Ramón
SALAS, “Salitas”, había llegado a Cabo en la Policía Federal. Por aquellos
días, estaba asignado al Cuerpo de Tránsito, hombre del Interior de costumbres
llanas y humildes, envidiosamente humildes. De esos tipos cuya fortuna más
grande consistía en vivir con poco. Daba todo el tiempo la sensación de encontrarse
en el sitio equivocado. Tal vez le hubiera desempeñarse cabido como mozo en
alguna confitería copetuda del Centro. Lo habitaba un respeto y una cordialidad
poco frecuentes, acaso un almacencito en su barrio, allá por Merlo. Pero
policía no... Saludaba con un abrazo tanto al llegar como al irse acompañado de alguna frase donde a Dios lo
incluía siempre. Hasta mañana, si Dios quiere.
¡Qué lindo día gracias a Dios!. Dios te bendiga, etc. Y el abrazo íntimo, cálido.
Algunos lo llamaban " cara de goma”. Se pasaba la mano por la cara y a
cada vez una mueca diferente, nos cagábamos de risa, él también, pero de cómo
nos reíamos nosotros. Tenía la boca espantosa. Postergaba al dentista cuanto
podía, y eso ocurría cada vez que podía bajarle el presupuesto a su familia. Masticaba
entonces solo del lado en el que aún conservaba algunos dientes lo que lo
inducía a visajes varios tanto de carrillos como de cabeza. Una vida ríspida
que no le impedía sin embargo andar siempre de buen humor haciendo reír a los
chicos con su cara de goma. Llevaba consigo en un bolsito azul con el escudo de
Boca un sanguchito bien apretado y envuelto con nylon que acompañaba con mate. Estaba
tomando mate todo el tiempo pero sanguchito solo uno. Querible, entrañable “Salitas”.
Adolfo
Barone era compañero de "Salitas", en el mismo destino, Tránsito.
Solo en eso coincidían, estamos hablando de la década de los noventa. Barone,
de impecable traje y corbata al tono o bien de elegante sport con camperas de
primeras marcas llegaba a trabajar en un Falcon flamante, portando en su muñera
un Rolex de acero que finalmente lograba que todos vieran. En extremo amable
saludaba a todos dándoles la mano y llamándolos por el nombre de pila. Los sabía
todos. Deslizaba palabras de ocasión pero pertinentes. Hablaba con frecuencia del
trabajo de su mujer, actividad que le permitía a ambos una vida sin sobresaltos
muy lejos de la que transitaba "Salitas". Barone prefería que
descubriéramos su Rolex más temprano que tarde y abriéramos grandes los ojos
cuando desplegaba los folletos e itinerarios de sus próximas vacaciones en el
Caribe en compañía de Martita, así nombraba a su esposa, una estudiante de la
Pitman que con el tiempo había logrado ser secretaria de un juez o algo así. Yo
imaginaba las vacaciones de "Salitas" en verano, jugando con su
familia debajo de una manguera. Aquella vez pasó que....
-
¡ Salitas veni! ! - Barone llamó al
flaco que pasaba por la oficina llevando unas cajas. Salas se volvió raudo,
Barone incitaba a ciertas prisas – Escuchame, mañana tengo una pila de trámites
que cerrar con Marta; vamos a entregar la seña de un departamentito que compramos
en San Bernardo, de manera que voy a estar muy ocupado ¿me podés cubrir la
financiera ? acá tenés el dinero -
El
sargento sacó una billetera de cuero negro con apliques plateados, contó
algunos billetes y los puso sobre el escritorio...
-
Tomá, son seis horas, hacéme el favor cubrime.
¿podrás? –
Salitas"
podía siempre, el tema era laburar y llevarla a casa. Recogió los billetes de a
uno.
-
Allí estaré Barone
-
Ok, flaco, llegá un ratito antes de las
diez, ahora voy a avisar que vas a estar vos... gracias Salas - Salas se volvió
con la plata apretadita y se la echó al bolsillo. Gracias nuevamente, nos
vemos, apuntó el sargento.
Serían
cerca de las 12.00 del día siguiente cuando dos hombres y una mujer finamente
ataviados tocaban el timbre en la financiera del 3er Piso. Salas midió a la
gente por la mirilla y accionó la chicharra. Entraron. Al policía le pareció
haber visto alguna vez a la mujer rubia del pelo atado por allí. El recepcionista
Ferrari los invitó a sentarse mientras avisaba. Habían pedido por el Gerente Sosa
Quintana. Exhibían una tarjeta de él firmada al dorso. El cabo los miró unos
instantes y siguió leyendo el diario cruzado de piernas en el silloncito del
hall. Pasaron al despacho de la gerencia. Sosa Quintana salió a los pocos minutos
precediendo a los tres. Parado frente a Salas anunció
-
Salas, esta gente viene por todo el
dinero que tenemos aquí. Cheques, valores, todo, dos personas más están en mi
casa con mi mujer y mis hijos, y hay dos más abajo en un auto en marcha, por
favor dele su arma, amigos, colaboren - el
gerente les habló al resto del personal, tres mujeres y dos hombres, ahora
clavados en sus sitios, aterrados ... colaboren con ellos - ...
Los
visitantes abrieron los maletines vacíos que llevaban sorteando el mostrador.
Salitas pálido se puso de pie lentamente mientras el líder, un sujeto de barba
y anteojos espejados se acercaba al policía y le quitó la Browning 9mm de la
cintura solo con dos dedos, conservando el arma en su puño para luego correr a
Salas hacia la pared más próxima, poniéndole una mano en el pecho. Allí había
una lámpara con un dispositivo, el policía lo accionó y el tipo lo vio.
- ¡Quieto!
- silabeó... ¡ apúrense ustedes ! -
El
otro hombre y la mujer, cerraron los portafolios ahora completos y se pegaron a
su jefe. Salas contra la pared abrió los brazos. "Martínez" (así lo
llamaban sus compinches) tomó a Salas del cuello y lo dio vuelta...
-
¡Arrodillate, hincate carajo! Salas cayó
sobre sus rodillas
-
¡ No ! ... alcanzó a decir... Juana mi amor!
... imploró...
Martínez
le disparó en la nuca, el desgraciado cayó muerto hacia atrás, violentamente,
con los brazos, los ojos abiertos y las piernas debajo de él. Un gran charco de
sangre movedizo coronaba su cabeza destrozada. Todos los que estaban allí clavados
en sus sitios y en silencio miraban a Salitas y su muerte hasta llegó la policía.
Los diarios del día siguiente, mostraban una foto idéntica al relato. Dos días después, en el Panteón Policial de la Chacarita, Barone se acercaba a la viuda tomándole los hombros, dejando ver su ROLEX de acero, deslizando palabras de ocasión. "Cara de goma" tenía diez hijos. Una tarde mateando le pregunté por qué tantos, yo estaba azorado., nosotros no teníamos hijos...
-
Pasa
que a Juana y a mí nos gusta la mesa grande - ...
Pensó
que tal vez alguien hasta lo sabía, pero no pasó nada. Yo intuí que aquel día
Barone no quiso ir a la financiera ni tenía que pagar ninguna reserva. Acaso
sentado frente al televisor, en su casa, esperaba las últimas noticias, las
policiales preferentemente.
"SALITAS"
Original
de Eduardo DE VINCENZI
Bella
Vista Bs As Argentina
04
/ 10 / 2016
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