Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 34 Un camino para la militancia por Mariano Pinedo Revista La Barraca
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La
acción política, interpretada y protagonizada desde los movimientos populares
(sobre todo en Latinoamérica, donde no suelen ser aplicables, sino
forzadamente, las categorías políticas europeas de agrupamientos por izquierda
o por derecha), se asimila a un torrente indómito en busca de un cauce que le
dé sentido, que lo conduzca a un destino de plenitud. No nos une una identidad
ideológica intelectual, sino un impulso a caminar junto a quienes buscan formar
parte de ese sentido. Allí radican las razones de la unidad. Una unidad
indispensable.
Pero
ocurre que no hay sentido si ese cauce no recibe de todas las vertientes. Las
de montaña, las subterráneas, las claras, las amarronadas, las que aportan
piedra, barro o ricos minerales. Todas las vertientes suman al cauce y le dan
sentido. No hay unidad verdadera -es decir, sustentada en una verdad-, si algún
prestidigitador define por dónde pasa el cauce y desde dónde está dispuesto a
recibir aportes. El torrente arrollador, en ese caso, se convierte en un
pequeño hilo de agua, bien controlado, bien puro, bien vendible en imágenes,
pero incapaz de mover el mínimo escollo en la búsqueda de su destino final.
Mucho menos será capaz de traspasar los diques gigantescos del poder
financiero, mediático y judicial que se anteponen siempre, en toda nuestra
historia, al sueño de grandeza al que aspiramos los locos argentinos.
Lo
que buscan tanto los pueblos no es el objetivo, sino un camino que les permita
el despliegue de su potencia; consustanciada ésta con lo más profundo de una
cultura poderosa, unida a la diversidad de orígenes, al mestizaje y a la
riquísima y valiosísima capacidad de integración que nos hace únicos. Esa
potencia sólo podrá desarrollarse y ser, en el ámbito de estas tierras y climas
que completan todos los colores habidos y por haber, si es asumida por un
pueblo que es todo creatividad, conflicto, pasión y amor por la vida y si es
conducida por una dirigencia política que se disponga a respetar y valorar el
aporte irrenunciable y libre de cada argentino y cada argentina.
Es
realmente desacertado creer que la militancia política, comprometida con ese
pueblo que avanza con unas ansias nunca acabadas de liberación, pueda tener que
ver con la ocupación calculadora e inerte de algunos sillones grises del
aparato burocrático. Asumir esa tarea, sin montarse en el sueño de realización
y plenitud, que encarna el interés del pueblo argentino en su historicidad, sin
ayudar a que tenga lugar la potencia impetuosa de esa búsqueda de libertad
soberana, altiva y orgullosa, es una burda y falsa representación de lo que es
llamado política. Pero lo cierto es que, aunque duela, los sectores de la vida
argentina que buscan imponer la lógica y el señorío del dinero, tiñeron de
oscuro a la política, que está llamada a ser, y es, la forma más alta de
caridad. Manipulan y convierten una herramienta sagrada, liberadora, que debe
rescatar la dignidad de todas las personas para ponerlas de pie y en marcha, en
un camino de dominación para servirse de, en lugar de servir a los otros, y
procurar que cada uno y cada una esté en condiciones de expresar su
particularidad, en el complejo de relaciones que construyen una comunidad justa
y armónica.
Hoy,
la realidad de la Argentina es angustiosa. Golpe tras golpe, el pueblo
argentino, que sabe y asume su conflicto histórico como un proceso que debe
transitar y superar, va perdiendo su peso específico en la nebulosa de una
falsa grieta, fabricada por los mercaderes de la política para dividir,
confundir y debilitar la unidad de destino que motivó tantas epopeyas
nacionales. Pareciera a veces que los señores de las finanzas y del poder
económico sin Patria, hubieran descubierto una forma de adormecer el ímpetu que
alguna vez floreció un 25 de mayo de 1810, se encarnó en las luchas federales,
en las reivindicaciones sociales, en el 17 de octubre de 1945, en los años de
resistencia a las dictaduras y las distintas y variadas formas en que supimos
construir y defender una democracia que fue sanando heridas y de a poco
poniendo en valor la auto estima de un gran pueblo que siempre salió de las más
difíciles en unidad. Hoy, si bien soy consciente de que por lo bajo sigue
fluyendo ese torrente de agua y fuego que nunca cesa, de ese pueblo que no
olvida de donde viene y cuál es su futuro de esperanza, en la superficie se
observa con angustia cómo nos debatimos en abstracciones absurdas, simbolismos,
premisas falsas, discusiones vanas y alternativas que simulan contraponerse
para distraernos y llevarnos mansamente al imperio de un modelo de descarte, de
desigualdad y de dominación.
Los
dolores de esa falsa grieta que paraliza, que se imponen, como un chupador de
energía poderosa y creativa, fragmentaron tanto, calaron tan hondo,
desorganizaron tanto a nuestras comunidades, que a veces parecen haber logrado
el objetivo de que nos veamos a nosotros mismos, no como Patria, no como
Nación, no como comunidad, sino como un amontonamiento de individuos que,
apelando al método de sacarse ventajas, cortar caminos, pasarnos unos a otros
por la banquina, vamos pisando cabezas en procura de una supervivencia que
nunca llega a garantizarse, salvo para un reducido grupo de cada vez más ricos,
en un contexto de cada vez más pobres. Nada importan las necesidades de los
otros. Sólo importa que dichas necesidades no alteren el orden y no molesten la
visual moral de los privilegiados del sistema. Incluso hasta se consigue
quiénes administren un poco esa pobreza y eviten las consecuencias conflictivas
de la exclusión aunque sea por un tiempo. Se trastoca de tal modo la mirada,
que hasta los más populares identifican su tarea con una función meramente
reparadora, contenedora del conflicto, curativa, benefactora, pero jamás
promotora de un camino victorioso de dignidad, justicia social, libertad y
protagonismo verdadero.
La
situación concreta del gobierno argentino es que, aunque más no sea para
sobrevivir, debe responder a las razones por las que fue elegido en
contraposición al breve, dañino y catastrófico período macrista, da cuenta de
la carencia de un proyecto aglutinante para el campo popular. Ni los
objetivos estratégicos propuestos (o muchas veces no propuestos), ni los
métodos políticos, ni la construcción de esquemas de poder que vayan mas allá
de la lapicera del estado, convocan a una movilización protagónica militante
que acompañe al gobierno frente a los distintos obstáculos o resistencias que
presenta esta difícil hora de nuestra Patria. El gobierno debe construir un
sentido. Un rumbo. Una esperanza detrás de la cual pueda caminar con altivez,
creatividad y trabajo el pueblo argentino. No alcanza con proclamar la unidad,
ni definirla y acotarla como una foto. La unidad es una dinámica. Todo lo
contrario a una foto. Es un andar, aportando y recibiendo, consolidando ese
cauce en común que marca un destino. No hay unidad poderosa, transformadora,
sin tener al menos una mínima disposición a recibir en un mismo cuenco a todas
las vertientes del movimiento nacional y del campo popular. La unidad no es un
juguete del que puedan disponer sólo algunos. Es una apertura, una orgánica,
una potencia que debe ser conducida, si; pero primero tiene que reflejar una
existencia poderosa, diversa y real. La militancia política, trabaja a diario
en esa construcción. Lo sabe hacer, lo quiere hacer y lo va a seguir haciendo.
El problema es que, si no tiene cauce, va a comportarse como siempre lo hace el
agua (al decir de Perón): buscando un camino para fluir, que encuentre las
condiciones de dignidad, libertad y presencia protagónica.
Argentina,
como pueblo, se propone un camino simple de entender y difícil de concretar.
Tomar decisiones soberanas, nuestras, que reflejen nuestros intereses como
Nación independiente y nuestra aspiración eterna de ser actores que dejen
huella en el escenario mundial. Somos eso. Locos que quieren ser. Nada ni nadie
nos parece mucho para enfrentar en procura de ese camino. Todos nuestros
grandes hombres de la historia, acompañados por un pueblo consciente y
organizado, imaginaron una Argentina grande, consolidada industrialmente, con
un desarrollo potente que involucre una visión integradora de nuestro
territorio, ríos y mares. Una presencia poblacional en toda la extensión de la
Patria. Una infraestructura que sostenga un federalismo industrializado, con
trabajo para nuestros hombres y mujeres. Una historia en la que podamos decidir
cómo vivir, cómo educarnos y cómo garantizar salud, vitalidad, capacidad
creativa transformadora; decidir qué y cómo producir, qué y cómo consumir, sin
depender -o dependiendo lo menos posible- de los condicionamientos definidos
por los intereses financieros trasnacionales. Ese sueño de grandeza no se
concibe si no es protagonizado por un pueblo feliz, pleno, fortalecido, que
encuentre realización en cuanto comunidad y en cuanto personas que aspiran a
satisfacer sus necesidades materiales, culturales y espirituales. Es sólo ese
pueblo sano, fuerte, parado sobre la dignidad y el orgullo de ser argentinos,
el que produce la riqueza y construye la grandeza. No hay Nación grande sin un
pueblo feliz y no hay un pueblo feliz si no es convocado a protagonizar
activamente su destino de grandeza. No es nuestra historia una historia para
pocos iluminados.
En
este sentido, reconociendo que este es el camino que aspira transitar nuestro
pueblo, no podemos no ofrecerle a la militancia política -no ofrecerle y no
pedirle- que asuma la conducción amorosa de ese proceso. Militar es servir,
pero el servicio no puede estar orientado a constituirse en benefactores,
dadores de migajas, canalizando beneficencia organizada desde el Estado.
Eva
Perón, a quien recordábamos hace pocos días en ocasión de su cumpleaños, detestaba
la beneficencia como sustitutivo de la política. Hacer política es favorecer
que la transformación se produzca para el pueblo, en beneficio del pueblo, pero
sobre todo y especialmente con el pueblo y desde el pueblo. No hay política sin
pueblo o con un pueblo ubicado en un rol pasivo y esperando recibir de alguien,
para luego agradecer con el voto. Eso es miseria. Es indignidad. Nuestra tarea
y nuestro camino es encontrar los procesos que se generan desde el pueblo:
favorecerlos, promoverlos, permitir que ocurran, al calor de la energía que
produce la propia dinámica popular, que encuentre su cauce, se organice y
comience a caminar.
Vienen
tiempos electorales. Muchas compañeras y compañeros comienzan a retomar su
organización para posicionarse de cara a las elecciones. Es comprensible,
razonable y deseable. Pero para que nuestro proyecto sea victorioso, las
elecciones deben ser una oportunidad para incorporar diversidad, para que todos
los sectores encuentren una forma de hacer su aporte, para expresar una visión,
un programa, un rumbo. Si la conducción del proceso eleccionario va a ser un
pasa-no pasa que permita entrar solo a los amigos, a los que se visten bien y
no hacen lío, solo vamos a aumentar la debilidad. Si, por el contrario, creamos
el espacio en donde todos y todas puedan acumular su experiencia, sus vínculos,
su capacidad de crear, de organizar, de potenciar a los distintos sectores y
actores de las comunidades y territorios, el proceso eleccionario va a terminar
siendo de victoria, para el día de la elección y para el resto de los muchos
años que nos faltan para consolidar un modelo nacional, con protagonismo
popular.
Querido Compañero , impecable desarrollo de un pensamiento aunque compartido por muchos dista de ser una realidad, y para la cual hay que trabajar mucho sin concesiones, Muchas veces el ingreddiente electoral que debería ayudar a la unidad de acción y a la mejora de la conducción estratégica , termina comportándose como un mecanismo de retribución de favores y de posicionamientos personales.Derrotar esa concepción partidocrática es la puerta de retomar la conformación del movimiento de masas, que sólo esa herramienta nos puede llevar a la victoria, que como bien decís nos merecemos por voluntad y empecinamiento generacional, por respeto y reivindicación de nuestra histotia y nuestros héroes y martires. En eso tenemos que trabajar en la ancha avenida que contenga todas las expresiones y experiencias del campo nacional y popular. Fuerte abrazo
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