Estoy hablando con
una amiga.
Le planteo mi
idea-motor (o “desmotor”) central de la vida: el mal es mucho más poderoso que
el bien; de manera que hacer el bien -que es mi apuesta irrevocable- requiere
enormes volúmenes de esfuerzo desesperanzado, pues, como creo, el bien es
insuficiente frente al mal.
Ella dice que está
segura de que hay más gente buena que mala.
Yo respondo que,
frente al panorama desolador de la historia, eso que ha señalado es la prueba
más evidente de que sólo con enormes cantidades de bien es posible
contrarrestar o igualar el mal.
Es necesario
muchísimo bien para: 1) Intentar evitar el mal, lo que NUNCA se logra, aun
cuando se desplieguen masas inconmensurables de bien (la experiencia
kirchnerista frente al adoctrinamiento televisivo de la clase media es un
ejemplo); y 2) Paliar las consecuencias del mal.
Por lo demás, están
las vías de justificación, que en casi todos los casos que conozco toman la
forma de la RELATIVIZACIÓN VULGAR: "a fin de cuentas, qué cosa es el
bien", "qué entendés por mal", “lo que puede estar bien para uno
puede estar mal para otro” y muchas otras desviaciones.
Todo esto, en
nuestra comunidad espantosa, viene condimentado con otros usos y costumbres
decadentes. En la década del 90, por ejemplo, esa gente (el grueso de la clase
media macrista de hoy, considerada a brocha gorda) se convenció acerca de que
"está bueno ser egoísta". Hablaban con una polución oral tal, que a
veces hasta lo decían así: "aprendí que está bueno ser un poco egoísta
conmigo mismo". Claro, con el 1 a 1 se podían comprar cosas, y ya sabemos
cómo es la clase media y sus intentos filosóficos de entrecasa, siempre
relacionados con sus posibilidades (o imposibilidades) temporarias de acceder
al confort material.
Durante los años de
macrismo en el poder formal, además, se sumó a esta prevalencia del mal un
fuerte componente de patologización. Lo que siempre decimos con relación a qué
le pasa a un tipo que acepta conceptos como “crecimiento invisible” o “estantes
para apoyar bolsos con dinero robado”. Los perversos digitaban a los
patologizados; igual que hoy, pero con los perversos ocupando estamentos
institucionales de decisión con proyección a TODA la comunidad.
Como ya dije, sigo
apostando por el bien. En cierto sentido, se trata de una limitación: no sé ser
malo; o, para mejor decir: mi maldad no es eficiente para con el malo. Esto es
visto por muchos miserables como un signo de debilidad: les aseguro que hace
falta un quantum muy nutrido de fortaleza para no responder al mal con más mal.
Por supuesto, está
también el asunto del error. Es natural que muchas veces me equivoque. Como a
ustedes, también me juzga ese Otro con toda la dureza que en el momento se le
ocurre; en el mejor de los casos, soy objeto de tratamiento degradante por
quien cree estar obrando bien o de manera leal o en acatamiento de principios
superiores. No es algo que me ocurra exclusivamente a mí; pero así como un
biólogo recrea cosas que “están ahí” (como “raíz – tallo – hoja – flor” o
“incisivos – caninos – premolares – molares”) o un geógrafo advierte la existencia
de una península que no pidió ser descripta ni es la única, así también yo
cuento lo que veo; en todos los casos, como puedo.
De todos modos,
insto a: primero, generar una profunda y permanente consciencia reflexiva
acerca de qué es el bien y dónde se lo encuentra, así como también pensar sobre
los modos de su ejercicio. Y segundo: obrar en consonancia con esa reflexión
virtuosa y sus conclusiones.
Cuando deje de
interesarnos la turbación al ego que tal actitud implica, habremos aprendido.
De ahí a la comunidad organizada hay solamente medio paso. Por ahora, falta
tanto como otra Humanidad, pero algún día hay que empezar.
*Eddy W. Hopper. Abogado
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