Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 35 La política como ciencia y la ciencia como política Editorial
No
explicar la ciencia me parece perverso, escribía Carl Sagan hace más de 25
años, la ciencia más que un cuerpo de conocimiento es una manera de pensar.
Preveo cómo será la América de la época de mis hijos y mis nietos: EE.UU. será
una economía de servicio e información, casi todas las industrias
manufactureras claves se habrán desplazado a otros países, los temibles poderes
tecnológicos estarán en manos de unos pocos y nadie que represente el interés
público se podrá acercar siquiera a los asuntos importantes. La gente
habrá perdido la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar con
conocimiento a los que ejercen la autoridad, nosotros aferrados a nuestros
cristales y consultando nerviosos nuestros horóscopos, con las facultades
críticas en declive, incapaces de discernir entre los que nos hace sentir bien
y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, entre la
superstición y la oscuridad.
La
caída en la estupidez se hace evidente principalmente en la lenta decadencia
del contenido de los medios de comunicación, de enorme influencia, las cuñas de
sonido de treinta segundos, la programación de nivel ínfimo, las crédulas
presentaciones de las pseudo ciencias y las supersticiones, pero sobre todo en
una especie de celebración de la ignorancia, el estudio y el conocimiento son
prescindibles, incluso indeseables.
Hemos
preparado a una civilización global en la que los elementos cruciales dependen
de la ciencia y la tecnología. Pero al mismo tiempo hemos dispuestos las cosas
de modo nadie entienda de ciencia y de tecnología; esto es una garantía de
desastre. Podemos seguir así una temporada pero antes o después, esta mezcla de
ignorancia y de poder nos explotará en la cara.
La
ciencia está lejos de ser un instrumento de conocimiento perfecto, simplemente
es el mejor que tenemos. En ese sentido, como en muchos otros, es como la
democracia. La ciencia en sí misma no puede apoyar ciertas actitudes humanas
pero sin dudas puede iluminar las posibles consecuencias de acciones
alternativas. La manera científica de pensar es imaginativa y a la vez
disciplinada, estas son las bases de su éxito. La ciencia nos permite aceptar
los hechos aunque no se adapten a nuestras ideas preconcebidas. Nos aconseja
tener hipótesis alternativas, nos insta a mantener un delicado equilibrio antes
las nuevas ideas por muy heréticas que parezcan, realizan un escrutinio
escéptico más riguroso. Esta manera de pensar es una herramienta esencial para
una democracia. Cuando somos autoindulgentes y acríticos, cuando confundimos
las esperanzas y los deseos con los hechos, caemos en la pseudo-ciencia y la
superstición. Uno de los grandes mandamientos es “desconfía de los argumentos
que proceden de la autoridad”. Esta independencia de la ciencia promueve que
también las autoridades deban demostrar probatoriamente sus argumentos como
todos los demás.
Como
la ciencia nos conduce a la compresión de cómo es el mundo y no de cómo
deseamos que fuese sus descubrimientos pueden ser inmediatamente comprensibles
o satisfactorios en todos los casos. Puede costar un poco de trabajo
reestructurar nuestra mente, si se nos priva de ello complicando su aprendizaje
nos están quitando un derecho erosionando nuestra confianza.
A
pesar de las abundantes oportunidades de mal uso, la ciencia puede ser el
camino dorado para que las naciones en vías de desarrollo salgan de la pobreza
y el atraso. Hace funcionar las economías nacionales y la civilización global.
Muchas naciones lo entienden. Esa es la razón por la que tantos licenciados en
ciencia e ingeniería de las universidades norteamericanas -todavía las mejores
del mundo- son de otros países. El corolario, que a veces no se llega a captar
en Estados Unidos, es que abandonar la ciencia es el camino de regreso a la
pobreza y el atraso.
Los
valores de la ciencia y los valores de la democracia son concordantes, en
muchos casos, indistinguibles. La ciencia y la democracia empezaron - en sus
encarnaciones civilizadas - en el mismo tiempo y lugar, en el siglo VII y VI a.
J.C. en Grecia. La ciencia confiere poder a todo aquel que se tome la molestia
de estudiarla (aunque sistemáticamente se ha impedido a demasiados). La ciencia
prospera con el libre intercambio de ideas, y ciertamente lo requiere; sus
valores son antitéticos al secreto. La ciencia no posee posiciones ventajosas o
privilegios especiales. Tanto la ciencia como la democracia alientan opiniones
poco convencionales y un vivo debate. Ambas exigen raciocinio suficiente,
argumentos coherentes, niveles rigurosos de prueba y honestidad. La ciencia es
una manera de ponerla las cartas boca arriba a los que se las dan de conocedores.
Es un bastión contra el misticismo, contra la superstición, contra la religión
aplicada erróneamente. Si somos fieles a sus valores, nos puede decir cuándo
nos están engañando. Nos proporciona medios para la corrección de nuestros
errores. Cuanto más extendido esté su lenguaje normas y métodos más
posibilidades tendremos de conservar lo que Thomas Jefferson y sus colegas
tenían en mente. Pero los productos de la ciencia también pueden subvertir la
democracia más de lo que pueda haber soñado jamás cualquier demagogo
preindustrial.
Texto
inspirado en “De El Mundo y sus Demonios.... de Carl Sagan
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