Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 40 Vivir para trabajar para vivir mal… El esclavo del siglo XXI por Favio Camargo
Antes
de comenzar a profundizar en el tema central del trabajo que son los cambios en
la dieta y la aparición de una nueva forma de trabajo que daría origen a la
implantación de un modelo de disciplina fabril, debemos tener en cuenta que los
autores y los debates que ellos protagonizaron de desarrollaron en el contexto
de lo que conocemos como “La Guerra Fría”. Esta consistió, en pocas palabras,
en un choque entre las dos ideologías que se repartieron el mapa del mundo
luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial: el capitalismo y el socialismo.
Este
elemento hará que los historiadores y demás académicos que se interesen en
estudiar estos temas se posicionen en dos corrientes principales. Los
académicos ligados a una concepción capitalista del mundo tomarán parte en la
corriente llamada “Optimista”, que planteaba que a medida que el capitalismo y
la tecnología avanzaran las condiciones de vida de la clase obrera y de la
sociedad en general irían mejorando. Por otro lado, los académicos ligados a
una concepción socialista tomarían parte en la corriente pesimista. Esta
planteará que las condiciones de vida de las clases trabajadoras que al no
poseer medios de producción debían vender su fuerza de trabajo a cambio de un
jornal habían empeorado cada vez más desde que se había iniciado la transición
a una economía de tipo capitalista con el proceso de cercamientos y la
privatización de las tierras comunales. El capitalismo industrial era para los
“pesimistas” el punto más alto de la explotación humana.
Los
grandes cambios económicos, sociales y tecnológicos de la época como la
aparición de los cercamientos, la aparición de la fábrica como sistema de
trabajo, las mejoras en el sistema de transportes como el ferrocarril y los
barcos refrigerados, impactarían en la alimentación y en los demás aspectos de
la vida cotidiana de las personas de diversas formas.
La
privatización de la tierra mencionada con anterioridad va a provocar una enorme
migración de la población rural hacia las zonas urbanas donde esperaban
encontrar una ocupación o mejores jornales. Estos sectores obreros urbanos
verán muy empobrecidas sus dietas, tanto en calidad, como en cantidad y
variedad de los alimentos ingeridos.
En
este apartado, el de la alimentación, será donde más marcada quedará la diferenciación
entre las clases sociales, como lo plantea de forma muy detallada José María
Díaz Rodríguez.
Mientras
las capas altas y medias de la población tendrán la posibilidad de acceder a
una alimentación cada vez más variada que incluía carnes, frutas, verduras y
también productos ultramarinos como azúcar, te, cacao y tabacos, las clases
bajas harían un camino inverso.
La
pérdida de la posibilidad de cultivar la tierra o de pescar y cazar sus
alimentos, no solo por no poseerla o no poseer el permiso para hacerlo, sino
porque las largas jornadas de trabajo en las fábricas los dejaban sin tiempo
para otras tareas. A todo esto hay que sumarle jornales miserables que más que
a la vida digna apuntaban a una subsistencia causarían un gran empobrecimiento
de la calidad y la variedad de los alimentos ingeridos por la clase
trabajadora, que basaría su dieta principalmente en pan, papas, cerveza y
cereales.
Además
las capas obreras de la sociedad se enfrentaban al grave problema de la
adulteración de los alimentos, una práctica común en la época que podía en
algunos casos causar gravísimos problemas a la salud.
También
cambiarían los momentos del día en el que las personas comían y los lugares en
los que lo hacían, con la aparición del “factory system”. Este trajo consigo
una concepción diferente del uso del tiempo, en la que los tiempos muertos o
perdidos son vistos como pérdidas económicas. Por lo tanto aunque parezca algo
muy superficial, las personas ya no volvían a sus casas a comer al mediodía por
ejemplo.
La
dieta que van a seguir las personas insertas en el mundo del trabajo va a
depender de su posición económica y social. Las clases altas y medias comerán
en sus clubes o comedores, mientras que los trabajadores iban a comer mientras
trabajaban para no perder tiempo.
El
proceso más difícil parece haber sido el de lograr que la mano de obra se
adaptara a esta nueva forma de trabajar y de vivir. Durante los primeros
tiempos era común que los trabajadores escaparan al no poder soportar estas
nuevas formas.
Si
bien con anterioridad había existido el “trabajo rural domiciliado”, este
carecía de la preocupación por el reloj y era visto como un complemento de los
ingresos campesinos que se realizaba en los momentos en los que, por ejemplo,
por razones climáticas no se podía
trabajar en el exterior. Estos trabajos que se realizaban en los momentos que
quedaban libres de los quehaceres agrícolas podían consistir en elaborar
cucharas de madera o realizar alguna etapa del proceso de elaboración de
productos textiles, entre otros.
La
sujeción de las masas trabajadoras al reloj y a este nuevo sistema de trabajo
se logró a través de entre otros instrumentos, un sistema de premios y
castigos. En el caso de la fuerza laboral adulta estos premios podían ser
aumentos del jornal, mientras que los castigos podían ser descuentos en el
mismo o el despido.
No
debemos olvidarnos que en esta época era muy común el uso de grandes
contingentes de fuerza laboral infantil que en el caso de los premios estos
podían ser juguetes o golosinas, pero en el caso de los castigos, muchas veces
llegaban a ser castigos físicos.
La
tecnología jugó un rol importantísimo en este cambio total que se dio en la
forma de trabajar. La luz artificial reemplazó al sol, rompiendo las barreras
entre el día y la noche y el movimiento
del reloj a los ritmos impuestos por la naturaleza. El trabajo ahora debía de
ser continuo, el lucro y la productividad serán los valores centrales de la
sociedad moderna, el ser humano ya no trabajara para vivir, sino que vivirá
para trabajar.
*Favio Camargo. Docente, estudiante del Profesorado de Historia en
la Universidad Nacional del Sur
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