Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 32 La presencialidad y la persistente ausencia de los muertos por Pablo Bilsky.. Comparte Javier Miró
Acaso
los profesionales de la salud mental puedan aclarar esta aparente paradoja.
Nunca antes se había escuchado con tanta frecuencia la poco agraciada palabra
“presencialidad”. Quizás porque, antes de la pandemia, resultaba redundante.
Era una aclaración innecesaria en tiempos donde la gente iba a los lugares y
“estaba presente”. La insistencia sobre la “presencialidad”, que en algunos
medios de comunicación se parece ya a una obsesión, una repetición infinita
propia del adiestramiento animal, una suerte de mantra, o una fórmula mágica,
trae un cuchillo bajo el poncho. Las palabras, desde sus orígenes más remotos,
están relacionadas con los conjuros: decir es crear, nombrar algo es darle
existencia, como en los libros sagrados y en ciertas cosmogonías. Pero los
medios hegemónicos que hacen uso y abuso de este término distan mucho de ser
escrituras sagradas, aunque algunos otorguen carácter divino al capitalismo y
al mercado. Cada vez entiendo menos la cuestión, pero tal vez repetir ese
vocablo sea una forma de compensar. O de ocultar. Porque por estos días, me
parece, el foco, el eje, la insistencia deberían estar puestos en las
ausencias. Y en que sigan presentes, con vida, sanos, los que están entre
nosotros y todavía no fueron alcanzados por la peste y su consiguiente
“ausencialidad”. En la Argentina murieron de Covid-19 más de 60 mil personas.
Cada una de ellas tenía familia, amigos, conocidos. Una rápida e irreverente
cuenta lleva a pensar que son cientos de miles quienes sufren el dolor inmenso
de esas ausencias. “Ausencia” debería ocupar un lugar más central en el
discurso social. En el mundo, los muertos superaron los tres millones. La
indecencia y la obscenidad de las estadísticas y las cifras resultan
insoportables. Cada muerte (una, una sola) significa que alguien se fue para
siempre y ya no está ni estará presente nunca más. Muchas y muchos perdimos
seres queridos. En pleno duelo, se agrega al dolor lacerante de la pérdida la
indignación ante la frivolidad por la insistencia maníaca en la presencia. Es
obvio, demasiado obvio y aleve, que solo se trata de una excusa, una
estratagema más para ocultar los verdaderos fines e intereses ocultos de esos
discursos. La verdad escandalosa que no pueden decir necesita una tapadera. Y
ahí aparece la música horrible de la palabra “presencialidad”, que suena como
una oprobiosa pesadilla mientras recordamos y extrañamos a los ausentes, a los
que no están, a nuestros muertos.
Pablo Bilsky nació en Rosario en 1963. Escribe poesía, narrativa y crónica. Trabaja como profesor de Literatura Española en la Facultad de Humanidades y Artes (UNR). Se desempeña además como periodista especializado en política internacional en la cooperativa La Masa. Publicó las novelas Herodes (Yo Soy Gilda, 2015) y Taxi (Le Pecore Nere, 2019), los libros de crónicas de viaje China (Baltasara Editora, 2018) y Vietnam (Baltasara Editora, 2020), y el poemario Sfruttatori (EMR, 2018), con el que obtuvo una mención en el Primer Concurso Nacional de Poesía EMR 2017, cuyo jurado estuvo integrado por Javier Foguet, Matías Moscardi y Mirta Rosenberg.
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