Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 33 Arquitectura: ARQUITECTO EN LA LLANURA por Guillermo F. Sala

 

En este escrito nos vamos a desplazar temporalmente hasta los años 30 del siglo XX en la llanura de la provincia de Buenos Aires.  Ese decenio en la Argentina se encuentra atravesado por la crisis estructural producto del crac de la bolsa de NY de 1929, que pone fin al paradigma del crecimiento mirando al exterior. A su vez, el golpe de Estado de 1930 liderado por Uriburu produce la ruptura del orden institucional nacido con la democracia en 1916.

Desde esos años se vuelven comunes las prácticas fraudulentas con la presidencia del general Agustín P. Justo (1932-38). La provincia de Buenos Aires, centro agropecuario y político del país fortalecido por el modelo agroexportador surgido del quiebre económico, siendo la política conservadora la que controlaba el gobierno de la provincia.

Uno de los más importantes gobernadores que tuvo esa época fue el médico Manuel Fresco desde 1936 hasta 1940.

La práctica colonizadora durante el gobierno de ese médico es la expresión intervencionista de un Estado que cree necesario brindar una alternativa a la crisis mencionada, pero también es una herramienta disciplinadora para mantener el orden social. Con el objetivo de orientar a los colonos en su radicación en el ámbito rural, Manuel Fresco hace un desarrollo de la naturaleza de “la obra colonizadora”, como facilitadora de las tareas agrarias, la sociabilidad, y la elevación del nivel cultural de los actores, mientras brinda favorables condiciones para que la familia acepte el plan de colonización.

Dentro de esa política aparece la figura del Ingeniero Arquitecto Francesco Salamone nacido en Sicilia en los últimos años del siglo XIX. Llega junto a su familia a la Argentina motivado por la promoción de la política inmigratoria local dentro del primer quinquenio de 1910.  Egresa como Maestro Mayor de Obras del Instituto Otto Krause y como ingeniero arquitecto de la Universidad de Córdoba cerca de 1920. Comienza a trabajar profesionalmente en dicha provincia con encargos menores y también participa en una serie de obras municipales en el centro de la provincia. Luego se traslada a Buenos Aires y entabla amistad con el futuro gobernador Manuel Fresco, quien en su período de gobierno, le encargó una serie de proyectos de arquitectura civil municipal, que se articulaban con la política de estabilización y colonización de los poblados del centro suroeste bonaerense. Sólo debemos considerar la épica de estos diseños y proyectos en los años en que se desarrolla la tarea. 

Fresco le encargó la construcción de más de 60 obras públicas en 14 delegaciones de la provincia de Buenos Aires, que construiría en tan solo 4 años (1936-1940). El caso de Salamone puede compararse con el de los grandes genios de la música, que contratados por sus coronas imperiales compusieron sus más maravillosas obras de arte.

Su estilo es inclasificable. Sin embargo, luego de transitar por años la escala que va del menosprecio a la indiferencia, su obra hoy es objeto de estudio para algunos, y de culto para otros. Podemos calificarla como cubista, futurista, estrambótica, geométrica, modernista, monumentalista, racionalista, brutalista y cuanto se quiera, pero excede todos los casilleros.

Porque también nos remonta a la película Metrópolis de Fritz Lang como se dice actualmente, a la Ciudad Gótica de Batman, a Flash Gordon, a la arquitectura fascista, a las fortalezas medievales, a Disneylandia y a Las Vegas, y podríamos seguir clasificando.

 


Lo cierto es que Francisco Salamone no tuvo ni antecesores ni seguidores. Su obra es tan misteriosa como lo que se sabe -y lo que se ignora- de su vida. Acá nos limitaremos a lo más conocido. Lo singular es que las construcciones de este arquitecto se desparramaron en distancias enormes, se concretaron a una velocidad impresionante, y todas son construcciones financiadas por el estado provincial o la intendencias en las que trabajaba personalmente y se dedicaba a todo lo que concernía al encargo, hasta del diseño de los picaportes, los bancos de plaza, los bebederos, las veredas, las lámparas y las sillas.

Luego de este período de intensa y frenética labor, su trabajo profesional posterior no cuenta con el brillo de esos cuatro años y revive de alguna forma un par de años antes a su muerte acaecida en 1959.

Su obra fue prácticamente desconocida hasta que se realizó una muestra en 1997 que mostró todo el valor estético que poseían sus trabajos, hasta bien entrado el presente siglo donde fue difundida como objeto de culto y se publicita a través de la academia y hasta turísticamente con recorridas temáticas de sus trabajos.

Iniciamos un recorrido por algunas de sus obras más relevantes como la municipalidad de Carhué, cabecera del partido de Adolfo Alsina, edificio que es muy apreciada por la fusión de estilos que presenta, mezclando el Futurismo Italiano con su clásico estilo Art Decó, y el Funcionalismo. El Edificio de 1938, sito frente a la plaza principal, está protegido por el estado y es Monumento Histórico Nacional. Cuenta con mobiliario y luminarias diseñados por el arquitecto.

El «Palacio de Alsina» (tal como se conoce al edificio) tiene una alta torre en su sector central. El alto de las torres de Salomone tienen un por qué, y es el de superar a las iglesias, en un claro simbolismo que marca el poder del Estado por sobre el de Dios.  Todas las torres de los municipios intervenidos por Salomone cuentan con un reloj.

La torre de la Municipalidad de Adolfo Alsina alcanza los 36 metros, pero iba a ser mucho más alta, simulando una suerte de Torre de Babel.

 

 

El faenado a gran escala estaba cumpliendo un rol muy importante en la economía bonaerense en esa época y antes de hundirse en las salitrosas aguas por más de tres décadas, Villa Epecuén tenía, como tantos otros pueblos, un matadero en las afueras del casco urbano.

Otra obra de Salamone que vuelve a ser lo más elevado del lugar. Funcionó hasta los días en que empezó a quedar rodeado por las aguas, y orgullosamente es de las pocas construcciones de la ex villa turística que, frente al embate de la sal y del agua, aún sigue de pie.

 



Cuando uno llega al Cementerio Único de Azul  (o Cementerio Municipal), lo primero que divisa es un gran pórtico de entrada con la leyenda R.I.P. (Requiescat in Pace) en grandes letras de un mármol negro. Tiene 43 imponentes metros de frente y 21 de altura. Una figura del Arcángel San Miguel («El Angel Vengativo’ o «El Angel Exterminador») brota fuerte con una espada entre las manos. Parece seguir con su mirada a los vivos desde todos los ángulos.



Es aquí donde el arquitecto da rienda suelta a toda su creatividad Art Decó. Este pórtico en el acceso al cementerio tiene un significado en sus dos costados, ya que el inverso de la cruz custodia a los muertos del cementerio, marcando lo que es el límite entre la vida y la muerte. El afuera y el adentro.



No es la primera vez se encarga de diseñar los cementerios municipales de una ciudad. Ya lo había hecho en las ciudades de Balcarce y de Saldungaray, en donde un monumental Cristo sobre un plato redondo simula la idea de que «la vida es una ruleta» (Salomone tenía problemas con el juego). Los cementerios de Azul y Saldungaray son las obras donde el arquitecto alcanza la mayor cuota de expresionismo. Estas obras hoy son de culto entre arquitectos.

 

Repitiendo el tema ganadero y con la producción de carne a gran escala, no sólo se comenzó a cuestionar el cruel método de matanza de los vacunos, sino también la necesidad de tener un mejor manejo de los abundantes residuos patológicos producidos, y las condiciones higiénicas en la que estaban sometidos los trabajadores.

 



El Matadero Municipal de Azul (1937) está en las afueras de la ciudad, emplazado en lo que es y era el camino viejo a Tandil. Es probablemente uno de los más grandes de cuantos hizo Salamone.

Todos los mataderos de diseñados por Salamone tienen un espacio frontal y abierto en donde funcionaba un sistema de rieles que iba acercando las miles de reces a los trabajadores. De esta manera se instalaba la idea de producción en cadena. Lo que tienen en común estos mataderos es una característica funcionalidad edilicia heredada del Movimiento estético denominado Bauhaus.

Las torres típicas del Art Decó vuelven a aparecer en este matadero, sólo que aquí, para diferenciarse, tienen la forma de enormes cuchillas. Su torre alcanza los 18 metros de altura. El estilo modernista de sus construcciones provocó que la sociedad encuentre similitudes con la arquitectura soviética y/o fascista en días en los que Argentina estaba gobernada por una dictadura.


 


Otra de esas obras  con un emplazamiento particular es el edificio de la Municipalidad de Rauch  inaugurado en 1938. De forma ultra geométrica, se encuentra en la plaza principal del pueblo, con su pérgola y luminarias, y el plano de todas las calles circundantes también son obra de Salomone.

La localidad de Rauch es pequeña y debe tenerse presente el contexto donde fue construido este edificio, donde hacía pocas décadas habría escapado el último malón.  

Pellegrini, un prolijo pueblo del oeste bonaerense, casi en el límite con la provincia de La Pampa, también tiene el sello inconfundible de la obra de Salamone. El edificio de la municipalidad se ubica sobre dos plazas contiguas, también trazadas por el lápiz del arquitecto. Es lejos la construcción más alta de este pueblo, como ocurre generalmente con los edificios municipales gestados en las llanuras.

 


Como en el caso de Rauch, y casi todos los municipios, el edificio parece demasiado importante para las dimensiones del pueblo. La torre de la Municipalidad de Pellegrini es la única que tiene un reloj a ambos lados, y tal como ocurre en la Municipalidad de Alsina, los muebles del interior también fueron diseñados por el futurista y controvertido arquitecto maldito de las pampas.

 

 

 


 

 

A 509 kilómetros de CABA, y camino hacia el sur oeste de la provincia de Buenos Aires se encuentra Guaminí, en donde no sólo se encargó de erigir la municipalidad (con su torre reloj) sino también el matadero municipal, que impacta por su altísima torre de 30 metros y líneas típicas del futurismo. 



Esa torre esconde en realidad el tanque de agua de la construcción, que se planteó desde el principio como un matadero modelo y guiado por las más altas exigencias higiénicas, y que por eso mismo necesitaba asegurar una constante provisión de agua para deshacerse de los desperdicios de la faena.

 

Descubrir las restantes obras del total de 60 en Chillar, Laprida, Cnel Pringles, Tornquist, Carhué, Saliquelló, Tres Lomas, Alberti, Chascomús, Gonzalez Cháves, Lobería, Balcarce, Tres Arroyos, Vedia y Cacharí, realizadas por este artista reconocido tardíamente, a pesar de su prolífera tarea, es un desafío particular, que invito a realizar.

Sea movilizándose en forma directa, sea en forma virtual a través de la imagen o el video, el análisis de los trabajos de este extraordinario profesional, y encuadrarlo adecuadamente en su tiempo, hace que se valore su capacidad creativa.

Seguirá siendo una incógnita esa disipación profesional y creativa posterior. No caben dudas que ese final, y el reconocimiento tardío a su obra, muestran lo banal de nuestra mirada. Esta obra, temática de algún sentido, no pudo pasar desapercibida, tal vez el momento en que fueron concebidas en el período de la llamada “década infame”, le hayan creado un halo de malignidad injusto para la obra y para el profesional.

 

 


*Guillermo F. Sala. Arquitecto

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