Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 32 La Mano y el Ladrillo... – Relato ... - Eduardo De Vincenzi

 

Ignacio Vélez Inchauste, salía de la facultad con algunos de sus compañeros. Todos eran además, conspiradores. Después de cenar peceto con ciruelas, y papas, y batatas a la crema en lo de los Barretea, caminaban en dirección a Santa Fe. Habían acordado que Ignacio no podría llegar a su casa por medios propios, así que entre todos lo llevaban a los tropezones, manoteándolo ante cada vez que iba a caer. Manolo Gómez Hurtado buscó la llave de la casona en los pantalones de Ignacio, que en el trayecto se había orinado. Despertaron a Clorinda con todo el lío, que en camisón, se unió a ellos para llevarlo hasta su cuarto. En éste trayecto Vélez Inchauste ya se había dormido. Para Noviembre del 51 los cuatro amigos preparaban los exámenes finales, los cuales comenzarían en dos semanas. Integraban un grupo golpista al Gobierno de Perón, con asiento en la Iglesia del Socorro, del que participaban varios sacerdotes administrativos en la Curia, lo que los eximía de ninguna otra función social. Nunca habían visto personalmente al General, y una sola vez a Eva Duarte que para entonces, su enfermedad era vox populi. Increíblemente los Primados de Buenos Aires, dentro de éstas reuniones secretas, sugerían a los asistentes, todos vestidos de civil, que REZARAN POR LA PRONTA MUERTE de Evita, la endemoniada mujer que por cierto, había ocupado varios sitios que antes estaban a su cargo, empoderando a una clase social a la que siempre habían podido manejar, con monedas y ropa usada. "La Perona”, como la llamaban despectivamente, en poco tiempo si no se tomaban medidas, sería una bandera para los "cabecitas negras". Esa noche los cuatro amigos fumando en el playón de la Iglesia evaluaban la charla que venían de escuchar. Los sacerdotes en cambio, salían en grupos de dos o tres, dispersándose velozmente. No eran buenos tiempos para el clero y sus tropas de choque ideológico. Ignacio Vélez Inchauste y los cómplices cambiaban impresiones caminando lentamente, sobre las inéditas maniobras que les asignarían, cuando el golpe de Estado aún en ciernes, inevitablemente se produjera. Caminaban por Paraná, frente a Las esclavas y al doblar por arenales pasaron delante de una obra en construcción y su vereda, con restos de materiales rotos. "Nacho" Vélez entonces se agachó a recoger un trozo de ladrillo ennegrecido que le llenó la mano. Lo botó y acercándose a un muro recientemente revocado y limpio, escribió grande y en mayúsculas " VIVA EL CÁNCER”.  Soltó el ladrillo y retrocedió unos pasos como quien quiere ver mejor un cuadro. Codeando a sus compañeros, echaron a reír a carcajadas jugando de manos. Luego callaron evaluando cada uno la glosa que mañana sería vista por cientos de personas. Seguían callados cuando el autor, estrelló el ladrillo sobre su obra, habitado por pensamientos que lo confundían. Aquellas palabras tenían poco que ver con una formación ultra católica desde temprana edad. Cuando todo estaba bien y Perón no había llegado.

 

Camilo Torres Alcorta y sus amigos, al año siguiente, jugaban un partido de fútbol en terrenos de una antigua mansión de Belgrano, sobre la calle Olazábal, que habían demolido en su totalidad para construir un edificio de 8 pisos. En lo que sería el fondo de la propiedad existía aún un enorme jardín donde ya no habían plantas ni flores pero si, conservado con la ayuda de los obreros de la demolición, un terreno con césped donde después de almorzar se jugaban un picadito a tres goles y por plata. Tenían poco tiempo, acordaron entonces a 3 goles, y el grupo ganador, al terminar la jornada, se gastaba el premio en cervezas, que tomaban del pico, sobre la vereda misma del almacén, entre risotadas y juegos de manos. Eran casas con mucho terreno. La propiedad vecina, también de estilo inglés, se veía a continuación de una arboleda, casi 100 metros más allá. Ahí habían colgado un enorme cartel, que en letras rojas rezaba: "Se vende" y un número telefónico. Los muchachos jamás habían entrado allí, ni siquiera conocían a sus habitantes. Son feas y misteriosas las mansiones donde solo por las noches se encendía una pálida luz en el primer piso. Esa tarde empataban un partido que se había puesto duro y ahora irían a penales. Los contrarios conocidos de la secundaria, y que más bien jugaban rugby, tenían por si algo faltara un mal arquero y los pibes de abogacía carecían de alguien que le pegara a la pelota con un poco de destreza. Patearon los rugbiers primero, gol. Ahora Juan Manuel tiraría como siempre fuerte, pero muy desviado. Así fue. Pero esta vez no era tampoco su día y el balón voló muy alto sobre la arboleda, y cayó dentro de la casa en venta. Sortearon quien iría a buscarla, y Nacho Vélez corrió. Nunca había entrado allí pero espiando sobre el portón negro de gruesa madera se veía el “fobal” a tres metros del desvencijado porche. Sin pensarlo saltó y atravesó corriendo el claro de pasto muy crecido, al tiempo que un enorme Doberman se le echaba encima, con sus fuertes mandíbulas sobre el brazo del intruso que gritaba desesperado sobre los rugidos del perro. Sus amigos llegaron, lo intentaron todo, pero no lograron que el Doberman lo soltara. Por fin uno de los rugbiers tomó del piso una barreta, con la que golpeó al perro, en el medio del lomo. El animal aulló y soltó el brazo, justo cuando el muchacho pelirrojo le asestaba un segundo golpe, que le quebró la columna. El perro se movió, dio un corcovo y se estiró muerto. Ignacio ya no tenía su mano y su antebrazo sangrante apenas conservaba la forma. Lo subieron al Chevrolet en el que habían llegado los contrarios, y volaron al Pirovano, el más cercano de los hospitales. La mano había quedado entre los dientes del Doberman, y el chico casi se desangra. Como dos meses después, Ignacio con un brazo en cabestrillo y el otro llevando una petaca de cognac, que tomaba de a pequeños sorbos, se hallaba parado delante de aquella pared. Había abierto mucho las piernas pero igual, le costaba estar de pie. Cruzó la calle y de espaldas se deslizó por la pared donde se alcanzaba a leer: - VI... L...CER - Soltó la botellita con líquido aún y cayó de costado, llorando a los gritos -”.

 


Original de Eduardo DE VINCENZI

Bella Vista, Mayo 2 de 2021

 


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