Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 42 Patologización y maldad… por Eddy W. Hopper

 

Estoy hablando con una amiga.

Le planteo mi idea-motor (o “desmotor”) central de la vida: el mal es mucho más poderoso que el bien; de manera que hacer el bien -que es mi apuesta irrevocable- requiere enormes volúmenes de esfuerzo desesperanzado, pues, como creo, el bien es insuficiente frente al mal.

Ella dice que está segura de que hay más gente buena que mala.

Yo respondo que, frente al panorama desolador de la historia, eso que ha señalado es la prueba más evidente de que sólo con enormes cantidades de bien es posible contrarrestar o igualar el mal.

Es necesario muchísimo bien para: 1) Intentar evitar el mal, lo que NUNCA se logra, aun cuando se desplieguen masas inconmensurables de bien (la experiencia kirchnerista frente al adoctrinamiento televisivo de la clase media es un ejemplo); y 2) Paliar las consecuencias del mal.

Por lo demás, están las vías de justificación, que en casi todos los casos que conozco toman la forma de la RELATIVIZACIÓN VULGAR: "a fin de cuentas, qué cosa es el bien", "qué entendés por mal", “lo que puede estar bien para uno puede estar mal para otro” y muchas otras desviaciones.

Todo esto, en nuestra comunidad espantosa, viene condimentado con otros usos y costumbres decadentes. En la década del 90, por ejemplo, esa gente (el grueso de la clase media macrista de hoy, considerada a brocha gorda) se convenció acerca de que "está bueno ser egoísta". Hablaban con una polución oral tal, que a veces hasta lo decían así: "aprendí que está bueno ser un poco egoísta conmigo mismo". Claro, con el 1 a 1 se podían comprar cosas, y ya sabemos cómo es la clase media y sus intentos filosóficos de entrecasa, siempre relacionados con sus posibilidades (o imposibilidades) temporarias de acceder al confort material.

Durante los años de macrismo en el poder formal, además, se sumó a esta prevalencia del mal un fuerte componente de patologización. Lo que siempre decimos con relación a qué le pasa a un tipo que acepta conceptos como “crecimiento invisible” o “estantes para apoyar bolsos con dinero robado”. Los perversos digitaban a los patologizados; igual que hoy, pero con los perversos ocupando estamentos institucionales de decisión con proyección a TODA la comunidad.

Como ya dije, sigo apostando por el bien. En cierto sentido, se trata de una limitación: no sé ser malo; o, para mejor decir: mi maldad no es eficiente para con el malo. Esto es visto por muchos miserables como un signo de debilidad: les aseguro que hace falta un quantum muy nutrido de fortaleza para no responder al mal con más mal.

Por supuesto, está también el asunto del error. Es natural que muchas veces me equivoque. Como a ustedes, también me juzga ese Otro con toda la dureza que en el momento se le ocurre; en el mejor de los casos, soy objeto de tratamiento degradante por quien cree estar obrando bien o de manera leal o en acatamiento de principios superiores. No es algo que me ocurra exclusivamente a mí; pero así como un biólogo recrea cosas que “están ahí” (como “raíz – tallo – hoja – flor” o “incisivos – caninos – premolares – molares”) o un geógrafo advierte la existencia de una península que no pidió ser descripta ni es la única, así también yo cuento lo que veo; en todos los casos, como puedo.

De todos modos, insto a: primero, generar una profunda y permanente consciencia reflexiva acerca de qué es el bien y dónde se lo encuentra, así como también pensar sobre los modos de su ejercicio. Y segundo: obrar en consonancia con esa reflexión virtuosa y sus conclusiones.

Cuando deje de interesarnos la turbación al ego que tal actitud implica, habremos aprendido. De ahí a la comunidad organizada hay solamente medio paso. Por ahora, falta tanto como otra Humanidad, pero algún día hay que empezar.

 

 


*Eddy W. Hopper. Abogado


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