Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 39 Monstruo Relato de Eduardo De Vincenzi

 


Toda aquella gente ignoraba, justamente no se practicaba por desconocimiento. Me refiero a la castración en animales. ¿Cómo se manejaba ese tema entonces por aquellos años? Había un sucio personaje desprovisto de escrúpulos que recorría el barrio con un viejo Bedford, sobre el cual nadie podría explicar cómo aún caminaba. A cambio de dinero este marginal, al que todos llamaban Tomás, reunía casa por casa a todo cachorro recién nacido, sea gato o perro, y cuando se aseguraba que no quedaba uno solo en la zona los metía a todos en una bolsa, se sentaba sobre el guardar-raíl de la autopista, y se ponía a contar el dinero del día mientras esperaba por el paso de un camión de gran porte, del tipo M:A:G. En ese preciso instante tiraba la bolsa con su carga debajo de las duales del transporte escuchándose  un gemido colectivo y al unísono. De la bolsa de arpillera brotaba la sangre a borbotones. De inmediato el hombre tomaba el saco con su macabro contenido y lo arrojaba con fuerza lo más lejos posible de la ruta, apostando a que los perros vagabundos se comieran los restos. 
Cuando  este hombre vivía en Capital y andaba corto de plata se sentaba en el umbral de su casa con un paquetito lleno de pan duro, restos de factura, y maicena con gorgojos, el cual arrojaba de a puñados al centro de la calle para atraer a las palomas al momento que el semáforo de la esquina abría. Los autos las despedazaban. A las que quedaban vivas les retorcía el cogote teniendo almuerzo y cena por varios días. Algunos vecinos piadosos lo denunciaron, otros le hicieron blanco de varias palizas. El monstruo se curaba y volvía a por sus costumbres, las cuales no variaban en absoluto. La presión de la barriada finalmente lo logró y un día hubo de irse de esa casa tomada que ocupó por más de veinte años. Allí fue cuando se mudó a Merlo, compró el viejo camión mencionado y se dedicó a las prácticas que ya relatamos. Los que lo conocían bien dicen que ocultaba mucho dinero en un insólito lugar de la casa donde no pudieron encontrarlo jamás…

 




Original de Eduardo DE VINCENZI

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