Los
dos hombres retrocedían de espaldas, se les estaban acabando las balas, ya en la
vereda del Banco disparaban hacia adentro intentando huir en el Vento color gris
que los esperaba con un cómplice al volante que a los gritos los apuraba con el
motor en marcha y acelerando en vacío. El primero que quedó con el arma vacía,
portando una media de mujer en la cabeza, escupió una puteada y se lanzó de
cabeza al asiento trasero del auto.
-
Arrancá,
que nos ponen, la concha de tu madre...
-
Y
el “Mandril", boludo, ¿lo puso al de seguridad?
-
Y
yo la emboqué a la cajera, que no quería soltar la bolsa, como si la tarasca
fuera de ella... ¡conchuda! No podemos esperarlo, dale acelerá! ...
"Belmondo"
que así lo llamaban por su parecido al actor francés pisó el acelerador a fondo
haciendo colear el auto, el cual salió vertiginoso por la Avenida. No fueron
muy lejos. En la esquina de Mosconi, seis patrulleros con los policías pie a tierra
le cerraron el paso. Belmondo clavó, y empezó a disparar sobre la lancha más
cercana. De inmediato el rati de la Uzi cayó de espaldas. Su compañero,
parapetado atrás de la puerta abierta de su coche, apoyó la 9 milímetros en el
marco, Belmondo cayó de rodillas aun disparando. Un segundo disparo, le entro
por el ojo izquierdo. Cayó de bruces, sangraba mucho.
-
No tiren me entrego - gritó fuerte el Japonés que seguía acostado en
el piso del asiento de atrás-
- Tirate al piso - le gritó el oficial que
parecía a cargo, ordenándole que saliera y se tirara al pavimento con las manos
detrás de la cabeza mientras varios policías se acercaban con las armas levantadas-.
El
Japonés sabía, que nunca más caminaría en libertad. Saltó del Vento y comenzó a
correr a toda velocidad por la Avenida San Martín hacia el Norte. Un franco
tirador trepado al techo de una heladería apuntó y en segundos disparó dos
veces. El Japonés cayó como si fuera una marioneta a la cual le sueltan los
piolines. Era una 12.70. Creo que antes de tocar el asfalto ya estaba muerto.
El
"mandril" abandonado frente al banco levantó las manos. Dos policías
lo esposaron y lo metieron al banco sentándolo en una silla giratoria en el
medio del hall. Tenía dos disparos en la misma pierna. Esposado se levantó y
corrió hacia la puerta de vidrio por la que en ese mismo momento ingresaban una
doctora y un paramédico para auxiliarlo. El Mandril, con desesperación, corrigió
su carrera y se dirigió hacia el grupo de policías y clientes haciendo caer a
una persona mayor. Dos disparos muy cerca uno del otro le entraron por el vientre.
Estaba vivo aún, y antes de que una espiración de sangre le llenara la boca, con
un hilo de voz le susurró a la Doctora, quien
se había puesto en cuclillas a su lado para atenderlo:
-
Doctora quiero que me vacíen, que me
saquen todo lo que haga falta, tengo una piba de 12 años, quiero que le cuenten
que por una vez en la vida hice lo que su
madre me pidió.
De
inmediato otro borbotón de sangre, murió con los ojos abiertos y la mano tosca
entre las de la Doctora... Afuera, los curiosos llenaban la vereda.
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