
información en red. (Westwoods, p. 243. 2005)
La esfera de lo privado se agranda al mismo
tiempo que lo público cede paso en un sentido real y material, sin embargo, en
el ciberespacio se vive un régimen totalitario de los público, de la
exhibición, en ese entorno virtual no existe la privacidad, pues hasta cuando
se apagan las cámaras, se apagan los micrófonos y se hacen las cuentas
digitales “privadas”, se está siendo vigilado, no necesariamente por personas,
sino por algoritmos. La exposición es un imperativo necesario para quien se
conecta a la red, solo exponiéndose se puede ser y estar en esa metarealidad,
el ser se abre y se hace transparente en el sentido al que hace referencia
Byung-Chul Han. Las relaciones se focalizan a través de algoritmos y estas
fluyen entorno a lo idéntico. La llegada del internet durante años se promovió
como la promesa democratizadora al poner al alcance general cuestiones antes reservadas
para las élites, sin embargo, hoy en día, los pronósticos del cyberpunk
han mostrado ser en su generalidad correctos, el internet, el ciberespacio, a
pesar de no estar gobernado en el sentido tradicional del concepto, es
manipulado constantemente, los algoritmos politizan al sujeto, lo catalogan y
focalizan de acuerdo a sus intereses e inclinaciones, los algoritmos son
creadores de consumidores y catalogadores de estos mismos, el sujeto queda
encerrado en barreras de datos que le impiden, subliminal y simbólicamente,
salir de su grupo focal, cada sujeto lleva consigo sus propias fronteras y cada
sujeto, es al mismo tiempo, la propia frontera de otro más, cada sujeto es
localizable y plenamente identificable, la autenticación del sujeto en el sistema
ya no es una orden de Estado, sino una decisión voluntaria, es una sociedad aún
más eficiente y controlada que la descrita por Michel Foucault, la democracia
queda erradicada, pues no es la pluralidad de ideas lo que fluye en el
ordenador de las personas, sino la visión unilateral del mundo impuesta por los
algoritmos, reduciendo al sujeto a una perspectiva unidimensional de una
realidad multidimensional.
Byung-Chul Han habla de la sociedad de la
transparencia y del panóptico digital, ese en el que todos somos celadores y
prisioneros, pero los creadores del cyberpunk hablaban de ello muchos
años antes, como muchas expresiones artísticas se adelantan a los teóricos.
Actualmente vivimos conectados, la actual
contingencia ha intensificado esta misma conexión que nos hace más
transparentes y acelera al capitalismo mismo. La pandemia ha sido el motor
perfecto para conectar a esos que aún no podía conectar y para integrar sus
datos al sistema ensanchando a este mismo, esta resistencia negativa (en
sentido en que la resistencia tiene su origen en la inacción u no en la acción)
surgida de la no integración al sistema, es vencida cuando la integración a
este se hace un imperativo de vida para poder existir ante la sociedad ya
integrada y ya convertida en datos. De la misma forma en que Foucault postulaba
esta máxima “El conocimiento es poder” haciendo referencia a los discursos
hegemónicos que se postulaban como verdades y esos grupos que poseían el
monopolio del discurso detentaban la verdad y por ende las formas de
conocimiento, hoy en día esa máxima ha evolucionado, la información es control,
la información está contenida en datos, ya no es necesario el conocimiento,
sino su fragmentación en datos, haciendo de esta algo más manipulable, y
nuestra información ya fluye diariamente por la red.
Vivimos una simbiosis de primer nivel con las
tecnologías de la información, si bien estas aún no forman una parte orgánica
de nuestro cuerpo, estas ya nos son indispensables para vivir al menos a un
nivel social, son una extensión de la persona, ya no se puede trabajar ni
estudiar sin estas mismas y poco a poco las relaciones sociales son mayormente
integradas a la lógica digital, hoy en día y por la pandemia, las relaciones
físicas fueron momentáneamente abolidas y apreciamos, por primera vez, el
imperio de las relaciones digitales y la fuerza que este adquiriría. Podemos
apreciar la actual pandemia como el preludio de todas las modificaciones
sociales por las que la humanidad pasará, la fundación de instituciones digitales,
algún nuevo contrato social entre sociedad y ciberespacio, tal vez o la defensa
de la ilusoria anarquía de la red que ya se gobierna a través de enclaves que
regulan y censuran.
Cyberpunk "borra las fronteras entre
consciente e inconsciente, realidades físicas y fenoménicas, sujeto y objeto,
individuo y grupo, realidad y simulacro, vida y muerte, cuerpo y sujeto, futuro
y presente " (Sponsler, p.635. 1992)
La experiencia digital cada vez se percibe más
como una experiencia de la realidad, haciendo más estrecha la frontera que
divide a ambas y que, durante un tiempo en el pasado, fueron perfectamente
distinguibles. El ser humano-maquina, hoy en día es un ser humano-digital que
se representa y de produce a sí mismo a través de estándares idílicos,
maximizando aquellas características que se consideran buenas o estéticas y
omitiendo o reduciendo esas que son consideradas malas, siendo, al final, un
simulacro de sí mismo, en el que realidad y representación se confunden.
El cyberpunk es el molde de la realidad,
y nosotros sus protagonistas, en ese sentido, aún hay esperanza, pues mientras
exista un yo, existen consciencia y mientras exista consciencia, se sabe que
los seres son más que meros datos y nodos de la red manipulables, la pregunta
urgente es si seremos capaces de sobreponernos a la somnolencia en la que nos
encontramos antes de caer dormidos y entregarnos al sueño, o si, al contrario,
seguiremos cayendo en cada paso histórico hacia el sueño.
Bibliografía
Curtis, A
(Mundo equilibrio). 25 de noviembre del 2017. El siglo del yo/ Cap.3/ Un
policía en nuestras cabezas que debe ser destruido. Sitio web:
https://www.youtube.com/watch?v=CvppZroQ1bI&t=489s
Sponsler, C. Cyberpunk and the Dilemmas of Postmodern Narrative: The Example of William Gibson. Contemporary Literature. Vol. 33, No. 4 (Winter, 1992), pp. 625-644. University of Wisconsin Press.
Giacaglia, M. (2002). Hegemonía. Concepto clave para pensar la política. Tópicos, (10), 151-159.
Romaní, O., & Sepúlveda, M. (2005). Estilos juveniles, contracultura y política. Polis. Revista Latinoamericana, (11).
LA CULTURA DEL SACRIFICIO
Imagen: Steve Cutts
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"Existe una culpa generalizada
en el disfrutar de la vida fuera del espacio laboral, y es que, si actualmente
cualquier espacio y tiempo se convierte en espacio y tiempo productivo,
cualquier disfrute de la vida se hace un escape que rompe las normas corporativas"
- José Daniel Arias Torre
¡Abraham!
Y él le dijo:
—Aquí estoy.
Luego Dios dijo:
—Toma a Isaac, tu amado hijo único, ve a la tierra de Moria y ofrécelo
como un sacrificio que debe quemarse completamente, en la montaña que yo te
indicaré. (Génesis 22)
Este pasaje bíblico nos muestra a un
Abraham que, sin objetar, le entregaría a su hijo a Dios, porque ese fue el
mandato, y porque la palabra de Dios, es un verbo imperativo. La obediencia que
Abraham muestra es recompensada con una familia, o tribu, que se repartiría por
el mundo, y que estaba llamada a ser el pueblo elegido de dios. Abraham hace de
su hijo, Isaac, un cordero, un símbolo de obediencia, y un tributo o sacrificio
a Yahvé. Abraham, de esta forma, mataría a su único hijo por obediencia ciega,
sabiendo que la palabra de Dios, por ser absoluta, está lejos del entendimiento
y del trazo de los planes humanos.
Cuando Dios ordena que Isaac se haga
cordero, nos hace pensar en una anunciación previa de lo que Jesús sería, al
mismo tiempo, nos muestra que la obediencia ciega y el amor a dios sobre todas
las cosas tiene una jerarquía bien definida, en donde la prohibición de matar
estipulada en los diez mandamientos, queda supeditada al amor a dios que un ser
humano debe de tener, No matarás, excepto cuando es por amor a Dios.
Poco importa que Abraham haya sido
detenido por el ángel antes de darle fin a la vida de Isaac, y que el homicidio
haya sido inexistente, la intención y decisión fueron tales que calificaría
como intento de homicidio, es decir, la premeditación y ejecución de este hacen
tan culpable a Abraham como a un homicida, en esencia, Abraham mató a Isaac,
aunque no lo haya hecho.
La idea de sacrificio judeocristiano,
se propagó en occidente a través de las guerras y procesos de conquista y
coloniales, el sacrificio presente en Cristo que es dios hecho hombre y hombre
hecho cordero, para la salvación del mundo y el perdón de sus pecados, es una
idea tan vigente, que se oculta en las instituciones/cultura occidentales
aparentemente laicas, en esencia, los procesos que se presentaron como
revolucionarios, en donde la iglesia y el Estado fueron separados, en realidad
fueron procesos reformistas en donde el Estado absorbió el rol y esquema
axiológico de la iglesia, sin poner en cuestionamiento los valores que le daban
su base a la sociedad, haciendo al final de la iglesia, un símbolo remanente
que delataría continuidad histórica, pero cuyo poder sería paulatinamente
entregado a la figura del Estado, de esta forma, el sacrificio de las
sociedades judeocristianas, pasaría de ser entregado a Dios, para pasar ser
entregado aún a Dios, pero también al capital, convirtiendo al abstracto de
capital, en una figura similar a Dios, cuya frontera se desvanecería.
El capital y la evolución del dogma
de sacrificio judeocristiano, formarían un complejo hegemónico complementario,
en donde un creyente pasaría a ser el mejor de los obreros, por la idea de
tener que sufrir para ganarse la eternidad, así los preceptos de sumisión a
Dios, pasaron a ser preceptos de sumisión al capital.
Es cierto que en la tradición
judeocristiana los bienaventurados son aquellos menos favorecidos por el mundo,
por no decir que miserables y excluidos, y que la redistribución de los
recursos y el desapego a los bienes materiales son un camino a la salvación, no
obstante, esos son preceptos que permean en las sociedades capitalistas de
occidente en un segundo plano, por no decir que de forma simulada -Simulación
para Baudrillard es fingir tener lo que no se tiene-, y estos pasan de ser
esencia del comportamiento humano, a ser píldoras morales y estructuras
complejas que permiten que la explotación se reproduzca como ciclo, legitimando
esta misma a través de discursos.
Empresarios multimillonarios que han
hecho su riqueza a través de una extracción acelerada de valor, en plena era de
la información, dan como altruistas enormes donativos que impactan con sus
cifras a los medios de comunicación, de esta forma, compran temporalmente su
santidad, la cuestión de fondo no son los enormes donativos, sino el hecho de
que estos mismos forman parte de un sistema de capital, en donde tan pronto se
otorga el donativo, el valor de una empresa se eleva, recuperando y
sobrepasando en breve espacio de tiempo la “perdida”, llegando las ganancias
con un importante valor moral agregado que legitima su riqueza, y los aparta de
todo cuestionamiento, aún cuando el origen de su valor, radique en sistemas
complejos y profundos de violencia, explotación y cadenas de producción en
condiciones infrahumanas. De esta forma, el concepto cristiano de altruismo, es
vaciado de su significado y llenado con el concepto de empresario o poseedor de
capital altruista, logrando con ello comenzar a plasmar en la conversación
cotidiana, dos conceptos por definición incongruentes, en uno solo, hoy un
altruista es un empresario, poco importa qué despoje o no, si después reparte
una fracción de sus recursos como limosna.
Por otro lado, la condición
ontológica posmoderna, en donde los trabajadores se encuentran integrados en un
mundo hibrido en donde la producción de valor se localiza entre las sociedades
industriales, y las llamadas sociedades de la información -es importante
entender que la extinción de sociedades industriales es virtualmente inviable
en tanto la humanidad requiere de un abasto constante de bienes materiales
producidos en fábricas- es a la que se refiere de forma acertada el filósofo
surcoreano Byung-Chul Han, en donde el ser humano ha entrado en una etapa,
donde se sintetiza la dialéctica hegeliana amo-esclavo, eliminando los rastros
de colectividad y extinguiendo desde el nivel teórico, todo accionar político
revolucionario, dando como resultado esa lapidaria idea del filósofo en donde
el Revolucionario que explota contra el sistema, hoy en día se hace un suicida
que implota contra si mismo, en una terrible amputación de su ser, con la
sociedad, una cárcel del yo.
Lo anterior lleva a preguntarse ¿No
es el sujeto que se autoexplota hasta el suicidio físico o mental el mejor de
los cristianos? La idea de sacrificio impera en las instituciones posmodernas,
unas que son, por definición, pilares jurídicos y de costumbres que sostienen
legal, y culturalmente al capital, así, los castigos corporales y de
abstinencia profesados durante el pasado en la iglesia para salvar el alma del
infierno, pasan a ser jornadas laborales de doce horas diarias, sin derecho a
descansos, el sacrificio toma un lugar protagónico en las sociedades
posmodernas y alimenta al capital, cuando un sujeto se encuentra en su área de
trabajo, industrial o informática, aislado en su parte del proceso productivo,
no hay tiempo para hablar de huelgas, mucho menos de revoluciones, la
burocracia y sistemas industriales se han perfeccionado hasta el punto de
aislar a un individuo en un todo laboral, el mundo del oficinista es su
cubículo, de la misma forma en que el mundo del obrero es su máquina. El
sacrificio pasa a ser el amo que uno se autoimpone en esa cárcel del yo, y que
llena con un significado personalísimo, uno se sacrifica por algo, por un
horizonte al que nunca se llega, pero que motiva y hace que el individuo
permanezca como ser productivo, y que se sienta culpable si no se es
productivo, pues el no ser productivo, es equivalente a una indiferencia frente
a todo lo que importa sacrificarse: La familia, los hijos, un viaje, el medio
ambiente, o la salvación espiritual.
Un trabajo ha dejado de ser solo un
espacio en donde se depositan horas de vida a cambio de sustento, para pasar a
ser un espacio mental al que se carga con una filosofía positiva y productiva,
un eslogan deja de ser un gancho de mercadotecnia, y pasa a ser una filosofía
de vida a la que muchos empleados se alinean, los trabajos han pasado de ser
entornos grises de explotación laboral, a espacios de esparcimiento con el
mismo fin de explotación, o derivado de la pandemia y la necesidad de trasladar
la enorme burocracia informática al sistema de Home Office, la casa ha dejado
de ser hogar, para pasar a ser fábrica, oficina, lugar laboral, uno deja de
dormir en casa, para pasar a dormir en la oficina, pues con las tecnologías de
la información, la llamada revolución digital y los trabajos generados por la
era de la información, cualquier lugar deja de ser un espacio de ocio y
apreciación, para pasar a ser un entorno laboral, cualquier lugar, por más
misterio y sublime que sea, puede ser una oficina o espacio de generación de
capital.
En la cultura del sacrificio, el
mandato de Dios ya no es igual a una oración imperativa dicha, es decir, ya no
es una orden omnipotente, sino una sugerencia que, aparentemente, surge de uno
mismo, como si esa idea productiva ya estuviera presente en el código genético
de cualquier recién nacido, y la productividad, más que evento cultural, fuera
instinto natural.
Uno de los ejemplos más claros de
esta época en donde la idea de sacrificio y productividad, más que imperativo,
actualmente es una filosofía de vida introyectada, son los trabajos que operan
bajo la máxima de ser jefe de uno mismo, de no supeditarse a los mandatos de
otros y vivir una vida libre, sin ataduras laborales, los que más cercanos se
encuentran a la explotación ideal del capital, pues al haber eliminado la
resistencia que existe en el mandato -pues uno tiende a no aceptar y revelarse
contra ordenes que vulneran la vitalidad- quedan desprotegidos y dispuestos a
autoexplotarse, sin más necesidad de un imperativo repetitivo y coercitivo, estos
trabajos estructurados bajo ciertos modelos de negocio, que han sabido leer
bien el devenir de la sociedad capitalista, en donde la identidad está sujeta a
las tendencias de mercado de la libertad hecha eslogan y producto, son las
empresas que ya dominan el mercado, adaptándose al movimiento humano, si bien
como Byung-Chul Han menciona, el revolucionario pasa a ser suicida en esta
sociedad, la revolución en sí misma, pasa a ser una tendencia, y queda
teóricamente anulada al erradicar las resistencias, al hacer de la sociedad y
de la cultura, una productiva y de sacrificio, que le entrega la vida al
capital, Abraham entregaría a Isaac a Dios, con la diferencia de que el
imperativo externo (mandato) propio de las sociedades de control, se hace
sugerencia interna y personal (conciencia moral).
Existe una culpa generalizada en el
disfrutar de la vida fuera del espacio laboral, y es que, si actualmente
cualquier espacio y tiempo se convierte en espacio y tiempo productivo,
cualquier disfrute de la vida se hace un escape que rompe las normas
corporativas, o falta administrativa a ese trabajo, cuando no se es productivo,
cuando no se crea algo, cuando no se apoya una campaña, cuando no se participa
en un proyecto, cuando no se hace ejercicio, cuando no se está comiendo sano,
cuando se disfrutan los momentos de películas, de compartir con amigos y
familia, la culpa arriba, en tanto no se está trabajando/sacrificando, por el
bien del alma, cuando no se es productivo al sujeto lo posee una culpa
profunda, en la que uno siente dejar de merecer el escaso tiempo libre que
tiene para vivir y para trabajar en el único proyecto que verdaderamente le
pertenece, antitético con respecto al trabajo capitalista: el yo y la vitalidad
como proyecto en el mundo, a través de su vida, el yo como ser complejo, más
allá de las fronteras que el trabajo y su productividad imponen, unas fronteras
clave para el capital, pues una vez cruzadas, el ser comprende que la vida está
lejos de ser solo trabajo, que el trabajo desmedido es una explotación que
atenta contra el ser, y que quienes representan al poder y al capital, no
tienen cabida en la verdadera libertad. Caer en la consciencia de que la
explotación o la autoexplotación positivizada en la idea de una eventual
libertad a la que nunca se llegará -en tanto la idea interiorizada como
automandato de ser productivo todo el tiempo en cualquier lugar
sobrevive- son un atentado contra la vida, traza destellos de un posible
verdadero despertar revolucionario lejano a las revoluciones/tendencia de
mercado, aunque sumamente complejo y complicado de llevarse a cabo, en tanto
esta posibilidad no deja de depender de despertares individuales.
Las personas que menos creen que
están poseídas por la idea productiva hecha filosofía, son esas que trabajan
jornadas laborales enteras y agregan voluntariamente horas extras, que están
dispuestas al patrón en días de descanso o en horarios no laborales -ya sea un
patrón real, o un patrón abstracto para quienes laboran en el esquema de ser
jefes de uno mismo- y que se sienten agradecidas con el abstracto de empresa, y
al tener ese trabajo le agradecen a dios, haciendo del capital y de dios, un
paralelismo. Nietzsche estipulaba que las creencias judeocristianas, mantenían
la opresión del débil sobre el fuerte al haberse hecho el judeocristianismo
cultura civilizatoria, más allá de una cuestión que divida, hoy en día es
cierto que la idea de sacrificio, es el principio religioso judeocristiano que
más ha sobrevivido y que más se ha potenciado en la era del capitalismo
acelerado, pues esta idea no solo es complementaria del capital moderno, sino
que es parte integral del mismo.
Trabajando y siendo productivo, la
crisis humana y planetaria en la que se vive, no se resolverá, y al contrario,
solo se intensificará y se invisibilizará a través de las
revoluciones/tendencias, que no hacen sino ofrecer un placebo moral de que,
produciendo de formas alternativas algo cambiará, sin reflexionar en que, la
idea de producción y consumo continúan siendo los ejes rectores y en tanto la
aceleración de la descomposición civilizatoria y ambiental, radica
principalmente en la idea de productividad hecha sistema.
La cultura del sacrificio hace de uno
mismo un cordero que llega hasta el lugar inmolación por voluntad propia, y ahí
agradece que le den muerte día con día, haciendo de la vida y del mundo, una
experiencia, una tendencia de trabajo y de producción eterna y haciendo de uno
mismo, un trabajador y amo de si hasta la muerte, el momento en donde se
entiende que por trabajar, no se vivió nada.
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