Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 40 Donante … Relato por Eduardo De Vincenzi

 

Los dos hombres retrocedían de espaldas, se les estaban acabando las balas, ya en la vereda del Banco disparaban hacia adentro intentando huir en el Vento color gris que los esperaba con un cómplice al volante que a los gritos los apuraba con el motor en marcha y acelerando en vacío. El primero que quedó con el arma vacía, portando una media de mujer en la cabeza, escupió una puteada y se lanzó de cabeza al asiento trasero del auto.

-          Arrancá, que nos ponen, la concha de tu madre...

-          Y el “Mandril", boludo, ¿lo puso al de seguridad?

-          Y yo la emboqué a la cajera, que no quería soltar la bolsa, como si la tarasca fuera de ella... ¡conchuda! No podemos esperarlo, dale acelerá! ...

"Belmondo" que así lo llamaban por su parecido al actor francés pisó el acelerador a fondo haciendo colear el auto, el cual salió vertiginoso por la Avenida. No fueron muy lejos. En la esquina de Mosconi, seis patrulleros con los policías pie a tierra le cerraron el paso. Belmondo clavó, y empezó a disparar sobre la lancha más cercana. De inmediato el rati de la Uzi cayó de espaldas. Su compañero, parapetado atrás de la puerta abierta de su coche, apoyó la 9 milímetros en el marco, Belmondo cayó de rodillas aun disparando. Un segundo disparo, le entro por el ojo izquierdo. Cayó de bruces, sangraba mucho.

-          No tiren me entrego  - gritó fuerte el Japonés que seguía acostado en el piso del asiento de atrás-

-       Tirate al piso - le gritó el oficial que parecía a cargo, ordenándole que saliera y se tirara al pavimento con las manos detrás de la cabeza mientras varios policías se acercaban con las armas levantadas-.

El Japonés sabía, que nunca más caminaría en libertad. Saltó del Vento y comenzó a correr a toda velocidad por la Avenida San Martín hacia el Norte. Un franco tirador trepado al techo de una heladería apuntó y en segundos disparó dos veces. El Japonés cayó como si fuera una marioneta a la cual le sueltan los piolines. Era una 12.70. Creo que antes de tocar el asfalto ya estaba muerto.

El "mandril" abandonado frente al banco levantó las manos. Dos policías lo esposaron y lo metieron al banco sentándolo en una silla giratoria en el medio del hall. Tenía dos disparos en la misma pierna. Esposado se levantó y corrió hacia la puerta de vidrio por la que en ese mismo momento ingresaban una doctora y un paramédico para auxiliarlo. El Mandril, con desesperación, corrigió su carrera y se dirigió hacia el grupo de policías y clientes haciendo caer a una persona mayor. Dos disparos muy cerca uno del otro le entraron por el vientre. Estaba vivo aún, y antes de que una espiración de sangre le llenara la boca, con un hilo de voz  le susurró a la Doctora, quien se había puesto en cuclillas a su lado para atenderlo:

-          Doctora quiero que me vacíen, que me saquen todo lo que haga falta, tengo una piba de 12 años, quiero que le cuenten que por una vez en la vida  hice lo que su madre me pidió.

De inmediato otro borbotón de sangre, murió con los ojos abiertos y la mano tosca entre las de la Doctora... Afuera, los curiosos llenaban la vereda.

 

 

 

Eduardo De Vincenzi


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