Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 45 DESDE “EL ALTO” DE LA PAZ AL MET DE NUEVA YORK por Guillermo F. Sala

 

La invitación a descubrir en este relato es que desde un sitio, tal vez impensado para nuestra cultura filo europea, puedan aparecer y divulgarse trabajos arquitectónicos relacionados con la cultura indígena o aborigen de nuestro continente.

Nos vamos a situar en El Alto ciudad boliviana localizada a más de 4.000 metros, Joven urbe nacida en los ochenta casi como suburbio de La Paz, donde el ex presidente Evo Morales posee un importante respaldo de la mayoritaria comunidad aymará.

Freddy Mamani es un boliviano de apellido común, nacido en el poblado de Cataví cerca de La Paz,  que encarna la mayor novedad arquitectónica de Latinoamérica. Esa designación puede parecer arbitraria, pero basta con ponerla en contexto: este hombre ya expuso en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET) y en la Fundación Cartier de París. Casi arquitecto autodidacta, de profesión inicial  albañil, pudo encarnar el orgullo indígena y darle color al árido paisaje del altiplano a través de lo que se conoce como Nueva Arquitectura Andina con simpáticas fachadas y morfologías. “Ocre y sin vegetación” al decir de Mamani respecto al paisaje de la altura.

Mamani creció en torno a la explotación minera de los Andes.  Entre cabras, piedras y cactus, de chico jugaba a construir casas fantásticas. Lo hacía con bloques de madera: cuadrados rojos, rectángulos azules, cilindros verdes que apilaba sobre tierra dura y seca. En su adolescencia, la decisión de sus padres de emigrar a El Alto lo sacó de ese paisaje conocido, de la cabaña de adobe familiar. El Alto todavía no era ciudad, pero ya era el punto elegido por familias rurales y mineros que ansiaban mayores recursos y posibilidades. No bien llegó, con 13 años, Freddy empezó a trabajar como albañil, ayudando a su padre obrero. Estudió de noche, al salir de las obras, pese a que su familia se lo desaconsejó.

 


La tipología por la que Mamani resulta conocido y reverenciado mundialmente es la denominada "cholets", mezcla de las palabras "chalet" y "cholo". Esta última identifica a los indios mestizos de ciudad, y tiene una connotación peyorativa en Bolivia.

Un cholet es un edificio de seis y siete plantas, distribuidas de forma que la planta baja es un local comercial o taller familiar; la planta primera es un espacio de reunión o sala de fiestas; las siguientes plantas se destinan a apartamentos para alquilar; y en la cúspide, se ubica un chalé, normalmente dúplex, en el que reside el propietario.

Además, el edificio tiene una marcada y exuberante geometría en el interior y exterior, que transciende la cultura aymará mezclándola con conceptos contemporáneos. Una de sus fuentes de inspiración proviene de la antigua ciudad de Tiwanaku, a 60 kilómetros de El Alto, que entre 500 y 1000 a.D controló buena parte de esta zona de los Andes y fueron declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO.

 



“Al igual que Gaudí en Barcelona o Niemeyer en Brasilia, Freddy Mamani tiene la oportunidad de dar forma a la estética de toda una ciudad”, escribió el diario británico The Guardian. El País de Madrid lo definió como el “arquitecto de Los Andes” y el Financial Times consideró que sus edificios son “policromía pura en un mundo de arquitectura que se ha vuelto beige”. Más allá de las connotaciones esteticistas, el valor de la obra de este peculiar arquitecto, es el colorido, la tradición y el origen desde donde proviene su inventiva. Además del contexto social donde emplaza sus trabajos y desde donde irradia globalmente.

 



 

 

Formas de cóndores, pumas, o aves, que se combinan con diseños que nacen de montañas, relámpagos y flores. Así, el artista ha creado un lenguaje propio con el que articula su idea de ciudad contemporánea, aplicando los colores de tonalidades azules, verdes, rojos y rosas brillantes de forma generosa.


El uso de grandes candelabros en los salones interiores, junto a la aplicación de capiteles en las columnas, realzan la utilización de colores y formas atrevidas, que se iluminan con miles de lámparas. Las rotundas formas del interior las ejecutan artesanos del lugar, que las moldean siguiendo técnicas profesionales. Además, aplican las pinturas con pinceles, nada de brocha gorda.

Sus clientes son, en su mayoría, comerciantes, transportistas y empresarios gastronómicos. Los llamados nuevos ricos o nuevos burgueses, cuyo crecimiento económico aumentó tras la llegada al poder de Evo Morales.

Tiene construidos más de 70 edificios en todo El Alto, y más de un centenar en el Estado Plurinacional de Bolivia.



Sus detractores consideran que este tipo de construcción además de su visible aspecto comercial es una mera  decoración -“meras fachadas”- y no arquitectura. También emparentan la sobrecarga de colores y figuras con la idea que tiene un pobre de la belleza y el lujo. Y le quitan base ideológica y cultural a su obra, al sostener que su estilo es una mezcla de todo y  nada tiene que ver de lo ancestral. Mientras tanto, en el mundo se disputan por un lugar en su agenda.

Podrían tildarse de diseños sobrecargados, estéticamente “kistch” que se permite incorporar elementos de gusto dudoso o que podrían llegar a ser considerados de mal gusto por algunas personas. La rebeldía del kitsch consiste en poner en evidencia que el “buen gusto” no es más que una noción subjetiva e histórica, que varía con cada persona, cada época y cada sociedad.

Artistas como el fallecido Federico Klemm podrían ser promotores pasionales de esta tipología arquitectónica.

 

 

 


*Guillermo F. Sala. Arquitecto


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