Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro 47… ¿Se puede separar la obra del autor? Por Giséle Sapiro
Fuente Sitio Eterna Cadencia
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La autora, discípula de Bourdieu,
intenta diseccionar los argumentos acerca del vínculo entre la producción y su
creador: en este extracto se refiere al juego entre el autor, el narrador,
los personajes.
En cuanto que emanación de su
persona, la obra guardaría, pues, cierta semejanza con el autor. En el
transcurso del juicio al compositor de canciones Béranger, su abogado, Dupin,
puso de relieve esa idea: “Un autor, como suele decirse, se retrata en lo que
escribe”. 1 Si la persona del autor se encuentra en cada una de sus obras,
entonces la moral de la obra remite a la moral de su autor. La personalización
de la responsabilidad aquí es extrema debido a las relaciones internas y
psicológicas en apariencia estrechas que tienen el autor y la obra. Charles
Baudelaire vio cómo se le atribuían así los “vicios” descritos en Las
flores del mal, ilustración paradigmática de dicha identificación, incluso
aunque el fiscal imperial Pinard exculpara en parte al hombre, a quien calificó
de “espíritu atormentado”, y de esa forma le ahorrase una pena de
prisión. 2
En los procesos judiciales literarios,
el análisis de la obra incriminada se acompaña de un retrato de la persona del
autor que no se limita a la investigación de las motivaciones (a cuyo examen se
dedicará el capítulo siguiente). Distinguir al autor de su obra proporcionando
pruebas de su moralidad, de su sinceridad, de su buena fe, de su desinterés y
de la seriedad de su proyecto creador fue una estrategia de defensa frente a
las actuaciones judiciales. En el siglo XIX, la pertenencia a las clases
dominantes constituía en sí un título de moralidad; quienes no formaban parte
de ellas debían hacer valer su reputación, su honestidad, su situación
matrimonial, su abnegación a la familia.3 Por ejemplo, el abogado de los
hermanos Goncourt, que no estaban casados −lo cual podía resultar sospechoso−
hizo valer la colaboración entre ambos como prueba de sus valores familiares,
los presentó como unos “buenos jóvenes” y citó, “como rasgo destacable”, el
hecho de que tenían “una vieja criada desde hace veinte años”.4
Si bien han servido en ocasiones para
exonerar a algunos escritores de ser perseguidos por actuar de mala fe (pero no
de la responsabilidad objetiva de esos actos), por lo general estos argumentos
son insuficientes para poner en tela de juicio la identificación del autor con
su obra, que está profundamente arraigada en las representaciones colectivas.
“Madame Bovary soy yo”, habría afirmado Flaubert. Que esta frase, cuya fuente
nunca ha sido autentificada, siga circulando es sintomático de la importancia
atribuida en nuestra tradición cultural a la relación entre el autor y sus
personajes. Si estas palabras llaman la atención [frappe les esprits] es porque
la identidad que presuponen resulta a primera vista imposible: todo parece
separar al escritor Gustave Flaubert −un burgués educado en oposición a su
clase social que adopta una mirada lúcida y feroz sobre la sociedad− de esos
pequeñoburgueses cuya imaginación se pobló de quimeras a causa de las novelas
populares que leían. Y, sin embargo, el hecho de que Flaubert haya podido
pronunciarla abre un vasto proyecto interpretativo sobre las relaciones entre
la obra y su autor que está en el corazón mismo de la empresa biográfica.
La demarcación entre el autor y sus
personajes se ve menoscabada por los casos en que se recurre a la ficción para
esquivar la censura, incluida la autocensura que impone la presión social.
En Si la semilla no muere, relato autobiográfico que evoca, entre otros,
el tema entonces tabú de la homosexualidad, André Gide llegaba a la conclusión
de que “las memorias nunca son sinceras sino a medias, por grande que sea el
cuidado por decir la verdad; todo es siempre más complicado de lo que se dice.
Puede incluso que uno se acerque más a la verdad en la
novela”.5 Constatación que se hace eco quizás de un intercambio con Marcel
Proust, que le habría escrito: “Puede usted contarlo todo −exclama−, pero a
condición de no decir nunca: Yo”.6
Las estrategias de distanciamiento no
conciernen solo a los personajes ficcionales sino también a la figura del
narrador. Según la convención clásica, este se identifica con el autor, del
cual expresa la voz y el posicionamiento ético. Balzac no duda en juzgar a sus
personajes. En el mismo sentido, las faltas de conducta deben
castigarse, a fortiori en el teatro, donde la voz narrativa está menos
presente.7 El fiscal imperial Pinard le reprocha a Flaubert, que había
optado deliberadamente por un narrador impersonal y objetivo, no haber
reprobado el comportamiento de su heroína. Que ella se suicidara era en su
opinión insuficiente, en la medida en que el acto estaba sujeto a su propia
decisión.8
Introducida en Francia por Flaubert,
que se inspiraba en Goethe,9 esta distinción entre el autor, el narrador y
sus personajes se ha convertido en una convención de la literatura moderna. Ha
permitido hacer una distinción entre representación y apología que ha terminado
por ser reconocida en los tribunales. Así, los procesos iniciados en 2005 por
provocación al odio racial y religioso, injuria pública de carácter racial,
atentado contra la dignidad humana y difusión de un mensaje pornográfico
susceptible de ser visto por menores contra Flammarion y contra Éric
Bénier-Bürckel, el editor y el autor de una novela
titulada Pogrom [Pogromo], cuyo personaje principal, que habla en
primera persona, es antisemita, se saldaron con la absolución de todos los
cargos que se le imputaban al acusado: el tribunal estableció una diferencia
entre la apología y la representación, considerando que “la creación artística
necesita de una mayor libertad para el autor, que puede expresarse tanto sobre
temas consensuados como sobre temas que duelen, chocan o inquietan”.10 Una
distinción similar entre el autor y su personaje sostiene la sentencia en
apelación que libera al rapero Orelsan de las actuaciones judiciales
interpuestas a raíz de las denuncias de cinco asociaciones feministas por
provocación a la discriminación, al odio y a la violencia contra las personas
en razón de su sexo durante un concierto en la sala Bataclan (el 13 de mayo de
2019), donde había cantado varias canciones de su repertorio de tonalidad
sexista: aunque sean en primera persona, las canciones incriminadas fueron
interpretadas por el juez como evocando “personajes imaginarios”, en un género,
el rap, que es “por naturaleza un modo de expresión brutal, provocador, vulgar,
incluso violento, puesto que en él se ve el reflejo de una generación
decepcionada y rebelde”.11 Eso no impide que, como hacía notar Gérard
Genette, “ciertos enunciados de la ficción narrativa, en particular aquellos
que generalmente se califican como discurso indirecto libre, tienen un estatuto
indeciso o incluso indecidible, puesto que el lector no sabe si debe
relacionarlos con un personaje o con el autor-narrador”.12
Las formas de distanciamiento van
desde la postura objetivista del experto que estudia un medio social −retomada
tras Flaubert por los naturalistas− hasta la adopción de una perspectiva
interna al universo ficcional, gracias a la técnica del testimonio o del
monólogo interior, pasando por la ironía. Esta demarcación entre el narrador o
la narradora y el autor sustenta el punto de vista “esteta” que reivindica la
libertad artística y los derechos de la ficción. Pero el punto de vista esteta
puede asimismo ser asumido en primera persona y escenificarse en relatos
autobiográficos, memorias o diarios íntimos.13
En la literatura, como en la canción,
el cine, el teatro o la ópera, las relaciones entre el autor, el punto de vista
narrativo y los personajes forman de este modo un espacio relacional complejo
en el que los vínculos con la personalidad del autor, su biografía y sus
valores están unas veces enmascarados en el trabajo de ficcionalización, bajo
una forma alegórica o metafórica, y otras veces explícitamente reivindicados,
en los escritos autobiográficos en particular, lo cual abre una gama de
posibilidades entre las dos estrategias de escritura. La escritura va de la
identificación completa entre autor y narrador en el diario íntimo a la
problematización de esa relación en el relato autobiográfico, y a la
introducción de elementos ficcionales en la autoficción, hasta grados más o
menos elevados de ficcionalización novelesca o poética (que no impiden la
introducción de elementos autobiográficos más o menos disimulados).
NOTAS
1. Procès fait aux chansons de P.-J. Béranger, Baudouin Frères, París, 1828, p.
57.
2. Acusación de Ernest Pinard durante el proceso interpuesto
contra Las flores del mal, en Charles Baudelaire, Œuvres complètes,
t. I, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, París, 1975, p. 1.205.
3. Véase Gisèle Sapiro, La Responsabilité de l’écrivain.
Littérature, droit et morale en France (xix-xxi siècle), Seuil, París, 2011.
4. Edmond y Jules de Goncourt, Journal. Mémoires de la vie
littéraire, t. I, Robert Laffont, París, 1989, p. 71.
5. André Gide, Si la semilla no muere, Losada, Madrid, 2002, p.
264.
6. Frase referida por André Gide, Diario. 1911-1925, trad.
Ignacio Vidal-Folch, Debolsillo, Barcelona, 2021, p. 575.
7. Odile Krakovitch, Hugo censuré. La liberté au théâtre au
xixe siècle, Calmann-Lévy, París, 1986.
8. Acusación del sustituto Pinard, en Gustave Flaubert, Œuvres
complètes, t. I, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, París, 1951, p. 619.
9. Norbert Christian Wolf, “Ästhetische Objektivität. Goethes und
Flauberts Konzept des Stils”, Poetica, Nº 34, vol. 1-2, 2002, pp. 151-169.
10. Citado en Agnès Tricoire, “Quand la fiction exclut le délit”,
comentario de TGI París, sala 17, 16 de noviembre de 2006, causa: MP c/
Bénier-Bürckel, Légipresse, 240, abril de 2007, p. 7.
11. Citado en “Provocation à la violence envers les femmes: le rappeur
Orelsan relaxé en appel”, por Lexpress.fr con la AFP, publicado en
línea el 18 de febrero de 2016, consultado el 12 de mayo de 2020. Véase también
el contundente análisis de este caso que ofrece Laure Murat en Une révolution
sexuelle?, Stock, París, 2019, pp. 65-86.
12. Gérard Genette, Fiction et diction [1979], Seuil: Points Essais,
París, 2004, p. 121, N° 1 [Ficción y dicción, trad. de Carlos Manzano, Lumen,
Barcelona, 1993].
13. Véanse Philippe Lejeune, El pacto autobiográfico, trad. Ana
Torrent, Megazul, Madrid, 1994; Jacques Lecarme y Éliane
Lecarme, L’Autobiographie, Armand Collin, París, 1997; Jean-Louis
Jeannelle, Écrire ses Mémoires au xixe siècle. Déclin et renouveau,
Bibliothèque des idées, Gallimard, París, 2008.
* Este fragmento pertenece al capítulo “La semejanza”, ¿Se puede
separar la obra del autor?, Gisèle Sapiro, Buenos Aires, Capital intelectual,
2022, pp 43-45.
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