Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 33 DESPEDIDA, por Hugo Miguez, comparte la compañera y amiga Cristina Di Doménico
La
conmovedora carta de despedida de un investigador del Conicet antes de que lo
intubaran por coronavirus
Fuente
de Origen: Diario San Rafael
https://diariosanrafael.com.ar/
Link
de Origen: AQUÍ
El
prestigioso investigador del Conicet Hugo Míguez, quien falleció
por coronavirus el pasado 20 de abril, dejó una conmovedora
carta de despedida antes de ser intubado en el Hospital Italiano.
Míguez
era graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y en la Escuela de
Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica.
Doctor en Psicología (Magna Cum Laude) de la Universidad de Palermo,
fue docente, investigador, consultor de organismos nacionales e
internacionales. Trabajó en el abuso de sustancias, especialmente en los
jóvenes, y en sus dos últimos años había incursionado en la sociobiología.
“Fue
un padre que nos levantó para que veamos más allá; siempre con empatía y
sensibilidad por todo lo que habita este mundo. Investigador y curioso, y
siempre dándonos lo mejor. Nos amó y se fue antes de tiempo”, lo
despidieron sus hijos Guadalupe y Axel, en declaraciones publicadas en el
diario La Nación.
Internado
en el Hospital Italiano, el lunes de 12 de abril. Míguez sintió que la
muerte estaba cerca: su sangre no estaba recibiendo el oxígeno suficiente.
Entonces escribió en su celular una conmovedora carta de despedida para
agradecer al equipo que lo asistió y repasar el sentido fundamental de la
existencia, así como el poder de los vínculos. Lo intubaron a las pocas horas y
murió una semana más tarde. Tenía 75 años.
La
carta despedida
Lunes 12 de abril.
Hospital Italiano.
Cama 1216… zona de trinchera.
“30 segundos”
Busco
dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento, búsqueda de aire,
revisión de sentido bajo la pandemia. Algo. Lo que pueda.
Mientras
me enfermaba el Covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la
mirada de estas gentes.
Una
cultura.
Un
pathos.
Una
emocionalidad antigua. Comprometida. Algo yaciendo silente, a la par de la
ciencia y la tecnología.
Una
cultura.
¿Qué
significa descubrir una cultura en el Hospital Italiano en medio de un ataque
como este?
Mucho.
Significa,
contra lo que podría pensarse, que no es el resultado de muchísimas personas.
Con roles marcados, tecnicaturas, profesiones, saberes, tecnologías, destrezas.
No.
No es sólo eso. Es una matriz acogedora, extraordinariamente cálida y vivificante.
No
es una nave científica que va a Marte. No. Esta va a la región más desolada de
tu cerebro. Al caldo primordial de donde alguna vez nos arrastramos sin
conciencia. Al lugar desde donde nos asusta el final del Covid llevándose
nuestro aire.
Va
al lado oscuro de tu cerebro para transformarse en una llamita con algo de
calor y luz. Una cultura.
Me
caí desmayado por la falta de aire y la desesperación y me encontré entrampado
entre los muebles de la sala donde terminé. Donde me estrellé en la caída.
Unas
manitas de enfermera tiraban de mí, Bibi.
Cuando
crees que ya perdiste todo escuchas el braceo enérgico de la que podría ser
hasta tu hija llegando a vos.
Braceando
como pudo me alcanzó. Me abracé a ella y me di cuenta de que no estaba en un
páramo sin vuelta atrás.
Entre
todas me acostaron, me calmaron, me dieron su aire.
Una
matriz regenerativa que es la que ayuda. Un supraorganismo como un micelio
gigante que sustenta, sin que nadie lo vea exactamente, los bosques que lo
acompañan.
Una
cultura.
Llegué
dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa
de desesperación.
No
rasguñar las piedras para mí.
Bernardo
y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se
hicieron cargo de mí. No tengo hermanos. Esto ha sido lo más próximo que he
descubierto de esa relación.
Me
protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo y la contuvo. Le explicó. La
protegió.
No
hay palabras. Es la matriz que regenera. La que de alguna manera cargamos los
sapiens cuando nos fuimos de África. Nuestra estrategia. No preguntes por quién
doblan las campanas, ya sabemos, suenan por vos y por mí, hermano.
Tuve
que partir al servicio de terapia intermedia. Estaba inquieto. Aparecieron
kinesiólogos, médicos, enfermeros. El mismo espíritu. Las médicas llamando a mi
hija y ayudándola mientras ella me ayudaba a mí.
La
matriz regenerativa y matriarcal de la viejísima Europa. Cuando los pueblos
como Huyuk no tenían murallas. Los matriarcados de miles de años atrás, que
sostenían la cultura. Cuando las culturas matriarcales no habían sido barridas
por los caballos de la edad del hierro.
Y
de pronto… las manitas de Bibi, el desborde humanista y contenedor de Bernardo,
la dulzura de la kinesióloga, la gente que te ayuda de todas las formas porque
son una cultura que dice que sos valioso. Seguramente es cierto. Pero es porque
te quieren desde lo más básicamente humano.
Una
cultura regenerativa que también alcanza a los varones.
Todavía
no sé cómo saldré. Y no me preocupa tanto. Y dicho con humildad. En serio.
Saldré con paz y con cariño. Está muy bien. Tengo 75 años. ¡Carpe diem para
nosotros todavía!
Con
estos pensamientos rondando desde hace unos años, muchas veces, me pregunté
cómo quería mi salida.
Sólo
quiero 30 segundos lúcidos. Para poder evocar a los que quise sin que llegue a
atraparme la melancolía.
Me
iré bien. Este hospital y su gente estará también en esos 30 segundos. Gracias,
gracias, gracias.
Hugo Adolfo Míguez
28/08/1945 – 20/04/2021
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