Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 38 “Salitas”... Relato de Eduardo De Vincenzi

 

Ramón SALAS, “Salitas”, había llegado a Cabo en la Policía Federal. Por aquellos días, estaba asignado al Cuerpo de Tránsito, hombre del Interior de costumbres llanas y humildes, envidiosamente humildes. De esos tipos cuya fortuna más grande consistía en vivir con poco. Daba todo el tiempo la sensación de encontrarse en el sitio equivocado. Tal vez le hubiera desempeñarse cabido como mozo en alguna confitería copetuda del Centro. Lo habitaba un respeto y una cordialidad poco frecuentes, acaso un almacencito en su barrio, allá por Merlo. Pero policía no... Saludaba con un abrazo tanto al llegar como  al irse  acompañado de alguna frase donde a Dios lo incluía siempre. Hasta mañana, si Dios quiere. ¡Qué lindo día gracias a Dios!. Dios te bendiga, etc. Y el abrazo íntimo, cálido. Algunos lo llamaban " cara de goma”. Se pasaba la mano por la cara y a cada vez una mueca diferente, nos cagábamos de risa, él también, pero de cómo nos reíamos nosotros. Tenía la boca espantosa. Postergaba al dentista cuanto podía, y eso ocurría cada vez que podía bajarle el presupuesto a su familia. Masticaba entonces solo del lado en el que aún conservaba algunos dientes lo que lo inducía a visajes varios tanto de carrillos como de cabeza. Una vida ríspida que no le impedía sin embargo andar siempre de buen humor haciendo reír a los chicos con su cara de goma. Llevaba consigo en un bolsito azul con el escudo de Boca un sanguchito bien apretado y envuelto con nylon que acompañaba con mate. Estaba tomando mate todo el tiempo pero sanguchito solo uno. Querible, entrañable “Salitas”.

Adolfo Barone era compañero de "Salitas", en el mismo destino, Tránsito. Solo en eso coincidían, estamos hablando de la década de los noventa. Barone, de impecable traje y corbata al tono o bien de elegante sport con camperas de primeras marcas llegaba a trabajar en un Falcon flamante, portando en su muñera un Rolex de acero que finalmente lograba que todos vieran. En extremo amable saludaba a todos dándoles la mano y llamándolos por el nombre de pila. Los sabía todos. Deslizaba palabras de ocasión pero pertinentes. Hablaba con frecuencia del trabajo de su mujer, actividad que le permitía a ambos una vida sin sobresaltos muy lejos de la que transitaba "Salitas". Barone prefería que descubriéramos su Rolex más temprano que tarde y abriéramos grandes los ojos cuando desplegaba los folletos e itinerarios de sus próximas vacaciones en el Caribe en compañía de Martita, así nombraba a su esposa, una estudiante de la Pitman que con el tiempo había logrado ser secretaria de un juez o algo así. Yo imaginaba las vacaciones de "Salitas" en verano, jugando con su familia debajo de una manguera. Aquella vez pasó que....

-          ¡ Salitas veni! ! - Barone llamó al flaco que pasaba por la oficina llevando unas cajas. Salas se volvió raudo, Barone incitaba a ciertas prisas – Escuchame, mañana tengo una pila de trámites que cerrar con Marta; vamos a entregar la seña de un departamentito que compramos en San Bernardo, de manera que voy a estar muy ocupado ¿me podés cubrir la financiera ? acá tenés el dinero -

El sargento sacó una billetera de cuero negro con apliques plateados, contó algunos billetes y los puso sobre el escritorio...

-          Tomá, son seis horas, hacéme el favor cubrime. ¿podrás? –

Salitas" podía siempre, el tema era laburar y llevarla a casa. Recogió los billetes de a uno.

-          Allí estaré Barone  

-          Ok, flaco, llegá un ratito antes de las diez, ahora voy a avisar que vas a estar vos... gracias Salas - Salas se volvió con la plata apretadita y se la echó al bolsillo. Gracias nuevamente, nos vemos, apuntó el sargento.

Serían cerca de las 12.00 del día siguiente cuando dos hombres y una mujer finamente ataviados tocaban el timbre en la financiera del 3er Piso. Salas midió a la gente por la mirilla y accionó la chicharra. Entraron. Al policía le pareció haber visto alguna vez a la mujer rubia del pelo atado por allí. El recepcionista Ferrari los invitó a sentarse mientras avisaba. Habían pedido por el Gerente Sosa Quintana. Exhibían una tarjeta de él firmada al dorso. El cabo los miró unos instantes y siguió leyendo el diario cruzado de piernas en el silloncito del hall. Pasaron al despacho de la gerencia. Sosa Quintana salió a los pocos minutos precediendo a los tres. Parado frente a Salas anunció

-          Salas, esta gente viene por todo el dinero que tenemos aquí. Cheques, valores, todo, dos personas más están en mi casa con mi mujer y mis hijos, y hay dos más abajo en un auto en marcha, por favor dele su arma, amigos, colaboren  - el gerente les habló al resto del personal, tres mujeres y dos hombres, ahora clavados en sus sitios, aterrados ... colaboren con ellos - ...

Los visitantes abrieron los maletines vacíos que llevaban sorteando el mostrador. Salitas pálido se puso de pie lentamente mientras el líder, un sujeto de barba y anteojos espejados se acercaba al policía y le quitó la Browning 9mm de la cintura solo con dos dedos, conservando el arma en su puño para luego correr a Salas hacia la pared más próxima, poniéndole una mano en el pecho. Allí había una lámpara con un dispositivo, el policía lo accionó y el tipo lo vio.

-     ¡Quieto! - silabeó... ¡ apúrense ustedes ! -

El otro hombre y la mujer, cerraron los portafolios ahora completos y se pegaron a su jefe. Salas contra la pared abrió los brazos. "Martínez" (así lo llamaban sus compinches) tomó a Salas del cuello y lo dio vuelta...

-          ¡Arrodillate, hincate carajo! Salas cayó sobre sus rodillas

-          ¡ No ! ... alcanzó a decir... Juana mi amor! ... imploró...

Martínez le disparó en la nuca, el desgraciado cayó muerto hacia atrás, violentamente, con los brazos, los ojos abiertos y las piernas debajo de él. Un gran charco de sangre movedizo coronaba su cabeza destrozada. Todos los que estaban allí clavados en sus sitios y en silencio miraban a Salitas y su muerte hasta llegó la policía.

Los diarios del día siguiente, mostraban una foto idéntica al relato.  Dos días después, en el Panteón Policial de la Chacarita, Barone se acercaba a la viuda tomándole los hombros, dejando ver su ROLEX de acero, deslizando palabras de ocasión. "Cara de goma" tenía diez hijos. Una tarde mateando le pregunté por qué tantos, yo estaba azorado., nosotros no teníamos hijos...

-           Pasa que a Juana y a mí nos gusta la mesa grande - ...

Pensó que tal vez alguien hasta lo sabía, pero no pasó nada. Yo intuí que aquel día Barone no quiso ir a la financiera ni tenía que pagar ninguna reserva. Acaso sentado frente al televisor, en su casa, esperaba las últimas noticias, las policiales preferentemente.

 

 


"SALITAS"

Original de Eduardo DE VINCENZI

Bella Vista Bs As Argentina

04 / 10 / 2016

 


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