Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 33 La Economía Neoliberal, el polizón de nuestro cerebro… por Alejandro Marcó del Pont
Fuente
de Origen: Sitio El Tábano Economista
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¿No
es extraño? Los mismos que se ríen de los adivinos se toman en serio a los
economistas.
Comenzaremos
con el ingenioso inventor Buckminster Fuller para dar una imagen de lo que
queremos explicar. Este investigador decía: “Nunca se cambian las cosas luchando
contra la realidad existente. Si quieres cambiar algo, construye un modelo
nuevo que vuelva obsoleto el modelo actual”. En base a esta frase, la idea es
comenzar a desbaratar algunos de los preceptos sobre los que se fundamenta la
economía actual. Queremos comenzar a discutir una nueva economía, una economía
para el siglo XXI.
Nadie
duda que el modelo actual es obsoleto, pero de ahí a aceptarlo hay un trecho.
Olvidar lo que nos han susurrado durante años: leyes, principios, preceptos y
máximas económicas, no es un tema menor. Es verdad que esas ideas nos han
conducido a perseguir falsos objetivos. Las imágenes tan perfectamente
depositadas en nuestro cerebro permanecen como tatuajes, son los polizones de
nuestro equipaje intelectual y saldrán a la luz como reflejo ante cualquier
debate. Recordemos, por ejemplo, la afirmación, repetida hasta el cansancio,
que el déficit fiscal es nocivo para cualquier país. ¿Alguien lo duda? Si la
respuesta es no, deberíamos desconfiar.
Para
desarrollar las ideas tomaremos algunas ideas del libro “La
economía dona” de Kate Raworth, economista que
intenta exponer múltiples maneras de pensar la economía del siglo XXI,
olvidando las normas económicas preestablecidas y creando una mentalidad
para esta centuria. No es posible pensar este siglo en términos económicos si
los manuales de economía fueron escritos en 1950, con raíces teóricas que van a
1850, o más atrás.
Aunque
no parezca, hay en el mundo una cantidad de universitarios y técnicos
importantes que se reciben habiendo cursado o rendido economía. Y para su
formación, ya sean chinos o chilenos, según detectó la autora mencionada, echan
mano de los mismos manuales (en su versión original o traducidos) de Cambridge
o Chicago, y con los mismos preceptos, aunque varíen los autores. Lo cierto es
que, a lo largo del siglo XXI, políticos, empresarios, periodistas, líderes
sociales van a repetir las mismas normas y leyes que en 1850, todas, por
cierto, fracasadas.
Resultado
más nocivo acompaña a los propios economistas. La economía constituye el
lenguaje de las políticas públicas, de la austeridad, la desigualdad y la
pobreza, y entre fines del siglo XX y principios del XXI ha sido la dueña de
las disputas dominantes. Ya sea en consejos económicos de los países centrales
o en la primera fila de los organismos internacionales, los economistas no son
esquivos a asesorar al poder, ya sea para depositar sus ideas, o porque el
establishment les paga para demostrar las bondades de la concentración del
ingreso. Muchos hombres prácticos que se creen exentos de cualquier influencia
económica, al decir de Keynes, “son generalmente esclavos de algún economista
difunto”.
El
primer problema al que nos enfrentamos es que ciertos elementos de la teoría
económica ortodoxa han sido introducidos a lo largo de años de batalla cultural
y han quedado tan arraigados en nuestra memoria que resulta muy laborioso
modificarlos o sustituirlos. Quizás quien mejor lo expresó fue uno de los más
brillantes y desconocidos economistas, Joseph Schumpeter, quien comprendió la
dificultad de deshacerse de las ideas que se nos transmiten.
“En
la práctica todos iniciamos nuestra propia investigación a partir del trabajo
de nuestros predecesores, es decir, que casi nunca partimos de cero. Pero,
supongamos que partiéramos de cero, ¿qué pasos tendríamos que dar? El
trabajo analítico comienza con el material proporcionado por nuestra visión de
las cosas, y dicha visión es ideológica casi por definición.”
La
idea es que todo punto de vista nos da una interpretación del mundo o de
nuestra realidad social, la que intentamos resolver. Para solucionarla, los
científicos o estudiosos del tema elaboran ideas a partir de modelos adquiridos
a través de la educación. Es decir, hay un análisis anterior que toma en cuenta
un marco teórico establecido. No existe ninguna visión preanalítica correcta,
ningún paradigma verdadero o marco perfecto con leyes para su aplicación,
nacional o mundial. Repensar los preceptos económicos no nos va a permitir
encontrar la economía correcta, sino una que sirva para el contexto que
afrontamos y que sea adecuada a nuestros fines.
Esta
idea está dirigida a anular y descreer de las leyes económicas existentes, pero
quizás, en la misma medida, se encuentren las palabras. Pongamos un ejemplo:
para los políticos una buena iniciativa sería un “alivio
tributario”, una idea harto conocida para los conservadores americanos,
adoptada por un sinnúmero de filibusteros del subdesarrollo.
Lo
interesante resulta que la sociedad jamás se opone a un alivio de ese tipo.
¿Quién se enfrentaría a tan noble causa como un alivio tributario o a cualquier
mitigación, desde la pobreza hasta enfermedad? Aunque la pregunta debería ser:
este alivio tributario, ¿a quién consuela? Los impuestos, por lo general, son
progresivos, se les cobran a los que más tienen, por lo que aliviaríamos a los
ricos, aunque no sabemos de qué pesada carga podríamos paliar a tan nobles
contribuyentes, porque en realidad nunca pagan.
Esta
idea de anteponer el “alivio” al tributo la tendríamos que pensar ante la
posibilidad fiscal de moda en los países centrales y organismos internacionales
de grabar a la opulencia. La imposición tendría que ser tratada como una
colaboración, una ayuda, una asistencia a los desbarrancados del mundo. O sea,
habría que poner algo como “limosna tributario a la pobreza”, pero como limosna
no encuadra en tributo, tendría que ser un “aporte” para dejar perfectamente
clara la colaboración, la asistencia indulgente de los ricos a la pobreza. Hay
que colaborar para combatir esta pobreza, esta desgracia caída del cielo, y
siempre pedir disculpas, a tan noble colaboración, por única vez. Lo importante
es que sea una aportación, colaboración, auxilio, cualquier palabra difícil de
desterrar.
¿Cómo
llegamos a este mundo donde 1 % de la población acumula el
82 % de la riqueza global o alguien que para ingresar al listado de millonarios
de la revista Forbes necesita tener como piso 1.000 millones de
dólares? Quien tuviera esta cifra y gastara al mes 50 000 dólares, tardaría
1.667 años en agotar su fortuna. Llegamos a este estado de cosas por el simple
triunfo del neoliberalismo y la aplicación de sus políticas. Y por si faltara
algo, por creer en sus leyes económicas.
Una
de las primeras cosas que reconocimos fue que el libre mercado tenía ventajas
sobre los servicios públicos. Lo público pasó a ser un negocio privado, en las
privatizaciones le regalamos clientes cautivos, sin regulación, al sector
privado. Este es uno de los debates actuales en Argentina, por ejemplo, sobre
quién paga los aumentos de la energía: el Estado (los contribuyentes) con
subsidios aumentando el déficit público desbalanceando de esta manera la
ecuación ingresos – gastos = pago intereses de deuda, o que lo paguen las
usuarias + aporte a los intereses de deuda vía impuestos al consumo. En
síntesis, de una forma u otra, siempre los pagan los usuarios. Aquí hay varios
preceptos y leyes de la antigua economía que debemos respetar. Que los mercados
son más eficientes que los privados, que las tarifas publican no son políticas,
que los que no reciben luz se la pidan a Dios y que achicar el gasto es más
eficiente que cobrar impuestos. El alivio tributario.
“La
teoría consisten en no restringir las capacidades y las libertades
empresariales de los individuos, en un marco de derechos fuertes a la propiedad
privada, los mercados libres y las libertades de comercio”. Pero el
neoliberalismo es más que eso, es también “una tradición intelectual, un
programa político, y un movimiento cultural. Es, pues, una transformación en la
manera de ver al mundo y en la manera de entender la naturaleza humana
(Fernando Escalante, Historia mínima del neoliberalismo).
Ninguna
de estas leyes diseminó las bondades de sus promesas; de hecho, los resultados
están a la vista. A esta dosis de estupidez le agregamos que en la actualidad
la desigualdad es un atributo para impulsar el espíritu emprendedor. La cúspide
del 1% de los multimillonarios del mundo está abierta para todos. O sea, el
trabajo duro (si se encuentra), la actitud y los méritos son los caminos para
la movilidad de clase. Pero si esto fuera cierto, como dice George
Monbiot, “si la riqueza fuera el resultado inevitable del
trabajo duro y el emprendimiento, todas las mujeres en África y en
Latinoamérica serían millonarias”.
Lo
que nos lleva a repensar las leyes y las ideas. La austeridad no ha dado
resultado desde su implementación, solo ha consolidado que los pobres sean más
pobres y lo ricos más opulentos. El análisis de las proyecciones
fiscales del FMI muestra que se esperan recortes
presupuestarios en 154 países este año, y hasta en 159 países en 2022. Esto
significa que 6.600 millones de personas, o el 85 % de la población mundial,
vivirá en condiciones de austeridad el próximo año, tendencia que probablemente
continuará hasta 2025.
Durante
más de setenta años la economía ha tenido una especie de fijación por el PIB, o
producción nacional, como su principal indicador de progreso. Esa fijación se
ha utilizado para justificar desigualdades extremas de renta y riqueza, junto
con una destrucción sin parangón del medio ambiente. Para el siglo XXI se
necesita un objetivo mucho más ambicioso: crear economías —desde el nivel local
hasta el global— que ayuden a llevar a toda la humanidad a un espacio seguro,
más justo y sustentable. En lugar de perseguir un PIB que sólo aspire a cercer,
como los neoclasico creen, sino cual es el modelo de desarrollo mas equitativo.
Es hora de descubrir cómo prosperar de forma equilibrada y no va a ser
siguiendo las leyes anteriores.
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
Excelente Alejandro el enunciado de Buckmister tambien desarrollado por muchos en el campo filosofico en especial expicado insistentemente por Jidu Khisnamurti en sus conversaciones: "Nuestros pensamientos estan condicionados por la educacion, las creencias , los dogmas , la tradicion y otras cosas. Ahora bien a menos que la mente tenga libertad no puede descubrir lo verdadero"
ResponderEliminarEn cuanto el recorte de tax yo lo veo como que el estado se desentiende de responsabilidades que le son inerentes o implicitas como ser un servicio de transporte o de salud , recorta una cantidad importante de esa obligacion en terminos de recursos y en compensacion te devuelve unas moneditas, a los poderosos que aportaban se les descuenta en proporcion algo importante. El servicio perdido dificilmente vuelve o si se decide politicamente volver a implementarlo cuesta inmensamente mas y esto vuelve a ser pagado por el pueblo.