Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 44 HISTORIA DE UNA INFAMIA por Juan Francisco Risso… nos avivó Antonio Diez (El Mayolero)
Fuente
El Fusilado
http://elblogdelfusilado.blogspot.com/2010/01/historia-de-una-infamia.html
Escribe
Juan Francisco Risso, el compañero Antonio nos avivó:
Nosotros, los argentinos, no teníamos una deuda externa. Luego nos inventaron
una. A cambio de nada. Yo la vi nacer. Corría el año setenta y tres. Quizá mil
nueve setenta y cuatro. Con mi condiscípulo y amigo Eduardo Duca estudiábamos
la asignatura Economía Política en la cocina de un departamento interno de la
ciudad de La Plata. Estábamos en el capítulo correspondiente a Ventajas
Comparativas. Un país gasta diez mil dólares para fabricar un cañón. Con esa
misma plata -decía el libro- también puede fabricar x metros de tela. Hete aquí
que vendiendo en el mercado esos x metros de tela, el país en cuestión recauda
unos veinte mil dólares, suma que le permite adquirir dos cañones en ese mismo
mercado. Ergo: al hipotético país le conviene dejarse de embromar con fabricar
cañones, y dedicarse a lo suyo. O sea, a la tela. Yo dije que estaba clarísimo,
pero Duca me miraba poco convencido y no decía nada aprobatorio. Tras unos
momentos, finalmente abrió la boca y soltó esta frase: "Me parece que esto
está hecho para que los países no se desarrollen". Lo dijo tímidamente.
Vacilante. No sé si había escuchado cantar el gallo -había hecho un año en
Ciencias Económicas- o si, simplemente, era más perceptivo que yo en estas
cosas. Que lo era. Lo cierto es que ningún país nació desarrollado; el
desarrollo es todo un proceso, con costos y con sinsabores. Y cualquier
inteligencia media puede prever el futuro de un país que sólo fabrica tela:
poco a poco, a su alrededor irán subiendo de precio los cañones, los autos, los
tomógrafos, los alimentos y todo lo demás. Muy pronto, con x metros de tela
comprará sólo medio cañón. Y que rece su presidente para que el fabricante de
cañones no incursione en el rubro telas. Esa era la crítica del universitario
Duca a la Ley de Ventajas Comparativas. Me gustó y la compré.Mil novecientos
setenta y seis: golpe de Estado. Martínez de Hoz explica cómo vamos a parar la
inflación, y se instaura "la tablita", que pre-establecía el valor
del dólar a través del tiempo. Un dólar baratísimo, un regalo. Así se echaron
las bases para una nueva Argentina. Uno de sus "Chicago boys" nos
regaló esta ilustrativa frase, que estará en los archivos: "Ahora se va a
saber si la Argentina tiene que fabricar acero o caramelos". Un test.
Obviamente, con ese tipo cambiario no podíamos competir con nadie: lo que venía
de afuera siempre era más barato, para no hablar de exportaciones. De modo que
quien fabricaba algo simplemente se hizo importador, le dio la mano a los
obreros de su fábrica (cuya persiana luego bajó) y la nueva Argentina tomó su
curso. En ese momento, la deuda externa era de 6000 millones de dólares. Nada.
Un vuelto. Cuando finalizó El Proceso debíamos 40.000 millones. A cambio de
nada. Traían los verdes de afuera, se pasaban a pesos, los colocaban acá a tasas
insólitas, reconvertían a dólar y se llevaban todo de vuelta. Por supuesto: se
ponía plata todos los días para mantener el tipo de cambio. Así se montó el
invento. Un producto que internacionalmente valía 10 dólares, acá se podía
vender a 20 o más. Y lo comprábamos. Por la otra vertiente estaba el "deme
dos" y la Isla Margarita, época en que las personas más incultas y
prepotentes hacían de embajadores en el exterior, fortaleciendo la imagen
preexistente del argentino. Cuando un gaucho anda con plata...Ese dólar
artificial fue forjando nuestra querida deuda externa, hoy parte de nuestro ser
nacional. Lo que a mí me marcó para siempre fue cómo nos lo decían en la cara:
"Ahora se va a saber si la Argentina tiene que fabricar acero o
caramelos". Y nosotros, veinticinco millones, aplaudiendo con el helado en
la frente. Tres años antes, un estudiante de veintitrés años me había avisado
que este tipo de situaciones sólo conducen al subdesarrollo y al estancamiento.
Pero nadie escuchaba. La gente vendía su casa para colocar la plata a interés.
Todos éramos financistas. El país parecía estar en alza. Capítulo siguiente:
Raúl Ricardo Alfonsín vociferando, con su dedo índice acusador, que había que
determinar que parte de la deuda era legítima y qué parte ilegítima. Muchas
veces escuché esa frase de su boca durante su campaña política. También estará
en los archivos. Ese fue un punto de inflexión, cuando -tras la victoria
radical- vino el silencio de radio. Ahí se dejó correr la pelota. Pino Solanas
tiene toda la razón. Pero, por desgracia, Cristina Fernández también la tiene.
El momento era cuando cayó el gobierno ilegítimo que "fabricó" esa
deuda. Ahí podíamos decir, por ejemplo: "Ustedes sabían que los militares
eran usurpadores del poder, e igualmente les fiaron. Ahora nosotros queremos
ver y revisar todo". Pero tras veinticinco años de reconocer la deuda
íntegramente y de renegociarla y de hacer pagos parciales, ya no podemos
aparecer con esa historia. En este punto, coincido con Cristina. Perdón, Pino. Si
todavía no he logrado hacerlo sentir mal, recordemos la Convertibilidad, el
mismo perro con diferente collar. Pero eso -peor aún- lo votó el Congreso, y
ahí ya seríamos unos 35 millones aplaudiendo con el helado en la frente. Se
suponía que eso era como la morfina, para un paciente que sufría de
hiperinflación. Pero qué me dice usted de un tipo que está varios años dándose
con morfina. Cuando el paciente se desintoxicó, estaba flaco y debía mucho más
que antes. Creía que un dólar costaba un peso, pobrecillo. Los médicos le
explicaron que un dólar costaba tres pesos. El paciente dijo que todo ese
tiempo había creído lo contrario. Un delirio típico. Avariciosos, malignos
-buitres, si quiere- no está probado que nuestros acreedores fuesen
responsables de la tablita de Martínez de Hoz, con la cual fuimos dichosos
dueños del mundo. Mucho menos son responsables del silencio que guardó el
gobierno constitucional siguiente, acerca de la legitimidad de la deuda. Que,
sin duda, había mucho para decir. Menos aún son responsables de la Convertibilidad,
votada por el Congreso ¡en épocas de De la Rúa seguíamos pidiendo a Cavallo!
Triste pero real, querido Pino: a esta deuda habrá que bancarla, de un modo u
otro. Triste, no: muy triste. Porque nosotros, los argentinos, no teníamos una
deuda externa. Y luego nos inventaron una. A cambio de nada.
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