Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 46 ¿Estallidos sociales o revoluciones? El papel del instrumento político.. por Marta Harnecker

 

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1. Los recientes y menos recientes estallidos sociales que se han producido en América latina y el mundo, han demostrado fehacientemente que no basta la iniciativa creadora de las masas para lograr la victoria sobre el régimen imperante.

2. Masas urbanas y campesinas empobrecidas se han sublevado y sin una conducción definida se han tomado carreteras, pueblos, barrios, han asaltado centros de abastecimiento, han logrado tomar parlamentos, pero, a pesar de haber logrado la movilización de cientos de miles de personas, ni su masividad ni su combatividad permitieron pasar de los estallidos sociales a la revolución. Han logrado derribar presidentes, pero no han sido capaces de conquistar el poder para iniciar un proceso de transformaciones sociales profundas.

3. La historia de las revoluciones triunfantes, por el contrario, ratifica en forma porfiada lo que se puede lograr cuando existe un instrumento político capaz, en primer lugar, de levantar un programa alternativo de carácter nacional que permita canalizar la lucha de los diversos actores sociales hacia un objetivo común; que ayude a articularlos entre sí y que sea capaz de promover la elaboración de los pasos a seguir de acuerdo a un análisis de la correlación de fuerzas existente. Solo así se podrán lanzar las acciones en el momento y el lugar más oportuno, buscando siempre el eslabón más débil de la cadena enemiga.

4. Esta instancia política es como el pistón en una locomotora, que empuja hacia el motor el vapor contenido en la caldera en el momento decisivo haciendo que se convierta en fuerza impulsora, evitando así que se desperdicie. Por supuesto que, como dice Trotsky, lo que mueve las cosas no es el pistón o la caldera, sino el vapor.

5. Para que la acción política sea eficaz, para que las actividades de protesta, de resistencia y de lucha logren cambiar realmente las cosas, para que los estallidos sociales desemboquen en revoluciones, para que las revoluciones se consoliden, se requiere una instancia política que ayude a superar la dispersión y atomización del pueblo explotado y oprimido creando espacios de encuentro para aquellos que tienen diferencias pero luchan contra un enemigo común; que sea capaz de potenciar las luchas existentes y promover otras orientando las acciones en base a un análisis de la totalidad de la dinámica política; que sirva de instrumento articulador de las múltiples expresiones de resistencia y de lucha.

6. Reconocemos que el terreno no es fértil para escuchar estas ideas. Hay muchos que no aceptan siquiera discutirlas. Y adoptan esta actitud porque las asocian a las prácticas políticas antidemocráticas, autoritarias, burocráticas, manipuladoras que han caracterizado a muchos partidos de izquierda.

7. Yo creo que es fundamental superar este bloqueo subjetivo y entender que cuando hablo de un instrumento político, no se trata de cualquier instrumento político. Se trata de un instrumento político adecuado a los nuevos tiempos; un instrumento que tenemos que construir entre todos.

8. Pero para crear o remodelar el nuevo instrumento político hay que cambiar primero la cultura política de la izquierda y su visión de la política. Esta no puede reducirse a las disputas políticas institucionales por el control del parlamento, de los gobiernos locales; por ganar un proyecto de ley o unas elecciones. En esta forma de concebir la política, los sectores populares y sus luchas son los grandes ignorados. La política tampoco puede limitarse al arte de lo posible.

9. Para la izquierda la política debe ser el arte de hacer posible lo imposible. Y no se trata de una declaración voluntarista. Se trata de entender la política como el arte de construir fuerza social y política capaz de cambiar la correlación de fuerzas a favor del movimiento popular de tal modo de poder hacer posible en el futuro lo que hoy aparece como imposible.

10. Hay que pensar la política como el arte de construir fuerzas. Hay que superar el antiguo y arraigado error de pretender construir fuerza política sin construir fuerza social.

11. Por desgracia, entre nuestros militantes hay todavía mucha verborrea revolucionaria; mucho radicalismo en los pronunciamientos. Estoy convencida de que la única forma de poder radicalizar las cosas es mediante la construcción de fuerzas. A los que se llenan la boca de exigencias de radicalización hay que preguntarles: ¿qué están haciendo ustedes por construir la fuerza social y política que permita hacer avanzar el proceso?

12 Pero esta construcción de fuerzas no se produce espontáneamente. Así solo se producen los estallidos sociales. Se requiere de un instrumento político capaz de construir conscientemente las fuerzas que se requieren.

13. Y yo imagino este instrumento político como una organización capaz de levantar un proyecto nacional que permita aglutinar y sirva de brújula a todos los sectores que se oponen al neoliberalismo. Como una instancia volcada hacia la sociedad, que respete la autonomía de los movimientos sociales y renuncie a manipularlos, y cuyos militantes y dirigentes sean verdaderos pedagogos populares, capaces de potenciar toda la sabiduría que existe en el pueblo –tanto la que proviene de sus tradiciones culturales y de lucha, como la que adquiere en su diario bregar por la subsistencia– a través de la fusión de estos conocimientos con los más globales que la organización política pueda aportar. Como una instancia orientadora y articuladora al servicio de los movimientos sociales.

 

Razones del escepticismo popular respecto a la política y a los políticos

 

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Para luchar eficazmente contra el neoliberalismo es necesario lograr articular a todos los que sufren sus consecuencias, y para conseguir este objetivo debemos empezar por la propia izquierda que en nuestros países suele estar muy dispersa. Pero no son pocos los obstáculos que se nos interponen en esta tarea. Estar conscientes de ellos y preparase para enfrentarlos es el primer paso para poder superarlos.

Uno de estos obstáculos es el creciente escepticismo popular en relación con la política y los políticos.

Esto tiene que ver entre otras cosas con las grandes limitaciones que hoy tienen nuestros sistemas democráticos, muy diferentes a los que existían antes de las dictaduras militares.

Estos regímenes de democracia tutelada, limitada, restringida, controlada o de baja intensidad limitan drásticamente la capacidad efectiva de las autoridades electas democráticamente. Las principales decisiones son tomadas en órganos de carácter permanente, no electos, y, por lo tanto, no sujetos a cambios producto de los resultados electorales, como el Consejo de Seguridad Nacional, el Banco Central, las instancias económicas asesoras, la Corte Suprema, la Contraloría, el Tribunal Constitucional, etcétera.

Grupos de profesionales y no de políticos son los que hoy adoptan las decisiones o tienen una influencia decisiva sobre éstas. La aparente neutralidad y despolitización de dichos órganos oculta una nueva manera de hacer política de la clase dominante. Sus decisiones se adoptan al margen de los partidos. Se trata de democracias controladas, cuyos controladores no están sometidos a ningún mecanismo democrático.

Por otra parte, se han perfeccionado enormemente los mecanismos de fabricación del consenso, monopolizados por las clases dominantes, que condicionan en un alto grado la forma en que la gente percibe la realidad. Solo esto explica que sean los partidos más conservadores, que defienden los intereses de una ínfima minoría de la población, los que hayan logrado transformarse cuantitativamente en partidos de masas y que la base social de apoyo de sus candidatos, al menos en América Latina, hayan sido los sectores sociales más pobres de la periferia de las ciudades y del campo. Felizmente esto ha ido cambiando en las últimas décadas.

Otros elementos que explican el escepticismo reinante son, por un lado, la apropiación inescrupulosa por parte de la derecha del lenguaje de la izquierda: palabras como reformas, cambios de estructura, preocupación por la pobreza, transición, cuestionamiento del mercado, reconocimiento de la necesidad del papel regulador del estado, forman hoy parte de su discurso habitual; y, por otro, la adopción bastante frecuente por parte de los partidos de izquierda de una práctica política muy poco diferenciada de la práctica habitual de los partidos tradicionales.

Tenemos que tener muy presente que cada vez más la gente rechaza las prácticas partidarias clientelistas, poco transparentes y corruptas, de aquellos que solo se acercan al pueblo en momentos electorales, que pierden energías en luchas intestinas, de fracciones y pequeñas ambiciones; donde las decisiones son adoptadas por las cúpulas partidarias sin una real consulta con las bases y prima el liderazgo unipersonal sobre el colectivo. Repudia crecientemente los mensajes que se quedan en meras palabras, que no se traducen en actos.

La gente común y corriente está harta del sistema político tradicional y quiere cosas nuevas, quiere cambios, quiere nuevas formas de hacer política, quiere una política sana, quiere transparencia y participación, quiere recuperar la confianza.

Esta decepción de la política y los políticos que crece día a día –y que permea también a la izquierda social– no es grave para la derecha, pero para la izquierda sí lo es. La derecha puede perfectamente prescindir de los partidos políticos, como lo demostró durante los períodos dictatoriales, pero la izquierda no puede prescindir de un instrumento político sea éste un partido, un frente político u otra fórmula.

Otro obstáculo para la unidad de la izquierda es que –luego de la derrota del socialismo soviético, la crisis del estado benefactor impulsado por la socialdemocracia europea y del desarrollismo populista latinoamericano–, ésta tiene grandes dificultades para elaborar una propuesta alternativa al capitalismo –socialista o como se la quiera llamar– rigurosa y creíble, que pueda asumir los datos de la nueva realidad mundial.

El capitalismo ha revelado su gran capacidad de reciclarse y de usar la nueva revolución tecnológica a su favor; fragmentando a la clase obrera, limitando su poder de negociación, sembrando el pánico de la desocupación, mientras la izquierda se ha quedado muchas veces anclada en el pasado. Existe un exceso de diagnóstico y una ausencia de terapeútica. Solemos navegar políticamente sin brújula.

La mayor parte de los obstáculos aquí señalados provienen de realidades que se nos imponen desde fuera, pero hay también obstáculos que dificultan los intentos por articular a toda la izquierda que provienen de su propio seno.

Por una parte, la izquierda partidaria, en las últimas décadas, ha tenido muchas dificultades para trabajar con los movimientos sociales y acercarse a los nuevos actores sociales. Y, por otra, en la izquierda social ha habido una tendencia a descalificar a los partidos y a magnificar su propio papel en la lucha contra la globalización neoliberal, actitud que no ha ayudado a superar la dispersión de la izquierda.

 

 

*Marta Harnecker (Chile, 1937- Canadá 2019). Licenciada en Psicología en la Universidad Católica de Chile en 1962. Socióloga, politóloga, periodista y activista. Cursó estudios de posgrado en París con Paul Ricoeur y Louis Althusser. A su vuelta a Chile en 1968, fue profesora de Materialismo Histórico y Economía Política en Sociología de la Universidad de Chile (1969-71) y directora del semanario político Chile Hoy (1972-73). Después del golpe de 1973 en Chile, se exilió en Cuba. Desde entonces ha vivido en Cuba, Venezuela, y Canadá. En Cuba fue directora de Chile Informativo La Habana (1974-78), que se transformó en un órgano de la resistencia antifascista en el exterior. Fue fundadora del Centro Memoria Popular Latinoamericana (MEPLA) en La Habana en 1991. En Venezuela fue asesora del presidente Chávez, del Ministerio del Poder Popular para las Comunas y formó parte del equipo de dirección del Centro Internacional Miranda [CIM] en Caracas. Marta Harnecker se convirtió en referencia fundamental para la izquierda marxista con la publicación, a finales de los años 60, de su libro Los conceptos elementales del materialismo histórico (1969) Con múltiples reediciones, el libro ha alcanzado una difusión de difícil repetición en el campo de los manuales de teoría marxista. Ha publicado más de 80 libros entre los que destacan: 

El capital: conceptos fundamentales (1971)

Cuba: ¿dictadura o democracia? (1975) 

Pueblos en armas (1983) 

La revolución social (Lenin y América Latina) (1985) 

¿Qué es la sociedad? (1986)

 Indígenas, cristianos y estudiantes en la revolución (1987)

América Latina: Izquierda y crisis actual (1990)

Haciendo camino al andar (1995) 

Haciendo posible lo imposible. La izquierda en el umbral del siglo XXI (1999)

Venezuela. Militares junto al pueblo (2003)

Venezuela. Una revolución sui géneris (2004)

Reconstruyendo la izquierda (2006)

Inventando para no errar. América Latina y el socialismo del siglo XXI (2010)

Un mundo para construir (nuevos caminos) (2013)

Ideas para la lucha (2017)

 

 

 


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