Revista Nos Dispara desde el Campanario Año III Nro. 47 La indignación occidental ante la guerra suena hipócrita en el Sur… por Noam Chomsky
UNA ENTREVISTA CON
TRADUCCIÓN: VALENTÍN HUARTE
Fuente:
Jacobín
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Origen: AQUI
La seguridad de la población no es un asunto
que preocupe a los políticos. La seguridad de los privilegiados, de los ricos,
del sector empresario, de los fabricantes de armas, sí lo es, pero no la del
resto de nosotros.
Entrevista por David Barsamian
Con noventa y tres años, Noam Chomsky todavía
comparte su conocimiento y su sabiduría con una generación más joven de
militantes de izquierda. En esta nueva entrevista habla de las hipocresías del
imperio estadounidense y de por qué si realmente resulta indispensable reducir
inmediatamente el enorme presupuesto militar para construir una sociedad
decente. Transcribimos esta última conversación que tuvo con David Barsamian
de Alternative Radio, publicada antes en TomDispatch.
DB
Entremos de lleno en la pesadilla más obvia
del momento, la guerra en Ucrania y sus consecuencias a nivel mundial. Pero
antes definamos un poco el trasfondo de este conflicto. Empecemos con la
afirmación que hizo el presidente George H. W. Bush ante Mikhail Gorbachov, que
entonces estaba a la cabeza de la Unión Soviética, de que la OTAN no avanzaría
ni un centímetro hacia el este. Esa promesa se cumplió. Ahora bien, ¿por qué
Gorbachov no exigió un compromiso formal?
NC
Aceptó un pacto de caballeros, que no es tan
inusual en la diplomacia. Un apretón de manos. Además, que el compromiso
hubiese quedado formalizado por escrito no habría cambiado en nada la
situación. Los tratados formales también se rompen todo el tiempo. Lo que
importa es la buena fe. Y, de hecho, H. W. Bush, el primer Bush, honró el
acuerdo explícitamente. Incluso estableció una sociedad pacífica que atemperó
los países de Eurasia. La OTAN no se disolvió, pero fue marginada. Se permitió
que países como Tayikistán, por ejemplo, se unieran a la OTAN sin necesidad de
formalizar sus ingresos. Y Gorbachov lo aprobó. Pensaba que todo esto
representaría un paso hacia la creación de lo que denominaba una patria europea
común sin alianzas militares.
Durante los primeros años de su mandato, Bill
Clinton también adhirió a este acuerdo. Los especialistas dicen que Clinton
empezó a tener un doble discurso a partir de 1994. A los rusos les decía: «Sí,
vamos a adherir al acuerdo». A la comunidad polaca de los Estados Unidos y a
otras minorías étnicas les decía: «No se preocupen, los incorporaremos a la
OTAN». Entre 1996 y 1997, Clinton le dijo estas cosas bastante explícitamente a
su amigo Boris Yeltsin, presidente de Rusia al que había ayudado a ganar las
elecciones de 1996. Le dijo: «No presiones mucho con este tema de la OTAN.
Vamos a expandirnos, pero lo necesito por el voto étnico de los Estados
Unidos».
En 1997, Clinton invitó a los países del
denominado Grupo de Visegrado —Hungría, Checoslovaquia, Rumania— a unirse a la
OTAN. Los rusos no estaban cómodos con el tema, pero no hicieron ningún
escándalo. Entonces, los países bálticos se unieron… Otra vez lo mismo. En
2008, el segundo Bush, bastante distinto del primero, invitó a Georgia y a
Ucrania a ingresar a la OTAN. Todos los diplomáticos estadounidenses
comprendían bien que Georgia y Ucrania eran las líneas rojas de Rusia. Son
capaces de tolerar la expansión a cualquier otra parte, pero no a estos
territorios que forman parte de su centro geoestratégico. La historia sigue con
el Euromaidán de 2014, que derrocó al presidente prorruso y desplazó la mira de
Ucrania hacia Occidente.
Desde 2014, los Estados Unidos y la OTAN
empezaron a enviar armamento a Ucrania… Armas modernas, entrenamiento militar,
ensayos militares conjuntos y operativos para integrar a Ucrania en el comando
militar de la OTAN. Nada de esto es secreto. Es una política bastante
explícita. Hace poco, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, hizo
alarde de esta campaña. Dijo: «Es lo que venimos haciendo desde 2014». Por
supuesto que lo dice conscientemente y con el fin de provocar. Sabían que
estaban comprometiéndose en una movida que cualquier mandatario ruso
consideraría como intolerable. En 2008, Francia y Alemania habían vetado esta
política, pero la presión de Estados Unidos mantuvo el tema en agenda. Y la
OTAN, es decir, los Estados Unidos, empezó a operar con el fin de acelerar la
integración de hecho de Ucrania al comando militar de la OTAN.
En 2019, Volodymyr Zelensky resultó electo por
una mayoría abrumadora —creo que obtuvo el 70% de los votos— con una plataforma
de paz, con un plan para garantizar la paz con Ucrania del Este y con Rusia, es
decir, con el objetivo de resolver el problema. Empezó a avanzar y, de hecho,
intentó dirigirse hacia el Donbas para implementar lo que se denomina el
acuerdo Minsk II. Esto habría implicado un tipo de federalización de Ucrania
mediante el otorgamiento de cierto grado de autonomía al Donbas, que es lo que
querían sus habitantes. Algo similar a lo que sucede con Suiza o con Bélgica.
Pero las milicias de derecha bloquearon la acción y amenazaron con asesinar a
Zelensky si insistía con su campaña.
Bueno, es un tipo valiente. Podría haber
avanzado si hubiese tenido algún respaldo de Estados Unidos. Pero Estados
Unidos se lo negó. No brindó ningún apoyo, y eso hizo que Zelensky quedara
colgado y debiera retroceder. Estados Unidos estaba decidido a proseguir su
campaña de integrar paso a paso a Ucrania en el comando militar de la OTAN.
Esto se aceleró con la elección de Biden. En septiembre de 2021 era posible
leer todo esto en el sitio web de la Casa Blanca. No había un informe oficial,
pero obviamente los rusos lo sabían. Biden anunció un programa, una declaración
conjunta para acelerar el proceso de entrenamiento militar y el envío de armas,
que formaban parte de lo que su gobierno llamó un «programa ampliado» de
preparación para la membresía de la OTAN.
El proceso se aceleró todavía más en
noviembre. Todo esto fue antes de la invasión. Antony Blinden, secretario de
Estado de los Estados Unidos, firmó lo algo que recibió el nombre de estatuto y
que básicamente formalizó y extendió el acuerdo previo. Un vocero del
Departamento de Estado admitió que, antes de la invasión, Estados Unidos se
negó a discutir cualquier tema vinculado con la seguridad de Rusia. Todo esto
forma parte del trasfondo de la guerra en Ucrania.
El 24 de febrero, Vladimir Putin inició su
invasión criminal. Todas las provocaciones previas, por más importantes que
sean, no justifican la invasión. Si Putin hubiera sido un verdadero estadista,
habría hecho otra cosa. Habría hablado con el presidente de Francia, Emmanuel
Macron, estudiado sus propuestas y después habría intentado alcanzar un acuerdo
con Europa con el objetivo de construir una patria europea común.
Por supuesto, Estados Unidos siempre se opuso
a esa idea. Esto se remonta a la historia de la Guerra Fría y a las iniciativas
del presidente De Gaulle de establecer una Europa independiente. Su frase «Del
Atlántico hasta los Montes Urales» contiene la idea de integrar Rusia a
Occidente, programa bastante natural por cuestiones comerciales y
obviamente securitarias. Así que si hubiese habido un estadista en el círculo
cercano a Putin, el gobierno habría aceptado las propuestas de Macron y habría
intentado aplicarlas con el fin de evaluar la posibilidad de integrarse a
Europa y evitar la crisis. En cambio, el gobierno ruso optó por una política
que, desde su punto de vista, es una completa estupidez. Además del carácter
criminal de la invasión, eligió una política que condujo a una alianza entre
Europa y los Estados Unidos. De hecho, esa política ahora está alentando
incluso la integración de Finlandia y de Suecia a la NATO, que, más allá del
carácter criminal de la invasión y de las importantes pérdidas que está
produciendo, es el peor desenlace posible desde el punto de vista de Rusia.
Por lo tanto, criminalidad y estupidez de
parte del Kremlin y fuertes provocaciones de parte de Estados Unidos. Ese es el
trasfondo que condujo a la situación actual. ¿Existe alguna posibilidad de
terminar con todo esta situación espantosa? ¿O deberíamos intentar
profundizarla? Esas son las alternativas.
Existe solo una manera de poner fin a todo
esto. Es la diplomacia. Ahora bien, la diplomacia, por definición, implica el
entendimiento de ambas partes. La solución final nunca agrada del todo, pero
las partes la aceptan porque es el mal menor. Un acuerdo brindaría a Putin una
salida de emergencia. Esa es una posibilidad. La otra es dejarse arrastrar y
ver sufrir a todo el mundo, contar los ucranianos muertos, dejar que Rusia
sufra, que millones de personas mueran de hambre en Asia y en África y que el
planeta siga calentándose hasta el punto de que la existencia humana se vuelva
imposible. Esas son las alternativas. Y sucede que Estados Unidos y una buena
parte de Europa están casi unánimemente de acuerdo en optar por la alternativa
no diplomática. Decidieron seguir atacando a Rusia.
Las columnas del New York Times y
del Financial Times de Londres son bastante elocuentes. Dicen:
«Tenemos que garantizar el sufrimiento de Rusia. No importa lo que pasa con
Ucrania ni con nadie más. Por supuesto, esta apuesta implica aceptar que si
Putin es llevado hasta el límite, sin ninguna escapatoria, y es forzado a
admitir la derrota, no utilizará sus armas para destruir Ucrania.
Hay muchas cosas que Rusia todavía no hizo.
Los analistas occidentales están más bien sorprendidos. Sobre todo, Rusia no
atacó las líneas de suministro de Polonia que son las que transportan el
armamento hacia Ucrania. Está claro que podrían hacerlo. Eso los llevaría a
confrontar directamente con la OTAN, es decir, con los Estados Unidos. Las
consecuencias son fáciles de anticipar. Cualquiera con un mínimo conocimiento sobre
guerras sabe cómo termina todo esto: es una pendiente que conduce hacia una
guerra nuclear terminal.
Por lo tanto, estamos jugando con la vida de
los ucranianos, los asiáticos y los africanos y con el futuro de la
civilización en general para debilitar a Rusia, para asegurarnos de que sufrirá
suficiente. Si uno quiere jugar ese juego, debería por lo menos admitirlo con
honestidad. Carece de todo fundamento moral. De hecho, es moralmente espantoso.
Y, cuando uno comprende lo que está en juego, no duda en afirmar que todos los
que se subieron a este tren y hablan de sostener esta situación son unos
imbéciles morales.
DB
En los medios y entre la clase política de los
Estados Unidos, y probablemente de Europa, se percibe indignación moral por el
barbarismo ruso, los crímenes de guerra y las atrocidades de Putin. Está claro
que la situación está desarrollándose como suele hacerlo en todas las guerras.
Pero esa indignación moral, ¿no es un poco selectiva?
NC
La indignación moral es correcta. Está bien
que la gente se indigne. Pero en el Sur Global la situación resulta increíble.
Condenan la guerra, por supuesto. Es un crimen de agresión deplorable. Pero
después miran a Occidente y dicen «¿De qué están hablando? Es lo que ustedes
hacen todo el tiempo».
La diferencia en los análisis es bastante
sorprendente. Por ejemplo, uno lee el New York Times y lee a un gran
pensador, Thomas Friedman. Hace unas semanas escribió una columna en la que
transmite justamente mucha desesperación. Pregunta «¿Qué podemos hacer? ¿Cómo
podemos compartir el mundo con un criminal de guerra?». Y dice: «Nunca vivimos
algo así desde Adolf Hitler. Tenemos un criminal de guerra en Rusia. No sabemos
cómo reaccionar. Nunca nos imaginamos que volveríamos a encontrarnos con un
criminal de guerra».
Ahora bien, cuando las personas del Sur Global
leen todo esto, no saben si reír o llorar. Tenemos criminales de guerra
caminando libremente por Washington. De hecho, sabemos cómo lidiar con los
criminales de guerra. Lo mismo sucedió con el vigésimo aniversario de la
invasión a Afganistán. Hay que tener en cuenta que fue una invasión
completamente gratuita y a la que la opinión pública siempre se opuso. Recuerdo
una entrevista con el responsable, George W. Bush —que después invadió Irak, es
decir, un criminal de guerra importante— del estilo de entrevistas que hace
el Washington Post, que lo mostraba como un un abuelito amable que jugaba
con sus nietos, hacía chistes y exhibía una serie de retratos hechos por él
mismo de gente famosa que había conocido. Un ambiente hermoso y amigable.
Entonces sí sabemos cómo lidiar con criminales
de guerra. Thomas Friedman se equivoca. Lo hacemos todo el tiempo.
Tomemos por ejemplo otro caso, el de Henry
Kissinger, probablemente el criminal de guerra más importante de la modernidad.
No solo lo tratamos amablemente, sino que lo tratamos con admiración. A fin de
cuentas, es el tipo que dio la orden a la fuerza aérea diciendo que había que
bombardear todo Camboya, que había que bombardear «Cualquier cosa que vuele,
cualquier cosa que se mueva»… Esa fue su frase. No conozco ningún ejemplo
equivalente de llamado a perpetrar un genocidio. Eso es lo que sucedió en
Camboya. No sabemos mucho del tema porque no nos gusta investigar nuestros
propios crímenes de guerra. Pero Taylor Owen y Ben Kierman, historiadores que
estudiaron Camboya con mucha seriedad, escribieron sobre el tema. Después está
nuestra responsabilidad en el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende y
la institución de una dictadura violenta en Chile. Y la lista sigue. Así que
sabemos bien cómo lidiar con criminales de guerra.
Sin embargo, Thomas Friedman encuentra que lo
que sucede en Ucrania es inconcebible. Y nadie le respondió. Eso significa que
todos piensan que lo que escribió es bastante razonable. La palabra selectividad
no alcanza. Es una cosa impresionante. En fin, la indignación moral está bien.
Está bien que los estadounidenses empiecen a mostrar cierta indignación por los
crímenes de guerra, aunque sea por los crímenes de otros.
DB
Te propongo un pequeño acertijo. Tiene dos
partes. Los militares rusos son ineptos e incompetentes. Sus soldados tienen la
moral baja y los comandantes son malos. Su economía es equivalente a la de
Italia y a la de España. Eso por un lado. Pero por otro lado, Rusia es un coloso
militar que amenaza con superarnos. Por lo tanto, necesitamos más armas,
tenemos que expandir la OTAN. ¿Cómo reconciliamos estas dos ideas
contradictorias?
NC
Estas dos ideas son muy comunes en todo
Occidente. Hace poco participé de una larga entrevista en Suecia a propósito de
sus planes de integrarse a la OTAN. Destaqué que los gobernantes suecos tenían
dos ideas contradictorias, las mismas dos que mencionaste. Una es el alarde de
que Rusia mostró ser un tigre de papel que no puede conquistar ciudades que
están apenas a unos kilómetros de su frontera y que son defendidas por un
ejército compuesto fundamentalmente de ciudadanos. Por lo tanto, son
completamente incompetentes en términos militares. La otra idea es: están
listos para conquistar Occidente y destruirnos.
George Orwell inventó un nombre para esto.
Decía que era un «pensamiento doble». Son dos ideas contradictorias que
conviven en la mente de una persona y esa cree en ambas a la vez. Orwell
pensaba que esto solo existía en el Estado ultratotalitario que satirizó
en 1984. Pero se equivocaba. También sucede en las sociedades libres y
democráticas. Ahora mismo tenemos ante nosotros un ejemplo dramático, y no es
la primera vez.
Este pensamiento doble es característico de la
Guerra Fría. Cuando leemos atentamente el documento más importante de aquellos
años, el NSC-68 de 1950, comprendemos que solo Europa, sin Estados Unidos,
empataba con Rusia en capacidad militar. Pero, por supuesto, teníamos que tener
un programa de rearme con el fin de contrarrestar las intenciones del Kremlin
de conquistar el mundo.
Este documento está disponible y se trató de
un enfoque consciente. Dean Acheson, uno de sus autores, dijo más tarde que
había que ser «más claro que la verdad», esa fue su frase, para promover la
acción del gobierno. Queremos impulsar el presupuesto militar, así que tenemos
que ser «más claros que la verdad» inventando la historia de un Estado que está
a punto de conquistar el mundo. Ese tipo de pensamiento es típico de la Guerra
Fría. Hay muchos ejemplos más, pero es lo que estamos viviendo ahora mismo. Y
es la forma adecuada de plantear el tema: son dos ideas que están consumiendo a
Occidente.
DB
También es interesante recordar que, en una
nota de opinión publicada en 1997 en el New York Times, el diplomático
George Kennan había anticipado el peligro de que la OTAN moviera sus fronteras
hacia el este.
NC
Kennan también se había opuesto al NSC-68. De
hecho, también había estado a cargo del equipo de elaboración política del
Departamento de Estado. Fue despedido y reemplazado por Paul Nitze. El gobierno
pensaba que era un personaje demasiado blando en un mundo demasiado duro. Era
un halcón, radicalmente anticomunista, bastante brutal en cuanto a las
posiciones de Estados Unidos, pero se dio cuenta de que la confrontación
militar con Rusia no tenía sentido.
Rusia, pensaba, terminaría colapsando a causa
de sus contradicciones internas. Y tenía razón. Pero el gobierno pensaba que
era demasiado pacifista. En 1952, declaró que estaba a favor de la unificación
de Alemania por fuera de la alianza militar de la OTAN. Esa era la misma
propuesta de Iósif Stalin. Kennan había sido embajador en la Unión Soviética y
era especialista en Rusia.
Iniciativa de Stalin. Propuesta de Kennan.
Había europeos que estaban a favor y habría bastado para ponerle fin a la
Guerra Fría. Habría implicado la neutralidad de una Alemania no militarizada y
fuera de todo bloque militar. Pero en Washington la propuesta fue completamente
ignorada.
Un especialista en política exterior muy
reputado, James Warburg, escribió un libro sobre el tema. Vale la pena leerlo.
El título es Germany: Key to Peace. Warburg proponía tomar la idea en
serio. Pero su propuesta fue desacreditada, ignorada y hasta ridiculizada.
¿Cómo creerle a Stalin? En fin, los archivos salieron a la luz y resulta que
hablaba en serio. Ahora leemos a los historiadores más importantes de la Guerra
Fría, como por ejemplo Melvin Leffler, y reconocen que en esa época había
posibilidades reales de llegar a un acuerdo pacífico, finalmente descartado en
favor de la militarización y de la expansión del presupuesto de guerra.
Ahora consideremos el gobierno de John F.
Kennedy. Después de la elección de Kennedy, Nikita Jrushchov, que entonces
estaba a la cabeza de Rusia, hizo una propuesta bastante importante que
implicaba una reducción considerable del armamento militar ofensivo y que
habría conducido a un relajamiento de las tensiones. En esa época, Estados
Unidos tenía mucha ventaja en términos militares. Jrushchov quería centrarse en
el desarrollo económico de Rusia y comprendió que era imposible hacerlo en el
contexto de una confrontación militar con un adversario mucho más rico. Primero
se lo propuso al presidente Dwight Eisenhower, que no le prestó atención.
Después se lo propuso a Kennedy, y su gobierno respondió con el desarrollo
militar durante tiempos de paz más grande de la historia, aun sabiendo que
Estados Unidos contaba desde el inicio con una enorme ventaja.
Estados Unidos inventó la «brecha de los
misiles». Rusia estaba a punto de superar a Estados Unidos en el desarrollo de
misiles. Una vez expuesta la brecha de los misiles, resultó que era Estados
Unidos el que tenía ventaja. Rusia apenas tenía cuatro misiles expuestos en
alguna base aérea.
Los ejemplos abundan. La seguridad de la
población simplemente no es un asunto que preocupe a los políticos. La
seguridad de los privilegiados, de los ricos, del sector empresario, de los
fabricantes de armas, sí lo es, pero no la del resto de nosotros. Este doble
pensamiento es constante, aunque a veces es consciente y otras veces no. Es lo
que definió Orwell: hipertotalitarismo en una sociedad libre.
DB
En un artículo de Truthout, citaste el
discurso de Eisenhower de 1953 sobre la «Cortina de hierro». ¿Por qué te
resulta interesante?
NC
Deberías leerlo. No tardarías en darte cuenta
por qué es interesante. Es el mejor discurso que pronunció Eisenhower. Estamos
en 1953, recién asumía el gobierno. Básicamente, señala que la militarización
representa un ataque inmenso contra nuestra sociedad. Eisenhower —o quien haya
escrito su discurso— lo dice bastante elocuentemente. Un avión militar implica
tantas escuelas y hospitales menos. Cuando aumentamos el presupuesto militar,
atentamos contra nosotros mismos.
Eisenhower describió todo eso con bastante
detalle y llamó a disminuir el presupuesto militar. Tiene un archivo bastante
terrible, pero en este sentido tenía razón. Y esas palabras deberían perdurar
en la memoria de todos. De hecho, hace poco Joe Biden propuso un presupuesto
militar enorme. El Congreso lo expandió todavía más, y eso representa un ataque
contra nuestra sociedad, en el sentido que explicó Eisenhower hace tantos años.
La excusa: tenemos que defendernos de este
tigre de papel, tan incompetente en términos militares que ni siquiera puede
avanzar a unos pocos kilómetros de su frontera sin colapsar. Por lo tanto,
tenemos que dañarnos a nosotros mismos y poner en riesgo a todo el mundo
desperdiciando en un presupuesto militar monstruoso muchos recursos que serán
muy valiosos si tenemos que lidiar con las importantes crisis existenciales que
tenemos por delante. Mientras tanto, canalizamos toda la recaudación de los
impuestos hacia los bolsillos de los productores de combustibles fósiles para
que signa destruyendo el mundo a un ritmo cada vez más acelerado. Eso es lo que
estamos viendo con la enorme expansión de la producción de combustibles fósiles
y con los gastos militares. Hay mucha gente que está contenta. Basta mirar a
los ejecutivos de Lockheed Martin, ExxonMobil. Están extasiados. Para ellos es
una bonanza. Hasta obtienen crédito. Reciben elogios por salvar a la
civilización cuando en realidad están destruyendo toda posibilidad de vida en
la Tierra. Ni qué hablar del Sur Global. Si existieran extraterrestres y vieran
lo que estamos haciendo, pensarían que estamos completamente locos. Y tendrían
razón.
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