Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 34 Si los tiburones fueran hombres… Bertolt Brecht
Si
los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los
peces pequeños, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como
materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua
fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un
pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que no se
les muriera prematuramente. Para que los pececitos no se pusieran tristes, de
vez en cuando organizarían grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos
alegres tienen mejor sabor que los tristes.
Si
los tiburones fueran hombres, habría escuelas en el interior de las enormes
cajas construidas para los pececitos. En esas escuelas se enseñaría a los
pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Necesitarían tener nociones
de geografía para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí
holgazaneando. Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los
pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un
pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en
los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de
forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se
les auguraba solo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececitos
deberían guardarse bien de las bajas pasiones, materialistas, egoístas o
marxistas. Si algún pececito mostrase semejantes tendencias, sus compañeros
deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si
los tiburones fueran hombres, se harían la guerra entre sí para conquistar
cajas y pececitos extranjeros. Además, cada tiburón obligaría a sus propios
pececitos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececitos
que entre ellos y los pececitos de otros tiburones existe una enorme
diferencia. Proclamarían que, si bien todos los pececillos son mudos -como todo
el mundo sabe-, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso
jamás logran entenderse. A cada pececito que, en la guerra, matara a unos
cuantos pececitos enemigos -de esos que callan en otro idioma-, se le
concedería una medalla de algas marinas y se le otorgaría además el título de
héroe.
Si
los tiburones fueran hombres, tendrían su arte. Habría hermosos cuadros en los
que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y
sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar. Los
teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececitos entrando
entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que,
a sus sones precedidos por la orquesta, los pececitos se precipitarían en tropel
dentro de esas fauces, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en
un ensueño. Si los tiburones fueran hombres, habría una religión. Esa religión
enseñaría que la verdadera vida comienza para los pececitos en el estómago de
los tiburones.
Si
los tiburones fueran hombres, los pececitos dejarían de ser todos iguales como
lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima
de los demás. A aquellos pececitos que fueran un poco más grandes se les
permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta
práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececillos
más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de
mantener el orden entre los más pequeños, y se harían maestros u oficiales,
ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc.
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