Estaba
allí, a esa hora de la mañana en la cual la gente que fue muy temprano ya había
sido atendida, además, se venía el impasse del mediodía. Difícil que yo me
bajase del auto a no ser para cargar combustible y comerme un par de panchos.
Antes se podía tomar una cerveza, pero está bravo para los que somos
profesionales, controlan más a los taxis que a los demás. Las sociedades
corruptas no cuentan con controles rígidos, solo para seguir delinquiendo y pour la gallery.
Aquel
mediodía bajé a tomar un par de valijas del baúl, y cuando me enderecé con
ellas un pinchazo en la espalda me avisó que el ciático por segunda vez en el
año estaba allí. Manejé una hora más y cuando fortuitamente me dejaron en el
Hospital Fernández entonces descendí. Un médico muy cerca del retiro, me
atendió con deferencia.
-
Son el resultado de la actividad, todas
estas patologías. Busque descansar y acuéstese boca arriba, bien estirado en la
cama. Hágase poner esta inyección, y con
un intervalo de doce horas, solo una más. No abuse y se haga aplicar otra,
tiene efectos colaterales que le traerán otros problemas.
-
Bueno Doctor, entonces, ¿una ahora y
otra mañana?
-
Así es.
-
Bueno Doctor gracias.
-
Chau amigo... ¡Quiñones Silvia!, sujeté
la puerta para que pasara el siguiente, por favor.
Frente
del Hospital hay una farmacia que se instaló hace poco. Entré. Mucha gente.
Había un talonario de papel con los números, quité uno y con bastante
dificultad fui a sentarme... 81 voceó uno de los vendedores, como a la media
hora, un punto bajo y con la cabeza rapada, la barba candado, intentaba
vanamente mejorar un rostro difícil, desagradable ....
-
¿Señor?
Le
extendí la receta y el número... el tipejo se perdió entre los estantes
cargados de medicamentos.
-
¿Efectivo o tarjeta?
-
¿Cuánto cuesta? ¿Ustedes la aplican,
verdad?
-
Serían mil seiscientos pesos más cien
por la aplicación.
-
Caramba no tengo, no va a alcanzarme. ¿Tiene
la misma droga un poco más barata?
-
Creo que si… a ver ... - el hombre buscaba en la computadora –
-
Si acá está la misma pero sin VITAMINA
D, cuesta novecientos pesos.
-
No tampoco llego.
De
esta manera, evidentemente ofuscado, buscó tres veces más. Y no llegaba en
ningún caso. En eso el de la farmacia pidió que me acercara, se inclinó sobre
el mostrador…
-
¿Por qué venís a molestar? Mirá la gente
que hay. ¿Por qué venís a comprar si no tenés la plata. ¿Sabés cuál es tu target?. La Bayaspirina. Forte si vos
querés, pero mirá que la Forte es más cara, ¿eh? Andá tomá un blíster de
setenta mangos y tomatelas, hay como 30 personas esperando y con plata... ¡mira!
Vos solo te podés comprar una aspirina...andá.
Me
fumé el agravio sin chistar. Dolía mucho la espalda. El tipo estaba rojo de
rabia. Se me quedó mirando hasta que llegué a la vereda, Adivinaba lo que me
estaría diciendo con la mirada. Renqueando fui hasta el auto y manejé hasta
otra farmacia, a un par de cuadras.
-
Un blister de Bayaspirina Forte, por
favor.
La
señora me lo pasó dentro de una pequeña bolsita. Compré una latita de Coca y me
zumbé cuatro. Así fue el día siguiente y el otro. El miércoles un joven de
barba y anteojos subió y dijo:
-
Al Sanatorio Güemes por favor.
Había
ya comprado la coquita y en el primer semáforo en rojo, pelo las Baya y cuando
iba a abrir la lata, mi pasajero me tomó del hombro..
-
Hombre ¿qué va a hacer, está loco? –
inquirió -
Estaba
en el tercer día de ésta práctica y ni pensé que tenía una persona atrás. Le
conté al chico, (que era médico) desde que saqué aquellas valijas del baúl, y
el episodio de la farmacia.
-
¿Y cómo está tomando la aspirina?
-
Y... un blíster por día.
-
No... no... - y a continuación, se largó con una larga
perorata respecto del daño que me estaba haciendo, sobre todo en la función
renal, el hígado, el estómago, etc.
No
se me movió un pelo, me había quedado eso de que las aspirinas eran mi target. Por
esos días la lucha diaria en las calles me llevaba el amor propio muy cerca del
suelo y cualquier cosa que dijeran respecto de mis errores me cabía.
-
Estamos llegando muchacho. ¿Va a entrar
por Córdoba o doy la vuelta?
-
Páreme en la puerta de la avenida, y aguárdeme,
vengo enseguida.
Cerró
suave la puerta y corrió hasta el hall que se veía muy transitado. A los diez
minutos volvía corriendo.
-
¿Qué le debo, demente? - preguntó
sonriendo –
-
Tome, y esto también, uno cada ocho
horas, es muy bueno y más sano de lo que está tomando, chau, - en ese momento arrojó una bolsita en el
asiento, cuídese, me dijo antes de irse. Eran muestras gratis de un analgésico
-
Reconfortado
al día siguiente volví al infierno, mejor apilado…
*Eduardo De Vincenzi
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