Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 46 El Estado Emprendedor y la Guerra Cultural por Alejandro Marcó del Pont
Fuente:
Sitio El Tábano Economista
https://eltabanoeconomista.wordpress.com/
Link
de Origen: AQUÍ
El
valor combinado de 10 multinacionales es comparable al PBI de los 180 países
más pequeños del planeta. El 10% de las empresas mundiales son responsables del
57% de las exportaciones y el 25% del comercio mundial es intrafirmas. El 10%
de los grupos que cotizan en bolsa generan el 80% del total de los beneficios
que se crean el mundo, según the McKinsey Global Institute.
En
1968, el director ejecutivo de General Motors se llevaba a su casa, en sueldo y
beneficios, unas sesenta y seis veces más que la cantidad pagada a un
trabajador medio de su empresa. Hoy, el director ejecutivo de Walmart gana un
sueldo novecientas veces superior al de su empleado medio. De hecho, ese año se
calculó que la fortuna de la familia fundadora de este emporio era
aproximadamente la misma (90.000 millones de dólares) que la del 40% de la
población estadounidense con menos ingresos: 120 millones de personas (Algo va
mal, Tony Judt, Taurus, pág. 16).
Estas
grandes empresas monopólicas, tanto como los fondos de inversión, fijan los
precios, determinan la cadena de valor, distribuyen el trabajo mundial, evaden
impuestos o lo fugan a paraísos fiscales, arrastran a los gobiernos a disputas
por instalar políticas de baja tributación que las favorezcan, presionan para
eximir a las grandes fortunas a pagar impuestos, o como vimos, tienden a la
concentración del ingreso en magnitudes tan desproporcionadas que el 1% del
mundo acumula el 82% de la riqueza global (https://goo.gl/bYRfSJ).
El
estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la
condición humana. Para muchos estos datos resultan familiares, se convive con
ellos, se los admite como algo natural, pero lo cierto es que esta realidad no
fue siempre así. Había pobreza y desigualdad, pero nunca de estas dimensiones.
La
economía mundial se transformó abruptamente en la década de 1980 con la
desregulación de los mercados financieros y de divisas, se comenzó a idolatrar
el lucro, el culto a la riqueza, la reverencia por las privatizaciones, la
devoción por lo privado, la admiración acrítica de los mercados autorregulados
y el profundo desprecio por el sector público. La globalización financiera
doblegó a la economía real y se perdió la batalla discursiva.
A
la generalidad de las empresas que hoy son dominantes en sus mercados, que
tienen el monopolio de las ventas, se las señala como dinámicas y competitivas,
conocidas en gran parte de sus innovaciones por la investigación, aunque la
mayoría de ella provenga de esfuerzos públicos. El Estado es dinámico y
emprendedor, pero la guerra cultural lo refleja como fallido.
Por
lo tanto, trataremos, de manera abreviada, lo que creemos será la asignatura de
las nuevas generaciones y, por cierto, de los nuevos gobiernos, que deberán
considerar el enfrentarse o coexistir con monopolios que superan en ingresos
sus presupuestos o su PBI. Para poder convivir con estos gigantes creemos que
una idea creativa es el formato de un Estado emprendedor, como lo
describe Mariana Mazzucato (profesora de Economía de innovación y valor público
y directora del Instituto para la Innovación y el Propósito Público en
University College London), al igual que la batalla cultural por un Estado
diferente, basado en libro Algo va mal de Tony Judt, historiador y
colaborador de la New York Review of Books.
El
libro de Mazzucato pretende revelar que es falsa la imagen de un estado
burocrático, inercial y opresivo, demostrando con hechos que es innovador,
dinámico y emprendedor, mientras que Tony Judt adiciona que el ataque al Estado
del bienestar en las tres últimas décadas ha llevado a una batalla discursiva
que ha modificado tanto el debate como el léxico empleado para imaginarlo como
un simple administrador, representación de una imagen ideológica que hay que
desmantelar.
Steve
Jobs habló de la necesidad de que surgieran y siguieran floreciendo innovadores
hambrientos y alocados, pero se olvidó de mencionar que la innovación se montó
sobre una ola de cambio financiada y dirigida desde el Estado. La mayoría de
las invenciones que han revolucionado al capitalismo, desde la construcción de
canales, pasando por el ferrocarril hasta Internet, o desde la nanotecnología a
la robótica, son resultado de emprendimientos estatales.
El
iPhone es tan inteligente y famoso sólo porque el Ministerio de Defensa
americano (estatal obviamente) durante la guerra fría innovó y género una red,
que llamaron Advanced Researchs Projects Agency (ARPA). A principios de los 80
se comenzaron a desarrollar los ordenadores de forma exponencial. Es entonces
cuando apareció la World Wide Web (WWW), sitios que pueden ser buscados y
mostrados con un protocolo llamado HyperText Transfer Protocol
(HTTP). De la misma manera se emprendió o subsidió el GPS, la pantalla
táctil o el sistema Siri. Poco de Jobs, mucho del Estado.
Lo
que Keynes llamó “el fin de laissaz-faire” se refería a la mano invisible del
Estado que guió los fondos e inventó los mercados a partir de los cuales los
privados, posteriormente y ya sin afrontar mayores riesgos, incursionaron e
hicieran negocio. El Estado no tiene que hacer mejor o un poco mejor lo que ya
están haciendo los privados, tiene que incursionar donde los privados no lo
hacen, financiar o subsidiar desarrollos.
El
Estado actuando como fuerza innovadora es quien elimina el riego a los privados
y, por lo tanto, lo toma en su presupuesto, afronta el costo o la inversión (y
el riesgo), lidera y marca el camino hacia donde pretende desarrollar el país y
hacia donde quiere complementar o compartir los logros con las empresas
privadas, como socio o accionista.
Los
problemas que surgen de esta lógica son al menos tres. En principio, un enfoque
alternativo donde la intervención por parte del Estado no sea exclusivamente
para reparar los fallos del mercado. Por otro lado, una alianza societaria y
tributaria que aliente la tributación y acompañe y conserve el financiamiento
de las iniciativas de innovación. Y, por último, una nueva forma de
conceptualizar y visibilizar al Estado.
El
primer enfoque, los economistas neoliberales le prestan atención o lo permiten
y lo aceptan si consideran que el estado está arreglando una falla del mercado,
una externalidad negativa. Es decir, la inversión estatal está aceptada si los
beneficios sociales son mayores a los privados, más aún, si los privados no se
hacen cargo de los costos, limpiar el riachuelo por ejemplo, que el estado no
lo contaminó, pero invertirá para sanearlo. En el mismo sentido irían los bonos
de carbono, permiten contaminar más y generan un mercado de contaminación que
se inventó y no existía.
La
idea de que una parte de la I+D este liderada por el estado, sobre todo en
Argentina que se logró repatriar a muchos investigadores, consiguiendo una masa
de pensamiento importante, se requiere mucho más que el simple cálculo de
beneficio social o privado. Se requiere una idea, una misión, un norte hacia
donde los fondos sean invertidos con el fin de impulsar nuevas innovaciones que
potencien a la matriz de iniciativa privada o pueda ponerle un contorno en el
que la sociedad sea beneficio para ambos.
La
verdadera causa del encarcelamiento de la Directora financiera de Huawei es la
cuarta revolución industrial, muchos entienden que la marca China utiliza un
sistema de encriptación que impide a la NSA de EU interceptar los teléfonos
móviles de esa marca china. Fuera del mundo occidental, los gobiernos y
servicios secretos de numerosos países han comenzado a equiparse con material
de telecomunicaciones de la marca china Huawei para garantizar la
confidencialidad de sus comunicaciones. Generar una plataforma o un sistema que
capte o no permita captar información, es una tarea estatal.
En
el caso del aporte fiscal y la forma de sociedad estatal privada, se basa en la
idea inversa que hoy siguen las grandes firmas, que con apoyo estatal,
recibieron subvenciones para desarrollo, una vez afianzadas en el mercado,
comienzan un periplo que sólo apunta a evadir impuestos o eludirlos. Es extraña
esta lógica, ya que los subsidios a los emprendimientos privados provienen de
los impuestos. La lógica sería que pagaran, de manera de mantener la capacidad
estatal de afrontar las inversiones. En cuanto a la participación de los logros
y desarrollos futuros con base en las innovaciones estatales, habría que buscar
diferentes alternativas de sociedades.
La
aceptación de riquezas sin parangón, de un mundo cada vez más desigual, de
consentir austeridad en malas épocas y afrontar los costos del ajustes, pero no
pedir mayor participación en las épocas de auge, aceptando que quienes en la
austeridad se beneficiaron también lo hagan más en la expansión, forma parte de
tolerar sin pestañar que el estado es tonto.
Subsidiar
el transporte público es un gasto superfluo que lleva a despilfarro y a
incrementar el déficit, al igual que la salud, la educación o los servicios
sociales mínimos a los abuelos, son dignas de un estado faraónico, pero gastar
U$S 12.000 millones en armas, como hace la Argentina no está mal. La no
intervención estatal en la desigualdad, en los acuerdos mínimos de convivencia,
en la desarticulación de los preceptos mínimos del contrato social de
posguerra, se basan en la pérdida del papel directriz del estado. El mercado no
es natural, es inventado, hay que reinventar las palabras para describir este
nuevo e innovador estado.
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
Comentarios
Publicar un comentario