Fuente: https://ciudadseva.com/autor/saki/cuentos/
Saki,
el caballero que robaba a los ricos (por Javier Lorca, para Página 12)
El
14 de noviembre de 1916, Héctor Hugo Munro, más conocido como Saki, recibía un
tiro en la cabeza en plena guerra. En cierta forma había elegido su propia
muerte para no dejarle la última palabra a la posteridad. Miembro de la élite
del imperio británico, hizo de burgueses y aristócratas el blanco de su ironía
y punzante humor, brillando sobre todo en el género de la short story. Al decir
de Graham Greene, fue un caballero que, convertido en salteador de caminos, les
robaba a los ricos.
Si
la originalidad es –como quería Chesterton– el don de disentir con los demás,
la clave será siempre quiénes son “los demás”. Para Hector Hugh Munro, fueron
los aristócratas y burgueses británicos de comienzos del siglo XX, entre los
que él mismo estaba, y que la originalidad de Saki –el seudónimo que Munro
eligió para escribir ficción– haya logrado perdurar hasta hoy, a cien años de
su muerte, remite tanto a su talento literario, a su prosa sofisticada y
elegante, a su ironía sutil y punzante, como a la empecinada supervivencia de
ciertos rasgos de clase, los que desnudan sus relatos de humor y de horror,
desde la indiferencia social, la desaprensión y la apatía hasta la frivolidad y
la hipocresía. Munro escribió crónicas políticas, novelas, teatro y una serie
de cuentos que son parte de los clásicos de la short story y que todavía se
leen con el mismo placer culposo e inolvidable que debió de sentir hace un
siglo su público de ladies and gentlemen. De hecho, es difícil encontrar una
antología sensata que excluya relatos como “Gabriel Ernesto” (el licántropo al
que le gustaban los chicos), “La reticencia de Lady Anne” (el cese de las
hostilidades matrimoniales), “El narrador” (de impiadosos cuentos infantiles),
“Sredni Vashtar” (el hurón que atiende las plegarias de un nene), “Los
intrusos” (dos enemigos se reconcilian con demora), “Esmé” (la amistosa hiena
infanticida) o “Tobermory” (el gato que hablaba demasiado).
Aunque escribió casi aislado, la peculiaridad de Munro/Saki reconoce un
sugestivo parentesco con autores de los que fue más o menos contemporáneo. Como
Rudyard Kipling, fue un hijo del imperialismo británico, nacido en una colonia
y criado bajo estricta disciplina lejos del afecto de sus padres; y en su obra,
como en la de Kipling, los chicos y los animales son protagonistas recurrentes,
víctimas y victimarios del injustificable mundo adulto (“llegar a los treinta
es haber fracasado en la vida”, escribió Saki). Como Oscar Wilde, como Lewis
Carroll, parece haber convivido con un íntimo deseo que contrariaba la moral dominante
y también esa carga se puede leer en sus narraciones. Curiosamente, la carrera
literaria de Munro empezó con textos que parodiaban a Kipling y a Carroll. Y su
estilo, los elaborados epigramas de sus dandies, se emparientan, como observó
Borges, con “las deliciosas comedias de Wilde”, por su delicadeza y levedad,
por el “tono de trivialidad” y la “ausencia de énfasis” en relatos “cuya íntima
trama es amarga y cruel”.
De familia escocesa, H. H. Munro nació en 1870 en Akyab, hoy Sittwe, entonces
una de las ciudades birmanas sometidas por el imperio británico y donde su
padre era oficial de la policía militar. Tras la muerte de su madre en 1872,
Munro y sus hermanos mayores fueron enviados a Inglaterra, y quedaron al
cuidado de sus tías, dos mujeres inescrupulosas y “turbulentas” que “se odiaban
mutuamente con ferocidad”, según describió su hermana Ethel (las tías son
personajes repetidos en los cuentos de Saki y rara vez quedan bien paradas,
cuando tienen suerte y quedan vivas). Munro fue educado en casa por
institutrices y sólo tres años en escuelas públicas y privadas (“no puede
esperarse que un chico sea depravado hasta haber asistido a una buena escuela”,
escribió Saki). Después de fracasar en el intento de seguir la carrera militar
de su padre (duró catorce meses y siete ataques de malaria en Birmania), en
1896 se mudó a Londres para dedicarse a escribir.
Poco se sabe de su vida privada, en parte porque su hermana, tras escribir la
primera (y, por décadas, única) biografía del escritor, destruyó sus cartas y
papeles personales, y en parte por la extremada reserva que él mismo cultivó.
Es comprensible, sobre todo si es cierto que era homosexual, como sostienen sus
biógrafos modernos con razonables presunciones. Un año antes de que Munro se
instalara en Londres se había producido el escándalo que llevó a Oscar Wilde a
la cárcel (“nunca seas pionero –escribió Saki–, el primer cristiano es el que
consigue el león más gordo”).
Su
primer, insólito libro, una historia del imperio ruso, se publicó en 1900 sin
mayor trascendencia, pero ese mismo año Munro comenzó a trabajar para la
prensa. En el diario The Westminster Gazette escribió tres series de sátiras
sobre la actualidad política: “Alicia en Westminster”, basada en Alicia en el
País de las Maravillas; “El libro de la selva política” e “Historias no tan
así” que, con menor éxito, parodiaban a Kipling. Fue la partida de nacimiento
de Saki. Desde entonces y hasta su muerte escribió asiduamente cuentos cortos
para diarios y revistas, mientras ejercía el periodismo como corresponsal en el
extranjero o como cronista en el parlamento británico.
Sus
relatos fueron recopilados en seis libros: Reginald (1904), Reginald en Rusia
(1910), Las crónicas de Clovis (1911), Animales y superanimales (1914), Los
juguetes de la paz (1919) y El huevo cuadrado (1924). Las clases acomodadas son
protagonistas dominantes de los cuentos. Sus imposturas y miserias interesadas,
su ociosidad y apatía, sus códigos y rituales son puestos en evidencia o son
destruidos por un personaje excéntrico: puede ser un joven asexuado y amoral,
distante e irónico, imperturbable, carente de afecto; puede ser un chico o un
animal que, en ese caso, pondrá en juego el latente salvajismo a la sombra de
la refinada civilización; pueden ser, también, las fuerzas de la naturaleza. En
la sala de estar doméstica, en una reunión social, en un paseo por el parque,
en una partida de caza por el bosque, casi siempre con el diálogo irónico como
motor de la trama, las apariencias que reinan entre aristócratas y burgueses
están bajo constante amenaza de una revelación macabra, de una broma
despiadada, del chantaje o la venganza. “Las víctimas son suficientemente
tontas como para no suscitar compasión: son personas maduras, con poder, y está
bien que sufran humillaciones temporarias porque el mundo, a la larga, siempre
está de parte de ellas –apuntó Graham Greene–. Saki, como un caballeresco
salteador de caminos, sólo roba a los ricos: detrás de todos sus cuentos hay un
excitante sentido de la justicia”. Pero no es lo único que hay. La paradoja de
Saki es que, en esos mismos cuentos donde asedia a la alta sociedad, se
trasluce su credo conservador, imperialista, racista, misógino y antidemócrata.
De algún modo, era a la vez rebelde y reaccionario. “Quizá se podría decir –resumió
L. P. Hartley– que odiaba aquello en lo que creía y creía en aquello que
odiaba”.
Con
el estallido de la guerra, la ambivalencia de Munro/Saki encontró una
oportunidad para resolverse. A punto de cumplir 44 años y con una salud
delicada, en 1914 se alistó en el ejército como voluntario; rehusó cumplir
funciones administrativas e insistió en participar de los combates. En la
madrugada del 14 de noviembre de 1916, en las trincheras de Beaumont-Hamel,
recibió un disparo en la cabeza. Había elegido narrar su propio final. “Odio a
la posteridad –había escrito Saki–, es tan aficionada a quedarse con la última
palabra”.
Comentarios
Publicar un comentario