Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 35 Por las dudas aléjese de los Balcanes y los descapotables… por Favio Camargo

 


Hace unos años junto con la aparición de una propuesta en algunas legislaturas europeas las cuales intentan prohibir la fabricación de maquinillas / rastrillos de afeitar descartables con la intención de reducir la enorme cantidad de basura plástica que producimos quienes habitamos el planeta algunos comenzaron a redescubrir las antiguas máquinas de afeitar de sus padres o abuelos, esas que llevaban una hojita.

Y ya sabemos de qué se trata el capitalismo como sistema, con sus cosas malas y buenas. Al aparecer tal demanda las multinacionales de los productos de aseo personal volvieron a fabricar en cantidad productos para el afeitado a la antigua, pero si uno realmente quiere calidad tiene que alejarse de lo masivo e ir a lo artesanal. Hay muchas pymes fabricando este tipo de productos, aunque muy pocas todavía en el país. Muchos hombres han redescubierto que algo que se hace por necesidad como afeitarse, puede transformarse en un momento en el que uno puede dedicarse para sí mismo y relajarse un rato sin pensar que en algún canal de televisión exista un movilero torturando a un panda en busca de un punto más de rating. Afeitarse de esta forma te lleva un rato, hay que calentar agua (con el menor contenido de arsénico posible), dejar la brocha un rato en agua tibia, generar la espuma de una crema o una pastilla y aplicarla con una brocha. En un país medianamente normal la oferta que brinda el mercado es casi infinita y las personas pueden importar los productos que le canten los cojones de cualquier lugar del mundo, en nuestras condiciones y con una moneda que fuera del país no es considerada de curso legal, nuestras posibilidades de elegir son bastante limitadas y para cortar el asco de la aduana argentina dependemos de algún contacto que viaje a Europa o Norteamérica y nos haga el favor de traernos lo que deseamos. O si lo deseamos intentar fabricar nosotros mismos nuestros productos, cosa que he logrado de forma bastante satisfactoria en el caso del aceite de pre-afeitado. El próximo experimento será intentar fabricar ese fijador para peinarse los bigotes tipo Káiser Guillermo II. Quienes van más al extremo han vuelto al afeitado con navaja, cosa a la que no me he animado todavía porque solo tengo dos orejas y me da miedo perder una. Todo esto vino también de la mano de la aparición de barberías, hasta en los pueblos en donde el afeitado a navaja o el oficio de saber recortar barbas o bigotes había quedado olvidado o solo practicado por algún peluquero grande o muy capacitado. 



El bigote fue a principios de siglo un accesorio más de la moda masculina, los hombres lo utilizaban muchas veces emulando a sus gobernantes, otras como manifestación de su individualidad, en un mundo donde la represión era la norma se encontraba libertad en pequeñas giladas como esta. Tan importante es para algunas culturas, que en el caso de los pueblos de todo lo que era el antiguo Imperio Otomano, hay clínicas que en lugar de implantar pelo en la cabeza como se hace en caso de cirugías reparadoras o de personas que desean recuperar el cabello que perdieron por motivos hereditarios, lo hacen en la zona del bigote.




Se dice que  el primer bajón del bigote como accesorio de la moda masculina se dio en la Primera Guerra Mundial, donde ante el uso del gas como arma se impuso la máscara y la creencia de que para que ésta sellara correctamente el rostro debía estar perfectamente afeitado. Aquí se vuelve masivo el rastrillito del tipo Gillette que comienza a ser entregado junto con una barra de jabón  de afeitar a todos los soldados. Los afortunados que pudieron volver de la guerra trajeron sus maquinillas y la costumbre de afeitarse en casa. El cine naciente, la publicidad y la asociación que se hacía de esos extraños bigotes de principios de siglo con el bando que había sido derrotado en la Primera Guerra Mundial  harían el resto para ir extinguiendo de a poco tanto el uso del bigote como las barberías. Por mi parte y para estar a tono con los contenidos que tengo que cursar después de las vacaciones de invierno pienso dejarme un bigote de época.

 



*Favio Camargo. Docente, estudiante del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional del Sur

 

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